16 oct 2025

Mazatlán: la ciudad impune y secuestrada / Felipe Guerrero Bojórquez

Mazatlán: la ciudad impune y secuestrada /  Felipe Guerrero Bojórquez

CHISPAZO.

Para hablar bien de Mazatlán primero habría que extirpar sus males, como se arranca un tumor del cuerpo antes de que el cáncer se vuelva metástasis. Porque si seguimos mirando hacia otro lado, pronto veremos publicado su epitafio:


Aquí yace aquella ciudad maravillosa que fue detestada por el mundo, porque sus habitantes no supieron defenderla del mal. 

Mazatlán, puerto de maravillas naturales y de pasado  luminoso,  ha perdido el resplandor y la familiaridad que lo hacía único. La brisa ya no huele a mar sino a impunidad; las olas, de las que presumimos,  hoy chocan contra un malecón de silencios cómplices y, donde al mismo tiempo, madres con hijos e hijas desaparecidos se manifiestan contra la insensibilidad del régimen. 

La especulación inmobiliaria, los corporativos del exceso y los antros del terror sustituyeron al Mazatlán del trabajo honesto, del empresario que construía desarrollo planificado, que generaba empleo decente y diversión sana.  Las discotecas de la juventud recta fueron convertidas en guaridas con servicios extras en los baños. A diferencia de los tiempos del respeto al horario y al medio ambiente,  ahí suenan las bocinas de madrugada para ahogar los gritos de los que desaparecen.  El esparcimiento para locales y turistas se convirtió en un espectáculo donde el aplauso se mezcla con el miedo. A Mazatlán también lo tienen secuestrado. 

Pero lo más siniestro no es solo el delito, sino su protección oficial. Porque los dueños de muchos de esos negocios no están escondidos: forman parte del régimen. Uno de ellos, Ricardo Velarde, despacha como Secretario de Economía del gobierno estatal. Ironías del infierno, porque el funcionario que debería gestionar y atraer inversiones seguras, invierte en el peligro y, en consecuencia, al mismo tiempo, promueve que Mazatlán sea boletinado como destino inseguro.

¿Y la Fiscalía General del Estado? ¿Y la Fiscalía General de la República? ¿Y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos?

Nada. Silencio. Omisión disfrazada de protocolo demagógico. Mazatlán es una de las ciudades del país con más levantones y desapariciones, y sin embargo, la burocracia "humanista" se toma selfies de fin de semana. Vienen a rendir "informes" de lo que la gente no ve ni siente y le dan vuelta al tema de la violencia, los desaparecidos, los desplazados y el muladar en que están convertidas las zonas urbanas de Sinaloa. Y el gobernador Rubén Rocha hablando del proceso electoral y convirtiéndose en el gran elector. Así, ignorando la terrible realidad, el sufrimiento de cientos de familias sinaloenses que viven el luto eterno. 

Hace apenas unos días, siete personas desaparecieron entre sábado y domingo. Una ama de casa, varios jóvenes, un muchacho de Durango, Carlos Emilio, cuya madre ha tenido más valor que todas las instituciones juntas. Y más coraje que una sociedad que solo respinga en la medida que ve desaparecer a los suyos. Ah Pero eso sí, esos sectores del espectáculo de la muerte, se indignan a la hora de que se les señala y se pide no visitar el puerto. 

Mientras tanto, el gobernador Rocha Moya y sus funcionarios, se esconden tras el espejo del discurso humanista, un espejo empañado por la sangre. No es que no sepan lo que pasa; es que la gente los señala de formar parte del cuadro.

¿A quién protegen? La pregunta se responde sola: a los suyos. ¿Y por qué las cámaras nunca graban nada, ni dentro ni fuera de los antros del horror? Porque la impunidad también sabe cuándo cerrar los ojos. 

Haría bien el Secretario de Seguridad Nacional, Omar García Harfuch, en mirar hacia Mazatlán. No para posar en la foto, sino para romper el pacto de silencio que ha vuelto al puerto una trampa brillante. Nos presumen decomisos y detenciones, pero nadie explica por qué el secuestro, la extorsión y el terror cotidiano siguen respirando con tanta salud. 

Aun así, pretenden que hablemos bien de Mazatlán. Que repitamos el eslogan turístico de que "hasta un pobre se siente millonario",  mientras su gente grita los nombres de los desaparecidos. Que el periodista calle, que la madre se resigne, que el ciudadano aplauda.

Pero hay una verdad que no podrán maquillar con luces de carnaval: una ciudad que calla frente al crimen, empieza a escribir su propio epitafio. Y ya se nota.


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