Revista Semana, | 2015/05/09 22:00
Qué
hacer con la coca
Si
se fumiga, ya se conocen las nefastas consecuencias para la población. Si no se
fumiga, crecerán los cultivos ilícitos. ¿Cómo resolverlo?
Foto: ARCHIVO PARTICULAR
Esta
es la historia de un fracaso, con unos triunfos pírricos. Hace dos años
Colombia fumiga intensamente sus cultivos de coca desde el aire, erradica
manualmente de manera forzada y lleva a cabo programas de desarrollo
alternativo. Aun así, la Oficina de la Política Nacional para el Control de
Drogas de Estados Unidos informó esta semana que los cultivos de coca crecieron
39 % en 2014. Es decir, que el país pasó de tener 84.000 hectáreas a tener
112.000.
El
mayor crecimiento de los cultivos se dio en Nariño, Putumayo, Norte de
Santander y Antioquia. El Ministerio de Defensa ha dicho que los cultivos
crecieron donde no se fumiga, por ejemplo en la frontera con Ecuador, en Nariño
y Putumayo; en territorios étnicos y parques nacionales; o en zonas donde ha habido,
como en el Catatumbo, un acuerdo con las comunidades para la erradicación
voluntaria. Sin embargo, Antioquia, donde sí se fumiga, tuvo un incremento
exponencial de sus cultivos con 95 %.
Estos
datos fueron revelados en medio de la polvareda que desató la propuesta del
ministro de Salud, Alejandro Gaviria, de suspender las fumigaciones con
glifosato, y dejan en evidencia que no se ha encontrado la fórmula para que los
logros parciales que se han obtenido contra estos cultivos se sostengan en el
tiempo.
¿Por
qué crecen?
Los
cultivos crecen porque no son eficaces ni consistentes los sistemas de
erradicación. Adam Isacson, experto en seguridad de Wola, prestigioso centro de
pensamiento de Estados Unidos, desmitificó en un documento reciente la creencia
de que las fumigaciones son realmente efectivas para reducirlos. Muestra con
cifras cómo los cultivos solo empezaron a bajar en 2007, cuando se introdujo la
erradicación manual (ver mapa). Aunque haya sido forzada y con un enfoque
militar “esta tiene la ventaja de arrancar de raíz la mata, y que por lo menos
hay algo de presencia del Estado, así sea solo policial”, dice Isacson. Daniel
Mejía, director del Centro de Estudios sobre Seguridad y Drogas de la
Universidad de los Andes, coincide con Isacson en que la fumigación no es
eficaz, pero tiene dudas sobre la erradicación manual porque no hay
evaluaciones confiables.
Hoy
prácticamente no hay erradicación manual por los costos humanos que esta
implica. En los últimos diez años, 197 personas murieron erradicando, 52 de
ellos civiles; 687 fueron heridos, 244 civiles, y en total han quedado 33
personas amputadas por minas y explosivos. Ahora pocas personas se le miden a
este trabajo. A eso se suma que se recortaron los recursos para el mismo, y que
se está esperando a que empiece el desminado acordado en La Habana para
facilitar este tipo de tareas.
Otra
razón colateral para que se haya incrementado la coca es la caída en los
precios del oro y del petróleo. En los tiempos en que se produjo un dramático
descenso de los cultivos también había una bonanza de minería. La onza de oro
rondaba los 2.000 dólares, y al ser legal muchos se fueron a ella. Pero la
reciente caída del precio repercutió en el repunte de la coca, de manera muy
especial en Antioquia. Algo similar está ocurriendo en los meses recientes en
regiones donde el bajón del petróleo está dejando a las poblaciones sin
ingresos.
Una
última razón para el crecimiento de los cultivos, según el Ministerio de
Defensa, es que hay quienes están animando a los campesinos a sembrar para que
luego se postulen como beneficiarios de programas de sustitución. También
porque la guerrilla querría incrementar sus arcas en los últimos días de la
guerra.
¿Qué
hacer?
Expertos
tanto del gobierno como independientes aseguran que lo único que realmente
funciona contra los cultivos de coca es el desarrollo rural. Isacson destaca
los resultados que obtuvo en sus primeros años el Plan de Consolidación
Integral de La Macarena, en Meta.
