Un siglo de Agustí BartraRAFAEL VARGAS,
Revista Proceso (www.proceso.com.mx), 1673, 23 de noviembre de 2008
Exiliado en México durante casi 30 años, los más fecundos de su larga trayectoria como escritor, el poeta catalán Agustí Bartra (nacido el 8 de noviembre de 1908) se convirtió en una presencia permanente y destacada de nuestra vida cultural.
Araíz del fallecimiento de Agustí Bartra, ocurrido el 6 de julio de 1982, Octavio Paz le comentó al periodista Víctor Roura: "Era un auténtico poeta. Recuerdo muy bien cuando llegó de España. Era también muy conocido por sus traducciones".
Muy conocido, en efecto, y aunque tal vez su nombre hoy no le resulte tan familiar a los lectores más jóvenes, es casi seguro que la mayoría de ellos habrá leído por lo menos alguno de los muchos libros que tradujo entre 1943 y 1977 -una treintena de títulos de autores como Jonathan Swift, Truman Capote, André Breton, George Steiner, Guillaume Apollinaire, Aimé Césaire, Sadegh Hedayat, Carl Sandburg, T. S. Eliot...
Traducir fue una actividad muy importante en su vida. Al morir trabajaba en una versión al catalán del Canto a mí mismo, de Walt Whitman. Tradujo por gusto y por necesidad. Como para tantos otros hombres de letras exiliados en México, traducir fue, sobre todo en los primeros años, una forma de apuntalar la frágil economía familiar.
Agustí Bartra Lleonard, quien combatió en las filas republicanas en el frente de Aragón, llegó al puerto de Veracruz al mediodía del 11 de agosto de 1941, a bordo del buque Monterrey. Desde enero de 1940, él y su esposa, Anna Murià, deseaban venir a México pero -según cuenta la investigadora estadunidense Kathleen McNerney- "se les dijo que no había sitio y que tendrían que ir a la República Dominicana al menos por una temporada".1 Debido a ello, viven un año en Santo Domingo y cinco meses en Cuba.
De Veracruz viajan en tren a la capital en un vagón de tercera, en el que conocen el tufo del pulque y el perfume de las gardenias, anticipo, como luego recordará ella, de los contrastes de la tierra a la que llegaban.
Murià y Bartra se conocieron en Roissy-en-Brie, un pequeño pueblo a 25 kilómetros de París, en agosto de 1939. Bartra venía de padecer prisión en dos campos de concentración franceses y, como una especie de compensación del destino, encontró a una mujer hermosa e inteligente que se convirtió en la compañera de su vida, en su mejor lectora y en su biógrafa. Para conocer la vida del poeta catalán es indispensable leer su Crònica de la vida d'Agustí Bartra que, al parecer, aún no ha sido traducida al español.
Los primeros años son especialmente difíciles. Viven en un cuarto de azotea y Agustí desempeña los más diversos trabajos para sobrevivir. Se convierte en agente de publicidad durante un tiempo, y en 1942 funda y administra la sociedad Artes de la Madera, con el objeto de hacer muebles y otros trabajos de carpintería. Sólo funciona durante un año. No obstante, su vida gira siempre en torno de la creación literaria y, naturalmente, de las empresas editoriales que suelen ir de la mano con ella.
Para los españoles en el exilio, escribir y publicar es una forma de continuar combatiendo. Para los catalanes, en particular, una defensa de su lengua y de su identidad. Muy poco tiempo después de su llegada, el 30 de junio de 1942, Bartra publica su primer libro en México, gracias al apoyo de su coterráneo, el joven editor Bartomeu Costa Amic. Se llama Oda a Catalunya des dels tròpics (Oda a Cataluña desde los trópicos), escrita en Santo Domingo. Entre aquel año y 1956 publicará 11 títulos más, todos en catalán.
En 1944 funda, con el narrador Pere Calders, la revista Lletres, redactada totalmente en su lengua materna, cuya primera edición aparece en mayo de ese año. Logran sacar, con grandes esfuerzos, 10 números. El último aparece en enero de 1948. No hay recursos para imprimir el undécimo, cuyas páginas ya habían sido diseñadas y formadas.
