Defendiendo la verdad y la razón/Jaume Guillamet, catedrático de Periodismo de la Universitat Pompeu Fabra, de Barcelona
Publicado en EL PAÍS (www.elpais.com), 23/02/09;
El debate sobre el futuro de los diarios contiene una preocupación de fondo por el devenir del periodismo. La alternativa digital, sumada a la competencia audiovisual, incide sobre algo más que la pervivencia de los formatos impresos, también sobre los contenidos y la función social de los medios.
Ese debate informal y sostenido tiene su origen más reciente en la aparición de Internet, hace 15 años, pero la radio y la televisión ya lo habían abierto mucho antes. El control inicial de los gobiernos sobre el audiovisual, así como el tiempo necesario para su perfeccionamiento técnico, retrasaron el estallido de la competencia entre los medios hasta la segunda mitad del siglo XX. El periodismo ha sido absorbido por una industria de la comunicación en la que el espectáculo y la sensación son el mayor reclamo para asegurar los niveles de difusión y audiencia exigidos por la publicidad, fuente de financiación común a todos.
La distinta naturaleza de los medios de comunicación ha otorgado posibilidades y límites diferentes a cada uno de ellos. Hija a la vez de la hoja volante y del libro, y constreñida en espacio y tiempo, la prensa diaria ya había rozado sus lindes con el sensacionalismo amarillo de William Randolph Hearst, el cinematográfico ciudadano Kane, en cuyo deshonor Edward Godkin entonó la “vergüenza pública de que los hombres puedan hacer tanto mal con el objeto de vender más periódicos”.
Hijas sucesivas del telégrafo sin hilos de Marconi, de la siembra de mensajes al viento (broadcast) de Lee de Forest y de la electrónica industrial, la radio y la televisión no han conocido otros límites que los que la política haya podido imponerles y los que el comercio no haya logrado traspasar. En su caso, los umbrales de vergüenza aún no han dejado de sorprender.
Preguntarse en qué medida los medios audiovisuales mantienen el trinomio originario información-formación-entretenimiento es una buena manera de ver el marco en que se mueve hoy el periodismo. La acentuada decantación hacia el entretenimiento más espectacular, en demérito de la formación, puede arrastrar en exceso la información hacia formatos y lenguajes impropios, por coloquiales, subjetivos y ambivalentes. La imitación de los modelos gráficos instantáneos de las noticias audiovisuales tiende a producir, además, un empobrecimiento informativo de los diarios, en cuyas páginas también gana espacio el entretenimiento.
De confirmarse esa tendencia, estaríamos ante el riesgo de una disolución del periodismo en la industria de la comunicación, mientras que Internet parecería proclamar su pura y simple obsolescencia. Hija no esperada de la informática y las telecomunicaciones, esa red global, instantánea y omnicomprensiva, de naturaleza aparentemente ilimitada, ha abierto la puerta a un periodismo más participativo y autogestionado por el ciudadano, hasta poner en duda la necesidad originaria del mensajero y mediador. Como si el periodismo agotara su ciclo histórico.
¿Lo está agotando? No se agota, en todo caso, la necesidad del periodismo como selección, elaboración e información de los hechos, de acuerdo con criterios de interés público, como investigación y presentación de los problemas de la sociedad, como análisis y crítica con aportación de opiniones fundamentadas.
La pregunta es si habrá lugar para el periodismo así entendido -y no como una mera repetición de noticias e impactos- en el espacio vacío que pudiera resultar de la acentuación de esas tendencias, entre su disolución en la industria de la comunicación y la procelosa navegación de los lectores por los mares virtuales de Internet.
Otra pregunta es si hay una conciencia clara de estas amenazas, agravadas por una crisis que ha reducido la publicidad que financia todos los medios, que ha cortado el potente despegue de los diarios gratuitos y que afecta también a los de pago. Una tercera pregunta sería si podría sobrevivir el periodismo a una eventual desaparición de los diarios impresos.
El orden inverso de las respuestas no alterará el sentido de la explicación.
Es difícil, aunque no imposible, imaginar un periodismo sin periódicos. Los periódicos son la referencia histórica del periodismo y su cultura profesional, por ser el más antiguo de los medios y el único específico, creados expresamente para la función de informar y crear opinión, ligados en su evolución al progreso de la libertad y de la democracia, víctimas primeras y genuinas de cualquier regresión política. De los periódicos han tomado la radio, la televisión e Internet principios, valores y géneros informativos, así como el nombre mismo de la actividad -periodismo- y las tareas que ejercen sus redactores o periodistas.
