10 oct 2006

El feminismo en el Islam

Libertad, igualdad, razón/Rosa María Rodríguez Magda, filósofa y escritora; autora de El placer del simulacro, Transmodernidad y La España convertida al islam

Tomado de El PAÍS, 08/10/2006
El feminismo es la lucha por la libertad, la igualdad y la emancipación. La democracia también. Las beneficiarias de los logros del feminismo no son sólo las mujeres, sino la sociedad en su conjunto. Pues no hay verdadera libertad, igualdad, emancipación y democracia cuando persiste la discriminación en función del sexo, cuando las mujeres no son dueñas de su vida, de su cuerpo, de su sexualidad, y se encuentran sometidas a la autoridad del varón, ni hay verdadera dignidad para éste cuando se le adjudica socialmente un estereotipo dominador.
Deberemos concluir que la crítica de todo ello obedece a valores universales e innegociables y en modo alguno a un imperialismo cultural de Occidente. El relativismo que equipara todas las culturas se convierte en coartada para frenar la denuncia de la injusticia o la desigualdad.
Por desgracia, hoy día existen muchos países donde se dan esas condiciones infamantes para las mujeres; también Occidente necesita una continua revisión al respecto, pero quisiera ocuparme aquí de la discriminación específica ligada a las comunidades musulmanas, dado que en ellas predomina una especial dimensión política y religiosa.
¿Qué relación tiene el sojuzgamiento de las mujeres con el islam como fenómeno social y religioso? Diversas son las respuestas: a) el sometimiento de las mujeres en países islámicos es algo cultural e histórico, no necesariamente ligado al islam; b) la discriminación de la mujer es algo ligado al islam cultural y político pero no religioso; c) tiene un fundamento religioso y se deduce del Corán, y d) es una mala lectura del Corán, pues éste es liberador para las mujeres.
Todo ello adquiere además especial relevancia cuando, fruto de la presencia de la inmigración musulmana, el asunto afecta a las propias sociedades occidentales.
Parece que, independientemente de cuál de estas opciones se considere cierta, sobre la crítica legítima del feminismo frente al sometimiento de las mujeres en el marco islámico empieza a planear una acusación: la de islamofobia. Pero fobia es odio irracional, y el feminismo lo que reclama es precisamente el ejercicio de la razón, y su necesaria aplicación ética. Callar frente a la injusticia no es respeto, es cobardía.
Ante la necesaria denuncia de lo evidente, existe una corriente de “feminismo islámico”, que aceptando a o b, negaría c, apostando por d. El feminismo islámico marca sus distancias tanto frente a la ortodoxia islamista cuanto al que denominan feminismo occidental, liberal, colonialista o laico, se articula “dentro de un paradigma islámico” y “deriva su comprensión y mandato del Corán”. No se trataría únicamente de despojar a éste de sus lecturas patriarcales, sino de mostrarlo como la genuina y diferente forma de entender la igualdad entre los géneros y la dignidad de las mujeres; por ello, se dice, es necesario “recuperar el mensaje igualitario” del Corán. La cuestión de fondo estriba en qué estamos entendiendo por igualdad, si entendemos igualdad ante Allâh, pero se mantiene la “complementariedad” de los sexos, la diferente función en el seno de la familia, la poligamia, el matrimonio temporal, el derecho de tutela del hombre sobre la mujer, el carácter obligatorio o deseable del velo y la discriminación en materia de herencia…, todo ello prescrito por el Corán. Entonces utilizamos la noción de igualdad de manera equívoca, pues lo que estamos realmente afirmando es la diferencia, por más que apostemos por un mayor protagonismo de las mujeres, que a la postre quedan encuadradas, limitadas o supuestamente dignificadas en su diferencia.

