Barack Online/Jordi Soler, escritor
Publicado en EL PAÍS, 10/05/2008;
Hace unos meses, en un acto que tuvo mucho de impulsivo, compré en la tienda online de Barack Obama una camiseta oficial de su campaña. La operación no fue sencilla porque vivo en Barcelona y los productos que ofrece esta tienda, aun cuando pueden verse en cualquier parte del mundo, se venden únicamente dentro de Estados Unidos. Para no quedarme sin esa camiseta histórica, pues en esos meses no estaba claro que Obama pudiera ganar la nominación demócrata, pedí que me la enviaran a casa de un amigo que vive en California, con la idea de que éste me la reenviara después.
La compra de la camiseta, que es una simple anécdota, tuvo un interesante efecto secundario: desde el momento en que cerré la operación mercantil me convertí, de manera un tanto involuntaria, en donante de la campaña de Barack Obama; un donador estrafalario que vive en España y que no tiene derecho a votar en Estados Unidos, pero que cuenta con un número de tarjeta de crédito y una dirección electrónica, esos dos elementos que, multiplicados por el millón y medio de donantes que tiene en Internet, han sido cruciales para que Obama lograra, finalmente, convertirse en el candidato demócrata.
El término nómada, según razona Jacques Attali en su libro Milenio (1990), “es la palabra clave que define el modo de vida, el estilo cultural y el consumo de los años 2000. Pues entonces todos llevarán consigo toda su identidad: el nomadismo será la forma suprema del orden mercantil”. En este mundo nómada, y eminentemente mercantil, que previó Attali hace 18 años, la dirección terrestre de una casa, el número y la calle tienen ya poca importancia, lo fundamental es estar localizable en la Red, en ese territorio virtual donde ataca sistemáticamente y con tenacidad, desde hace meses, el equipo de Barack Obama.
Todos los días, este equipo tenaz envía a sus donantes un e-mail, o a veces dos o tres, donde se nos informa de cada una de las actividades del candidato, de los puntos relevantes de sus declaraciones, y ello con un enlace a YouTube donde puede verse a Obama pronunciando ese discurso que tuvo lugar hace apenas unas horas. En el correo electrónico también se hace un balance de la campaña hasta ese día y, cuando hace falta, se pide otra donación o apoyo en un área específica, como, por ejemplo, el que se pidió el 24 de enero de este año, cuando arreciaban las sospechas de que detrás de ese político carismático hay un musulmán embozado, del que incluso circulaban fotografías; en aquel e-mail Obama decía: “No soy musulmán; envía este mensaje a todos tus conocidos”.
Así, día tras día, el equipo de Obama ha ido ofreciendo a sus donantes, que somos cientos de miles, su punto de vista sobre la carrera hacia la Casa Blanca. Cierto es que, a veces, tanta insistencia llega a fatigar, hay mañanas en que uno no se levanta con ganas de enterarse al detalle de qué hizo el dichoso Obama en las últimas 12 horas, pero en caso de que la fatiga se convierta en hartazgo, siempre queda la opción de darse de baja como donante.
En la víspera de su noche triunfal, unos minutos antes de su discurso, el candidato envió un mensaje que decía: “Estoy a punto de subir al escenario en St.Paul para anunciar que hemos ganado la nominación demócrata”. Aquel mensaje, como en otros momentos estelares, venía personalizado con mi nombre y firmado con un confianzudo “Barack”, sin títulos ni apellidos.
Al margen de lo que suceda de aquí en adelante, independientemente de que consiga derrotar a McCain y llegue a la Casa Blanca, Obama ya ha logrado cambiar para siempre la forma de hacer política. Es verdad que se trata de un hombre sumamente carismático, de un orador excepcional que ha trascendido los límites sociales y políticos que le imponía su color, pero también es cierto que estas cualidades se han visto reforzadas y magnificadas por su forma de hacer campaña. Obama y sus asesores han apostado por la Red, han hecho de este medio de comunicación su campo de batalla; a fuerza de e-mails y de una página electrónica muy bien diseñada, han logrado conseguir, además de una multitud respetable de forofos en todo el mundo, las tres cuartas partes de los 265 millones de dólares que han recabado, en miles de donaciones modestas que no exceden los 200 dólares.
