Publicado en LA VANGUARDIA (www.lavanguardia.es), 04/10/2006);
En el curso de un año se han multiplicado las tensiones entre Occidente y el mundo musulmán: caricaturas de Mahoma, discurso del Papa Benedicto XVI, anulación de la obra de Voltaire sobre Mahoma y desprogramación por parte de la Deutsche Oper de Berlín de la ópera de Mozart Idomeneo,amenazas de muerte en Francia contra un profesor de instituto por haber publicado opiniones negativas sobre el islam…
Es hora de hacer un alto en París para visitar la excepcional exposición Venecia y Oriente que se celebra en el Instituto del Mundo Árabe de esta capital hasta el 18 de febrero del 2007. Exposición excepcional tanto por los tesoros que nos muestra como por el tenue e impalpable transcurso del tiempo y la transmisión e irradiación cultural entre Oriente y Europa entre el año 828, fecha en la que dos mercaderes venecianos sustrajeron las reliquias de San Marcos en una iglesia copta de Alejandría, y el año 1797, año en que Napoleón invadió Egipto. Gracias a esta exposición nuestros ojos pueden admirar casi diez siglos de intercambios, encuentros e influencias. En esa época, el islam no estaba politizado. No servía de bandera a ninguna ideología totalitaria e intolerante.
En esa época, Venecia - la más oriental de las ciudades occidentales- fue el depósito y principal centro distribuidor de mercancías y arte procedentes del mundo islámico. Era, en efecto, una frontera líquida,puente y bisagra entre dos civilizaciones. Las religiones generaban arte, no conflictos. Constituían factores de espiritualidad y de comprensión del mundo. Contemplar en nuestros días estos cuadros, estos tapices, estos objetos y enseres, estos instrumentos de música, estos manuscritos produce un cierto vértigo porque resulta inevitable preguntar: ¿cómo ha podido perder el mundo musulmán este resplandor, esta constelación de fulgores? ¿Cómo es posible que haya devenido hoy presa de fanáticos, minoritarios es verdad, pero que aterrorizan el pensamiento libre, la duda, el diálogo? ¿Qué ha sucedido para que se hayan interrumpido estos intercambios tan ricos y fructíferos, para que esta libertad se haya ahogado en discursos de desconfianza y odio?
El primer Corán impreso se publicó en 1537 en Venecia. Por aquel entonces, Venecia poseía un espíritu pragmático: supo encontrar los medios para imponerse como principal socio comercial, político y también religioso del Próximo Oriente. Era menester alcanzar un regular equilibrio entre el comercio y ambas religiones. Sin dejar de defender la cristiandad, Venecia no subestimó ni maltrató al mundo islámico. Las magníficas obras de la citada exposición reflejan esta simbiosis entre ambos mundos: telas otomanas empleadas para confeccionar vestiduras eclesiásticas, tapices persas que pendían en los muros de las iglesias, jarrones de cristal de Siria, etcétera.
El comercio ha constituido un motor del acercamiento de ambas civilizaciones. Marco Polo había mostrado el camino. Los venecianos partían en gran número hacia Constantinopla, Damasco, Alepo, El Cairo y Alejandría.
Las cosas han cambiado en la actualidad, y los medios de transporte y comunicación han progresado hasta tal punto que ya no hay secretos entre los países y los pueblos. En aquella época, el comercio redoblado por una activa diplomacia posibilitó que el arte viajara: le cupo entonces experimentar una dinámica de intercambio y respeto. De este modo, la aparición de jarrones de vidrio esmaltado y dorado fabricado en Venecia a finales del siglo XIII se explica por el comercio del vidrio con los mamelucos. Otro tanto cabe decir del damasquinado y la cerámica veneciana del siglo XV.
En cuanto a la pintura, ocupa en esta exposición un destacado lugar. Es famoso el retrato del sultán Mehmed II, realizado en Estambul en 1479 por Gentile Bellini, pintor de este encuentro entre Oriente y Occidente, seguido por Vittorio Carpaccio y Giovanni Mansueti. Ahora hemos de limitarnos a tomar nota de que en el curso del tiempo ya no surgirían lazos tan estrechos entre estos dos destinos…
Oriente, sobre todo el Oriente árabe, el que solemos llamar Próximo o Medio Oriente, no cesa de verse prendido en innumerables redes de problemas, dificultades, crisis políticas y también culturales. Occidente se halla en otras coordenadas. Ya no posa su mirada sobre esta parte del mundo, porque sabe que ya no le aportará las maravillas que conoció en el pasado. Hoy en día, un simple discurso del Papa o un artículo donde se vierta algún punto de vista negativo sobre el islam provoca accesos de cólera inauditos, brutales. Ya no hay nada entre dos socios cuya relación atravesó siglos enteros en hermosa armonía pese a los diversos antagonismos y peripecias de la historia.
Es posible que esta exposición deje en el ánimo del visitante un poso de tristeza y, al propio tiempo, incite a la esperanza… Casi mil años de cooperación rica y positiva no desaparecen de la memoria como si de un leve recuerdo se tratara…
La exposición de Venecia constituye una magnífica lección para quienes no creen en el diálogo de civilizaciones y que sólo encuentran palabras como choque y conflicto de civilizaciones. Pero innegablemente hay un tiempo de culturas, de seres humanos. El diálogo nunca daña; sin embargo, el silencio y los rencores son los dos aliados más seguros de la ignorancia y, por tanto, de la intolerancia.
