Niños
migrantes en busca de hogar/EILEEN
TRUAX (*)
Revista
Proceso
# 1975, 6 de septiembre de 2014;
LOS
ÁNGELES.- En el barrio neoyorquino del Bronx hay 500 niños que no tienen a
nadie. Llegaron solos a Estados Unidos desde Honduras, Guatemala, El Salvador…
Cruzaron la frontera sin documentos y fueron arrestados. Los llevaron a un
centro de detención y les iniciaron un juicio de inmigración. Y no pueden
liberarlos pues no tienen un padre, una madre o un familiar aquí que pueda
hacerse cargo de ellos. No tienen hogar a donde ir.
La
llegada de 57 mil niños migrantes no acompañados en lo que va del año fiscal
sacudió el sistema de recepción y reasentamiento de refugiados y de otro tipo
de menores en situación vulnerable por parte de los gobiernos federal y
estatales y de las agencias que atienden a esa población. El presidente
estadunidense Barack Obama se refirió a una “crisis humanitaria”.
Hasta
el pasado julio, según cifras de la Oficina de Refugiados y Reasentamiento del
gobierno federal, 85% de los niños migrantes no acompañados que van siendo
liberados al iniciárseles un juicio de inmigración vive con algún familiar
principalmente en estados con elevada población latina, como Texas, Nueva York,
Florida o California. De los restantes, 10% no cuenta con este apoyo. Es cuando
el sistema de familias de crianza se convierte en el único hogar posible.
Los
hogares de crianza son aquellos en los cuales la familia recibe al menor que
está solo en este país o cuyos familiares no pueden hacerse cargo de él, tanto
en el caso de quienes vienen de otras naciones como de niños estadunidenses que
viven una situación de ruptura familiar.
Sin
ser una adopción en forma, los padres de crianza se convierten en los
representantes legales del menor y están a cargo de su manutención y bienestar.
En los casos de los hogares de crianza asignados por los gobiernos federal o
estatales, la familia recibe un estipendio por cada niño.
En
Estados Unidos la principal agencia de reasentamiento de menores refugiados es
el Departamento de Servicios de Migración y Refugiados de la Conferencia de
Obispos Católicos (USCCB). Esta entidad atiende a niños forzados a dejar sus
países por guerra o persecución y también a menores estadunidenses que escapan
de la violencia familiar, de la pobreza y del hambre.
La
dependencia trabaja junto con el Departamento de Salud y Servicios Humanos del
Departamento de Estado y tiene programas locales en 12 estados. La mayoría de
éstos son administrados por dos agencias: Catholic Charities y el Servicio
Luterano de Inmigración
y
Refugiados.
Hay
varias categorías por las cuales los niños no acompañados son elegibles para ir
a un hogar de crianza. Entre ellas: refugiados o asilados; cubanos o haitianos
que gozan estatus legal especial; sobrevivientes de tráfico humano, incluidos
quienes han padecido explotación laboral o sexual; quienes ingresaron al país
fingiéndose adultos; los casos especiales de jóvenes inmigrantes y los de
ruptura familiar en el hogar de crianza después de que el menor fue admitido.
Emergencia
Juan
Carlos Ruiz se ha convertido en un buscador de familias. Vive en Nueva York y
se impacienta cuando habla de los 500 niños en el Bronx esperando un hogar. Se
desespera por la lentitud del proceso para garantizar que los menores estarán
seguros, aunque sabe que hay trámites indispensables: Antes de entregar a un
niño, las autoridades deben estar seguras de que no será revictimizado.
También
es preciso asegurarse de que el menor, en efecto, no tiene ningún pariente en
Estados Unidos. A veces si los familiares son indocumentados temen presentarse
ante las autoridades a fin de recoger al menor.
“Estamos
viendo cómo le hacemos”, dice Ruiz. “Hasta ahora hemos podido colocar a más de
60 niños, pero hacemos todo, desde la búsqueda de las familias y su evaluación,
hasta el entrenamiento y las pruebas. Y mientras, los niños están en los
albergues públicos, en esos espacios enormes que provee la ciudad; pero ese no
es el lugar correcto”.
La
diócesis de Long Island, con la cual trabaja Ruiz como organizador, es una de
las decenas de entidades que colabora con Catholic Charities. Aunque la
emergencia en este momento se centra en los 57 mil niños migrantes que han
llegado solos a Estados Unidos este año fiscal, en los últimos cinco lustros el
programa de familias de crianza ha recibido a miles de menores del Congo,
Somalia, Eritrea, Sudán, Birmania, Afganistán, Irak, India, Ucrania, Honduras,
El Salvador y México.
Este
servicio se vuelve crucial para los pequeños que salen de las instalaciones de
detención federal sin ser capaces de nombrar a un miembro de su familia o tutor
que pueda recibirlos en Estados Unidos; que enfrentarán juicios de inmigración
prolongados –a veces hasta de cinco años–; no pueden regresar a sus países de
origen de manera expedita; están en un caso de reunificación familiar
prolongado o complicado; o que se encuentran en riesgo por ser potenciales
víctimas de tráfico o tortura.