Es cierto que, en los últimos años, Internet se ha convertido en un instrumento importante de las campañas políticas de cualquier país -en España tenemos vistosos ejemplos-, pero la gran aportación de Obama es el papel central que ha tenido este medio en su campaña: su página electrónica funciona como cuartel general; los voluntarios se ponen de acuerdo, comparten ideas y elaboran proyectos dentro de la misma página, es decir, que, el responsable de campaña de un pueblo, por ejemplo de Montana, organiza a su equipo, reparte tareas y sugiere consignas, aplicando la tecnología wiki, sin salir de su habitación, y después, cuando llega el momento, todo ese ejército de nómadas inmóviles (otra vez Attali), que están en todos lados sin moverse de su asiento, salen a ejecutar físicamente lo que han proyectado en su cuartel general virtual.
Esta apuesta radical por el futuro que ha hecho Barack Obama, con sus impresionantes resultados, debe ser un valor que cuente a la hora de ir a las urnas; se trata de una apuesta innovadora que le ha salido bien, pero que tenía sus riesgos en esta época donde todavía mucha gente, sobre todo entre los votantes mayores, desconfía de las transacciones, ya no digamos de las donaciones, por Internet.
“Es imposible imaginar el ascenso de Barack Obama sin los métodos modernos que ha usado para organizar su campaña, particularmente en Internet”, declaró hace unos días Simon Rosenberg, director del New Democratic Network, un prestigioso think tank. Además de su apuesta por el futuro, que se refleja en la cantidad de jóvenes que creen en él, y más allá de su novedosa forma de financiación, que contrasta violentamente con el sistema monolítico de donantes del que se sirve John McCain, Obama ha conseguido hacer de su candidatura un proyecto común, que cada uno de los cientos de miles de voluntarios y donantes siente como suyo. Y a estas alturas de su gesta ya ha dado pruebas sólidas de que es muy capaz de conseguir esa unidad que predica, de que en torno a su verbo irresistible puede articularse el cambio que necesita con urgencia el país más poderoso de la Tierra.
La compra de la camiseta, que es una simple anécdota, tuvo un interesante efecto secundario: desde el momento en que cerré la operación mercantil me convertí, de manera un tanto involuntaria, en donante de la campaña de Barack Obama; un donador estrafalario que vive en España y que no tiene derecho a votar en Estados Unidos, pero que cuenta con un número de tarjeta de crédito y una dirección electrónica, esos dos elementos que, multiplicados por el millón y medio de donantes que tiene en Internet, han sido cruciales para que Obama lograra, finalmente, convertirse en el candidato demócrata.
El término nómada, según razona Jacques Attali en su libro Milenio (1990), “es la palabra clave que define el modo de vida, el estilo cultural y el consumo de los años 2000. Pues entonces todos llevarán consigo toda su identidad: el nomadismo será la forma suprema del orden mercantil”. En este mundo nómada, y eminentemente mercantil, que previó Attali hace 18 años, la dirección terrestre de una casa, el número y la calle tienen ya poca importancia, lo fundamental es estar localizable en la Red, en ese territorio virtual donde ataca sistemáticamente y con tenacidad, desde hace meses, el equipo de Barack Obama.
Todos los días, este equipo tenaz envía a sus donantes un e-mail, o a veces dos o tres, donde se nos informa de cada una de las actividades del candidato, de los puntos relevantes de sus declaraciones, y ello con un enlace a YouTube donde puede verse a Obama pronunciando ese discurso que tuvo lugar hace apenas unas horas. En el correo electrónico también se hace un balance de la campaña hasta ese día y, cuando hace falta, se pide otra donación o apoyo en un área específica, como, por ejemplo, el que se pidió el 24 de enero de este año, cuando arreciaban las sospechas de que detrás de ese político carismático hay un musulmán embozado, del que incluso circulaban fotografías; en aquel e-mail Obama decía: “No soy musulmán; envía este mensaje a todos tus conocidos”.
