Los
defensores de los niños/Gordon Brown, former Prime Minister and Chancellor of the Exchequer of the United Kingdom, is United Nations Special Envoy for Global Education.
Project
Syndicate | 23 de octubre de 2014
La
reformadora social británica, Eglantyne Jebb, puntualizó alguna vez que el
único lenguaje internacional que el mundo entiende es el llanto de un niño.
Casi un siglo después de que Jebb fundara Save the Children, el Premio Nobel de
la Paz de 2014 fue concedido a Malala Yousafzai, la activista de diecisiete
años que desde hace tiempo lucha por el derecho de las niñas a la educación, y
al oponente al trabajo infantil, Kailash Satyarthi. De este modo, el Comité del
Premio Nobel recompensó la lucha mundial de los derechos civiles contra el
tráfico de menores, el trabajo infantil, el matrimonio de menores y la
discriminación de niñas.
Ante
los conflictos recientes y en curso en Siria, Irak, Gaza y en Sudán meridional,
que han acabado con muchas vidas jóvenes, el Comité del Premio Nobel actuó con
base en razones de peso para exponer el sufrimiento de niños. Las escuelas, que
tendrían que haber sido como santuarios, se han convertido en objetivos
militares. Miles de niños en Siria e Irak han sido obligados a hacer servicio
militar. A pesar de los esfuerzos de los organismos de socorro de las Naciones
Unidas, la masacre del verano creó un millón más de niños refugiados.
La
vulnerabilidad de los niños quedo totalmente expuesta hace seis meses cuando el
grupo terrorista Boko Haram (cuyo nombre significa “la educación occidental es
un pecado”) secuestró a 276 niñas-estudiantes. Aun si las niñas secuestradas
regresan a sus hogares sanas y salvas, como estipula la tregua entre el grupo
terrorista y el gobierno de Nigeria, sigue habiendo 15 millones de menores de
catorce años en todo el mundo que son obligados a trabajar, a menudo en
ambientes de explotación terribles. Adicionalmente, 10 millones de jovencitas
en edad escolar son obligadas a contraer matrimonio, mientras que a alrededor
de 32 millones de jovencitas se les niega incluso el derecho a la educación
elemental.
Sin
embargo, ahora está en marcha una contra-ofensiva mundial. La Marcha mundial
contra el trabajo infantil de Satyarthi y ha rescatado a miles de niños y niñas,
incluso algunos de ochoaños, trabajando como esclavos trabajadores en
callejones y talleres clandestinos de India. La organización ha inspirado una
campaña mundial para liberar a los niños de la explotación y ofrecerles
educación.
Mientras
tanto, la lucha de Yousafzai –luego de su enérgica respuesta a la bala de un
asesino hace dos años– ha conducido al fin de la discriminación contra las
jovencitas. El impacto de su lucha ha sido extraordinario. Al visitar Pakistán
inmediatamente después del ataque, Vi como jovencitas descontentas empezaban a
acobardarse debido al temor a los talibanes. En otra visita reciente a Pakistán
hace algunas semanas, me dirigí a unas 2.000 jovencitas para hablar sobre
educación. Inspiradas por Yousafzai, su participación fue muy activa,
expresaron sus demandas de tener de los mismos derechos que tienen los
jovencitos.
Cientos
de grupos locales de liberación de niños, algunos en los lugares menos
prometedores, han surgido para luchar por los derechos civiles de los niños.
Entre ellos están, el Foro de desarrollo Freed Kamlari (que lucha contra la
esclavitud de las niñas en Nepal) ; el club de derechos de los niños del Alto
Manya Krobo; y el Movimiento Amarillo, que defiende los derechos de los jóvenes
en Etiopía.
Puede
ser que estos jóvenes activistas todavía no sean tendencia en Twitter o
Facebook, o que ni siquiera sean conocidos todavía en sus propios países, pero
el apoyo a su causa está creciendo rápidamente. Tomemos por ejemplo la campaña
para crear una zona libre de matrimonios infantiles, que comenzó con niñas en
edad escolar en veinte zonas de Bangladesh que se unieron para combatir este
fenómeno. El movimiento ahora opera en Pakistán, India y África. El éxito de
estos grupos, encabezados por la organización Plan International, ha obligado a
los gobiernos a endurecer las leyes contra el matrimonio infantil y, como en la
provincia de Sindh de Pakistán, a reforzar la aplicación y la vigilancia
policiaca.
Yousafzai
y Satyarthi sin duda señalarán a miles de otras personas que como ellos están
protestando contra el matrimonio, el trabajo y el tráfico infantiles. En
efecto, en los últimos dos años, los Youth Courage Awards (Reconocimiento al
valor de la juventud) han premiado a los activistas –ejemplos para la nueva
generación– que han transformado las perspectivas de los niños en sus propios
países. Entre ellos están Ashwini, defensora invidente, de los niños con
discapacidades; Attal, que creó una escuela para niñas en la cocina de su
familia en Afganistán; Shweta, que creció en un burdel del sur de Asia y creó
un grupo de apoyo para niñas víctimas de tráfico y abuso; y Salyne, cuya
organización, Teach for Lebanon, está ayudando a educar a gran parte del medio
millón de refugiados sirios y palestinos que han llegado al país.
Razia,
ganadora del premio Youth Courage, que a los nueve años tenía que coser balones
de futbol cuando debía haber estado en la escuela, inició su trabajo a favor de
los derechos civiles después de que Saytharti la rescató. Sahora encabeza la
campaña por el derecho a la educación en India.
La
campaña contra la explotación y a favor de la educación infantil se ha vuelto
global. La organización World at School está distribuyendo actualmente su
petición más grande hasta la fecha en apoyo del Objetivo de Desarrollo del
Milenio de educación universal.
La
lamentable realidad es que los niños están haciendo más que los adultos para
luchar por sus propios derechos. No obstante, el movimiento de liberación de
los niños que Satyarthi, Yousafzai y otros han ayudado a movilizar crece día
con día, y hay nuevas voces audaces que se alzan contra las injusticias que no
deben extenderse a la siguiente generación.
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