16 dic 2007

Consenso en Bali

EE UU dio un giro radical y, tras toda una noche de negociaciones, esta mañana, a las 14.30 horas de Indondesia, se adoptó la Hoja de Ruta de Bali. Cuando las negociaciones parecían estar al borde la ruptura, EE.UU., tras quedarse sólo, levantó su veto y se aprobó un documento de cuatro folios que contiene la agenda y los principios que deben regir las conversaciones de aquí a 2009, para elaborar un nuevo Protocolo de Kioto que continúe el actual.
EE UU aceptó reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero dentro de un acuerdo de la ONU. Este importante paso adelante, junto a la promesa de los países en desarrollo (incluidos China, India, Brasil e Indonesia) de que limitarán sus emisiones de gases de efecto invernadero de forma voluntaria y bajo supervisión de la ONU, convirtieron en éxito la Cumbre de Bali. A cambio, la Unión Europea aceptó rebajar el acuerdo y renunció a fijar objetivos de reducción de emisiones.
El pacto de Bali define cómo será el tratado que debe sustituir al Protocolo de Kioto cuando
venza su plazo de vigencia en 2013.
El secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, elogió la "flexibilidad" mostrada por la delegación estadounidense, pero recordó que sólo se ha logrado acordar una hoja de ruta para la negociación y que aún queda lo más difícil.
El País y El Tiempo dedican su editorial al Consenso en Bali
El País, 16/12/2007; El Consenso de Bali.
La Cumbre del Clima reunida en Bali durante dos semanas se ha enfrentado a uno de los problemas de más calado para el futuro de la humanidad: cómo combatir, en la medida en que sea todavía posible, y cómo evitar las peores consecuencias del cambio climático.
Quedan ya pocas dudas sobre el proceso de transformación del clima derivado del aumento de gases de efecto invernadero, en particular del dióxido de carbono emitido en la combustión del carbón, petróleo y gas natural. Más específicamente se trataba de preparar la sustitución de los acuerdos de Kioto, que fueron un primer intento de comprometer a los países más contaminantes en la reducción de sus emisiones. El efecto de Kioto ha sido positivo, por lo que ha supuesto de esfuerzo concertado y porque la opinión pública es hoy más consciente de las consecuencias de un estilo de vida derrochador de energía, pero escaso en la práctica por el rechazo de EE UU a aceptar un acuerdo multilateral de esta índole y por el rápido crecimiento económico de los países en vías de desarrollo.
En Bali se ha intentado un consenso entre posiciones encontradas: la europea, de fijar compromisos de reducción muy ambiciosos, de entre el 25% y el 40% para el año 2020 respecto de los niveles de 1990; la negativa de EE UU y algunos otros países desarrollados a aceptar obligaciones cuantificadas; la resistencia de países con fuerte crecimiento económico, como China, India o Brasil a compartir esfuerzos con los que llevan más de un siglo contaminando la atmósfera y siguen haciéndolo hoy; y la necesidad de ayudar a los países más pobres a preservar una vegetación que rinde servicios medioambientales esenciales al conjunto del planeta y a incorporar tecnologías limpias que no dañen su desarrollo.
El resultado ha sido un acuerdo que no satisface los requerimientos de las propuestas más rigurosas, pero que contiene algunos elementos positivos. La necesidad de compensar a los países más pobres por evitar la deforestación, por ejemplo, aunque haya quedado oculta tras la discusión de las cifras de reducción, y la esperanza de un acercamiento de EE UU a una disciplina multilateral que quizá se consolide tras las próximas elecciones presidenciales. Poco para lo que está en juego. Quedan todavía dos años de negociaciones para configurar los acuerdos que han de reemplazar a los de Kioto y cabe esperar que en ese tiempo se concreten los compromisos y las medidas, especialmente en política energética, para que se cumplan.
Reducir emisiones de forma significativa supondrá cambios en nuestros hábitos. Nadie puede pensar que es cosa de otros, sean países, empresas o ciudadanos; afecta a todos. Y queda pendiente un tratamiento equitativo de los países en vías de desarrollo porque, aun con las reducciones mencionadas, un ciudadano de los países más ricos seguirá emitiendo mucho más que uno de los países pobres.

