Escocia
tiene la palabra/ Carles Casajuana
La
Vanguardia | 13 de septiembre de 2014
Independientemente
de cuál sea el resultado, el referéndum escocés del jueves de la semana próxima
supone un clavo más en el ataúd de uno de los principios básicos del orden
europeo establecido al terminar la Segunda Guerra Mundial, el de la
inviolabilidad de las fronteras. Hasta ahora, todos los cambios de fronteras
desde 1945 han tenido algún tipo de justificación que permitía salvar el
principio, al menos sobre el papel. Pero a partir de ahora será mucho más
difícil.
Hagamos
un repaso rápido. Primero fueron los países que pertenecían a la antigua Unión
Soviética. La desintegración del viejo imperio comunista condujo al nacimiento
de una docena larga de estados, entre ellos Ucrania y los tres bálticos. La
justificación era hasta cierto punto sencilla. Todos ellos eran estados
teóricamente independientes dentro de la Unión Soviética. Sobre el papel, pues,
no había habido ningún cambio de fronteras. Además, tratándose del derrumbe de
un imperio totalitario, ¿quién iba a derramar lágrima alguna? El paso siguiente
fue el del divorcio amistoso entre la República Checa y Eslovaquia, pero se
trataba de un país que sólo existía desde la Primera Guerra Mundial, de modo
que el asunto no era grave. Además, si las dos partes estaban de acuerdo,
¿quién se podía oponer?
Tercer
paso: la desintegración de la antigua Yugoslavia. Aquí la justificación fue que
se trataba de un Estado artificial, vinculado al comunismo, y que la guerra
entre las naciones que la integraban, una guerra que reproducía enfrentamientos
seculares, hacía imposible mantener la convivencia.
Hasta
ahí, el consenso era que los cambios de fronteras eran resultado del
hundimiento del comunismo y que por tanto no afectaban de verdad al principio
de intangibilidad. Cuarto paso: Kosovo. Aquí la justificación fue la opresión
serbia. ¿No se había visto obligada la comunidad internacional a intervenir para
defender a los kosovares de la feroz represión del gobierno de Belgrado
encabezado por Milosevic? ¿Cómo podían seguir formando parte del país?
Siguiente paso: la anexión rusa de Crimea, que no cuenta porque no ha sido
aceptada.
Comparado
con todos estos casos, el de Escocia es mucho más difícil de justificar. Aquí
no estamos hablando de ningún Estado reciente. Hablamos de deshacer una unión
que nació hace trescientos años. La justificación obvia, que Escocia es una
nación y que si se separa habrá sido porque los escoceses lo han querido, no
sirve, porque admitirla implicaría admitir el derecho de todas las naciones que
lo deseen a tener un Estado propio, que es justo lo que el principio de la
intangibilidad de las fronteras niega.
Lógicamente,
si ganase el sí y el resultado fuera la secesión, en seguida se encontraría la
manera de justificarla. Se volvería a hablar de una separación pactada
democráticamente, consentida por ambas partes, y se insistiría en que el Reino
Unido es un Estado plurinacional y que Escocia siempre ha sido una nación.
Ahora bien, a partir de ahí habría que decidir una serie de cosas que pondrían
en duda el orden existente. Para empezar: ¿continuaría Escocia dentro de la
Unión Europea, como un nuevo Estado miembro? En principio, cabe imaginar que
no, como han dicho y repetido todas las autoridades consultadas, porque al
consumarse la secesión Escocia se convertiría en un nuevo Estado y debería
pedir el ingreso. Pero este ingreso ¿sería un ingreso chárter, saltándose la
cola, teniendo en cuenta que Escocia es hoy parte de la Unión y por tanto
cumple todos los requisitos para continuarlo siendo? ¿O no? Y, en caso
negativo, ¿en qué situación quedaría? ¿Fuera del mercado único, también? ¿O
pasaría a ser una especie de miembro pasivo de la Unión, integrado de facto
pero sin representación en Bruselas ni en ninguno de los órganos de decisión?
Más
preguntas: ¿y la OTAN? ¿Dejaría Escocia de ser parte? Otra: ¿podría seguir
utilizando la libra esterlina o debería crear una moneda propia? Más: ¿cómo se
repartiría la deuda entre Escocia y el resto del Reino Unido? ¿Qué pasaría con
los activos comunes, como los museos, las propiedades de las embajadas en el
exterior, etc.?
Durante
los dos años previstos por las negociaciones de separación, el principio de la
intangibilidad de las fronteras sería cuestionado continuamente. Naturalmente,
si el resultado es negativo -y es probable: hay que recordar que en Quebec, en
1995, algunos sondeos daban varios puntos de ventaja al sí y al final venció el
no- muchas de estas preguntas se quedarán sin respuesta. Pero, en sí misma, la
celebración del referéndum es ya una respuesta muy elocuente a la pregunta
clave. En los estados democráticos plurinacionales cada vez será más difícil
oponerse a la secesión de una de las naciones integrantes si sus ciudadanos lo
quieren. Los escoceses tienen la palabra.
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