Referéndum sobre el cambio/Amy Kauffman, investigadora del Hudson Institute, Washington DC.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Publicado en LA VANGUARDIA, 23/10/08;
Barack Obama comprendió desde primera hora que la campaña presidencial era un referéndum sobre la política exterior de la Administración Bush, especialmente sobre Iraq. La decisión de convertir las elecciones en un referéndum sobre Iraq pudiera haber funcionado en las primarias demócratas, pero ese referéndum ya no podía ganarse una vez que la ecuación militar en Iraq cambió en primavera. Tanto el refuerzo de tropas como el cambio de táctica militar en Iraq redujo de modo significativo la violencia y, en junio, Al Qaeda era en Iraq una fuerza ampliamente derrotada. La visión de Obama de que la guerra en Iraq era una derrota de EE. UU. ya no casaba con la realidad.
Resultado: como su principal iniciativa política se reveló fallida, se puso en tela de juicio el propio criterio de Obama. John McCain, a su vez, intentó transformar las elecciones de un referéndum sobre la herencia de Bush - que él no podía ganar- en un referéndum sobre Obama y sus políticas. Cuando este se dio un baño de multitudes y atrajo a 200.000 seguidores en la puerta de Brandemburgo en Berlín, los electores estadounidenses se sintieron más incómodos con Obama, que parecía recrearse en su nuevo estatus como celebridad mientras atendía a los no estadounidenses.
Julio y el principio de agosto fueron duros para la campaña de Obama. Su floja reacción inicial a la invasión rusa de Georgia reforzó los interrogantes sobre su capacidad para la presidencia. Su elección de Joseph Biden llamó la atención poco original, como un escabullirse de la no elección de la segunda en liza que había recibido más de 18 millones de votos en las primarias demócratas, Hillary Clinton. Muchas de las imágenes de la convención nacional demócrata eran de Hillary o Bill Clinton y de los contrariados partidarios de Clinton.
Resultado: Obama apenas se benefició de un repunte electoral positivo tras la convención. La campaña de McCain tapó el mensaje de Obama en la semana de la convención demócrata suscitando conjeturas sobre el inminente anuncio de la decisión de McCain relativa a la designación del candidato a vicepresidente/ a. La atención se centró en varios candidatos, sobre todo el senador Joseph Lieberman, candidato demócrata a la vicepresidencia en el 2000, que resultó ser el más elocuente partidario de McCain en la campaña. En vísperas de la convención demócrata, Mc-Cain eligió a Lieberman para lo que habría sido un tándem de “unidad nacional”, pero el alto mando de la campaña le convenció para cambiar al temer una gran rebelión de las fuerzas antiabortistas y antiimpuestos en la convención republicana. La campaña de McCain se afanó por buscar otro candidato de mentalidad independiente susceptible de atraer a las bases provida del Partido Republicano y al creciente número de seguidores contrariados de Clinton, en especial mujeres trabajadoras, vitales para su campaña. Y, el 1 de septiembre, John McCain, que controlaba entonces el debate nacional, designó a la hasta entonces desconocida gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como compañera de candidatura. Palin evidenció a un tiempo madera de estrella y un atractivo de base hogareña. Como ex alcaldesa y ex presidenta de una comisión estatal de energía, recalcó su trayectoria reformista y de persona que afrontó el tema de los intereses de las empresas energéticas en su propio Estado, además de motivada por el liderazgo de su partido. Atractiva madre de cinco hijos, incluyendo uno con síndrome de Down, parecía natural que pudiera atraer al electorado femenino. Su marido, un sindicalista de los que trabajan duro, parecía el antídoto perfecto al republicanismo tipo club de campo. Y dada su distancia de Washington, no cabía considerarla continuación de la herencia de Bush. Mamá estándar, persona no intelectual que habla con inequívoco acento norteño, absolutamente distante de cualquier cosa que recuerde al establishment del tipo Obama/ Biden, Palin parecía la encarnación última del ¡cambio!, el lema de la campaña 2008.