No es tan difícil, en cambio, imaginar periódicos sin el periodismo bien entendido al que nos referimos. Hemos sufrido esa extraña situación en España durante gran parte del franquismo y la siguen sufriendo en muchos países. Si sucede por razones políticas, podría suceder también -y, de hecho, comienza- por razones económicas. La tradición periodística anglosajona, que es la más acreditada por su continuidad, coherencia y vinculación originaria con la libertad de prensa, ofrece una conciencia de lo que hay que defender y cómo, frente a esas tendencias de disolución del periodismo, más fuerte y clara que otras tradiciones afectadas por su vinculación originaria al poder y por los accidentes derivados de la historia política. En España, el corte profundo de la Guerra Civil y el franquismo rompió la continuidad de la frágil tradición liberal y ha dejado el periodismo en una situación de escasez de referentes personales y culturales. Con una conciencia más difusa de las amenazas y una situación de debilidad conceptual para la defensa del lugar del periodismo en el futuro de los medios.
Sirva el periodismo norteamericano como referencia, no sólo para explicar las causas de los cambios y amenazas, sino también para construir los argumentos de la defensa. Un periodismo que reconoce la verdad como primera obligación y cuya primera lealtad es con los ciudadanos, de acuerdo con Bill Kovach y Tom Rosenstiel, que expresaron en The Elements of Journalism (2001, actualización y revisión en 2007; en español, Los elementos del periodismo, EL PAÍS, 2003), fruto de un extenso trabajo de investigación y debate profesional. Un periodismo que no desatiende el concepto de objetividad, sino que lo plantea como método en una disciplina esencial de verificación de las noticias.
Hay una razón histórica, si se quiere elemental, para creer en la pervivencia de los periódicos impresos: contrariamente a lo que se pensó en momentos parecidos del pasado, los nuevos medios no han comportado la desaparición de los antiguos, sino su transformación y adaptación. Tampoco afrontan todos los periódicos los mismos riesgos, más acentuados para los que dependen de las grandes campañas de publicidad que para los ligados a contenidos y recursos locales.
Para el futuro de todos los medios, se requiere una sólida conciencia social y profesional sobre el periodismo que hay que defender. De ahí la necesidad de profundizar en la comprensión y la aplicación del concepto recurrente de periodismo de calidad, de convertirlo en referencia común del ejercicio profesional, de la demanda social y del interés del público. El periodismo de calidad, tomado como condición necesaria pero no suficiente. El problema principal está en su financiación, aún más ahora que la publicidad ha caído en picado y que el horizonte inmediato es de crisis y reducciones de plantillas.
El periodismo de calidad es caro, pero es indispensable para la buena salud de una sociedad democrática. Volvamos a Kovach y Rosenstiel: “El periodismo proporciona algo único en una cultura: la información independiente, fiable, precisa y extensa, que los ciudadanos requieren para ser libres”. Evoquemos a Mariano José de Larra, nuestro primer gran periodista, que definió su oficio como un ejercicio genuino de crítica al Gobierno y defensa de la sociedad, que proclamaba como único objetivo del periodismo “contribuir en lo poco que pudiese al bien de mi país”, sin necesidad de “defender más que la verdad y la razón”.
Ese debate informal y sostenido tiene su origen más reciente en la aparición de Internet, hace 15 años, pero la radio y la televisión ya lo habían abierto mucho antes. El control inicial de los gobiernos sobre el audiovisual, así como el tiempo necesario para su perfeccionamiento técnico, retrasaron el estallido de la competencia entre los medios hasta la segunda mitad del siglo XX. El periodismo ha sido absorbido por una industria de la comunicación en la que el espectáculo y la sensación son el mayor reclamo para asegurar los niveles de difusión y audiencia exigidos por la publicidad, fuente de financiación común a todos.
La distinta naturaleza de los medios de comunicación ha otorgado posibilidades y límites diferentes a cada uno de ellos. Hija a la vez de la hoja volante y del libro, y constreñida en espacio y tiempo, la prensa diaria ya había rozado sus lindes con el sensacionalismo amarillo de William Randolph Hearst, el cinematográfico ciudadano Kane, en cuyo deshonor Edward Godkin entonó la “vergüenza pública de que los hombres puedan hacer tanto mal con el objeto de vender más periódicos”.
Hijas sucesivas del telégrafo sin hilos de Marconi, de la siembra de mensajes al viento (broadcast) de Lee de Forest y de la electrónica industrial, la radio y la televisión no han conocido otros límites que los que la política haya podido imponerles y los que el comercio no haya logrado traspasar. En su caso, los umbrales de vergüenza aún no han dejado de sorprender.
Preguntarse en qué medida los medios audiovisuales mantienen el trinomio originario información-formación-entretenimiento es una buena manera de ver el marco en que se mueve hoy el periodismo. La acentuada decantación hacia el entretenimiento más espectacular, en demérito de la formación, puede arrastrar en exceso la información hacia formatos y lenguajes impropios, por coloquiales, subjetivos y ambivalentes. La imitación de los modelos gráficos instantáneos de las noticias audiovisuales tiende a producir, además, un empobrecimiento informativo de los diarios, en cuyas páginas también gana espacio el entretenimiento.
