El Nuevo Herald, 27 de julio de 2015
Agencia Associated Press
Persiste
la leyenda de ‘El Chapo’ como un capo generoso
Una
comerciante organiza camisetas con imágenes y frases alusivas al fugado
narcotraficante Joaquín "El Chapo" Guzmán el jueves 23 de julio de
2015, en Ciudad de México. | Mario Guzmán EFE
BADIRAGUATO, Sinaloa.
La
gente que vive en la ciudad natal del capo Joaquín “El Chapo” Guzmán ha
escuchado historias acerca de su presunta benevolencia: regalos de medicinas
para los pobres, envíos de agua potable a poblados afectados por tormentas.
Pero
encontrar a alguien que realmente haya recibido o incluso visto un obsequio así
es otra cuestión.
En
Badiraguato, la pequeña ciudad en las montañas que forma parte de la mitología
de Guzmán de haber alcanzado la riqueza a través del crimen luego de nacer
pobre, ninguna de las dos decenas de personas entrevistadas por The Associated
Press pudo mencionar alguna evidencia de su generosidad.
“Es
un mito que han creado, que algún narcotraficante de aquí haya invertido en
Badiraguato”, dijo el alcalde Mario Valenzuela. “Yo no veo un edificio que está
produciendo empleo; yo no veo una obra pública, una cancha, un techumbre, un
drenaje, una escuela, un sistema de agua potable, una casa de salud o un
hospital que ustedes puedan decir que fue construido con dinero del narcotráfico
o con recursos de ellos”.
Si
Guzmán o su cártel hubieran invertido en sus comunidades, señaló, “tendrían
otra cara, tendrían pavimento, drenajes, pero no lo tienen, y no lo tienen
porque es un mito lo que han creado de este apoyo social”.
La
fuga del capo el 11 de julio de una cárcel de alta seguridad cerca de la Ciudad
de México ha vuelto a generar atención sobre Badiraguato, la cabecera de un
municipio que incluye la aldea de La Tuna, donde aún vive la madre de “El
Chapo”.
Los
caminos que llevan a La Tuna siguen siendo de tierra y el mismo Badiraguato
carece de señales de dinero, como los concesionarios de automóviles de lujo,
los mausoleos palaciegos, los conjuntos cerrados de viviendas nuevas de acceso
restringido, o decenas de cambistas callejeros con dólares baratos, y que son
tan obvios y comunes en Culiacán, la capital del estado ubicada a hora y media
de distancia.
Los
grandes proyectos de Badiraguato incluyen un nuevo balcón para el palacio
municipal que da a la tranquila plaza dominada por una iglesia del siglo XIX,
en la que los habitantes buscan guarecerse del duro sol de Sinaloa.
Incrustado
en las pequeñas colinas donde los tramos costeros de campos de maíz y tomate se
unen a las imponentes montañas de la Sierra Madre, Badiraguato sigue sumido en
la pobreza. Valenzuela reconoce que muchos de los habitantes del municipio se
ganan la vida cultivando marihuana o amapola.
A
lo largo de partes de México, en especial en el estado que da nombre al cártel
de Sinaloa encabezado por Guzmán, la noticia de su fuga fue recibida más con
admiración que con miedo para los que lo ven como un héroe popular.
Haya
o no evidencia de sus regalos, para algunos el capo es un Robin Hood de quien
se dice comparte su riqueza con los pobres y tiene cuidado en no afectar a
inocentes cuando efectúa sus letales ajustes de cuentas.
Muchos
de los que viven en áreas dominadas por el cártel más poderoso de México creen
que se trata de un mal menor. Las autoridades podrían acusar al notorio capo de
cientos de asesinatos, pero para Valenzuela, Guzmán “no es violento –es mi
punto de vista–, no enfrenta el gobierno a balazos, no enfrenta al gobierno de
esa manera, por eso es un hombre inteligente en sus negocios”.
