30 mar 2013

Jesús, el insolente/Manuel Mandianes


 Jesús, el insolente/Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo.
El Mundo | 29 de marzo de 2013.
La causa de la muerte de Jesús, desde el punto de vista de la historia mundana, no fue un error ni el azar sino el cuestionamiento radical que Jesús hizo de la estima que las autoridades políticas y religiosas tenían de sí mismas más allá de lo debido; desde el punto de vista de la historia de la salvación, es fruto del designio divino. Su pasión molesta y sacude el mundo, interrumpe y tuerce el curso normal de las cosas mostrando las posibilidades alternativas entre los caminos cotidianos de las cosas. Jesús se hace inmediata historia sufriente en su pasión; siendo el mismo Dios, sufrió no sólo la agonía sino también la duda, el dolor infinito de sentir la separación de Dios y se tropezó con la incapacidad de entender los inescrutables caminos del Padre. ¡Qué misterio tan hondo e incomprensible!
La doctrina de Jesús es como una anarquía divina; elige a los tontos para confundir a los sabios, a los débiles para avergonzar a los poderosos. Cristo me envió a evangelizar «no con la sabiduría de la palabra para que no se desvirtúe la cruz de Cristo» pues escrito está: «arruinaré la sabiduría de los sabios y anularé la inteligencia de los inteligentes» (I Cor. 1, 17-25). Los últimos serán los primeros y los primeros, los últimos; «las prostitutas os precederán en el Reino de los Cielos». El que intente salvar su vida la perderá y el que la pierda, la ganará.

Las bienaventuranzas son la cumbre de la literatura del absurdo para la mentalidad de nuestros días: Bienaventurados los pobres, los mansos, los afligidos, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los ultrajados y despreciados por causa de mi nombre (Mat. 5, 1-12). Cristo es la misma insolencia, se sale de las normas, desafía las tradiciones que traicionan el espíritu, cuestiona a los que, socialmente, no se ven casi nunca cuestionados, se enfrenta al poder político y religioso y opera la ruptura necesaria con el orden establecido para subrayar el carácter nuevo y original de su mensaje. Traducido para el hombre de hoy: «El mayor poder es el servicio». Decir esto a los sabios y poderosos es una insolencia; por eso, Jesús es un insolente.
La gloria de Dios no subyace en el poder de una fuerza poderosa sino en algo incondicional, sin ejército, sin fuerza efectiva y sin poder político. Un reino para los leprosos, prostitutas, ignaros, capitidisminuidos. El Dios omnipotente y omnipresente da paso al Dios de los pobres, los hambrientos y los marginados. El Dios del poder ha muerto para liberar al poder que surge de la cruz y es fuente del renacer cristiano, que se alza en protesta contra el sufrimiento inútil e injusto. Para los que perecen, la cruz es una insensatez y piedra de escándalo; mas para los que creen y se salvan, es la fuerza de Dios y piedra angular del cristianismo. A cualquier mente biempensante de su época, y de cualquier época, las propuestas de aquel rabino debieron de parecerle un sistema perverso y contrario al sentido común. ¡Una locura!
San Pablo considera que estar loco es tener la cabeza suficientemente vacía, el espíritu bastante liberado de preocupaciones cotidianas, para que el espíritu de Dios nos pueda llenar y hablar directamente por nuestra boca. A los locos y a los niños los domina una especie de ingenuidad que los acerca a la naturaleza, a Dios. «Siempre me ha sido muy grato hablar tal como me viene a la boca. Y que nadie espere de mí que, según la costumbre común de estos rectores, yo me explique a mí misma mediante una definición ni, aún menos, que introduzca diversos apartados. Pues serían de mal augurio ambos extremos: circunscribir con limitaciones a aquella cuya divinidad tiene tan amplia influencia, o recortar a quien de tal modo concita la adoración general de todos los seres», dijo la locura por la boca de Erasmo.
La identidad de Jesucristo radica en su divinidad y en la entrega de sí mismo al otro; por eso, una persona es cristiana en la medida de su entrega a los demás. Por ello, Dios deja de ser lo absolutamente distinto y distante porque en Cristo se hizo uno más entre nosotros y así lo que un hombre hace a otro hombre -«lo que hacéis con uno de éstos conmigo lo hacéis»-, a Él mismo se lo hace. El Reino de Jesús transporta a sus seguidores a una trascendencia profunda, a los fines últimos para responder a la añoranza y nostalgia del absoluto que tiene el hombre.
El cristiano vive esperanzado con la justicia futura pero mira con impaciencia el dolor y el sufrimiento inútiles y se rebela contra la injusticia y la muerte injusta de seres inocentes, se pone al frente del proyecto inalcanzable de destruir todos los falsos dioses del poder soberano, e intenta trasmitir su fe y dejar un mundo mejor a los que vendrán detrás. Los que sufren inútil e injustamente son el cuerpo sufriente de Dios. Las acciones justas del hombre permiten a Dios manifestarse y le dan cuerpo. Las maneras como Dios ocurre y se manifiesta en la historia cambian, pasan, se transforman pero su presencia dura y perdura en las cosas que pasan.
Religión es lo que nos ocurre en nombre de Dios y significa hacer ocurrir a Dios en el mundo y hacernos dignos de lo que nos ocurre. El tiempo es el horizonte de todo intento de comprensión y de interpretación. Puede que el lenguaje de buena parte de los obispos y curas españoles sobre Dios no sea el mejor posible ni el más apropiado. Para la gente de hoy, Dios es presencia y un ser que se temporaliza, que comienza de nuevo cada mañana y que, con cada comienzo, se organiza de nuevo en el estrechamiento de ritual y lenguaje. Se puede hablar de un sagrado salvaje, liberado de las instituciones, que disfruta de gran movilidad porque los objetos que están revestidos de él también cambian y se mueven con facilidad y se expresa según las experiencias subjetivas. Pero las religiones seculares y civiles no encierran ninguna promesa de un porvenir fuera de este mundo
Los teólogos y la Iglesia están obligados a analizar los sueños y los temores de la gente de hoy para hablarle de Dios de una manera inteligible. La teología es la interpretación del hombre y de la época expresada con un lenguaje sobre Dios. Debe dar una imagen refleja del mundo de la vida poniendo el énfasis sobre el sufrimiento y el amor de Dios. El lenguaje es histórico y, por lo tanto, contingente aunque su contenido revelado no lo sea. La tarea de los teólogos es traducir la realidad cotidiana al lenguaje evangélico para que no parezca un mero documento de una época pasada.
Para sintonizar y estar en armonía con el nuevo Reino hay que cambiar el corazón de piedra por una mente y un corazón humildes y caritativos. Esta transformación, en lenguaje teológico, se llama conversión y su fruto es el hombre nuevo, quien está convencido de que «donde hay amor, allí está Dios» porque «Dios es caridad».

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