No
es tarea fácil
Convertirse
en padre de crianza no es fácil. Se necesita un exhaustivo entrenamiento, un
compromiso de largo plazo y disposición para recibir niños de cualquier parte
del mundo. Las familias reclutadas pasan por un proceso de revisión y
entrenamiento para obtener su licencia. Éste puede tardar desde 30 días hasta
seis meses. Las familias deben tener experiencia internacional y se procura que
cuenten con el mismo bagaje étnico o cultural que los niños.
Una
vez que los menores son instalados, las familias son monitoreadas por agencias
especializadas y un consultor las visita cada semana.
“Se
hacen evaluaciones constantes, tanto para la familia como para los niños, sobre
cómo va la incorporación en el hogar, y si llega a existir alguna queja, ésta
se investiga y se monitorea”, explica Kristyn Peck, directora asistente de
Servicios Infantiles del Departamento de Servicios a Migrantes y Refugiados de
USCCB. Estas evaluaciones se hacen con los padres de crianza y los niños por
separado, para que los menores se sientan libres de hablar.
Cada
programa recluta familias y provee un estipendio basado en variables, como el
estatus de inmigración de los niños, el nivel de cuidado que requieren
dependiendo de la edad y de otros factores, o el estado en el cual vivirán. Con
ello se establece un monto, entre los recursos propios del programa y los
federales.
Una
vez que los menores obtienen un estatus migratorio permanente, el contrato se
hace directamente entre la agencia y el estado donde reside la familia, y los
padres de crianza reciben el mismo beneficio que las familias de ciudadanos
estadunidenses, entre ellos un estipendio mensual que puede ir desde los 650 dólares
hasta por encima de los mil dólares mensuales por niño.
Los
niños permanecen en esos hogares hasta los 18 años; después pueden hacerlo
voluntariamente hasta los 23 aún como parte del programa.
“Siempre
estamos abiertos a más familias que se ofrezcan como voluntarias, porque los
niños aumentan”, dice Peck. “No es sólo Centroamérica; están los que vienen de
países como Eritrea o el Congo. Pero las familias deben entender que el proceso
de revisión y evaluación de las familias es complejo; no es algo que se dé
instantáneamente”.
En
el caso de los niños acompañados por hermanos menores de edad, las agencias
buscan instalarlos juntos. “Tenemos grupos de más de cinco hermanos y familias
extraordinarias dispuestas a recibirlos”, explica Peck. “En esos casos, siempre
preferimos que se queden juntos”.
Mil
hogares por estado
El
pasado 14 de julio el gobernador de Iowa, Terry Branstad, anunció que, en caso
de que algunos niños migrantes llegaran a su estado, su gobierno se negaría a
recibirlos. Más tardó el funcionario en hacer este anuncio que la Fundación
Eychaner en preparar su respuesta: En unas horas lanzó una convocatoria para
reunir a mil familias dispuestas a recibir a un menor.
Jessica
Brackett se convirtió en la coordinadora del proyecto 1000 Kids for Iowa. Dado
que el objetivo de Eychaner es dar becas y apoyo educativo a estudiantes de
minorías étnicas en ese estado, el equipo de la fundación asumió la seguridad
de esos niños como parte de su función.
“No
lo pensamos dos veces. Al día siguiente el presidente de la fundación hizo un
posicionamiento asegurando que un Iowa que le cierra las puertas a los niños no
es el Iowa que conocemos”, relata Brackett. “Nuestro estado tiene una historia
de recibir a los refugiados y por eso creamos este programa, para que los niños
sepan que son bienvenidos”.
Independientemente
de los programas que trabajan de la mano del gobierno federal, 1000 Kids for
Iowa actúa en dos líneas: Identificando los hogares individuales donde los
niños pueden establecerse y construyendo una red de apoyo que satisfaga sus
necesidades de alojamiento y reúna a trabajadores sociales, médicos, dentistas.
En un mes el proyecto ha reunido a 500 personas que se han ofrecido voluntarias
y ya tiene 250 hogares dispuestos a recibir a uno o más menores.
Aunque
es pronto para saber si los hogares serán necesarios y cuándo, Brackett asegura
que los voluntarios trabajan en la construcción de este sistema, de manera que
cuando el gobierno libere a algunos de esos menores, se dé cuenta de que sí
existe un sitio para ellos.
“A
los posibles padres les insistimos en que deben estar preparados, que esto no
es una cuestión coyuntural; más allá del proceso de obtener la licencia, es una
responsabilidad de tiempo completo y deben estar al tanto de las necesidades
especiales que tienen estos chicos, sin depender del dinero que pueda dar el
gobierno federal. Nuestro enfoque es gente ayudando a otra gente.”
“Si
eso pasa, si cada estado recibe a mil niños, tendríamos un hogar para cada uno
de los (57 mil) que han llegado al país”, dice esperanzada Brackett.
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