Bartra desarrolla una intensa vida literaria. Tan intensa que incluso registra rivalidades y peleas con otros autores catalanes expatriados. Sin embargo, la mayor parte de sus actividades como escritor ocurren al interior de esa comunidad. A pesar de algunos contactos y esporádicas noticias en la prensa mexicana, no hay una relación con los artistas y escritores mexicanos como la que logran otros escritores españoles desde el primer momento. Bartra no se integra a México ni el país se integra a la imaginación de Bartra. Como ejemplo de ello suele citarse una estrofa de "Estances d'Atzingo", el primer poema suyo en que menciona esta
... tierra sin otoños, de rápidas sentrañas, de pesados dioses y colibrís ingrávidos: no me ata aquello que guardas, y, al mirar tus montañas, siento más ciertas las de mi país.
"De alguna manera -apunta el investigador Jaime Aulet-, es como si en esos primeros años del exilio el distanciamiento entre Bartra y el mundo mexicano fuese mutuo: el desconocimiento o la falta de un reconocimiento suficiente comportan paralelamente un desinterés (e incluso una tímida animadversión)."2
Todo comienza a cambiar hacia finales de 1955. En el número de la Revista de la Universidad de México correspondiente a octubre de ese año, José de la Colina publica una reseña sobre el primer libro de Bartra que aparece en español, Odiseo, publicado por el Fondo de Cultura Económica gracias a Ramón Xirau, quien revisa la traducción del catalán, hecha por Roberto Ruiz, y a Joaquín Díez-Canedo, quien era entonces el gerente editorial. La nota es breve, certera y entusiasta:
"Agustí Bartra ha convertido el grandioso poema épico (La odisea) en un poema lírico de belleza extraordinaria. No se trata de una interpretación, ni siquiera de una paráfrasis, pues en realidad el autor ha creado su Ulises, al que se acerca y comprende desde su calidad de exiliado..."
Semanas después, Bartra y De la Colina se encuentran por casualidad en una librería e inician una amistad que propiciará un amplio reconocimiento a la obra del catalán. De la Colina le presenta a otros escritores y artistas de su generación -entre ellos, el excelente cuentista Carlos Valdés, quien también anudará una gran amistad con Bartra, y Alberto Gironella, tan lleno de admiración por Odiseo que aprende largos pasajes de memoria y regala ejemplares a sus conocidos. La amistad con Gironella y con la mujer de éste, la periodista Cecilia Treviño, Bambi, será decisiva, pues bajo su nombre se publica en 1957 una antología de Bartra que tendrá un gran éxito de ventas y una notable repercusión en el medio cultural.
La relación del poeta catalán con el medio cultural mexicano se transforma de manera radical en menos de dos años. Se convierte en colaborador habitual de los más importantes suplementos y publicaciones culturales y, gracias a su talante generoso y amable (rasgos que comparte con su esposa), en una suerte de "hermano mayor" para muchos escritores jóvenes, que lo visitan con asiduidad.
Entre ellos se encuentran cinco poetas: Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley y Eraclio Zepeda; este último hace nueve años le contó al escritor Vicente Francisco Torres sobre la admiración que sentían por Bartra, y cómo él, a su vez, gestionó la publicación del volumen con el cual los cinco se darían a conocer: La espiga amotinada, publicado por el FCE en 1960. "Nos pidió que cada uno de nosotros escribiera un libro y él hizo el prólogo de unidad de los cinco".3
Bartra vive sus años más favorables y felices en México a partir de ese año, que es también el de la aparición de Quetzalcóatl, un poema de naturaleza similar a la de Odiseo, en el que el poeta vuelve a proyectar la tragedia del destierro español sobre una figura de dimensiones míticas. Con motivo del centenario de Bartra, el FCE hizo hace unos meses una reedición facsimilar de la primera, con una hermosa portada de Vicente Rojo.
Gracias a Rojo, precisamente, aparece en 1965, bajo el sello de Ediciones Era, La luz en el yunque, una selección antológica, a la vez que traducción de buena parte de los libros publicados en catalán.
Los sesenta son también los años en que realiza sus traducciones más importantes (Tolstoi o Dostoievski, de Steiner; Cuaderno de un retorno al país natal, de Aimé Césaire; El amor loco, Nadja y Los vasos comunicantes, de André Bretón, entre otros).
En septiembre de 1968 la editorial Joaquín Mortiz publica su segunda novela: La luna muere con agua, una obra claramente inspirada por la lectura del Pedro Páramo de Juan Rulfo, que apoya su peso en el poder de la imagen poética más que en la tensión de la historia. Este libro, como Quetzalcóatl, son -para volver a citar el trabajo de Aulet- "dos intentos serios y complejos de incorporación y asimilación de la cultura mexicana".
