3 dic 2011

Criminales/Felipe Calderón Hinojosa

Retrospectiva
Criminales/Felipe Calderón Hinojosa 
Reforma, a 13 de septiembre del 2001
Sumido aún en el estupor, escudriño incrédulo la información que aparece en todos los medios, las mismas escenas que horas y horas estuvo contemplando el mundo entero. Me invade una profunda tristeza y una gran frustración. No es posible que se siga matando así, en la peor de las locuras. La brutalidad con la que se mata en nombre de Dios grita lo pequeña y estúpida que llega a ser la condición humana.
Duele en el alma lo ocurrido no sólo al laborioso pueblo de Estados Unidos sino a la Humanidad entera. Duele también la forma, entre otras cosas, porque la espectacularidad mediática -nuevamente- impide valorar la tragedia en toda su magnitud. La misma escena cientos de veces repetida del avión que se incrusta en el edificio, reduce la verdadera dimensión del dolor. No se ve en esta puesta cinematográfica a los personajes, a quienes murieron en el avión o en el edificio, por citar sólo este escenario. No se ven los jóvenes financieros, "yuppies" si se quiere pero que vivían con la intensidad con la que se vive cuando alguien se dedica a lo que quiere y encuentra en su trabajo una razón importante de su vida. No se ve a los empleados de oficina, a los afanadores, entre ellos a la madre de José, un oaxaqueño de 19 años que llegó con ella a Nueva York hace dos. No se ve su rostro angustiado tratando infructuosamente de llegar al lugar a rescatarla. No se ve a los bomberos que en una sociedad materializada seguían creyendo en el servicio a los demás, en el riesgo de la vida propia por salvar la de otros; casi 300 de ellos murieron.
No se ve en escena tampoco a los niños de todos ellos. No se ven ahí, por cierto, los niños de la guardería que había en el World Trade Center, aunque anhelo con todas mis fuerzas que hayan podido ser evacuados. No se ve ahí -asomará desde luego, y pronto- el dolor de las familias, de los esposos, de las esposas, de los novios, de las madres, el dolor de Eduardo Cano, un poblano cuyo hermano trabajaba en las torres y no lo ha vuelto a ver. Es una escena entonces terriblemente injusta, enmarcada en los efectos especiales del cine. Hasta la comparación con "Pearl Harbor" es incómoda. Ahora se ha ultrajado a una sociedad, a un país, a una gran nación en su centro de gravedad económico, político, militar, cultural.
Se trata de una venganza imbécil y estéril. Me parece que el gran sentimiento antiamericano cultivado durante siglos ha ido demasiado lejos. El fundamentalismo religioso también. ¿Qué más puede esperarse ahora? ¿Una bomba atómica? Definitivamente no lo podemos permitir. El agravio ha sido general, y las acciones no pueden obviar la necesaria, indispensable cooperación internacional. Al mismo tiempo, deben revisarse las actitudes y los discursos. En muchas sociedades, incluida la nuestra, se siguen inoculando odios y rencores de frutos muy peligrosos. El seguir sembrando el rencor a través de la educación, de la religión, del discurso político, definitivamente nos conducirá hacia peores días.
Lo ocurrido en Estados Unidos es ciertamente una muestra extrema y que a como dé lugar debe evitarse que se repita. Sin embargo, no está exenta ninguna sociedad del riesgo de que algún acelerado incurra en actos irracionales de violencia asesina motivado por un discurso fácil que predica sin ton ni son enemigos a muerte, como suele hacerse con nuestro país vecino. Entiendo que hay desde luego agravios de muy diversa índole que no se deben olvidar, pero definitivamente me parece que no podemos permitirnos una siembra de rabia que llega a producir consecuencias fatídicas como las del martes pasado. Tal vez exagero. Pero si alguien hubiese advertido antes del martes que tales cosas pasarían, seguramente hubiéramos pensado que exageraba. En esta revisión de odios sembrados habrá que valorar también la actitud y el discurso hacia ciertos temas, instituciones y personajes en nuestro país, en donde el aire de rencor y de venganza no dejará nada bueno.
Es inevitable, por otra parte, el preguntarse cómo afectarán a México estos hechos de terror. Mucho me temo que hoy operará también el principio de que la suerte de México está en mucho atada a la de Estados Unidos. En la política exterior, por ejemplo, este evento echa por tierra en muy buena parte lo avanzado en materia migratoria. Justo en el momento en que se había logrado colocar el tema con fuerza en el debate de la opinión pública norteamericana y en el Congreso de ese país, el obligado escalamiento de la política de seguridad nacional americana tenderá a restringir severamente los flujos de población a ese país, y a volver aún más severas las medidas de control de inmigrantes. Me parece que eso es explicable. Lo mismo ocurrirá con el tema de los transportistas mexicanos: si uno de los pretextos más socorridos era el del riesgo que tales vehículos implicarían para la seguridad de Estados Unidos, con mayor fuerza ese argumento será escuchado allá.
En el terreno económico las cosas no estarán mucho mejor. Con la caída de las torres del comercio mundial se vino a tierra también la confianza económica. El consumidor estará aún más escéptico del futuro y el inversionista temeroso, ya no sólo de perder su dinero sino de perder su vida, tomará sus precauciones por un buen rato. Estos factores incidirán en la recuperación del crecimiento de Estados Unidos, la cual tardará mucho más de lo que ya ha tardado, con consecuencias inevitables para México. Eso quiere decir que las buenas noticias económicas se retrasarán también. Pudiera pensarse que habrá algún impacto que no sea tan negativo. Por ejemplo, el dato del tipo de cambio: frente a otras monedas como el euro, frente a las cuales el dólar se ha depreciado súbitamente, el peso también se depreciará. Esto significa que las exportaciones mexicanas tendrán un precio más competitivo en Europa, aunque desafortunadamente nuestro comercio con países diferentes a Estados Unidos sea muy pequeño. Con este país, probablemente no haya mayores cambios, a menos que el peso se devalúe más fuertemente que el dólar, caso en el cual las exportaciones mexicanas a Estados Unidos también mejorarán. Por otra parte, el aumento en el precio del petróleo beneficiaría a México, siempre y cuando no llegue a tales extremos en los cuales se convierta en un cuello de botella para el crecimiento económico de Estados Unidos.
Sea de ello lo que fuere, el punto es que la amarga lección que hemos vivido esta semana es una página negra en la historia. Ojalá que por lo menos nos quede a todos muy en claro que el terrorismo no puede ser tolerado en la más mínima expresión. A quienes insisten en buscarle atenuantes y justificaciones hay que marcarles enfáticamente que se están convirtiendo en el peor enemigo de la humanidad. Más vale que lo entendamos así.





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