La cuestión no es si resulta posible una lectura feminista del Corán que propicie la emancipación de la mujer musulmana. Ello sería deseable en el mismo sentido en que se realizó una hermenéutica feminista de la Biblia -libro bastante patriarcal, por cierto-, abriendo caminos de protagonismo para la mujer desde el cristianismo. El problema comienza cuando no intentamos demostrar que el islam es emancipador para la mujer (en el sentido general del término, esto es: igualdad entre los sexos y ante la ley, derecho al propio cuerpo, ausencia de cualquier discriminación en función del sexo…), sino que derivamos del Corán una “forma diferente de dignidad para la mujer”, que denominamos emancipación o feminismo aunque no cumple los requisitos igualitarios de éstos, y entonces acusamos al feminismo que pretende cumplirlos de occidental y etnocéntrico.

Cuando las mujeres se convierten en símbolos de identidad, nacional, cultural o religiosa, subsumen en esta identidad simbólica su rango individual. Así, el rechazo a toda injerencia foránea se hace a costa de su emancipación como individuos, la lucha poscolonial se superpone a la feminista.
El debate del feminismo en los países islámicos es una cuestión que incumbe primordialmente a dichos países, desde el punto de vista occidental sólo cabe congratularse con el avance de un feminismo islámico que promueva la liberación de la mujer en el marco de su cultura y religión, abriendo la puerta a una nueva hermenéutica del Corán alejada de literalismos y de posturas patriarcales, estén éstas asentadas en él o en tradiciones culturales. Pero lo que en dichos países debería tener un carácter social y público no puede trasladarse sin más a los países occidentales, cuyo marco cultural, religioso y político es bien distinto. Lo que allí puede entenderse como progresista desde presupuestos religiosos o ancestrales limitativos, no lo es en absoluto en países occidentales, pues aquí representaría un retroceso al volver a discutir y problematizar logros consolidados.

Quede claro que en modo alguno estoy suponiendo un modelo occidental perfecto y sin fisuras. Pero debemos consensuar qué significamos por libertad, igualdad, etcétera, sin pretender que dichos conceptos sean producciones manchadas de occidentalismo, otorgando así coartada a fundamentalismos retrógrados. El feminismo no está aquejado de islamofobia, sino del esfuerzo compartido por la igualdad, la razón y la libertad, y en ellos legitima su crítica.
Sexismo neocolonial/Ángeles Ramírez, profesora de Antropología de la Universidad Autónoma de Madrid
Tomado de EL PAÍS, 08/10/2006
La islamofobia se instala entre nosotros. Su negación es una legitimación de su continuidad, y ello hace que no dispongamos de las herramientas para erradicarla.
Recientemente organicé con mis estudiantes de la Universidad una visita al Centro Islámico de Madrid. La excursión tenía como fin conocer el lugar y asistir a una conferencia-coloquio sobre el Islam, que imparte el personal gratuitamente. En el debate, algunas estudiantes bien informadas comenzaron a preguntar a nuestro anfitrión sobre las mujeres y el Islam. El coloquio subió de tono y el conferenciante se encontró agresivamente acorralado por el público. El responsable nunca podía terminar su discurso por la presión de parte del público. Al salir, reñí a las estudiantes, porque me parecía que el tono no había sido adecuado. Mis alumnas, ofendidas, decían que él estaba a la defensiva, y me di cuenta de que les resultaba prácticamente imposible imaginar que la situación se había creado desde las dos partes. Son “ellos” siempre los que están a la defensiva, como si eso fuera un sentimiento unilateral. Pero ¿de qué se tienen que defender?