Bartra regresa a Cataluña en enero de 1970. Su partida de México no significa un salto al vacío pues, a pesar de todo, durante los años de exilio nunca ha dejado de estar en contacto con los poetas y escritores de su lengua que no salieron de España. Por el contrario, es un hombre querido y admirado, y su estadía mexicana lo ha convertido en uno de los más conocidos poetas catalanes en el extranjero. (Ramón Xirau ha recordado que Bartra "volvió a Tarrasa, su ciudad, y sé que sintió nostalgia por México, aunque tuvo mucho éxito en Cataluña").
Andando el tiempo, según parece, se le lee menos en México, pero más en España.
Hoy, una calle del viejo barrio de Sabadell, en Barcelona, donde vivió parte de su niñez, lleva su nombre, y el espectáculo que hace poco presentó en el Festival Internacional Cervantino el cantante y compositor Miquel Pujadó, Agustí Bartra: entre el exilio y el retorno, demuestra que es recordado con interés y afecto.
Este año, como para honrar al poeta, la suerte ha querido que se descubra un libro de Bartra escrito hace 70 años: Rapsòdies a la mort d'un soldat i altres poemes. Lo hizo con la intención de participar en un concurso que finalmente, por la guerra, nunca se realizó. Estuvo guardado durante 70 años en la Sala de Manuscritos de la Biblioteca de Cataluña. Allí permanecerá a disposición del público interesado. l
1 En su artículo "Catalanes exiliados en México: Anna Murià y Agustí Bartra", en El exilio de las Españas de 1939 en las Américas: ¿Adónde fue la canción?, J. M. Naharro-Calderón (coordinador), Anthropos, 436 pp., Barcelona, 1991.
2 "La recepción en México de la obra de Agustí Bartra durante sus años de exilio", Estudios Jaliscienses, núm. 61, agosto 2005, pp. 42-55.
3 En la entrevista "Fábula del escritor y el carpintero", recogida en el libro Los trabajos de la ballena y otros cuentos, Coordinación de Humanidades de la UNAM, México, 2000.
Revista Proceso (www.proceso.com.mx), 1673, 23 de noviembre de 2008
Exiliado en México durante casi 30 años, los más fecundos de su larga trayectoria como escritor, el poeta catalán Agustí Bartra (nacido el 8 de noviembre de 1908) se convirtió en una presencia permanente y destacada de nuestra vida cultural.
Araíz del fallecimiento de Agustí Bartra, ocurrido el 6 de julio de 1982, Octavio Paz le comentó al periodista Víctor Roura: "Era un auténtico poeta. Recuerdo muy bien cuando llegó de España. Era también muy conocido por sus traducciones".
Muy conocido, en efecto, y aunque tal vez su nombre hoy no le resulte tan familiar a los lectores más jóvenes, es casi seguro que la mayoría de ellos habrá leído por lo menos alguno de los muchos libros que tradujo entre 1943 y 1977 -una treintena de títulos de autores como Jonathan Swift, Truman Capote, André Breton, George Steiner, Guillaume Apollinaire, Aimé Césaire, Sadegh Hedayat, Carl Sandburg, T. S. Eliot...
Traducir fue una actividad muy importante en su vida. Al morir trabajaba en una versión al catalán del Canto a mí mismo, de Walt Whitman. Tradujo por gusto y por necesidad. Como para tantos otros hombres de letras exiliados en México, traducir fue, sobre todo en los primeros años, una forma de apuntalar la frágil economía familiar.
Agustí Bartra Lleonard, quien combatió en las filas republicanas en el frente de Aragón, llegó al puerto de Veracruz al mediodía del 11 de agosto de 1941, a bordo del buque Monterrey. Desde enero de 1940, él y su esposa, Anna Murià, deseaban venir a México pero -según cuenta la investigadora estadunidense Kathleen McNerney- "se les dijo que no había sitio y que tendrían que ir a la República Dominicana al menos por una temporada".1 Debido a ello, viven un año en Santo Domingo y cinco meses en Cuba.
De Veracruz viajan en tren a la capital en un vagón de tercera, en el que conocen el tufo del pulque y el perfume de las gardenias, anticipo, como luego recordará ella, de los contrastes de la tierra a la que llegaban.
