Una aclaración luminosa/Dr.Juventino V. Castro
Don Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, al rectificar mis opiniones vertidas en un artículo publicado el 16 de este mes en MILENIO Diario, ha tenido para conmigo una gran gentileza que me obliga a dirigirme a él en este nuevo envío al mismo prestigioso medio de comunicación. Si es que éste lo acepta.
Cometí el error, y lamento profundamente que al comentar puntos de vista muy personales en relación a la figura de don Andrés Manuel López Obrador, hubiera supuesto un contraste entre el proceder de don Cuauhtémoc Cárdenas en la campaña presidencial de 1988, frente a la de aquél en la de 2006.
Debí tener presente que no es permisible juzgar de las intenciones y de las reacciones internas y externas que ellas merecen, que corresponden exclusivamente a los protagonistas, y no a los comentaristas espontáneos como yo, que no tuvimos una intervención directa o indirecta en acontecimientos que nos son ajenos. Y mucho menos juzgar, sin elementos probatorios indudables, cómo es que ven los protagonistas el grado de su dinámica y de sus pronunciamientos.
Es mi error manifiesto y es mi culpa. Públicamente presento mis disculpas más sinceras al ingeniero Cárdenas.
¿Mi excusa? La carencia de lo que nosotros los abogados llamamos interpretación auténtica, o sea la que pudieran haber hecho los autores o protagonistas de un texto en donde se hace constar un suceso, una decisión o un acontecimiento, y el riesgo que se toma al comentarlo a pesar de la ausencia palpable de una explicación suficiente.
¿Mi justificación? La necesidad de interpretar acontecimientos de indudable importancia histórica, sin tener a mano la explicación de los protagonistas
Pongo un ejemplo que pretende ilustrar el anterior comentario:
Miguel Hidalgo y Costilla, Rector de la Universidad de San Nicolás, en la Ciudad de Valladolid de la Nueva España, en los fines del siglo XVII e inicios del XVIII, pone en peligro su rectoría al conspirar contra el gobierno español y su virreinato en esta Nueva España. Descubierto, es enviado como castigo a una modesta parroquia de Dolores, actual estado de Guanajuato. Lo cual acepta don Miguel y se convierte en el cura de Dolores.
¿Por qué acepta la humillación? ¿Por qué no se rebela y hace estallar desde entonces el movimiento mexicano de independencia? No existe interpretación de Hidalgo sobre esta decisión aparentemente aceptada a pesar de que contiene una humillación al sancionado. Como no existe una versión auténtica de por qué Hidalgo en 1810 proclama al fin el inicio del movimiento insurgente frente al pueblo de Dolores, y entre otros “gritos” proclama: ¡Viva Fernando VII!, refiriéndose al monarca español destituido por Napoleón Bonaparte para imponer a su hermano José.
E igualmente carecemos de interpretación auténtica de por qué Hidalgo, desoyendo a sus oficiales, no parte de Dolores hacia la Ciudad de México, que prácticamente carecía de defensas y era fácilmente ocupable. Ahí pudo derribar de inmediato el dominio español y dar inicio a la República Mexicana.
Es entendible que los mexicanos, carentes de una versión personal por parte de Hidalgo, no contemos con una explicación de las razones de sus decisiones; si callamos jamás podremos hacer una valoración auténtica de las circunstancias que Hidalgo tuvo que afrontar, y el por qué de sus decisiones.
Así ocurrió conmigo en este caso. Parece que ofendí a don Cuauhtémoc; lo siento mucho. Y él, con justo disgusto, cuestiona mi interpretación, pero produce la esperada interpretación auténtica que aclara el por qué de sus actividades en aquella época. ¡Bienvenida la aclaración! ¡Bien llegada la explicación!
Ahora ya sabemos (bajo la versión del propio protagonista del suceso), por qué y cómo actuó Cuauhtémoc Cárdenas al oponerse al fraude electoral del que fue objeto en 1988 según sus personales expresiones.
