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in Felipe II, consejero de Trump/Ariel Dorfman es escritor. Es el autor de Allegro, novela narrada por Mozart.
El
País | 20de febrero de 2016
Una
adivina, sumamente fiable, que mi mujer y yo solemos consultar acá en Chile, ha
interceptado un mensaje del rey Felipe II desde la ultratumba para Donald
Trump, palabras que duplico en forma fehaciente y algo de pasmo:
“Yo,
Felipe II, el más poderoso de los soberanos de mi época, vengo acechando, Don
Trump, los trastornos que vuestra nación padece, asaz similares a los que
enfrenté yo, así como mi padre Carlos V y mi hijo Felipe III, en nuestros
propios dominios. Una economía malherida, plétoras de pobres y pícaros
exigiendo que el Estado los alimentase en forma gratuita, la cristiandad
asediada por sodomitas y mujeres de costumbres sueltas, valores tradicionales
carcomidos por petimetres intelectuales, enemigos que os desafían desde otras
latitudes mientras, en vuestra casa y heredad, terroristas musulmanes fingen
ser ciudadanos pacíficos, dolencias para las cuales tuvimos soluciones que tal
vez sean ahora de provecho para el futuro reinado de vuestra señoría.
En
cuanto a las múltiples potencias extranjeras que amenazan vuestro imperio, debe
evitar la dócil tentación de negociar con aquellos jerarcas. Vuestra nación
goza, como gozó la nuestra, de una ventaja en armas letales, con bases en todos
los continentes e invencibles armadas surcando todos los mares. Lleve,
entonces, la guerra al territorio del contrincante, diezmando sus ciudades y
campos y, ante todo, sus sistemas de comunicación.
Antes
urge, sin embargo, ocuparse de los enemigos internos, que se reproducen como
conejos. Ya habéis propuesto registrar a la población musulmana, algo que
nosotros pudimos realizar con eficacia, forzando a quienes profesaban la fe de
Mahoma a que portasen insignias y dejasen de practicar su religión falaz. Si
tales medidas fuesen insuficientes, debe deportarlos sin contemplaciones. No
escuchéis a quienes declaran que esta política ha de acarrear ignominia y ruina
económica. Ni tampoco atienda a los que anuncian que tal tarea no es factible.
En escasos dos años —de 1609 a 1611— mi hijo, con el favor de milicias locales
fuertemente apertrechadas, logró deshacernos de esta escoria islámica.
Y
mientras contemplamos medidas drásticas de seguridad, ¿por qué no inscribir
también a los pobres, certificando que de veras merecen la caridad que
liberalmente se les prodiga? Comencé yo con los mendigos, decretando en 1558
que únicamente aquellos comprobadamente inválidos podían solicitar limosna, y
los demás, ¡a trabajar! Así se garantiza la paz social. No debe prohibirse,
empero, toda mendicidad. Como los estudiantes de mi patria, los vuestros han
acumulado obligaciones financieras desastrosas. Deben ustedes, como nosotros lo
hicimos, licenciar a los pupilos menesterosos para que imploren asistencia en
lugares públicos designados. Además de alegrar a los vecinos con su buen humor,
el ahorro resultante liberaría fondos que podrán destinarse a expediciones
militares.
Recomiendo
como texto obligatorio en las escuelas La perfecta casada, un manual que
aconsejaba a las jóvenes a que agacharan la cabeza ante sus maridos, por muy
irritables, abusivos, beodos o crueles resultasen. Un modo discreto de
restaurar la natural jerarquía que Dios ha creado entre las especies y los
sexos soliviantados. Y si la desobediencia doméstica contagiase a la república,
considere resucitar a la Inquisición. Nada proporciona más solaz a una nación
azorada que una buena dosis de Autos da Fe, afianzados por sistemas de
vigilancia que tienen ustedes masivamente desarrollados, rivalizando con los
nuestros, envidia de nuestro siglo XVI. Y que la espada de la justicia caiga
sobre los inculpados expeditamente, de manera que la pena de muerte no pierda
su efecto disuasivo con litigación dilatoria.
Sobre
las variaciones violentas del clima, no prestéis oídos a quienes exigen una
intervención perentoria. Dios está poniéndoos a prueba con tales estragos. En
vez de desinfectar la Tierra, dirijan los esfuerzos a sanear cuerpo y alma,
sobre todo persiguiendo sin misericordia a los sodomitas. Nuestro Señor
responderá con aire prístino y agua fresca.
Una
última recomendación. Durante mi reinado, consideré a los judíos una raza
maldita, y siempre agradecí a mis abuelos que los expulsaran en 1492. Pero hay
una política de sus descendientes en Tierra Santa que vuestra excelencia haría
bien en imitar a destajo: construid murallas, muchas, muchas murallas.
Con
los mejores deseos para usía y sus futuros súbditos,
Felipe
II, el Rey Prudente”.
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