Murià y Bartra se conocieron en Roissy-en-Brie, un pequeño pueblo a 25 kilómetros de París, en agosto de 1939. Bartra venía de padecer prisión en dos campos de concentración franceses y, como una especie de compensación del destino, encontró a una mujer hermosa e inteligente que se convirtió en la compañera de su vida, en su mejor lectora y en su biógrafa. Para conocer la vida del poeta catalán es indispensable leer su Crònica de la vida d'Agustí Bartra que, al parecer, aún no ha sido traducida al español.
Los primeros años son especialmente difíciles. Viven en un cuarto de azotea y Agustí desempeña los más diversos trabajos para sobrevivir. Se convierte en agente de publicidad durante un tiempo, y en 1942 funda y administra la sociedad Artes de la Madera, con el objeto de hacer muebles y otros trabajos de carpintería. Sólo funciona durante un año. No obstante, su vida gira siempre en torno de la creación literaria y, naturalmente, de las empresas editoriales que suelen ir de la mano con ella.
Para los españoles en el exilio, escribir y publicar es una forma de continuar combatiendo. Para los catalanes, en particular, una defensa de su lengua y de su identidad. Muy poco tiempo después de su llegada, el 30 de junio de 1942, Bartra publica su primer libro en México, gracias al apoyo de su coterráneo, el joven editor Bartomeu Costa Amic. Se llama Oda a Catalunya des dels tròpics (Oda a Cataluña desde los trópicos), escrita en Santo Domingo. Entre aquel año y 1956 publicará 11 títulos más, todos en catalán.
En 1944 funda, con el narrador Pere Calders, la revista Lletres, redactada totalmente en su lengua materna, cuya primera edición aparece en mayo de ese año. Logran sacar, con grandes esfuerzos, 10 números. El último aparece en enero de 1948. No hay recursos para imprimir el undécimo, cuyas páginas ya habían sido diseñadas y formadas.
Bartra desarrolla una intensa vida literaria. Tan intensa que incluso registra rivalidades y peleas con otros autores catalanes expatriados. Sin embargo, la mayor parte de sus actividades como escritor ocurren al interior de esa comunidad. A pesar de algunos contactos y esporádicas noticias en la prensa mexicana, no hay una relación con los artistas y escritores mexicanos como la que logran otros escritores españoles desde el primer momento. Bartra no se integra a México ni el país se integra a la imaginación de Bartra. Como ejemplo de ello suele citarse una estrofa de "Estances d'Atzingo", el primer poema suyo en que menciona esta
... tierra sin otoños, de rápidas sentrañas, de pesados dioses y colibrís ingrávidos: no me ata aquello que guardas, y, al mirar tus montañas, siento más ciertas las de mi país.
"De alguna manera -apunta el investigador Jaime Aulet-, es como si en esos primeros años del exilio el distanciamiento entre Bartra y el mundo mexicano fuese mutuo: el desconocimiento o la falta de un reconocimiento suficiente comportan paralelamente un desinterés (e incluso una tímida animadversión)."2
Todo comienza a cambiar hacia finales de 1955. En el número de la Revista de la Universidad de México correspondiente a octubre de ese año, José de la Colina publica una reseña sobre el primer libro de Bartra que aparece en español, Odiseo, publicado por el Fondo de Cultura Económica gracias a Ramón Xirau, quien revisa la traducción del catalán, hecha por Roberto Ruiz, y a Joaquín Díez-Canedo, quien era entonces el gerente editorial. La nota es breve, certera y entusiasta:
"Agustí Bartra ha convertido el grandioso poema épico (La odisea) en un poema lírico de belleza extraordinaria. No se trata de una interpretación, ni siquiera de una paráfrasis, pues en realidad el autor ha creado su Ulises, al que se acerca y comprende desde su calidad de exiliado..."
Semanas después, Bartra y De la Colina se encuentran por casualidad en una librería e inician una amistad que propiciará un amplio reconocimiento a la obra del catalán. De la Colina le presenta a otros escritores y artistas de su generación -entre ellos, el excelente cuentista Carlos Valdés, quien también anudará una gran amistad con Bartra, y Alberto Gironella, tan lleno de admiración por Odiseo que aprende largos pasajes de memoria y regala ejemplares a sus conocidos. La amistad con Gironella y con la mujer de éste, la periodista Cecilia Treviño, Bambi, será decisiva, pues bajo su nombre se publica en 1957 una antología de Bartra que tendrá un gran éxito de ventas y una notable repercusión en el medio cultural.
