‘Secretos’
de la crisis griega/William R. Polk, consultor de política internacional, fue asesor de John F. Kennedy.
La
Vanguardia | 20 de julio de 2015
Después
de todas las informaciones de prensa sobre Grecia en las últimas semanas,
¿puede haber algún secreto? Avanzo la idea de que, aunque la prensa dice que
los griegos han cedido a la mayoría de exigencias de los acreedores,
probablemente cobrarán nuevos bríos en el curso de las negociaciones a lo largo
de los próximos días y semanas. Para reflexionar sobre esta posible
perspectiva, definamos primero lo que entiendo por secretos.
Los
secretos son circunstancias actuales nacidas de acontecimientos pasados que
habitualmente sólo son conocidas tras pasado algún tiempo. A veces, sorprenden
a los gobernantes, que se limitan a decir: “No importa cómo nos sumimos un día
en esta crisis: todo lo que podemos hacer ahora es intentar resolverla”. A
juicio de numerosos líderes políticos, el pasado es un libro cerrado, un
secreto en el que ni ellos ni sus votantes quieren inmiscuirse. ¿Qué relación
guarda esto con el problema al que hace frente Grecia? Para averiguarlo,
dirijamos nuestra mirada a unos cuantos secretos de los principales
protagonistas del drama griego.
Considérese,
en primer lugar, la postura de quien lleva las riendas de Grecia, el Gobierno
alemán. Bajo el liderazgo de Merkel, ha adoptado una sencilla postura,
plenamente lógica: “Hay que pagar las deudas”. Sin embargo, la cuestión no es
en absoluto tan simple. Como personas físicas, somos conscientes de que si
hemos tomado dinero en préstamo y, a continuación, lo hemos derrochado,
seguimos debiendo al acreedor el dinero prestado. No obstante, las personas
individuales disponen de una salida. Podemos declararnos en bancarrota para
cancelar la deuda impagable. Nuestros abuelos juzgaban que declararse en
bancarrota era vergonzoso, pero en la actualidad se ha convertido en una
estrategia empresarial. ¿Pero cabe aplicar a los estados lo puesto en práctica
en el caso de personas y empresas?
De
hecho, a lo largo del último siglo, casi todos los acreedores de Grecia
–incluida Alemania– han incumplido el pago de la deuda o han reestructurado la
deuda soberana al menos en una ocasión. Y algunos lo han hecho varias veces.
Como declaró el economista Thomas Piketty al Die Zeit el 10 de julio, “Alemania
es un país que nunca ha reembolsado sus deudas”.
El
milagro económico alemán (Wirtschaftswunder) tuvo lugar no sólo gracias al
trabajo duro de los alemanes o incluso debido a los 15.000 millones de dólares
(en valor actual) que EE.UU. dio a Alemania en el marco del plan Marshall.
Ciertamente, fueron esenciales. Sin embargo, la mayoría de los economistas
sostendrían que reviste similar importancia, al menos, el hecho de que en 1953
a Alemania se le condonó el 50% de su deuda exterior, de modo que pudo
reestructurar su deuda interna. Se halló en condiciones de forjar la nueva
Alemania sin la losa de la deuda anterior. En consecuencia, resulta irónico,
como mínimo, que Alemania adopte ahora una postura tan firme y enérgica sobre
el reembolso de la deuda griega. Como ha dicho Piketty, “no está en condiciones
de dar lecciones a otros países”.
Este
constituye, por ejemplo, un secreto que nadie que nadie hoy día desea recordar.
Y
Alemania no fue una excepción. La mayoría de países alineados actualmente
contra Grecia han lidiado con su deuda mediante el recurso al impago, con la
condonación o bien mediante la devaluación de su moneda.
Devaluar
la moneda fue una técnica habitual a la hora de abordar el problema de la deuda
excesiva, pero la devaluación ya no constituye una opción en el caso de los
países miembros de la zona euro. El dilema de la Unión Europea radica en que si
bien sus países miembros siguieron siendo independientes en el plano político,
los que se unieron a la eurozona perdieron el control de su moneda. Si un
gobierno no podía devaluar su moneda, la otra opción consistía en recortar
gastos. Es lo que han estado exigiendo a Grecia sus acreedores.