Es hora de hacer un alto en París para visitar la excepcional exposición Venecia y Oriente que se celebra en el Instituto del Mundo Árabe de esta capital hasta el 18 de febrero del 2007. Exposición excepcional tanto por los tesoros que nos muestra como por el tenue e impalpable transcurso del tiempo y la transmisión e irradiación cultural entre Oriente y Europa entre el año 828, fecha en la que dos mercaderes venecianos sustrajeron las reliquias de San Marcos en una iglesia copta de Alejandría, y el año 1797, año en que Napoleón invadió Egipto. Gracias a esta exposición nuestros ojos pueden admirar casi diez siglos de intercambios, encuentros e influencias. En esa época, el islam no estaba politizado. No servía de bandera a ninguna ideología totalitaria e intolerante.
En esa época, Venecia - la más oriental de las ciudades occidentales- fue el depósito y principal centro distribuidor de mercancías y arte procedentes del mundo islámico. Era, en efecto, una frontera líquida,puente y bisagra entre dos civilizaciones. Las religiones generaban arte, no conflictos. Constituían factores de espiritualidad y de comprensión del mundo. Contemplar en nuestros días estos cuadros, estos tapices, estos objetos y enseres, estos instrumentos de música, estos manuscritos produce un cierto vértigo porque resulta inevitable preguntar: ¿cómo ha podido perder el mundo musulmán este resplandor, esta constelación de fulgores? ¿Cómo es posible que haya devenido hoy presa de fanáticos, minoritarios es verdad, pero que aterrorizan el pensamiento libre, la duda, el diálogo? ¿Qué ha sucedido para que se hayan interrumpido estos intercambios tan ricos y fructíferos, para que esta libertad se haya ahogado en discursos de desconfianza y odio?
El primer Corán impreso se publicó en 1537 en Venecia. Por aquel entonces, Venecia poseía un espíritu pragmático: supo encontrar los medios para imponerse como principal socio comercial, político y también religioso del Próximo Oriente. Era menester alcanzar un regular equilibrio entre el comercio y ambas religiones. Sin dejar de defender la cristiandad, Venecia no subestimó ni maltrató al mundo islámico. Las magníficas obras de la citada exposición reflejan esta simbiosis entre ambos mundos: telas otomanas empleadas para confeccionar vestiduras eclesiásticas, tapices persas que pendían en los muros de las iglesias, jarrones de cristal de Siria, etcétera.
El comercio ha constituido un motor del acercamiento de ambas civilizaciones. Marco Polo había mostrado el camino. Los venecianos partían en gran número hacia Constantinopla, Damasco, Alepo, El Cairo y Alejandría.
Las cosas han cambiado en la actualidad, y los medios de transporte y comunicación han progresado hasta tal punto que ya no hay secretos entre los países y los pueblos. En aquella época, el comercio redoblado por una activa diplomacia posibilitó que el arte viajara: le cupo entonces experimentar una dinámica de intercambio y respeto. De este modo, la aparición de jarrones de vidrio esmaltado y dorado fabricado en Venecia a finales del siglo XIII se explica por el comercio del vidrio con los mamelucos. Otro tanto cabe decir del damasquinado y la cerámica veneciana del siglo XV.
En cuanto a la pintura, ocupa en esta exposición un destacado lugar. Es famoso el retrato del sultán Mehmed II, realizado en Estambul en 1479 por Gentile Bellini, pintor de este encuentro entre Oriente y Occidente, seguido por Vittorio Carpaccio y Giovanni Mansueti. Ahora hemos de limitarnos a tomar nota de que en el curso del tiempo ya no surgirían lazos tan estrechos entre estos dos destinos…
Oriente, sobre todo el Oriente árabe, el que solemos llamar Próximo o Medio Oriente, no cesa de verse prendido en innumerables redes de problemas, dificultades, crisis políticas y también culturales. Occidente se halla en otras coordenadas. Ya no posa su mirada sobre esta parte del mundo, porque sabe que ya no le aportará las maravillas que conoció en el pasado. Hoy en día, un simple discurso del Papa o un artículo donde se vierta algún punto de vista negativo sobre el islam provoca accesos de cólera inauditos, brutales. Ya no hay nada entre dos socios cuya relación atravesó siglos enteros en hermosa armonía pese a los diversos antagonismos y peripecias de la historia.
Es posible que esta exposición deje en el ánimo del visitante un poso de tristeza y, al propio tiempo, incite a la esperanza… Casi mil años de cooperación rica y positiva no desaparecen de la memoria como si de un leve recuerdo se tratara…
La exposición de Venecia constituye una magnífica lección para quienes no creen en el diálogo de civilizaciones y que sólo encuentran palabras como choque y conflicto de civilizaciones. Pero innegablemente hay un tiempo de culturas, de seres humanos. El diálogo nunca daña; sin embargo, el silencio y los rencores son los dos aliados más seguros de la ignorancia y, por tanto, de la intolerancia.
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