La relación del poeta catalán con el medio cultural mexicano se transforma de manera radical en menos de dos años. Se convierte en colaborador habitual de los más importantes suplementos y publicaciones culturales y, gracias a su talante generoso y amable (rasgos que comparte con su esposa), en una suerte de "hermano mayor" para muchos escritores jóvenes, que lo visitan con asiduidad.
Entre ellos se encuentran cinco poetas: Juan Bañuelos, Jaime Labastida, Óscar Oliva, Jaime Augusto Shelley y Eraclio Zepeda; este último hace nueve años le contó al escritor Vicente Francisco Torres sobre la admiración que sentían por Bartra, y cómo él, a su vez, gestionó la publicación del volumen con el cual los cinco se darían a conocer: La espiga amotinada, publicado por el FCE en 1960. "Nos pidió que cada uno de nosotros escribiera un libro y él hizo el prólogo de unidad de los cinco".3
Bartra vive sus años más favorables y felices en México a partir de ese año, que es también el de la aparición de Quetzalcóatl, un poema de naturaleza similar a la de Odiseo, en el que el poeta vuelve a proyectar la tragedia del destierro español sobre una figura de dimensiones míticas. Con motivo del centenario de Bartra, el FCE hizo hace unos meses una reedición facsimilar de la primera, con una hermosa portada de Vicente Rojo.
Gracias a Rojo, precisamente, aparece en 1965, bajo el sello de Ediciones Era, La luz en el yunque, una selección antológica, a la vez que traducción de buena parte de los libros publicados en catalán.
Los sesenta son también los años en que realiza sus traducciones más importantes (Tolstoi o Dostoievski, de Steiner; Cuaderno de un retorno al país natal, de Aimé Césaire; El amor loco, Nadja y Los vasos comunicantes, de André Bretón, entre otros).
En septiembre de 1968 la editorial Joaquín Mortiz publica su segunda novela: La luna muere con agua, una obra claramente inspirada por la lectura del Pedro Páramo de Juan Rulfo, que apoya su peso en el poder de la imagen poética más que en la tensión de la historia. Este libro, como Quetzalcóatl, son -para volver a citar el trabajo de Aulet- "dos intentos serios y complejos de incorporación y asimilación de la cultura mexicana".
Bartra regresa a Cataluña en enero de 1970. Su partida de México no significa un salto al vacío pues, a pesar de todo, durante los años de exilio nunca ha dejado de estar en contacto con los poetas y escritores de su lengua que no salieron de España. Por el contrario, es un hombre querido y admirado, y su estadía mexicana lo ha convertido en uno de los más conocidos poetas catalanes en el extranjero. (Ramón Xirau ha recordado que Bartra "volvió a Tarrasa, su ciudad, y sé que sintió nostalgia por México, aunque tuvo mucho éxito en Cataluña").
Andando el tiempo, según parece, se le lee menos en México, pero más en España.
Hoy, una calle del viejo barrio de Sabadell, en Barcelona, donde vivió parte de su niñez, lleva su nombre, y el espectáculo que hace poco presentó en el Festival Internacional Cervantino el cantante y compositor Miquel Pujadó, Agustí Bartra: entre el exilio y el retorno, demuestra que es recordado con interés y afecto.
Este año, como para honrar al poeta, la suerte ha querido que se descubra un libro de Bartra escrito hace 70 años: Rapsòdies a la mort d'un soldat i altres poemes. Lo hizo con la intención de participar en un concurso que finalmente, por la guerra, nunca se realizó. Estuvo guardado durante 70 años en la Sala de Manuscritos de la Biblioteca de Cataluña. Allí permanecerá a disposición del público interesado. l
1 En su artículo "Catalanes exiliados en México: Anna Murià y Agustí Bartra", en El exilio de las Españas de 1939 en las Américas: ¿Adónde fue la canción?, J. M. Naharro-Calderón (coordinador), Anthropos, 436 pp., Barcelona, 1991.
2 "La recepción en México de la obra de Agustí Bartra durante sus años de exilio", Estudios Jaliscienses, núm. 61, agosto 2005, pp. 42-55.
3 En la entrevista "Fábula del escritor y el carpintero", recogida en el libro Los trabajos de la ballena y otros cuentos, Coordinación de Humanidades de la UNAM, México, 2000.
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