Pero
recortar gastos conlleva asimismo la consecuencia de reducir empleos. Ello provoca
que la gente sufra. También, paradójicamente, disminuyen a la vez los ingresos
y aumenta la demanda de subsidios de desempleo. Dado que la mayoría de
gobiernos aplican programas que incluyen medidas propias del Estado de
bienestar, el gasto que recortar de forma más clara y evidente resulta ser el
financiamiento de tales programas. Ciertamente es algo impopular, de modo que
el Gobierno griego se ha resistido a hacerlo.
Grecia
ejerce otra actividad susceptible de ser recortada, el gasto militar. En el 2013,
Grecia dedicaba alrededor del 2,2% de su PIB –unos 10.000 millones de dólares–
al capítulo de defensa. La OTAN le apremió a gastar al menos esta cantidad. Sin
embargo, y desde una óptica realista, Grecia ya no tiene, si en realidad alguna
vez la tuvo, la necesidad de mantener una amplia fuerza militar. Por ello ha
propuesto, como parte del nuevo paquete, incluir al menos un debate sobre la
posibilidad de condonar una parte de la deuda y sobre la aportación de
préstamos destinados a satisfacer las exigencias de los bancos a expensas del
generalato.
Otro
secreto del pasado que vuelve para obsesionar actualmente a los gobernantes es
que Grecia se enredó en unas ingeniosas, pero tal vez ilegales, manipulaciones
contables. Con el grupo bancario de inversión y valores Goldman Sachs a la
cabeza, el Gobierno de Yorgos Papandreu hizo un trueque financiero por valor de
15.000 millones de dólares para ocultar el endeudamiento griego.
Menor
grado de secreto presenta la naturaleza del Gobierno y de la sociedad griegas.
Tradicionalmente, los griegos residentes en el exterior han enviado dinero a
amigos y parientes que se quedaron en Grecia, recurso que ha amortiguado la
tradicional pobreza del país. Sin embargo, en la actualidad el movimiento de
dinero ha seguido la dirección opuesta. Se saca dinero de Grecia para colocarlo
en cuentas bancarias secretas en el extranjero. En términos sencillos, Grecia
se ha convertido en los últimos años en una oligarquía. Los muy ricos eluden la
responsabilidad cívica. Pocos pagan impuestos. Llenan el puerto de El Pireo de
enormes yates y colocan su dinero en el extranjero en lugar de invertir en la
industria griega.
Por
supuesto, tales prácticas son bien conocidas tanto de los acreedores europeos
como de los mismos griegos. Bueno, hay que señalar que se produjo un intento de
mantenerlas en secreto. Como informó Reuters el 3 de julio, los países europeos
(los prestatarios) intentaron impedir que el FMI hiciera público su análisis
sobre la deuda griega. Tal análisis confirmaba aquello por lo que Syriza ha
estado abogando durante meses. Mantener la información en secreto ha
dificultado las negociaciones y ha lanzado un notable sufrimiento sobre las
espaldas de los griegos.
Por
último, está el secreto del propio euro. Es un instrumento de doble filo. Causa
distintos efectos en diferentes economías. En Alemania fue un estímulo: al
unirse al euro, Alemania prácticamente devaluó su moneda y la industria alemana
obtuvo importantes ventajas en las ventas al extranjero. En Grecia, el efecto
fue negativo: al unirse al euro, Grecia subió el coste de sus exportaciones.
Grecia
ha sido y siempre será un país pobre. La razón por la que colonizaron el
Mediterráneo se basa en el hecho de que su suelo rocoso y seco no podía
mantenerles. Todas las antiguas ciudades-Estado griegas enviaron fuera –de
hecho, con frecuencia obligadas por las circunstancias– su excedente de
población. Buena parte del sur de Europa, Egipto, parte de África, América
Latina y América del Norte se convirtieron en suelo patrio de aquellos a
quienes la propia Grecia no podía mantener. Pueden y de hecho ayudarán a
Grecia, cosa que no harán, probablemente, los propios griegos muy ricos. Gran
parte de su esperanza descansa precisamente en sus áridos pero hermosos lugares
de suelo rocoso mediterráneo: los turistas extranjeros pueden constituir el
secreto principal del éxito.
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