De nosotros. De la islamofobia. Pero nuestro anfitrión no se defendía de la islamofobia de los discursos de algunos académicos o políticos, o de la que tiene su correlato en la violencia. Se defendía de la islamofobia naturalizada o “latente”, según terminología de algunos autores franceses. Ésta, cercana al orientalismo de Said, no consiste sólo en colección de estereotipos. Es un modo de conocer esa realidad, y una estructura de conocimientos tan firmemente instalada que no admite alternativas, considerando, además, que los mecanismos de control sobre lo que se dice son muy sofisticados e infinitas sus formas de legitimación.
La idiosincrasia de la islamofobia en España tiene su base en la morofobia, y se encuadra en el odio al moro. Ésta, para el historiador Eloy Martín, se hace patente desde nuestro descubrimiento colonial de Marruecos, a últimos del XIX y primeros del XX, pero sobre todo, durante el Protectorado español en Marruecos (1912-1956) hasta la independencia del Sáhara. Marruecos se orientalizó, y la imagen negativa del marroquí, del moro, apuntalada por las relaciones coloniales, se extendió al conjunto de la población arabo-musulmana. Las características que históricamente se achacaban al marroquí eran la pereza, crueldad, lascivia, deslealtad, fanatismo, etcétera, y para el caso de las mujeres, básicamente la ignorancia y la sumisión, porque estos estereotipos estaban generizados. Y estas imágenes se refuerzan con la inmigración.

Y ahora la morofobia-islamofobia va adoptando diferentes formas, pero tiene una fundamental en España: la que se articula a partir de la construcción que se hace de las mujeres y de las chicas arabo-musulmanas. Y sucede que las niñas con pañuelo en los colegios son asociadas, por parte de algunos responsables, a la autoexclusión, al fracaso escolar y acusadas de ¡proselitismo! para conseguir que más niñas lleven pañuelo. O que algunas personas de la comunidad universitaria muestren y demuestren descontento ante estudiantes de licenciatura y de doctorado con velo. En este sentido, los discursos supuestamente progresistas, como buena parte del feminista, no escapan de estos argumentos, sino que le dan mayor legitimidad. Las feministas, sobre todo las de cierta edad, instigadoras de la institucionalización del feminismo en España, no quieren ni oír hablar de la cuestión del velo, y niegan cualquier interpretación que no ponga el énfasis en la presión familiar a la hora de llevarlo. Para ellas, el velo es una forma de subordinación clara, que ignora los valores igualitarios y que excluye a las mujeres. Los que ponen en duda esta afirmación son tildados peyorativamente como relativistas culturales. Involución es la palabra que se maneja para reflejar los cambios que ha habido en los últimos años en la condición de las mujeres, uno de los cuales sería el velo. Es cierto que los derechos de las mujeres en los países arabo-musulmanes se han recortado, y que a la dominación tradicional se ha unido la de un Estado que, para legitimarse, usa el Islam en contra de las mujeres. Pero bueno sería considerar, por ejemplo, que muchas mujeres arabo-musulmanas eligen llevar el velo como forma de militancia, o para optimizar los escasos recursos que poseen y así poder optar a cierto prestigio, o a un mejor matrimonio, o como medio de movilidad social, o porque creen en Dios. Todo esto parece ser irrelevante para una parte importante del feminismo. Así, paradójicamente, el feminismo, que nace como una ideología de liberación para la mitad de los oprimidos de la Tierra, puede transformarse y servir a los intereses de la islamofobia.

De este modo, la islamofobia en España tiene su mejor baza en un sexismo imperialista, en lo que antes se llamó feminismo colonial, y ahora feminismo burgués. Se ubica en la época colonial, siglo XIX y primeros del XX, cuando se usaba la condición de las mujeres para primitivizar, en este caso, a los árabes, y para confirmar la idea de base: que las mujeres son sumisas y débiles, y los hombres, autoritarios y agresivos. Nuestra islamofobia, entonces, se sustenta en buena parte sobre la situación de las mujeres de “los otros”. La islamofobia, además, argumentada y justificada a partir de una crítica a la situación de las mujeres musulmanas, sobre todo las del pañuelo, que parece que necesitan ser salvadas. Por las otras mujeres, por nosotras, por supuesto. Y por eso, nuestras estudiantes, a quienes les pesaba como un fardo el pañuelo con el que nos tuvimos que cubrir la cabeza en la mezquita del Centro Islámico, discutían con el responsable. Habían decidido unilateralmente, sin consultarlas, salvar a las otras mujeres de la carga de llevarlo. A las mujeres de los otros.

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