Así, día tras día, el equipo de Obama ha ido ofreciendo a sus donantes, que somos cientos de miles, su punto de vista sobre la carrera hacia la Casa Blanca. Cierto es que, a veces, tanta insistencia llega a fatigar, hay mañanas en que uno no se levanta con ganas de enterarse al detalle de qué hizo el dichoso Obama en las últimas 12 horas, pero en caso de que la fatiga se convierta en hartazgo, siempre queda la opción de darse de baja como donante.
En la víspera de su noche triunfal, unos minutos antes de su discurso, el candidato envió un mensaje que decía: “Estoy a punto de subir al escenario en St.Paul para anunciar que hemos ganado la nominación demócrata”. Aquel mensaje, como en otros momentos estelares, venía personalizado con mi nombre y firmado con un confianzudo “Barack”, sin títulos ni apellidos.
Al margen de lo que suceda de aquí en adelante, independientemente de que consiga derrotar a McCain y llegue a la Casa Blanca, Obama ya ha logrado cambiar para siempre la forma de hacer política. Es verdad que se trata de un hombre sumamente carismático, de un orador excepcional que ha trascendido los límites sociales y políticos que le imponía su color, pero también es cierto que estas cualidades se han visto reforzadas y magnificadas por su forma de hacer campaña. Obama y sus asesores han apostado por la Red, han hecho de este medio de comunicación su campo de batalla; a fuerza de e-mails y de una página electrónica muy bien diseñada, han logrado conseguir, además de una multitud respetable de forofos en todo el mundo, las tres cuartas partes de los 265 millones de dólares que han recabado, en miles de donaciones modestas que no exceden los 200 dólares.
Es cierto que, en los últimos años, Internet se ha convertido en un instrumento importante de las campañas políticas de cualquier país -en España tenemos vistosos ejemplos-, pero la gran aportación de Obama es el papel central que ha tenido este medio en su campaña: su página electrónica funciona como cuartel general; los voluntarios se ponen de acuerdo, comparten ideas y elaboran proyectos dentro de la misma página, es decir, que, el responsable de campaña de un pueblo, por ejemplo de Montana, organiza a su equipo, reparte tareas y sugiere consignas, aplicando la tecnología wiki, sin salir de su habitación, y después, cuando llega el momento, todo ese ejército de nómadas inmóviles (otra vez Attali), que están en todos lados sin moverse de su asiento, salen a ejecutar físicamente lo que han proyectado en su cuartel general virtual.
Esta apuesta radical por el futuro que ha hecho Barack Obama, con sus impresionantes resultados, debe ser un valor que cuente a la hora de ir a las urnas; se trata de una apuesta innovadora que le ha salido bien, pero que tenía sus riesgos en esta época donde todavía mucha gente, sobre todo entre los votantes mayores, desconfía de las transacciones, ya no digamos de las donaciones, por Internet.
“Es imposible imaginar el ascenso de Barack Obama sin los métodos modernos que ha usado para organizar su campaña, particularmente en Internet”, declaró hace unos días Simon Rosenberg, director del New Democratic Network, un prestigioso think tank. Además de su apuesta por el futuro, que se refleja en la cantidad de jóvenes que creen en él, y más allá de su novedosa forma de financiación, que contrasta violentamente con el sistema monolítico de donantes del que se sirve John McCain, Obama ha conseguido hacer de su candidatura un proyecto común, que cada uno de los cientos de miles de voluntarios y donantes siente como suyo. Y a estas alturas de su gesta ya ha dado pruebas sólidas de que es muy capaz de conseguir esa unidad que predica, de que en torno a su verbo irresistible puede articularse el cambio que necesita con urgencia el país más poderoso de la Tierra.
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