¿Para qué sirve el Ejército de EE.UU.?/Guy Sorman
La retirada de Afganistán provoca inquietud en el mundo. ¿Cómo será el orden internacional sin un policía? Porque parece seguro que el Gobierno de Estados Unidos se retirará definitivamente de los conflictos internacionales a menos que sus intereses directos se vean amenazados. Pero, ¿cuáles serán estos intereses directos? La invasión por parte de Rusia de los estados bálticos o Ucrania, el que China ataque a Taiwán, que Corea del Norte agreda a Corea del Sur, que Irán bombardee a Israel… Estas son otras muchas amenazas inminentes que no sabemos si Estados Unidos verá como una amenaza contra sus intereses.
En Estados Unidos, donde la opinión pública se inclina a favor de la retirada, se relee la historia y se plantean interrogantes sobre las funciones y el coste de este primer ejército del mundo. Su presupuesto es el equivalente a los presupuestos de China, India y Rusia juntos; este Ejército estadounidense está desplegado en 850 bases en 142 países. ¿Por cuánto tiempo más? Los analistas más severos observan que este Ejército tan poderoso tiene en su haber más derrotas que victorias; el balance no es tan glorioso.
La historia militar de Estados Unidos fuera de sus fronteras, comparada con las epopeyas europeas, comienza a principios del siglo XX un poco por casualidad, con la conquista de las posesiones españolas cercanas -Cuba, Puerto Rico y Filipinas-, aprovechando que obstruían la ruta marítima a China. El verdadero punto de partida del aventurerismo global estadounidense se remonta a la Primera Guerra Mundial. Pero los estadounidenses no se involucraron hasta tarde, porque la Armada alemana hundió su flota. La sangre derramada era de los franceses, los belgas y los británicos antes de que el Ejército de Estados Unidos llegara in extremis para hacerse con la victoria final.
Afirmar que Estados Unidos ganó la Primera Guerra Mundial sería excesivo. El mismo escenario se repitió con la Segunda Guerra Mundial, ya que, de nuevo, el Ejército estadounidense intervino tarde, obligado por Japón, que hundió la flota en Pearl Harbor. Sin subestimar el esfuerzo estadounidense, fueron sobre todo los británicos y los rusos quienes resistieron a los nazis, y sin la bomba atómica, la guerra contra Japón estaba lejos de estar ganada. De modo que, en 1945, el Ejército estadounidense se convirtió en el policía del mundo, pero sin haberlo deseado realmente.
Esta función recayó en él porque la ONU, bloqueada por los soviéticos, no desempeñaba el papel que esperaban los estadounidenses. Después de 1945, todas las intervenciones policiales internacionales fueron fracasos militares: el fracaso de la reunificación de Europa, de Corea y de Vietnam. Por supuesto, Irak está mejor sin Sadam Husein que con él, pero el Ejército de Estados Unidos no ha creado un Estado democrático y liberal. En Siria y Libia, donde los estadounidenses intervienen algo, pero no demasiado, reina un caos que anticipa el de Afganistán. Qué extraña presunción encomendar a los militares, cuyo trabajo es otro, la creación ‘ex nihilo’ de sociedades democráticas según el modelo occidental.
En definitiva, todo está fallando, incluso en Latinoamérica, donde persisten dictaduras de tipo comunista en Cuba, Venezuela y Nicaragua. Para suavizar este panorama tan desastroso, recordemos un éxito, solo uno: la liberación de Kuwait. Pero el Ejército estadounidense no fue el único que intervino y el presidente George W. Bush tuvo la sensatez de limitarse a objetivos estrictamente militares.
Hay incluso algo peor que el Ejército: la CIA. Creada durante la Segunda Guerra Mundial para conocer mejor las intenciones del enemigo, esta gigantesca burocracia ha seguido creciendo y acumulando errores. Entre otros ejemplos, la CIA no vio venir el avance del comunismo en África ni en Latinoamérica. No comprendió que la guerra de Vietnam era nacionalista antes que comunista. No vio venir a Jomeini, ni el surgimiento del islamismo, ni el terrorismo.
El desastre en Afganistán es solo una demostración más de la nulidad de la CIA y de su desconocimiento de las culturas extranjeras. Los fracasos políticos y militares de Estados Unidos se basan en un conocimiento deficiente y una interpretación errónea de las situaciones locales. A la Casa Blanca le iría mejor si se suscribiera a la prensa local y a algunos grandes diarios internacionales, en lugar de leer los informes de la CIA; serían una fuente más segura y más barata. Se me objetará que Estados Unidos ganó la Guerra Fría contra la Unión Soviética debido al poder disuasorio y, por lo tanto, pasivo, del Ejército de Estados Unidos. Puede ser, pero es difícil demostrarlo, ya que, por suerte, no hubo combate. Y la URSS no fue vencida: se desmoronó desde dentro.
Por lo tanto, si tuviera alguna influencia en Estados Unidos, recomendaría sustituir a la CIA por una suscripción a ‘The New York Times’ y a ‘The Economist’ y una transferencia masiva de recursos públicos del Ejército a la reparación de unas infraestructuras que se desmoronan y al sistema sanitario medieval de Estados Unidos. Soñemos con un país que, más que lucir musculatura en vano, se convierta en una democracia menos racista, menos dominada por el dinero, más ejemplar, más igualitaria, más fiel a su propia Constitución.
Convendría, desde luego, que Estados Unidos mantuviera una fuerza de respuesta rápida para responder a los desafíos inminentes de China, Rusia, Irán y Corea del Norte. Pero es probable y lamentable que la respuesta a la pregunta de «¿para qué sirve el Ejército de Estados Unidos?» nos llegue rápidamente desde China y Rusia. En cuanto a Europa, ahora está sola y debería sacar las conclusiones sin demorarse demasiado.
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