22 jun 2010

Monsiváis y la Biblia


Homenaje a Monsiváis/ Leo Zuckerman
Excélsior, 22 de junio de 2010
Quiero destacar tres cualidades que siempre me fascinaron. Atributos dignos de admirarse, en el entendido de que tenía muchos más.
Me encuentro frente a una página en blanco y no sé qué escribir. Tengo claro el tema: Carlos Monsiváis. Pero, ¿qué decir que no se haya dicho ya con tanta elocuencia? ¿Qué agregar a un mar de opiniones de sus amigos, lectores y admiradores?
La prensa de hoy lunes está llena de artículos sobre este personaje profundamente chilango. Hay reflexiones sobre su vasta obra y loas acerca de sus posturas políticas. Hay quienes recuerdan, y con ello presumen, encuentros con él. Hay caricaturas fantásticas.
De todo lo que he visto y leído, me quedo, quizá, con la caricatura del gran Magú en La Jornada. Preciosa. Magnífica. Está titulada: "A seguir trabajando". Aparece Monsi, como popularmente era conocido, en un cielo estrellado donde llega con un paquete de libros y un gato a sus espaldas. Sobre una nube lo recibe un viejo que parece Dios, o uno de sus representantes, quien le ofrece una Biblia y le dice: "Los estábamos esperando don Carlos: ¿nos podría hacer el prólogo?" ¿Qué más se puede agregar? De verdad que los caricaturistas suelen ser los mejores editorialistas de un periódico.
Aquí debería parar la columna y expresar mi pesar por la muerte de un gran personaje. Decir, como todos, que lo vamos a extrañar. Pero no quisiera terminar sin destacar tres cualidades de Carlos Monsiváis que siempre me fascinaron. Tres atributos dignos de admirarse, en el entendido que tenía muchos más.
Quiero reconocer, primero, su memoria. Era increíble. Podía citar diálogos enteros de películas, poemas o citas literarias. Recordaba viejos libros como si los hubiera leído en la mañana de ese día. Tenía una capacidad sobrehumana para almacenar y recuperar información. Era un prodigio de neuronas.
En segundo lugar, siempre me impresionó su inmensa capacidad de producir todo: libros, editoriales, crónicas, conferencias, prólogos y entrevistas. Estos días he visto varias fotos de Monsiváis en su estudio rodeado de un torrente de libros, revistas, discos y periódicos. Un verdadero caos: la peor pesadilla para alguien obsesionado con el orden. Y, sin embargo, ahí trabajaba un hombre con una productividad portentosa.
¿A qué hora leía todo lo que leía? ¿A qué hora escribía todo lo que escribía? ¿A qué hora veía todas las películas que veía? ¿O la música que escuchaba? ¿Cuándo dormía? Aparte de todo, Monsiváis era conocido por pasear por los barrios de la ciudad. ¿Acaso sus días tenían más de 24 horas? Es cierto: no tenía una familia propia que atender. Pero, con todo y esto, sinceramente no entiendo cómo le hacía Monsi para ser tan productivo. Alguna vez vi una caricatura del New Yorker que me hizo pensar en él: Una jefa le dice a uno de sus empleados que viene mal vestido: "Has hecho tanto trabajo el día de hoy que hasta voy a ignorar tu traje".
Finalmente, en tercer lugar, siempre admiré el sentido del humor de Monsiváis. Sus ocurrencias eran fantásticas. En este aspecto, parecía más británico que mexicano. Quizás el concepto más adecuado para describirlo sea el de witty en inglés, palabra que denota una persona que combina la inteligencia con la diversión, gracia, humor, agudeza, y una capacidad de reaccionar rápidamente, de responder genialidades a bote pronto.
Descanse en paz Carlos Monsiváis. Estoy seguro de que ya está escribiendo el prólogo a La Biblia que tanto habían esperado en el cielo.

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