Resultado: como su principal iniciativa política se reveló fallida, se puso en tela de juicio el propio criterio de Obama. John McCain, a su vez, intentó transformar las elecciones de un referéndum sobre la herencia de Bush - que él no podía ganar- en un referéndum sobre Obama y sus políticas. Cuando este se dio un baño de multitudes y atrajo a 200.000 seguidores en la puerta de Brandemburgo en Berlín, los electores estadounidenses se sintieron más incómodos con Obama, que parecía recrearse en su nuevo estatus como celebridad mientras atendía a los no estadounidenses.
Julio y el principio de agosto fueron duros para la campaña de Obama. Su floja reacción inicial a la invasión rusa de Georgia reforzó los interrogantes sobre su capacidad para la presidencia. Su elección de Joseph Biden llamó la atención poco original, como un escabullirse de la no elección de la segunda en liza que había recibido más de 18 millones de votos en las primarias demócratas, Hillary Clinton. Muchas de las imágenes de la convención nacional demócrata eran de Hillary o Bill Clinton y de los contrariados partidarios de Clinton.
Resultado: Obama apenas se benefició de un repunte electoral positivo tras la convención. La campaña de McCain tapó el mensaje de Obama en la semana de la convención demócrata suscitando conjeturas sobre el inminente anuncio de la decisión de McCain relativa a la designación del candidato a vicepresidente/ a. La atención se centró en varios candidatos, sobre todo el senador Joseph Lieberman, candidato demócrata a la vicepresidencia en el 2000, que resultó ser el más elocuente partidario de McCain en la campaña. En vísperas de la convención demócrata, Mc-Cain eligió a Lieberman para lo que habría sido un tándem de “unidad nacional”, pero el alto mando de la campaña le convenció para cambiar al temer una gran rebelión de las fuerzas antiabortistas y antiimpuestos en la convención republicana. La campaña de McCain se afanó por buscar otro candidato de mentalidad independiente susceptible de atraer a las bases provida del Partido Republicano y al creciente número de seguidores contrariados de Clinton, en especial mujeres trabajadoras, vitales para su campaña. Y, el 1 de septiembre, John McCain, que controlaba entonces el debate nacional, designó a la hasta entonces desconocida gobernadora de Alaska, Sarah Palin, como compañera de candidatura. Palin evidenció a un tiempo madera de estrella y un atractivo de base hogareña. Como ex alcaldesa y ex presidenta de una comisión estatal de energía, recalcó su trayectoria reformista y de persona que afrontó el tema de los intereses de las empresas energéticas en su propio Estado, además de motivada por el liderazgo de su partido. Atractiva madre de cinco hijos, incluyendo uno con síndrome de Down, parecía natural que pudiera atraer al electorado femenino. Su marido, un sindicalista de los que trabajan duro, parecía el antídoto perfecto al republicanismo tipo club de campo. Y dada su distancia de Washington, no cabía considerarla continuación de la herencia de Bush. Mamá estándar, persona no intelectual que habla con inequívoco acento norteño, absolutamente distante de cualquier cosa que recuerde al establishment del tipo Obama/ Biden, Palin parecía la encarnación última del ¡cambio!, el lema de la campaña 2008.
Su elección provocó una fiebre mediática nunca vista desde que el entonces vicepresidente George Bush nombró a Dan Quayle compañero de candidatura en 1988. Casi cada aspecto del historial político y la vida familiar de Palin fue pasto de los medios de comunicación. Se suscitaron preguntas sobre su intervención para lograr que se echara del cuerpo a un policía de tráfico que había maltratado a su cuñada. Palin fue obligada a reconocer que, pese a su defensa de los valores familiares, su propia hija Bristol, de 17 años, quedó embarazada fuera del matrimonio por un adolescente que abandonó el instituto antes de finalizar sus estudios. Varios aspectos del historial de Palin, incluida la votación decisiva contra la financiación de proyectos elegidos por el legislador, parecían palidecer una vez expuestos a la lupa de los medios de comunicación.
Sarah Palin saboreó tales ataques y se presentó contoneándose en la convención republicana en St. Paul, que registró de hecho niveles récord de audiencia que empequeñecieron los de Obama de una semana antes.
