23 dic 2012

Javier Sicilia regresa a México

Veinte meses después, Sicilia ante el espejo/ANNE MARIE MERGIER
Revista Proceso No. 1886, 23 de diciembre de 2012
Desde una comunidad en Francia, organizada bajo los principios de El Arca que concibió Lanza del Vasto, alumno de Gandhi, Javier Sicilia se dispone a regresar a México después de un mes y medio de retiro. Dice que allí, transcurridos más de 20 meses de que secuestraron y asesinaron a su hijo, apenas ha empezado su duelo, pero seguirá “acompañando” al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, insistirá en la Ley de Víctimas y en el Memorial, y, en medio de un dolor indecible que sólo es comprendido por quienes han vivido algo semejante, buscará crear un centro donde se enseñe la no violencia…
SAINT-ANTOINE-L’ABBAYE, Francia.– Es igual a sí mismo: efervescente, complejo, paradójico, con su honestidad y su autenticidad tan carismáticas como lacerantes, con su humanidad a flor de piel, su coraje siempre al acecho, su dolor indecible, su duelo aplazado durante 20 meses y apenas iniciado en su retiro francés.

Es el mismo Javier Sicilia, obsesionado por Dios, el Mal y la fuerza del Amor, el poeta sutil, místico y atormentado cuyo hijo fue secuestrado, torturado y asesinado en forma salvaje junto con seis de sus compañeros la noche del 27 al 28 de marzo de 2011.
Desde esa fecha la barbarie se incrustó en cada uno de sus huesos, de sus músculos, de sus tejidos; penetró hasta lo más hondo de la memoria, de su cuerpo; invadió su mente, su corazón, su alma; pulverizó su vida y lo proyectó en otra dimensión.
“Estaba caminando en Baltimore, penúltima etapa del recorrido por Estados Unidos que la Caravana del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad realizó el pasado mes de agosto, cuando sentí que unos clavos me lastimaban el pie. Me di cuenta de que se había zafado el tacón de una de mis botas. Estas botas me las había regalado mi hijo, y desde su muerte siempre las he llevado puestas.
“Me quedé muy turbado y de repente oí dentro de mí la voz de Juan Francisco que me decía: ‘Ya terminamos, pa’. Lo hicimos bien. Vuélvete. Es tiempo de regresar’.
“Al día siguiente salí para Washington. Cumplí con la agenda y volví a México. Llegué a Saint-Antoine-l’Abbaye el 14 de octubre y aquí me quedaré hasta el 26 de diciembre.”
Javier recuerda la escena de Baltimore mientras recorremos las heladas calles y los callejones medievales de este pequeño pueblo del sureste de Francia, celebrado como uno de los más hermosos del país y que cuenta con un poco más de mil habitantes.
“¿Dónde está la gente?”, interroga el poeta. Sólo vislumbramos una farmacia y una panadería abiertas, pero sin clientes.
“Ni siquiera hay un perro –se lamenta Sicilia–. Es un pueblo fantasma… Una escenografía para película”. Se nota más descorazonado que fascinado por ese vacío surrealista.
El pueblo está dominado por una iglesia gótica, tan descomunal como una catedral, que se erige encima de una colina. Edificado entre los siglos XII y XV, el templo fue un gran centro de peregrinaje en la Edad Media y sigue siendo una etapa importante en el camino a Santiago de Compostela.
La iglesia alberga un tesoro: reliquias de San Antonio que, según la leyenda, fueron traídas de Egipto en el siglo XI por un señor feudal. Son milagrosas: alivian los males del cuerpo y del alma.
Al lado, majestuosa e inmensa para el tamaño del pueblo, se encuentra la abadía en la que se sucedieron monjes benedictinos y antoninos. Los antoninos, sobre todo, que nacieron ahí, se dedicaron a atender a indigentes que padecían ergotismo: micotoxinas del centeno, del trigo o de la cebada que causaban esa enfermedad, conocida como fuego del infierno o fiebre de San Antonio. El ergotismo provocaba alucinaciones y gangrenas. Los pies y manos de los enfermos acababan cayéndose como frutas podridas. Luego llegaba la muerte.
Javier Sicilia cuenta la historia de Saint-Antoine-l’Abbaye con suma gravedad sin dejar de mirar las escalinatas de piedras antiguas que llevan a la iglesia y a las calles vacías. Poco a poco su voz hace surgir una multitud de peregrinos fantasmagóricos, harapientos, mutilados y atormentados por la fiebre de San Antonio.
La abadía está dividida en tres partes. Una es administrada por la iglesia; otra, un museo, y la tercera está ocupada por una de las comunidades del Arca.
Los lazos de Javier Sicilia con el Arca se remontan a los años ochenta, son estrechos y jugaron un papel importante en su reflexión personal sobre la no violencia y en su evolución espiritual.
La primera comunidad fue creada en 1948 por Lanza del Vasto, un discípulo de Gandhi.
Enfatiza Margalida Reus, dinámica catalana responsable de todas las comunidades del Arca: “Fue Gandhi quien le dio a Lanza del Vasto el nombre de Shanditas (Servidor de la Paz). Shanditas siempre recalcó que la espiritualidad, la ética de la no violencia y la acción social o política, tenían que estar totalmente ligadas. Es su principal legado. Nos enseñó que para transformar una situación que genera violencia es preciso poner en marcha un ‘programa constructivo’, es decir, empezar a realizar lo que uno reivindica sin esperar el fin de la lucha”.
Insiste: “Gandhi fue el primer ‘líder’ en pensar la no violencia como apego indefectible a la fuerza de la verdad, no sólo en términos éticos, sino también en términos de estrategia política”. Margalida Reus está a punto de publicar un libro sobre la fuerza del consuelo.
La Comunidad de Saint-Antoine nada tiene que ver con una secta. Cuenta con unos 60 miembros permanentes, solteros y casados con familia, que viven en habitaciones sobrias. Los niños van a la escuela del pueblo. Los adultos se reparten tareas comunitarias, trabajan la tierra, administran la parte del monasterio transformada en albergue, profundizan su espiritualidad, leen mucho y acogen al sinnúmero de visitantes que llegan todos los días al Arca.
Unos se quedan pocos días, otros permanecen más tiempo. Los primeros están involucrados en luchas sociales en toda Francia y encuentran en la comunidad un centro de reflexión, de intercambios de información y a menudo de coordinación de luchas.
Los segundos pasan un año, a veces dos, en El Arca para iniciarse en la no violencia. Tienen entre 25 y 35 años. Vienen de todas partes, Francia por supuesto, y de muy lejos: Letonia, Canadá, Brasil, España, Alemania o México. Los mexicanos son mayoritarios.
Su aprendizaje es sofisticado: implica encuentros con filósofos, sociólogos, historiadores, entre otros, y, sobre todo, un inmenso trabajo de fondo sobre sí mismos, que Margalida Reus describe como “reconstrucción de la persona”.
Las tareas domésticas se reparten por turno, pero pelar las verduras de las comidas diarias les toca a todos juntos cada mañana. La tarea dura una hora y es un momento especial de convivencia.
Mientras observo a Javier Sicilia con su coqueto delantal de algodón floreado cortando col y apio con una agilidad relativa y gran abnegación, me vienen a la mente las imágenes del portavoz del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) interpelando a Felipe Calderón o cuestionando a los entonces candidatos presidenciales Andrés Manuel López Obrador, Enrique Peña Nieto y Josefina Vázquez Mota en Chapultepec, y la del vocero de los sin voces trepado en un estrado improvisado en Ciudad Juárez exigiendo respeto y justicia para las víctimas de la violencia y sus familiares.
La Comunidad del Arca de Saint-Antoine acogió a la hija y al nieto de Javier Sicilia poco tiempo después del asesinato de Juan Francisco. Su trauma era inmenso y se sentían amenazados en su integridad física. Estefanía y Diego necesitaban la quietud de esa abadía y las enseñanzas del Arca para tratar de reaprender a vivir.
“Fue capital para ellos. Pero ahora mi hija debe volver a sus estudios, y a mi nieto le falta mucho que procesar todavía. Es tan chiquito… tiene sólo cinco años y ha pasado por demasiado trastornos”, comenta, púdico, Javier Sicilia.
Javier llevaba un año y medio sin convivir con su familia. Le urgía hacerlo. Le urgía también recobrar su propio aliento.
Dejamos el pueblo, su silencio, sus fantasmas y su lluvia intempestiva. Nos encerramos en la habitación que Javier Sicilia comparte con Isolda, su compañera. La ventana da a la torre de la iglesia. Javier pone leña en la estufa para calentar el cuarto. Un biombo esconde la cama. En la mesa se amontonan libros: Les Anneaux de Saturne, de W.G. Sebald; Hannah Arendt, de Elisabeth Young-Bruhel; Le Concept d’amour chez Agustin, de Hannah Arendt; L’Écriture ou la Vie, de Jorge Semprún, y Ce Lien qui ne Meurt pas, de Lytta Basset. Javier nos sirve café y habla de Albert Camus, su alma gemela.
En la paz de Saint-Antoine-l’Abbaye el poeta sólo aspira a conversar tranquilamente, a pensar en voz alta, fumando cigarro tras cigarro, comiendo galletas con café, sin preocuparse por el tiempo. Pasamos tres días así en pláticas aparentemente sin rumbo, pero en realidad buscando ambos hacer un balance de estos 20 meses.
Al segundo día me atrevo a preguntarle cómo se protegió del personaje en el que muy a pesar suyo se fue convirtiendo, cómo escapó al vértigo de la fama, cómo siguió siendo él mismo en medio de tanta admiración, conflictos, críticas, amenazas, desencuentros con el gobierno y gran parte de la izquierda… Cómo no se mareó cuando tomó la palabra en el Zócalo ante miles de mexicanos.
“Es una pregunta difícil”, contesta. Prende un cigarro. Y confía:
“No me mareé. Eso tiene que ver con mi cristianismo, que está totalmente alejado de la Iglesia como institución, de esa Iglesia que pactó una alianza innatural entre el imperio y el pobre de Nazaret.”
–¿Qué significa eso, Javier, para quien no tiene referencias cristianas.
–Una distancia total y absoluta con el poder. Mi cristianismo es el de la encarnación y la proporción. Al encarnarse en Cristo, Dios se hace proporción, se hace humanidad. Cristo nunca quiso el poder, que es uno de los rostros de la desmesura. Huía cuando se lo proponían. El relato de las tentaciones en el desierto es muy claro; lo es también, además de muchos otros pasajes, la manera en que se escapa cuando el pueblo quiere erigirlo en rey, y su comparecencia ante Herodes y Pilatos. Murió entre dos delincuentes y como delincuente. Hemos perdido el sentido de su encarnación y de su muerte.
–¿Y cuál es ese símbolo?
–La proporción.
–¿Es decir…?
–Nunca perder de vista que somos pequeñez y debilidad, que somos finitud. Fue lo que me permitió preservar mi humanidad a lo largo de los recorridos de las caravanas hacia el norte de México, luego hacia el sur y finalmente por Estados Unidos. Fue lo que me permitió preservarme durante mis encuentros con miles de víctimas y de familiares de víctimas, o durante las pláticas públicas y privadas que sostuve con Calderón y con políticos de toda índole. Nunca perdí mi proporción, mi límite, mi debilidad humana tan estrecha y paradójicamente ligada a mi grandeza. Esa es la esencia humana: debilidad y grandeza inextricablemente enlazadas. ¿No crees?
–Sí lo creo… ¿Luchaste contigo mismo para poder preservarte?
–No. Llevo años trabajando mi vida en ese sentido, que me revelan el Evangelio, Gandhi, el propio Lanza del Vasto y El Arca. Tener poder no me interesa en lo más mínimo. Ese trabajo sobre mí mismo se volvió parte de mi naturaleza. En todos estos meses, periodistas, compañeros o personas que observaban el Movimiento me preguntaban: “¿Qué estás haciendo? ¿Por qué lo haces así? ¿A dónde quieres ir?”. Me era imposible responder en el sentido en que suelen responderse estas cosas: con un plan estratégico y una intención de llegar al poder, cualquiera que éste sea. Les decía entonces: “Vivo, como dice el Evangelio, cada día mi afán, y para vivirlo lo mejor posible oigo cada día a mi corazón”.
–¿Y qué te decía tu corazón?
–Ahorita estás allí. Ahorita te toca esto. Escucha. Consuela. Sé lo más digno y fiel posible a tu condición humana. Dales voz a quienes no tienen voz; permite que se visibilice el dolor y luego retírate. Eso siempre estuvo en mi corazón.
–¿Te retiras?
–No en el sentido de la renuncia. Siempre dije que mi retiro era temporal. Voy a seguir acompañando al Movimiento.
–¿Cómo?
–Aún no lo sé. Hay que seguir escuchando al corazón y dejar que el MPJD construya su propia autonomía. Yo no puedo seguir siendo la figura que lo representa de manera absoluta. Ese papel no es sano para nadie. Por desgracia en México, y por lo general en el mundo occidental, todo gira alrededor de personajes. Esa verticalidad es malsana. Hay que dejar espacios para otros actores. Si todo se fija en una sola persona se desgasta el Movimiento.
–Y se desgasta también la persona…
–Por supuesto. Uno puede convertirse en un personaje, en un rehén del papel que los medios te construyen y de las ilusiones que otros proyectan sobre ti. Yo no quiero violentar lo que soy. No soy un político. No soy un activista puro. Soy un hombre bastante solitario, un hombre de escritorio, de libros y recogimiento, un hombre libre que siempre quiere poseerse a sí mismo. No me interesa ser un personaje público.
–Vamos, Javier… un escritor también es una figura pública.
–Sí, pero de otra manera; un escritor, a menos que quiera ser un personaje sometido a un público, siempre se mantiene fiel a sí mismo, es decir, a su propia libertad. Nadie lo condiciona. Por lo demás, después de la caravana por Estados Unidos quedé exhausto. A veces me siento viejo. Estos últimos 20 meses me pesan como si hubieran pasado sobre mí 10 años. En realidad no había tenido tiempo de vivir mi duelo. Apenas empiezo y sé que estoy en el umbral de un proceso muy largo.
Silencio. Sólo se oyen el crujido del leño en la estufa y la lluvia que golpea la ventana.
–No te puedo imaginar exclusivamente dedicado a tu proceso de duelo…
–Yo tampoco… Pero no puedo ni quiero prescindir de ese proceso. De todos modos seguiré asumiendo mi responsabilidad con el Movimiento. Encontraremos la forma. Aquí en Saint-Antoine, en el centro de esta hermosa comunidad, he ido profundizando mi reflexión sobre el año y medio que acabo de vivir. Medí la vacuidad y el peligro de lo que significa ser una “figura emblemática”, ese tipo de figura pública que no quiero ser… En ellas las personas, no todas, pero sí muchas, proyectan sus ilusiones, lo que ellas piensan que eres y que, desde lo que ellas son, deberías ser: proyectan sus miedos, sus esperanzas, su impotencia, sus sueños…
Largo suspiro.
“Es imposible cargar con todo eso. Acabas defraudando a todo el mundo porque nadie te ve como lo que eres. Y obviamente en un momento u otro terminas por destruir la imagen que los demás se habían hecho de ti. Cuando se dan cuenta de que no vas por donde se imaginaban que ibas hay una enorme frustración.”
–Aludes a tu desencuentro con la izquierda…
–Entre otras cosas. Me fue mal con AMLO y sus partidarios. Al principio representaron un apoyo enorme para el Movimiento. Pero no me oyeron bien cuando grité ¡Estamos hasta la madre! Ni leyeron bien la carta que dirigí al mismo tiempo al crimen organizado y a TODA la clase política del país.
“Allí no culpé sólo a Calderón y a su gobierno. Culpé a la clase política, incluyendo a los partidos y al Estado, que están gangrenados por la corrupción. Para mí la única respuesta a tanta corrupción y simulación fue desde siempre un masivo voto en blanco. Me parecía la única forma de exigir a todos los partidos, incluyendo al PRD y a la coalición de la izquierda, que rompieran sus vínculos con los cárteles y realizaran una profunda y verdadera reforma política donde la ciudadanía tuviera el control de la clase política. Pero esa izquierda estaba obsesionada por AMLO –he allí lo que genera la ilusión sobre un personaje– y buscó llevar al Movimiento a una política partidista. No tengo nada en contra de López Obrador, pero la izquierda no quiere entender que urge emprender una refundación del Estado.”
–Es la primera vez que te veo perder la calma aquí en Saint-Antoine…
Se ríe. Sirve más café.
–Intenté convencer al Movimiento de que nuestra única opción era lanzar un llamado nacional para votar en blanco. Pero el propio Movimiento me acotó. Me dijeron: “Respetamos tu posición, pero no vamos contigo”. No hubo llamado nacional y gran parte del Movimiento votó por AMLO. Pero mi posición de mantener al Movimiento alejado de cualquier declaración a favor de cualquier partido, y mi posición personal de votar en blanco, jamás me lo perdonará esa izquierda que no ha sabido ver más allá de sus propias taras.
–¿Te duele?
–Lo que me duele es la mentalidad corporativista y priista del PRD. Su apoyo al Movimiento era electorero; estaban tratando de condicionar el voto del personaje más visible del Movimiento. Eso nada tiene que ver con la democracia ni con una ciudadanía madura. Es caciquismo puro. Y lo peor de todo es que el resultado de las elecciones ni siquiera los va a poner a reflexionar. Se autocomplacen, como siempre, en su propio infantilismo. De allí tanta incomprensión y tanto juicio sumario sobre mí.
Javier Sicilia prende otro cigarro. Esboza una sonrisa sarcástica y dice:
–Me dolió que no haya ganado AMLO, pero por una sola razón. Necesitamos desencanto. La izquierda necesita desencanto. AMLO en la Presidencia hubiera sido garantía de desencanto. Sólo después de ese desencanto tendremos la oportunidad de construir algo a partir de la ciudadanía, partiendo desde abajo, como dicen los zapatistas.
“Ahora la base electoral dura de AMLO está creando un nuevo partido. Es una lástima ver esa gran reserva moral enceguecida y apostando otra vez por la partidocracia, por ese tipo de estructura corrompida que la realidad agotó… La controversia que se dio en el Movimiento en el momento de las elecciones nos costó caro, no a nivel de fuerza moral, pero sí a nivel de fuerza movilizadora.”
–¿Estabas consciente de todo esto antes de retirarte a Saint-Antoine?
–Lo intuía. Pero con la distancia, apartado de la cotidianidad política, del vértigo que implica estar en la dinámica del proceso que está viviendo el país, todo se fue haciendo más evidente.
–¿Y a nivel personal, Javier, qué te ha revelado sobre ti mismo este mes y medio de retiro?
–Algo muy difícil de expresar. Me atreví a decirme a mí mismo que en medio de tanto dolor, en medio de la desgracia más atroz, llegó una gracia infinita. Yo salí a gritar mi dolor y mi indignación. Y de repente oí el eco de mi propia voz. Desde los rincones más apartados del país llegaron cientos de personas a decirme: “Traigo el mismo dolor que tú, y nadie nunca ha dicho nada por mí. Vengo a abrazarte y a poner mi dolor y mi indignación junto a los tuyos”. Eso es una gracia…
–Es difícil asociar miles de asesinatos con la gracia…
–La muerte de mi hijo y la de todas las víctimas de la violencia son desgracia pura y absoluta; no debieron jamás haber ocurrido; no deben ocurrir nunca. Pero detrás de esa desgracia hay una gracia: la del dolor compartido que de repente se vuelve amor y fuerza. Hay una gran reserva moral en mi país que la guerra al narco, los criminales y el patrimonialismo, esa forma delincuencial del Estado mexicano, buscaron arrebatarnos y corroer. El sistema hizo lo imposible por convertirnos en individuos aislados que aullaban solos y maldecían de noche. De repente alguien gritó, encendió una vela, otros prendieron las suyas y gritaron a su vez … Ya nadie puede amordazarnos.
–¿Cómo enfocabas la violencia que desgarra a México antes del asesinato de tu hijo?
–El mal siempre me persiguió. De pequeño siempre tenía miedo de que le pasara algo a mi familia. Cuando caía la noche me quedaba en la ventana esperando el regreso de mi padre, de mi madre y de mis hermanos. Sólo me aliviaba cuando los veía a todos en casa. Había siempre en mí la sensación de la experiencia del Mal, que se expresaba de muchas maneras en mi experiencia interior. Toda mi obra novelística tiene que ver con el Mal y la Gracia; toda mi crítica política estaba y continúa estando centrada allí.
“Es una intuición, una ‘connaturalidad’, como dicen los filósofos. Hasta que mi vida personal comenzó repentinamente a llenarse de tragedias. Mi hermano y sus dos hijas murieron hace 14 años en un accidente de coche. Su muerte y la de mis sobrinas nos desgarraron a mí, a mis hijos y a su mamá. Casi todos mis cuñados murieron jóvenes en forma trágica… Mi vida está llena de muertes prematuras e injustas. Esa convivencia con la muerte agudizó mi percepción del Mal que causa estragos en mi país. Cuando murió mi hermana aniquilada por una cirrosis, un año antes de que asesinaran a mi hijo, pensé que ya no podía vivir algo peor. Pero no fue así. Hubo algo peor.”
Cae el silencio. Cae la noche. Cae la lluvia. Tenemos frío a pesar de la estufa que ronronea en la penumbra.
–Con la atrocidad del asesinato de tu hijo te encontraste cara a cara con el Mal…
–Eso fue: estar cara a cara con el Mal radical.
Nuevo silencio.
–Cuando murió mi padre me recargué mucho en la oración. Cuando murieron mi hermano y mis sobrinas, la oración dejó de consolarme. Me salvó la poesía. Me recargué en César Vallejo, Paul Celan, Miguel Hernández, Sabines. La poesía es también una forma de la oración. Ahora con la muerte de mi hijo la poesía dejó de traerme consuelo. La palabra, y su más alta expresión, la poesía, no alcanza para decir lo inefable del Mal y del sentido que el Mal oculta. Aquí en El Arca siento nudos por todo el cuerpo… Hay zonas de mi cuerpo en las que estoy anudado en mi dolor y en todo el dolor que recogí en el país. Viví en la muerte de mi hijo y de sus amigos cosas espantosas. He oído otras, cientos, iguales y peores… Las víctimas se abrieron conmigo de manera total y absoluta porque ellas, como yo, sabemos que sólo una víctima puede comprender a otra víctima.
Otro silencio.
–Ahora el consuelo me viene de la música, un consuelo doloroso, porque abre y afloja los nudos. Aquí en El Arca cantan en forma muy bella; es una de sus varias y hermosas tradiciones. Cuando los escucho cantar durante los oficios de la oración me viene al alma, a la carne, la soledad de mi hijo en el momento de su muerte, el horror de su soledad y de su miedo, el horror de la soledad de sus amigos… cuando… (Javier se quiebra en llanto)… ¡puta!… cuando escucho estas voces que cantan tan bonito y se me viene a la carne la soledad de mi hijo, me quiebro con ese dolor que sólo puede venir del consuelo, y le digo entonces en mi corazón a mi hijo, y a través de él a todos los que han tenido que sufrir a manos de la imbecilidad humana: “Espero que este consuelo, esta presencia amorosa de Dios que me revela la música, haya estado contigo en el momento de tu muerte. Eso, hijo, me aliviaría un poco”. La música me da una dura paz. No hay otra frente al sufrimiento. En la muerte de mi hijo veo cada muerte, la soledad y el terror de cada una de las víctimas, y en la música siento la paz que he deseado para ellas ante la dolorosa imposibilidad de haber evitado esos sufrimientos. Eso es injusto… No lo podemos permitir más.
Nos quedamos callados. Luego Javier retoma la palabra.
–La gente me dice: “Usted sentó al presidente en Chapultepec”. Yo entonces les respondo: “No fui yo ni fueron las víctimas. Calderón fue a Chapultepec porque le tuvo miedo a una nación unida e indignada”. Cuando un gobierno le teme a sus ciudadanos, estamos en la democracia; cuando es al revés, estamos en el autoritarismo. Pero no se pudo continuar ese proceso, porque una gran parte de esa indignación decidió que unas elecciones ignominiosas y corrompidas desde hace mucho iban a arreglarlo todo.
Al día siguiente la lluvia y el frío nos impiden caminar por el pueblo fantasma. Gastamos bromas sobre el clima para calentarnos. Sigo sin entender qué tipo de lazos quiere mantener Javier Sicilia con el MPJD. Le vuelvo a tocar el tema.
El poeta insiste en que aún no puede contestar, pero le queda muy claro que no soltará sus dos prioridades: la Ley de Víctimas y el trabajo sobre el Memorial a las Víctimas.
“Ese Memorial a las Víctimas que Calderón manda hacer junto al Campo Marte es un insulto, una burla infame. En nuestras pláticas con él exigimos un proceso de memoria digno de ese nombre, un proceso que nos permita identificar a las víctimas, juntar sus nombres, sus historias, su número… ¡Ni siquiera sabemos cuántas víctimas realmente hay! ¡Y día tras día hay más! Urge registrar todas estas vidas sacrificadas para impedir que desaparezcan para siempre de la memoria del país. Es con eso que debemos empezar y después construir el Memorial. Ese Memorial debe ser un lugar donde queden expuestas todas estas vidas salvadas del olvido. Eso nada tiene que ver con ese vil monumento construido a toda velocidad, como un acto administrativo más, al lado del campo dedicado al dios romano de la guerra…”
Javier Sicilia busca sus cigarros. Atiende una llamada telefónica. Da vuelta por la habitación como león enjaulado.
“Desde Saint-Antoine-l’Abbaye veo con una claridad deslumbrante la situación terrible de México: un país adolorido que se niega a asumir el horror; un gobierno que se negó durante seis años a asumir la responsabilidad del Estado; otro gobierno que, a pesar de sus buenas intenciones, no se perfila mejor que el anterior; un país que se niega, con hermosas excepciones, a contar a sus muertos, a recabar sus historias y a buscar una ruta hacia la paz. Mientras más lo pienso, más entiendo que tenemos un largo trabajo que hacer con nuestra propia alma y con el alma colectiva de la nación.”
–¿Por dónde empezar ?
–Todos debemos pensar en ese por dónde. Paralelamente a la defensa de las víctimas tenemos también que empezar a reflexionar sobre los verdugos. ¿Qué vamos a hacer con todos estos muchachos convertidos en sicarios desde su adolescencia? ¿Cómo los vamos a recuperar? ¿Cómo los vamos a perdonar? ¿Cómo vamos a perdonarnos a nosotros mismos? Toqué el tema con Calderón cuando le dije que aun las víctimas culpables eran víctimas. Tenemos que saber cuál es la historia de estos jóvenes sicarios para saber en qué fallamos como nación, como sociedad, en qué fallaron los gobiernos para producir tantos delincuentes.
–¿Cómo te sientes cuando piensas en los verdugos de tu hijo?
–Para no odiarlos los imagino cuando niños. Pienso que fueron buenos y juguetones como mi hijo y mi nieto. Y me pregunto qué grado de violencia familiar y social tuvieron que sufrir para convertirse en esos monstruos. Nadie nace criminal. La deuda social con ellos es enorme, pero eso el puritano de Calderón nunca lo quiso reconocer. Y dudo que la perciba Peña Nieto.
–¿No pensaste en hablar con los verdugos de tu hijo?
–Sí. Lo pensé. Pero renuncié cuando me enteré de lo que algunos de ellos habían filmado con sus celulares…
–¿Torturas… ejecuciones…?
–Sí. Hay en ellos una expresión tan brutal del Mal radical que entendí que si ellos no me pedían un encuentro, de nada serviría ir a verlos…
Tomamos café en silencio.
El poeta confía en que por un tiempo no volverá a vivir en Cuernavaca. Sólo irá de vez en cuando. Se instalará en San Luis Potosí para trabajar en el Colegio de San Luis. Ya tiene el tema de su investigación: poesía y silencio. Quisiera volver a publicar la revista Ixtus en la Web mientras consigue fondos para una edición impresa.
“No hay dinero, no hay apoyo, no hay patrocinio. Pero Conspiratio, de nuevo bajo el nombre de Ixtus, tiene que volver a existir. Lo que se decía en Conspiratio y en la antigua Ixtus no se decía en otro lado. Es una revista marginal, para pocos. Me siento como el Sísifo de Albert Camus. Ixtus, como la justicia para las víctimas y la paz, es mi roca. Se cae. La vuelvo a subir a la montaña. Se vuelve a caer. La vuelvo a subir.”
Javier Sicilia sueña también con crear un centro para enseñar la no violencia en México.
“No sería una comunidad como El Arca. Intenté crear una hace décadas y fracasé. Imagino un lugar austero de estudio de la no violencia con un pequeño huerto y una panadería, asociado al Arca. Veremos. Se confunde la no violencia con el pacifismo. Son cosas muy distintas. El pacifismo rehúye el conflicto. La no violencia, que no es una táctica, como algunos creen, es, en cambio, un trabajo sobre uno mismo a partir del corazón y de la conciencia. La no violencia no implica huir del conflicto, sino asumirlo para buscar la verdad que lo trasciende. Eso sólo puede hacerse si hay un corazón dispuesto a encontrar una razón y no a imponer un criterio.”
–¿Y qué más ?
Sonrisa del poeta.
–Seguir de pie y amando, a pesar del dolor; sólo el amor nos hace solidarios y verdaderamente libres.

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