Eso
es distinto a la reputación del cártel Jalisco Nueva Generación que opera más
al sur, el que presuntamente derribó un helicóptero militar el pasado primero
de mayo con un misil impulsado por cohete. O Los Zetas, que han azuzado su
notoriedad con lúgubres decapitaciones y cadáveres que cuelgan de las
carreteras. O Guerreros Unidos, el cártel que presuntamente desapareció a 43
estudiantes a fines del año pasado.
Pero
Badiraguato no es inmune a la violencia. El municipio de 30,000 habitantes
suele reportar una tasa de homicidios al menos cinco veces superior a la del
promedio nacional. Y aunque la población de Sinaloa es menor que la de otros 13
estados y el Distrito Federal, constantemente está entre los cinco o seis
estados con más asesinatos.
En
lo que va del año ha habido más homicidios aquí que en Michoacán o Tamaulipas,
dos estados que suelen aparecer en los encabezados por noticias de
enfrentamientos entre cárteles, justicia a manos de las llamadas
“autodefensas”, decapitaciones y tiroteos a plena luz del día.
Pero
también hay una creencia generalizada de que la violencia en Sinaloa está más
dirigida a ciertos blancos, con menos probabilidades de extenderse fuera del
mundo del narcotráfico.
Gabriel,
un ingeniero civil, regresó recientemente a su casa en Culiacán tras pasar año
y medio trabajando en proyectos de caminos en el estado central de Zacatecas,
el cual es controlado por Los Zetas, el cártel más sanguinario de México. Allá,
dijo, hombres armados lo obligaron a detenerse cuando iba en su automóvil y le
exigieron que pagara una cuota por protección o se fuera de allí.
“Ellos
sí son peores. Son indiscriminados, matan a siete para llegar a uno, llegan y
matan a todos”, afirmó. Sin embargo, en Sinaloa “sí había cierto respeto”,
aunque “no sé si todavía”.
De
todas formas, este hombre de poco más de 30 años no proporcionó su apellido por
temor a sufrir represalias.
La
mitología que rodea a Guzmán es la de una versión de Hollywood de un mafioso de
la vieja escuela, un capo implacable pero al mismo tiempo honorable que hizo su
fortuna tras crecer como hijo de un agricultor sin dinero.
Sin
embargo, a pesar de sus raíces humildes, Guzmán no es querido entre las
familias de agricultores pobres a las que el cártel ha obligado a desplazarse.
En los últimos cinco años cientos de familias han huido de su municipio
montañoso de Sinaloa de Leyva, impulsadas ya sea por el miedo o por las
amenazas.
Decenas
de familias salieron del poblado de Ocurahui después de que narcotraficantes,
en especial el cártel de Sinaloa, presionaron a los agricultores locales para
que plantaran amapola con el fin de contrarrestar la caída de los precios de la
marihuana. Los habitantes que no querían sembrar cultivos de narcóticos
enfrentaban secuestros o incluso la muerte. Muchos de ellos pasan muchos apuros
para sobrevivir como refugiados sin vivienda ni empleo en las afueras de las
ciudades sinaloenses de Surutato, Guamúchil y Culiacán.
“Salimos
con lo que alcanzamos a agarrar con las manos y lo que llevamos puesto”, dijo
Mauro Díaz, de 20 años, un habitante de Ocurahui que vive en una de media
decena de casas de bloques de hormigón abandonadas en las afueras de Guamúchil,
la cual ocupó sin permiso.
Díaz
se gana la vida a duras penas como asistente de albañil mientras duerme con su
novia en una habitación vacía que tiene un colchón en el piso y goteras en el
techo. En gran medida ha perdido la esperanza de regresar a las colinas
cubiertas de pinos donde está su pueblo.
“¿Para
qué regresar? ¿Para meterse en problemas, si al poco rato va a ser igual y nos
vuelven a sacar?”, preguntó.
Aun
así, la imagen de Guzmán como un hombre tranquilo y benévolo prevalece en su
estado natal.
“Es
muy bueno, porque ha ayudado a mucha gente”, dijo Lucero Uriarte, una alumna de
secundaria en Badiraguato. “Más que todo a los pobres, porque él sabe lo que
han vivido”.
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