De confirmarse esa tendencia, estaríamos ante el riesgo de una disolución del periodismo en la industria de la comunicación, mientras que Internet parecería proclamar su pura y simple obsolescencia. Hija no esperada de la informática y las telecomunicaciones, esa red global, instantánea y omnicomprensiva, de naturaleza aparentemente ilimitada, ha abierto la puerta a un periodismo más participativo y autogestionado por el ciudadano, hasta poner en duda la necesidad originaria del mensajero y mediador. Como si el periodismo agotara su ciclo histórico.
¿Lo está agotando? No se agota, en todo caso, la necesidad del periodismo como selección, elaboración e información de los hechos, de acuerdo con criterios de interés público, como investigación y presentación de los problemas de la sociedad, como análisis y crítica con aportación de opiniones fundamentadas.
La pregunta es si habrá lugar para el periodismo así entendido -y no como una mera repetición de noticias e impactos- en el espacio vacío que pudiera resultar de la acentuación de esas tendencias, entre su disolución en la industria de la comunicación y la procelosa navegación de los lectores por los mares virtuales de Internet.
Otra pregunta es si hay una conciencia clara de estas amenazas, agravadas por una crisis que ha reducido la publicidad que financia todos los medios, que ha cortado el potente despegue de los diarios gratuitos y que afecta también a los de pago. Una tercera pregunta sería si podría sobrevivir el periodismo a una eventual desaparición de los diarios impresos.
El orden inverso de las respuestas no alterará el sentido de la explicación.
Es difícil, aunque no imposible, imaginar un periodismo sin periódicos. Los periódicos son la referencia histórica del periodismo y su cultura profesional, por ser el más antiguo de los medios y el único específico, creados expresamente para la función de informar y crear opinión, ligados en su evolución al progreso de la libertad y de la democracia, víctimas primeras y genuinas de cualquier regresión política. De los periódicos han tomado la radio, la televisión e Internet principios, valores y géneros informativos, así como el nombre mismo de la actividad -periodismo- y las tareas que ejercen sus redactores o periodistas.
No es tan difícil, en cambio, imaginar periódicos sin el periodismo bien entendido al que nos referimos. Hemos sufrido esa extraña situación en España durante gran parte del franquismo y la siguen sufriendo en muchos países. Si sucede por razones políticas, podría suceder también -y, de hecho, comienza- por razones económicas. La tradición periodística anglosajona, que es la más acreditada por su continuidad, coherencia y vinculación originaria con la libertad de prensa, ofrece una conciencia de lo que hay que defender y cómo, frente a esas tendencias de disolución del periodismo, más fuerte y clara que otras tradiciones afectadas por su vinculación originaria al poder y por los accidentes derivados de la historia política. En España, el corte profundo de la Guerra Civil y el franquismo rompió la continuidad de la frágil tradición liberal y ha dejado el periodismo en una situación de escasez de referentes personales y culturales. Con una conciencia más difusa de las amenazas y una situación de debilidad conceptual para la defensa del lugar del periodismo en el futuro de los medios.
Sirva el periodismo norteamericano como referencia, no sólo para explicar las causas de los cambios y amenazas, sino también para construir los argumentos de la defensa. Un periodismo que reconoce la verdad como primera obligación y cuya primera lealtad es con los ciudadanos, de acuerdo con Bill Kovach y Tom Rosenstiel, que expresaron en The Elements of Journalism (2001, actualización y revisión en 2007; en español, Los elementos del periodismo, EL PAÍS, 2003), fruto de un extenso trabajo de investigación y debate profesional. Un periodismo que no desatiende el concepto de objetividad, sino que lo plantea como método en una disciplina esencial de verificación de las noticias.
Hay una razón histórica, si se quiere elemental, para creer en la pervivencia de los periódicos impresos: contrariamente a lo que se pensó en momentos parecidos del pasado, los nuevos medios no han comportado la desaparición de los antiguos, sino su transformación y adaptación. Tampoco afrontan todos los periódicos los mismos riesgos, más acentuados para los que dependen de las grandes campañas de publicidad que para los ligados a contenidos y recursos locales.
Para el futuro de todos los medios, se requiere una sólida conciencia social y profesional sobre el periodismo que hay que defender. De ahí la necesidad de profundizar en la comprensión y la aplicación del concepto recurrente de periodismo de calidad, de convertirlo en referencia común del ejercicio profesional, de la demanda social y del interés del público. El periodismo de calidad, tomado como condición necesaria pero no suficiente. El problema principal está en su financiación, aún más ahora que la publicidad ha caído en picado y que el horizonte inmediato es de crisis y reducciones de plantillas.
El periodismo de calidad es caro, pero es indispensable para la buena salud de una sociedad democrática. Volvamos a Kovach y Rosenstiel: “El periodismo proporciona algo único en una cultura: la información independiente, fiable, precisa y extensa, que los ciudadanos requieren para ser libres”. Evoquemos a Mariano José de Larra, nuestro primer gran periodista, que definió su oficio como un ejercicio genuino de crítica al Gobierno y defensa de la sociedad, que proclamaba como único objetivo del periodismo “contribuir en lo poco que pudiese al bien de mi país”, sin necesidad de “defender más que la verdad y la razón”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario