Misiles en el Caribe/Carlos A. Pérez Ricart
EN REFORMA, 04 septiembre 2025
La cámara sigue una lancha que corta el agua.
Es rápida, frágil, apenas una silueta blanca en medio del mar negro. El motor ruge, deja una estela de espuma.
De pronto, un fogonazo.
El misil impacta de lleno. La lancha se parte. Una llamarada la cubre. Fragmentos vuelan en todas direcciones. El mar se enciende con fuego y humo. Gritos que no se oyen. Cuerpos reducidos a sombras que desaparecen en el agua. Todo ocurre en trece segundos.
La lancha deja de existir. Quedan solo silencio y mar. Siempre queda el mar.
Fue una operación letal: once personas aniquiladas. No ocurrió en el Cuerno de África ni en las montañas de Afganistán. No fue una de tantas acciones antiterroristas que durante dos décadas vimos en Yemen, Somalia o Pakistán, donde los drones estadounidenses eliminaban -un día sí y otro también- a presuntos enemigos a miles de kilómetros de Washington.
Esta vez fue distinto: ocurrió en el Caribe, a escasa distancia de nuestras costas.
El ataque inaugura un precedente inquietante. La lógica del contraterrorismo ha sido trasplantada al terreno del narcotráfico latinoamericano. Se desdibuja la frontera entre la política de seguridad y la política de guerra.
La lógica ha cambiado. No se trata de incautar cargamentos ni de llevar a los sospechosos ante un tribunal. Se trata de destruir embarcaciones con misiles, de eliminar personas sin juicio, sin identidad comprobada, sin siquiera el gesto mínimo del debido proceso. Es el delirio de confundir criminalidad con terrorismo, mercado ilícito con amenaza existencial. El delirio de Donald Trump y el imperio desbordado.
El problema no es únicamente jurídico, aunque también lo es. El ataque constituye una violación flagrante del derecho internacional, una ejecución extrajudicial en aguas internacionales. Es también un problema ético y estratégico. Lo primero, porque once personas fueron reducidas a cenizas sin nombre. Lo segundo, porque nunca en la historia una ruta criminal ha sido desarticulada por un misil, ni algún mercado ilícito ha desaparecido por un ataque aéreo. Es un disparate: las rutas de la cocaína son elásticas y resilientes; se cierran en un corredor y reaparecen en otro. "Es el viejo 'balloon effect': se aprieta en un lado, se infla en otro". Los libros especializados están llenos de ejemplos. Y los mares, de muertos.
Nada de esto exime a Nicolás Maduro, por supuesto. Su régimen es corrupto hasta la médula y, ojalá pronto, él mismo sea juzgado en una corte en Venezuela o en un tribunal internacional. Pero la podredumbre de su gobierno no puede ser utilizada como pretexto para legitimar una agresión de esta naturaleza. Baste hacer cuentas: en 2020, Estados Unidos estimaba que entre 200 y 250 toneladas de cocaína pasaban por Venezuela cada año -apenas un 10 a 13 por ciento de la oferta mundial- mientras que por Guatemala circularon más de 1,400 toneladas. ¿De qué sirve entonces el fuego aéreo contra una lancha? La espectacularidad de la violencia no reduce la oferta ni el consumo: apenas genera titulares, satisface la política interna y normaliza la excepción.
México no puede permanecer en silencio. Entre tantos abrazos y saludos a Marco Rubio, la Cancillería se olvidó de hablar. Sería un error creer que lo ocurrido frente a las costas venezolanas no es una advertencia. El discurso está escrito, la etiqueta lista, la instrucción en una hoja membretada en la Oficina Oval. El ensayo ya se ejecutó. ¿Qué impide que mañana un dron ataque una lancha en el Pacífico mexicano con el mismo argumento?
Hoy son venezolanos. Mañana podrían ser mexicanos o migrantes confundidos en una lancha improvisada. La lógica del "narcoterrorismo" no distingue matices: todo sospechoso se vuelve blanco legítimo, toda embarcación objetivo militar, todo mexicano un combatiente en una guerra nunca declarada.
Lo ocurrido en el Caribe esconde algo profundo. Durante dos décadas, la guerra contra el terror se libró en desiertos lejanos y mares remotos. Era "otra guerra", en "otros continentes". Hoy esas lógicas han cruzado el Atlántico. África está en nuestras costas, Medio Oriente en nuestro vecindario.
Con el fogonazo sobre esa lancha comienza una nueva era. América Latina se vuelve escenario de la misma guerra infinita que devastó al mundo tras el 11 de septiembre.
Siempre quedará el mar.
Testigo mudo de la barbarie.
@perezricart

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