¿Se esperaba que Anna Politóvskaya recibiera funerales de Estado? ¿Resultaba cómoda su figura para los dirigentes occidentales y su cooptación de Putin como interlocutor? La miserable nota emitida por el Kremlin y la reacción de las capitales europeas ante el crimen, disipan cualquier duda. “La ley obliga a tomar todas las medidas necesarias para proceder a una investigación objetiva sobre la trágica muerte de la periodista Anna Politóvskaya”. ¿Investigación objetiva en Rusia? ¿De un asesinato? No: de una “muerte trágica” (traghichéskaya smert). Entre otros, once periodistas díscolos, el estudioso de la oligarquía Jlébnikov, y el parlamentario opositor Víktor Cherepkop, han conocido idéntica suerte en la Rusia de Putin. Nadie se ha visto imputado. Por eso, el lenguaje del Poder no debería concitar sorpresa alguna. Y no porque, dada la cadena jerárquica, se adivine el real inspirador de esa nota, sino por otra razón que compete a la sociolingüística y sus certezas. En la realidad y en el imaginario ruso, el verbo “decir” suele sepultar su prístino significado para englobar lo que denominamos “callar”, “mentir”, “engañar”, “proferir una interjección”, y otros entramados léxicos. Que Putin en persona se encargara de fijar en día y hora el destino de la víctima es harto improbable; no seré yo quien lo insinúe sin pruebas. Pero basta con abrir cualquier periódico ruso. Allí encontrará el lector multitud de anuncios-oferta para realizar “trabajos delicados”, con varia modalidad de precio y reembolso. De los 6,000 hombres del KGB / FSB que con el chekista petersburgués desembarcaron en la sentina yeltsiniana, parece inevitable que alguien interpretara el sentir de las alturas mediante el contrato de algún sicario seguro. ¿Por qué iba a ser este caso una excepción? Politóvskaya lo escribió en su libro sobre Putin: “La historia inicua, como el cáncer, tiende a reaparecer; y sólo existe un tratamiento radical: la terapia a tiempo que aniquile las células letales”.
¿Cómo aplicar tal terapia en Rusia? Se abren sólo dos caminos: el que parte del Poder y el que brota de la sociedad. El primero es ilusorio. Imagine el lector que un Frente de Juventudes, pletórico y confiado, hubiese gestionado la historia española a partir de 1975. Con los retoques evidentes, es lo sucedido en Rusia desde 1991 con la vieja-nueva nomenklatura y los cachorros ávidos del Komsomol. De ahí que, en ese capitalismo de hampa y guerra, sólo el darwinismo social genere hoy el discurso legitimador de la rapiña pasada y presente. ¿Y la terapia ejercida desde la sociedad? ¿No existe opinión pública? Existe, sí; pero, salvo en manifestaciones espasmódicas, permanece dormida. Las dificultades agotadoras de la vida y el servilismo postsoviético de la población no toleran otra cosa en los adultos. Los niños, adoctrinados ahora con preguntas del tipo “¿Cómo dibujarías tú a nuestro Presidente?”, sólo permiten presagiar lo ya evidenciado en las nuevas generaciones: juventudes apáticas y cínicas pero, por un perverso pliegue del alma, harto manipulables por el patrioterismo y el caudillismo propagados desde cualquier rincón. ¿De qué aprovecha esa “opinión pública”? Mientras las encuestas mantengan el 70% de popularidad para una figura como Putin, cabe concluir que cualquier sentimiento cívico operante será una entidad fantasma. También la desinformación recoge sus frutos. El principal, los hombros alzados en el hastío: “Bah, una antipatriota que habla de violaciones, torturas y secuestros de ‘terroristas’ en Chechenia…”. Mejor contemplar la teleserie americana.
Sin embargo, la llama de la indignación y la lucidez aún no se ha extinguido en Rusia. Portadores de ella son los compañeros de Anna Politóvskaya en Nóvaya Gazieta, último refugio de los periodistas expulsados de todas partes, y cuyo cierre señalará la extinción de la libertad de prensa en el país. Y portadores de esa llama son también quienes asistieron al entierro de la asesinada, o los pocos que se manifestaron en Moscú junto a la estatua de Pushkin, tradicional bastión de la resistencia. ¿Qué les impulsaba a hacerlo?
Quizá la personalidad de la nueva mártir (sopeso el vocablo) tenga algo que ver con tal movilización, y aquí he de recurrir a vivencias propias. No hace mucho me cupo en suerte escuchar dos charlas de Anna Politóvskaya en Moscú. Primer tema: las atrocidades rusas en Chechenia (relato en el que no percibí el menor maniqueísmo). Segundo tema, y baldón menos difundido en Occidente: sus investigaciones sobre las prácticas cuarteleras con las que los veteranos torturan a los reclutas bisoños (diedovschina): palizas, violaciones, ingesta de excrementos, y otros hallazgos de autorizado sadismo que silenciaré aquí. Pues bien, aún atesoro el honor que me permitió cambiar sentidas frases con la ponente al concluir las conferencias. ¿Qué me impulsó a abordarla? Lo ignoro, aunque la razón era harto válida después de todo lo referido. Semanas antes, tras vencer la resistencia de los afectados, el azar y el interés me habían hecho sabedor de otros horrores militares que Anna no había recogido en su elenco. Evoco su expresión al escucharme. La infinita bondad se mezclaba con la límpida conciencia de la maldad humana y con el impulso de la indomable luchadora. Su ética era tenaz: comprendía aborreciendo, y aborrecía comprendiendo. Pero no es esto lo que deseo destacar tras su muerte. ¿Cómo pintarle al lector la imagen de aquella mujer menuda, de traza indefensa y desvalida, en cuyos ojos relampagueaba la fuerza descomunal de los débiles y los desesperados? Aquella fragilidad se me antojó sagrada, y como tal habría sido percibida en otra época. Y esa iluminada endeblez se acompañaba de una cortés sonrisa que, ay, no me condujo a error. De pronto, mientras hablábamos, temblé por ella. ¿Qué se puede esperar cuando se insiste en colocar a un monstruo carnívoro ante su propia imagen? ¿Qué amparo recibir de un Occidente hipócrita, vendido al reclamo del gas, pero ávido de los beneficios que las inversiones en la ciénaga rusa sabrán reportarle? En su discurso televisado tras los sucesos de Beslán, Putin no se ahorró el encomio de la Unión Soviética, que desconocía aquellas desgracias… porque era fuerte “y a los débiles se les golpea” /a slabyj b’yut/. Pocas veces el popular mandatario se arrancó la careta de manera tan palpable: una siniestra catadura fascista se perfiló de repente. Quien piensa que es ley de vida golpear al débil, ¿puede consentir que las denuncias de alguien como Politóvskaya le pongan en jaque? Por eso, Anna pertenecía a esos seres necesarios que a veces nos reconcilian con la especie humana. Pero desde hacía dos meses ella ya sabía, por amenazas y anuncios, que su fin estaba próximo.
En otra ocasión ya evoqué en estas páginas el poema de Auden September 1939: en la negrura, los Justos intercambian sus mensajes de luz. Los hijos de la noche han conseguido extinguir ahora una de las más nobles y señeras. Yo voy y vengo de Rusia para preguntarme: ¿cuántas quedan aún por apagar?
*Antonio-Pérez ramos es doctor en Filosofía por la Universidad de Cambridge. Ha estudiado Filología Eslava en Cambridge y Moscú
Tomado de EL PAÍS, 30/10/2006):
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