“La sal de la tierra”/JAVIER
BETANCOURT
Revista Proceso No. 2010, 9 de mayo de 2015
Célebres
y siempre aludidas, íconos de denuncia a la explotación e injusticia en el
planeta, las fotografías del brasileño Sebastián Salgado no han llegado aún a
convertirse en lugares comunes. Parecería que estas imágenes en negro y blanco,
de fuerza escultora, con un extraño realismo que raya en la abstracción –como
ocurre con la serie de
los trabajadores de la mina de
oro en Sierra Pelada, hombres hormiga hechos de tierra y dolor–, se resistieran
a perder su sustancia; trivialización y celebridad, el matrimonio impuesto por
la explotación mediática.
La
sal de la tierra (The salt of the earth; Francia-Brasil-Italia, 2014),
documental dirigido por Win Wenders en colaboración con Juliano Salgado, hijo
del artista, se adjudica la misión de situar en el contexto apropiado la obra y
el proceso creativo de este extraordinario fotógrafo. Por medio de una triple
narración, la de los realizadores y la del rostro flotante de Salgado, como en
un cuarto oscuro, comentan la imagen, acompañan proyectos y colecciones.
Brasil, África, la epidemia de cólera y la hambruna en Etiopía, genocidios en
Ruanda, Yugoslavia.
Asombra
la claridad con la que este artista hace del ser humano el eje de la revolución
constante de su obra; sea en lugares y climas extremos, guerras y todo tipo de
atrocidades, la compasión y admiración por el dolor y la dignidad humanas son
constantes que ayudan al que las mira a cruzar la barrera que impone la mirada
de la Gorgona. Un día, Salgado, que empezó su carrera como economista, habría
descubierto que una imagen dice y mueve más que una biblioteca entera de
economía política. La sal de la tierra es el hombre sumergido en el sabor de
este hábitat repartido y dividido por leyes terribles.
La
sal de la tierra capta la fuerza cinética de la fotografía de Salgado, algo que
sólo Herzog, en el contexto de la pinturas rupestres (La cueva de los sueños
olvidados, 2010), había logrado con la cámara y efectos de 3D. Wenders va más
allá; el ritmo del documental, la partitura musical compuesta por Laurent
Petitgand, los comentarios de la cabeza flotante hacen sentir que las fotos son
su cuerpo; una misma savia circula del corazón del fotógrafo a las imágenes.
Después
de La sal de la tierra nadie puede dudar que la fotografía sea una de las
bellas artes, no hay manera de minimizar su alcance. Existe aún una crítica
ociosa que no deja de cuestionar la explotación estética de la miseria y del
dolor humano; si esto fuera cierto habría que descartar gran parte del arte
cristiano, por comenzar en alguna parte.
Sí,
las fotografías de Sebastián Salgado son extraordinariamente bellas. ¿Y qué? Es
justamente el efecto estético, en sentido literal de la palabra, lo que provoca
el choque de emociones, que incluyen el horror, en este arte fotográfico que
trasciende, sin abandonarlo, su papel de foto-periodismo.
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