Y nada más por ahora. Reitero mis disculpas a don Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Subrayo sobresalientemente su caballerosidad, la cortesía y el respeto con los que me contradice. ¡Gracias!
Cometí el error, y lamento profundamente que al comentar puntos de vista muy personales en relación a la figura de don Andrés Manuel López Obrador, hubiera supuesto un contraste entre el proceder de don Cuauhtémoc Cárdenas en la campaña presidencial de 1988, frente a la de aquél en la de 2006.
Debí tener presente que no es permisible juzgar de las intenciones y de las reacciones internas y externas que ellas merecen, que corresponden exclusivamente a los protagonistas, y no a los comentaristas espontáneos como yo, que no tuvimos una intervención directa o indirecta en acontecimientos que nos son ajenos. Y mucho menos juzgar, sin elementos probatorios indudables, cómo es que ven los protagonistas el grado de su dinámica y de sus pronunciamientos.
Es mi error manifiesto y es mi culpa. Públicamente presento mis disculpas más sinceras al ingeniero Cárdenas.
¿Mi excusa? La carencia de lo que nosotros los abogados llamamos interpretación auténtica, o sea la que pudieran haber hecho los autores o protagonistas de un texto en donde se hace constar un suceso, una decisión o un acontecimiento, y el riesgo que se toma al comentarlo a pesar de la ausencia palpable de una explicación suficiente.
¿Mi justificación? La necesidad de interpretar acontecimientos de indudable importancia histórica, sin tener a mano la explicación de los protagonistas
Pongo un ejemplo que pretende ilustrar el anterior comentario:
Miguel Hidalgo y Costilla, Rector de la Universidad de San Nicolás, en la Ciudad de Valladolid de la Nueva España, en los fines del siglo XVII e inicios del XVIII, pone en peligro su rectoría al conspirar contra el gobierno español y su virreinato en esta Nueva España. Descubierto, es enviado como castigo a una modesta parroquia de Dolores, actual estado de Guanajuato. Lo cual acepta don Miguel y se convierte en el cura de Dolores.
¿Por qué acepta la humillación? ¿Por qué no se rebela y hace estallar desde entonces el movimiento mexicano de independencia? No existe interpretación de Hidalgo sobre esta decisión aparentemente aceptada a pesar de que contiene una humillación al sancionado. Como no existe una versión auténtica de por qué Hidalgo en 1810 proclama al fin el inicio del movimiento insurgente frente al pueblo de Dolores, y entre otros “gritos” proclama: ¡Viva Fernando VII!, refiriéndose al monarca español destituido por Napoleón Bonaparte para imponer a su hermano José.
E igualmente carecemos de interpretación auténtica de por qué Hidalgo, desoyendo a sus oficiales, no parte de Dolores hacia la Ciudad de México, que prácticamente carecía de defensas y era fácilmente ocupable. Ahí pudo derribar de inmediato el dominio español y dar inicio a la República Mexicana.
Es entendible que los mexicanos, carentes de una versión personal por parte de Hidalgo, no contemos con una explicación de las razones de sus decisiones; si callamos jamás podremos hacer una valoración auténtica de las circunstancias que Hidalgo tuvo que afrontar, y el por qué de sus decisiones.
Así ocurrió conmigo en este caso. Parece que ofendí a don Cuauhtémoc; lo siento mucho. Y él, con justo disgusto, cuestiona mi interpretación, pero produce la esperada interpretación auténtica que aclara el por qué de sus actividades en aquella época. ¡Bienvenida la aclaración! ¡Bien llegada la explicación!
Ahora ya sabemos (bajo la versión del propio protagonista del suceso), por qué y cómo actuó Cuauhtémoc Cárdenas al oponerse al fraude electoral del que fue objeto en 1988 según sus personales expresiones.
Y nada más por ahora. Reitero mis disculpas a don Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. Subrayo sobresalientemente su caballerosidad, la cortesía y el respeto con los que me contradice. ¡Gracias!
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