Al
comienzo de este siglo, esta subregión de seis municipios era una de las más
sembradas en coca del país. En 2006, el Meta llegó a tener 26.000 hectáreas
según el Simci a pesar de que se estaba erradicando de manera forzada. En 2007
y 2008, cuando se hizo un esfuerzo monumental por llevar instituciones a La
Macarena y se aumentó un 80 % la inversión social y en infraestructura, los
cultivos cayeron radicalmente y se han mantenido hasta ahora en un nivel
cercano a las 3.000 hectáreas, y lo más importante es que crecieron los
cultivos lícitos. Lo que nadie se explica es por qué si esta es una experiencia
de éxito fue abandonada, y no ha podido replicarse en otros lugares del país.
Pedro
Arenas, quien fue alcalde de San José del Guaviare y es experto en temas de
desarrollo alternativo, dice por su experiencia que esto es lo único que
funciona en el largo plazo. Lo mismo cree Jaime Rodríguez, secretario de
Gobierno de Nariño, quien destaca el esfuerzo que han hecho en su región
creando acuerdos con comunidades como Leyva y Rosario. Sin embargo, han fracasado
en lugares como Tumaco y Barbacoas, donde los incentivos que los grupos armados
les dan a los campesinos para mantenerse en la coca son difíciles de superar.
César
Jerez, líder del movimiento campesino del Catatumbo, dice que luego del paro de
2013 el gobierno ha apoyado a 400 familias en un modelo de reparación por la
erradicación, y que la gente ha cumplido un 98 %, según datos del propio
Departamento de Prosperidad Social. Por eso ellos buscan que este programa se
aplique para otras 5.000 hectáreas.
“El
desarrollo integral es costoso” advierte Isacson, y se sabe que necesita
sostenerse en el tiempo y crear verdaderos mercados. Pero es lo único que puede
frenar por lo menos el rebusque de las 65.000 familias desarraigadas que viven
de la coca, que van de un lado a otro, abriendo nuevos cultivos, huyendo de
fumigaciones y erradicación.
Sobre
el glifosato se tomará una decisión esta semana en el Consejo Nacional de
Estupefacientes, y las opiniones están divididas entre quienes quieren
suspenderla por razones de salud y quienes quieren mantenerla por razones de
seguridad. En medio hay una realidad política insoslayable y es que a Estados
Unidos no le ha caído muy bien la idea de acabar de un momento a otro con las
fumigaciones.
¿Cambiará
esto si hay paz?
Los
cultivos ilícitos no son un asunto aislado del conjunto de la política contra
las drogas, tema en el que el gobierno Santos, y en particular su ministro de
Justicia, Yesid Reyes, viene dando virajes. Uno de los 12 puntos que Reyes
tiene como bandera ante la comunidad internacional es el desarrollo alternativo
integral. Esto está en sintonía con lo acordado en La Habana entre el gobierno
y las FARC, pues se privilegian los acuerdos con las comunidades para
sustitución y, como segunda opción, la erradicación manual. En un contexto de
desarme de la guerrilla estos procesos se facilitarían en regiones donde el
control del territorio es de este grupo insurgente, y puede hacer posible el
ingreso de las instituciones. No obstante esta no es la panacea, dado que hay
otros grupos armados que pueden llenar el vacío que dejen las FARC y porque la
implementación de los acuerdos, si es que se firman, durará años, antes de ver
resultados tangibles.
Por
eso expertos como Mejía, y la propia Comisión Asesora para la Política de
Drogas, de la que él hace parte, están convencidos de que Colombia ha errado al
poner todo el énfasis de su lucha contra los cultivadores, antes que contra los
criminales que manejan las rutas y el dinero. Cuando se hizo énfasis en la
interdicción, dice Mejía, se detuvo el 50 % de producción de cocaína y esto
tuvo un mayor impacto en la seguridad. Interdicción para los criminales y
desarrollo rural para los cultivadores sería una buena combinación, y la paz
puede ser una oportunidad para que ambas funcionen, por fin. Aunque no habría
que esperar a que se firme un acuerdo para poner manos a la obra.
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