Publicado en LA VANGUARDIA, 16/12/2007;
Quienes visitan Asia suelen comparar India con China: China crece a un ritmo del 10 por ciento, un 1 por ciento más que India; China se ha centrado en el hardware, India se ha especializado en software; China posee una dictadura unificada que gobierna sobre una población muy disciplinada, India tiene un gobierno representativo elegido por una barahúnda de electores enérgicos y a menudo violentos y divergentes. Como me dijo un ministro: “Nuestras diferencias con China se reducen a lo siguiente: cuando el Gobierno chino emite una orden, las cosas se ponen inmediatamente en marcha; cuando lo hacemos nosotros, se forman comisiones y empiezan los debates”.
Por lo tanto, ¿qué es India y cómo se mantiene unida? La Constitución del 26 de enero de 1950 explica que India es una “república socialista, laica y democrática”, pero ningún visitante logra ver semejante país. India es hoy el país menos socialista del planeta. Resulta difícil encontrar un indio que no sea capitalista.
Incluso los muy pobres, lo cual incluye a tres de cada cuatro habitantes, intentan emprender actividades comerciales y no depositan confianza alguna en el Estado. ¿”Laica”? La religión impregna la sociedad india hasta un punto desconocido en Europa. Sin embargo, lo de “democrática” es lo que debe entenderse, porque constituye el rasgo más llamativo de la India moderna.
Como corresponde a una sociedad multilingüe, multicultural, diversa en términos étnicos y fracturada en términos políticos, la estructura de la república india es multiforme. Sus 25 estados y 7 territorios de la Unión gozan de autonomía puesto que se rigen por Parlamentos propios, pero, al mismo tiempo, están controlados de modo centralizado por gobernadores federales. A su vez, estos estados y territorios eligen a 233 miembros de la Cámara Alta del Parlamento federal, la Rajya Sabha. Todos los ciudadanos, por su parte, tienen derecho de voto y eligen a 543 de los 545 representantes de la Cámara Baja, la Lok Sabha. Las dos cámaras eligen al presidente del país. A continuación, el presidente nombra primer ministro al jefe del partido mayoritario en la Lok Sabha. Teóricamente, el primer ministro es el jefe ejecutivo del país, pero en la práctica debe negociar con todos los dirigentes de los estados y territorios y con la burocracia que es en gran medida autónoma.
Y eso es sólo el principio: también tiene que conciliar a los poderosos grupos religiosos, étnicos y con intereses especiales, así como intentar apaciguar o reprimir a los disidentes armados, encuadrados en una veintena de movimientos insurgentes o terroristas.
Por si no fuera complejidad suficiente, el país se encuentra embarcado en un decidido esfuerzo por reconstituir uno de sus legados más atractivos e importantes, los concejos llamados Panchayat-i Raj, que gobernaron de modo tradicional 550.000 aldeas indias de modo prácticamente autónomo.
La Constitución india no sólo garantiza que todos los ciudadanos gozan de libertad de expresión, creencia, reunión, desplazamiento, así como la elección de oficio, sino que todos tienen también derecho a una educación libre. Esta garantía no se ha satisfecho. Alrededor de la mitad de la población es hoy analfabeta. Casi tan paralizante para el funcionamiento de la sociedad india es la diversidad lingüística. Los hablantes están divididos entre 96 lenguas importantes, de las cuales 15 son oficiales; incluso una lengua relativamente “menor” como el gujarati tiene más hablantes que la población española. Lo más parecido a un idioma común es el inglés, que es reconocido como clave para el progreso económico y social.
En parte es así porque las compañías europeas y estadounidenses han aprovechado los bajos salarios y la alta tecnología para subcontratar en India buena parte de su contabilidad y otras tareas. Es posible, por ejemplo, que una solicitud telefónica de información realizada en una ciudad estadounidense sea respondida por un operador en Hyderabad. Eso ha convertido el aprendizaje del inglés en el aspecto más popular de la educación india; cualquier ciudad del país tiene al menos una “academia” donde se enseña “inglés para informática”.
A los indios les preocupa que su sistema educativo no satisfaga la demanda. El número de analfabetos asciende a centenares de millares. Se trata de un hecho crucial para la salud de la república india, porque como ha escrito el premio Nobel indio Amartya Sen: “Una población analfabeta no sabe utilizar los derechos democráticos”. Votan pero no saben leer. Sin embargo, el Gobierno indio gasta en educación una cifra muy inferior a la media mundial. A los 65 millones de niños que trabajan en las maquiladoras urbanas no les queda demasiado tiempo ni energía para educarse. Y la situación es mucho peor en el campo, donde más de 35 millones de niños no reciben ningún tipo de educación.