El Tiempo, 17 de Diciembre de 2007 -
El último día en Bali
Un final inesperado genera esperanzas sobre el papel que la cumbre de Indonesia puede desempeñar en la lucha contra el calentamiento global.
Con una espectacular voltereta de último minuto de Estados Unidos, silbidos de condena en un momento y hurras al siguiente, y hasta lágrimas del responsable de la ONU en el tema, terminó, un día más tarde de lo previsto, con un resultado alentador, la cumbre sobre cambio climático, en Bali (Indonesia).
La reunión, conocida como Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, procuraba sentar las bases para discutir un acuerdo global sobre reducción de elementos contaminadores que en el 2009, en una nueva cumbre en Conpenhague, se traduzca en el reemplazo del célebre Protocolo de Kioto, de 1997, contra el calentamiento planetario, que vence en el 2012.
Sin embargo, la cumbre se atascó desde su inicio, el 3 de diciembre, en un tire y afloje entre la Unión Europea y los ambientalistas, de un lado, que querían fijar como meta para las discusiones hacia Conpenhague que las emisiones se reduzcan entre 25 y 40 por ciento al 2020, y Estados Unidos, Canadá y Japón, del otro lado, que no querían números. Además, economías emergentes poderosas como China, Brasil e India y los países del Tercer Mundo se resistían a los compromisos de reducir sus emisiones que les exige el Primer Mundo, arguyendo que necesitan del carbón para su desarrollo.
El final de la reunión fue de infarto. El viernes, al borde del fracaso, y ante la falta de consenso para un documento final, se prolongó un día más. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, vino de Timor-Este, en un intento de último minuto. El sábado, tras maratónicas negociaciones, la delegación de E.U. anunció que no firmaba, y la sala estalló en chiflidos. Minutos después, en un giro inesperado, E.U. cambió. Aplausos y hurras celebraron su decisión de firmar. En los pasillos, había llorado Yvo de Boer, responsable de cambio climático de la ONU, acusado por los chinos de irregularidades de procedimiento.
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Al parecer, se impuso la posición de quien hizo la intervención más notable en esas dos semanas y se está convirtiendo en el hombre más influyente del mundo en este campo: Al Gore, que venía de recibir el Nobel de la Paz, criticó duramente a su país ante los 20.000 delegados de 187 países, el jueves, pero les pidió considerar que, para cuando la negociación entre en su año decisivo, George W. Bush ya no estará en la Casa Blanca y la posición de E.U. puede evolucionar (como de hecho ha ocurrido).
Así, el documento finalmente acordado no fija metas numéricas de reducción de emisiones, pero contiene el compromiso de todos de hacer "recortes profundos en las emisiones globales". Un consenso criticado por algunos ecologistas por su falta de metas específicas, pero que permitió que de la reunión saliera el 'Plan de Acción de Bali', con un calendario de reuniones hasta el 2009, cuando debe firmarse el nuevo tratado.
Las naciones en desarrollo aceptaron que también deben reducir sus emisiones. Recibirán ayuda para enfrentar los efectos del calentamiento global (entre otros, a través de un Fondo de Adaptación), y los países ricos prometen transferirles tecnologías limpias. Habrá compensaciones monetarias a los países pobres que frenen la deforestación, la cual tiene una responsabilidad en la emisión de gases de efecto invernadero casi igual a la de E.U. o a la de todo el transporte mundial.
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El balance de la conferencia es alentador por dos razones. Por una parte, hay que tener claro que en Bali no se negociaba el tratado que debe sustituir al de Kioto, sino que se trataba de una negociación sobre cómo se negociará. En ese sentido, quedan lineamientos lo suficientemente claros como para que, en el 2009, en Copenhague, la humanidad se dote de una herramienta consistente para enfrentar el gran reto del siglo XXI.
Y esta es la otra razón por la cual Bali puede ser un paso significativo. La reunión da una voz de alarma -unánime pese a las diferencias- sobre la gravedad del calentamiento del clima de la Tierra, como consecuencia de la emisión de gases contaminantes que generan el llamado 'efecto invernadero'. El grado de catastrofismo depende un poco de los datos que consulte cada experto y de la angustia personal que le produzcan. Y pesan los intereses de gobiernos e industrias. Pero la ONU ya ha señalado que, en el más benévolo de los casos, en el 2050 la temperatura promedio del mundo será dos grados centígrados más y el impacto en las naciones y capas más pobres puede ser tremendo.
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Los años anteriores han visto un tire y afloje entre los científicos y los políticos y entre buena parte de la comunidad mundial, que demanda acción, y gobiernos que se resisten. Pero las cosas están cambiando. Hasta E.U. ha visto avanzar en los últimos días en el Congreso dos leyes que imponen eficiencia ecológica a los fabricantes de automóviles. El propio George Bush ha dado un viraje y ahora apoya la actividad concertada contra el cambio climático. Gobiernos como el de China -donde cada semana se inaugura una planta de generación de energía con carbón- empiezan a admitir que deben actuar y que el desarrollo no puede ser a cualquier precio. La derrota electoral de los conservadores a manos de los laboristas llevó a Australia, que se había negado a ratificar el Protocolo de Kioto, a anunciar, al inicio de la reunión de Bali, que lo firmará.
No cabía esperar de esta multitudinaria asamblea una revolución ecológica, pero sí un fortalecimiento de la conciencia de que la humanidad se está jugando su futuro en el medio ambiente. Lo cual parece haberse logrado, al punto de que, pese a las grandes diferencias, todas las naciones se pusieron de acuerdo en una hoja de ruta para llegar, en dos años, a medidas concretas para enfrentar un fenómeno cuya gravedad ya no cuestiona casi nadie. Cuando se piensa que la conferencia pudo terminar sin acuerdo, los dos años de duras negociaciones que se vienen hacia Copenhague pueden verse con cierto optimismo.
editorial@eltiempo.com.co

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