Gracias al ciclón Palin, la campaña de McCain fue por delante en los sondeos induciendo a muchos a conjeturar que Obama perdía fuelle. Las multitudes al paso de Obama eran ahora un recuerdo del pasado, mientras McCain, junto a su compañera de candidatura, reunía grandes audiencias, sobre todo de mujeres, cosa inimaginable tan sólo unos días antes. Pero en cuanto Palin se sometió a las entrevistas de la prensa nacional, su estrella palideció rápidamente. Incapaz de aportar argumentos sólidos y coherentes en favor de las políticas de Mc-Cain, Palin perdió pronto las posibilidades de atraer a los votantes independientes y a los partidarios de Hillary Clinton que eran, de hecho, las razones principales de su designación (aparte de que sus convicciones religiosas fundamentalistas disuadieron a numerosos votantes de clase media). Sus intervenciones desmañadas y torpes proporcionaron mucho material a los espacios de comedia televisiva y al programa Saturday Night Live,que perdía audiencia y que se recuperó gracias a las imitaciones perfectas que la humorista Tina Fey realiza de Palin.
Palin, en su momento una estrella que parecía capaz de catapultar a McCain a la Casa Blanca, apareció de súbito como la encarnación del cuestionable y temerario criterio de McCain. Este cúmulo de dudas en la mente de los votantes se vieron reforzadas por la reacción de McCain a la crisis financiera. Decidió suspender la campaña y declaró que no participaría en el primer debate en San Luis si el Congreso no aprobaba un plan de rescate de las instituciones financieras. No hace falta añadir que, cuando el Congreso en un principio no aprobó el plan de rescate, McCain tomó parte en el debate en San Luis y volvió a la campaña, pero con un enorme coste en apoyo electoral.
Toda la campaña ha girado en torno al tema del cambio. Evolucionó desde un referéndum sobre Bush - que los republicanos no podían ganar- hacia un referéndum sobre Obama - que los demócratas no podían ganar- y a un referéndum sobre Palin y el nivel de criterio de McCain. Parece que ya es demasiado tarde para que este pueda sacar a flote la campaña.
Sarah Palin saboreó tales ataques y se presentó contoneándose en la convención republicana en St. Paul, que registró de hecho niveles récord de audiencia que empequeñecieron los de Obama de una semana antes.
Gracias al ciclón Palin, la campaña de McCain fue por delante en los sondeos induciendo a muchos a conjeturar que Obama perdía fuelle. Las multitudes al paso de Obama eran ahora un recuerdo del pasado, mientras McCain, junto a su compañera de candidatura, reunía grandes audiencias, sobre todo de mujeres, cosa inimaginable tan sólo unos días antes. Pero en cuanto Palin se sometió a las entrevistas de la prensa nacional, su estrella palideció rápidamente. Incapaz de aportar argumentos sólidos y coherentes en favor de las políticas de Mc-Cain, Palin perdió pronto las posibilidades de atraer a los votantes independientes y a los partidarios de Hillary Clinton que eran, de hecho, las razones principales de su designación (aparte de que sus convicciones religiosas fundamentalistas disuadieron a numerosos votantes de clase media). Sus intervenciones desmañadas y torpes proporcionaron mucho material a los espacios de comedia televisiva y al programa Saturday Night Live,que perdía audiencia y que se recuperó gracias a las imitaciones perfectas que la humorista Tina Fey realiza de Palin.
Palin, en su momento una estrella que parecía capaz de catapultar a McCain a la Casa Blanca, apareció de súbito como la encarnación del cuestionable y temerario criterio de McCain. Este cúmulo de dudas en la mente de los votantes se vieron reforzadas por la reacción de McCain a la crisis financiera. Decidió suspender la campaña y declaró que no participaría en el primer debate en San Luis si el Congreso no aprobaba un plan de rescate de las instituciones financieras. No hace falta añadir que, cuando el Congreso en un principio no aprobó el plan de rescate, McCain tomó parte en el debate en San Luis y volvió a la campaña, pero con un enorme coste en apoyo electoral.
Toda la campaña ha girado en torno al tema del cambio. Evolucionó desde un referéndum sobre Bush - que los republicanos no podían ganar- hacia un referéndum sobre Obama - que los demócratas no podían ganar- y a un referéndum sobre Palin y el nivel de criterio de McCain. Parece que ya es demasiado tarde para que este pueda sacar a flote la campaña.
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