Incluso donde la educación está disponible, la calidad es muy baja. Como ha escrito el conocido crítico social Patwant Singh: “De los 2 millones de graduados que se titulan todos los años, sólo el 5 por ciento satisface unos parámetros internacionales”. A la educación superior se dedica menos de la décima parte de ese presupuesto educativo ya de por sí escaso. Por ello, los más dotados (unos 19.000 en el 2006) abandonan India para estudiar en Europa. La disparidad entre la república democrática que India está decidida a tener y la capacidad de sus ciudadanos para participar en ella quizá sea el desafío más difícil al que se enfrentará el país a lo largo de este siglo.
Por lo tanto, ¿qué es India y cómo se mantiene unida? La Constitución del 26 de enero de 1950 explica que India es una “república socialista, laica y democrática”, pero ningún visitante logra ver semejante país. India es hoy el país menos socialista del planeta. Resulta difícil encontrar un indio que no sea capitalista.
Incluso los muy pobres, lo cual incluye a tres de cada cuatro habitantes, intentan emprender actividades comerciales y no depositan confianza alguna en el Estado. ¿”Laica”? La religión impregna la sociedad india hasta un punto desconocido en Europa. Sin embargo, lo de “democrática” es lo que debe entenderse, porque constituye el rasgo más llamativo de la India moderna.
Como corresponde a una sociedad multilingüe, multicultural, diversa en términos étnicos y fracturada en términos políticos, la estructura de la república india es multiforme. Sus 25 estados y 7 territorios de la Unión gozan de autonomía puesto que se rigen por Parlamentos propios, pero, al mismo tiempo, están controlados de modo centralizado por gobernadores federales. A su vez, estos estados y territorios eligen a 233 miembros de la Cámara Alta del Parlamento federal, la Rajya Sabha. Todos los ciudadanos, por su parte, tienen derecho de voto y eligen a 543 de los 545 representantes de la Cámara Baja, la Lok Sabha. Las dos cámaras eligen al presidente del país. A continuación, el presidente nombra primer ministro al jefe del partido mayoritario en la Lok Sabha. Teóricamente, el primer ministro es el jefe ejecutivo del país, pero en la práctica debe negociar con todos los dirigentes de los estados y territorios y con la burocracia que es en gran medida autónoma.
Y eso es sólo el principio: también tiene que conciliar a los poderosos grupos religiosos, étnicos y con intereses especiales, así como intentar apaciguar o reprimir a los disidentes armados, encuadrados en una veintena de movimientos insurgentes o terroristas.
Por si no fuera complejidad suficiente, el país se encuentra embarcado en un decidido esfuerzo por reconstituir uno de sus legados más atractivos e importantes, los concejos llamados Panchayat-i Raj, que gobernaron de modo tradicional 550.000 aldeas indias de modo prácticamente autónomo.
La Constitución india no sólo garantiza que todos los ciudadanos gozan de libertad de expresión, creencia, reunión, desplazamiento, así como la elección de oficio, sino que todos tienen también derecho a una educación libre. Esta garantía no se ha satisfecho. Alrededor de la mitad de la población es hoy analfabeta. Casi tan paralizante para el funcionamiento de la sociedad india es la diversidad lingüística. Los hablantes están divididos entre 96 lenguas importantes, de las cuales 15 son oficiales; incluso una lengua relativamente “menor” como el gujarati tiene más hablantes que la población española. Lo más parecido a un idioma común es el inglés, que es reconocido como clave para el progreso económico y social.
En parte es así porque las compañías europeas y estadounidenses han aprovechado los bajos salarios y la alta tecnología para subcontratar en India buena parte de su contabilidad y otras tareas. Es posible, por ejemplo, que una solicitud telefónica de información realizada en una ciudad estadounidense sea respondida por un operador en Hyderabad. Eso ha convertido el aprendizaje del inglés en el aspecto más popular de la educación india; cualquier ciudad del país tiene al menos una “academia” donde se enseña “inglés para informática”.
A los indios les preocupa que su sistema educativo no satisfaga la demanda. El número de analfabetos asciende a centenares de millares. Se trata de un hecho crucial para la salud de la república india, porque como ha escrito el premio Nobel indio Amartya Sen: “Una población analfabeta no sabe utilizar los derechos democráticos”. Votan pero no saben leer. Sin embargo, el Gobierno indio gasta en educación una cifra muy inferior a la media mundial. A los 65 millones de niños que trabajan en las maquiladoras urbanas no les queda demasiado tiempo ni energía para educarse. Y la situación es mucho peor en el campo, donde más de 35 millones de niños no reciben ningún tipo de educación.
Incluso donde la educación está disponible, la calidad es muy baja. Como ha escrito el conocido crítico social Patwant Singh: “De los 2 millones de graduados que se titulan todos los años, sólo el 5 por ciento satisface unos parámetros internacionales”. A la educación superior se dedica menos de la décima parte de ese presupuesto educativo ya de por sí escaso. Por ello, los más dotados (unos 19.000 en el 2006) abandonan India para estudiar en Europa. La disparidad entre la república democrática que India está decidida a tener y la capacidad de sus ciudadanos para participar en ella quizá sea el desafío más difícil al que se enfrentará el país a lo largo de este siglo.
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