Los iraníes están convencidos de que el posible ataque contra su país no es más que un farol. Pero, si se equivocan, tal vez presenciemos el panorama que describiré a continuación. De momento, aviones no tripulados y otros ingenios han procedido a identificar objetivos y, aunque la información constituye un secreto, las filtraciones a la prensa indican que se han seleccionado hasta un millar de posibles objetivos.
Como en el caso de Iraq, un ataque daría comienzo con un bombardeo a gran escala. Como buena parte de las instalaciones nucleares se encuentran situadas en zonas urbanas, se producirían notables daños colaterales en Teherán, Isfahán y otras ciudades. Luego, fuerzas especiales se adentrarían en territorio iraní con la misión de destruir las instalaciones aún no afectadas. Toparán inevitablemente con resistencia por más que el ataque estadounidense destinado a aterrar y sobrecoger haya logrado desbaratar en parte las fuerzas armadas iraníes, compuestas de 850.000 hombres. Muy posiblemente caigan algunos miembros de los equipos especiales estadounidenses y otros no alcancen sus objetivos. Deberán enviarse equipos de rescate, lo que significará el comienzo de una guerra de guerrillas. Irán posee una guardia nacional compuesta de 150.000 hombres que en la guerra contra Iraq hizo gala de un fervor y entrega fanáticos; ahora volverían a mostrar similar comportamiento. Irán podría librar una prolongada guerra de guerrillas. Las guerrillas resultarían un blanco elusivo y contarían con el respaldo de la población.
Una vez iniciada, la guerra de guerrillas excedería las fronteras iraníes. Desde decenas de bases esparcidas por el golfo Pérsico y en otros lugares los iraníes lanzarían a no dudar numerosos misiles de fabricación rusa, china e iraní contra bases estadounidenses en Qatar, Iraq y, probablemente, Afganistán. Al propio tiempo, con o sin ayuda o guía iraní, es muy plausible que sus correligionarios suníes perpetren acciones violentas en su ayuda. Iraq es un país gobernado por un gobierno chií promovido por EE. UU. y los 15 millones de chiíes del país mantienen un vínculo especial con Irán. Se multiplicarían los ataques contra las tropas estadounidenses. El millón de chiíes de Líbano atacarían el objetivo cercano, Israel, y en Arabia Saudí, los chiíes, que controlan las instalaciones petrolíferas, podrían dañar el suministro.
La producción de crudo iraní se interrumpiría, lo que restaría un 5% de petróleo al mercado mundial. Los eventuales problemas en el suministro saudí acarrearían problemas incluso más serios. Si quedara afectado el tránsito de petroleros en el golfo Pérsico, el problema aquejaría a un 40% del suministro mundial. Aumentaría notablemente el precio del crudo, que ha subido de 11 dólares el barril en 1990 a un máximo de 80 dólares este año y se halla en torno a los 60 dólares el barril. El economista y premio Nobel Joseph Stiglitz y la profesora de la Universidad de Harvard Linda Bilmes han calculado que cada dólar de incremento en el precio del petróleo merma la renta nacional estadounidense en unos 3.000 millones de dólares. Por tanto, si el petróleo sube de 60 dólares a 120 dólares el barril, el coste para EE. UU. sería de unos 120.000 millones de dólares, seguramente mucho mayor. Algunos llegan a hablar de un coste de 300 dólares el barril. Tal subida de precio sumiría al mundo en una depresión económica. Pero el petróleo no es, naturalmente, el único coste de esta cuestión. Aunque el Congreso estadounidense no ha dado por concluida la asignación de fondos destinados a Iraq, se calcula que pueden llegar a unos 500.000 millones de dólares. Y éste es sólo parte del coste. Los citados economistas han calculado que los gastos totales pueden oscilar entre uno y dos billones de dólares, dependiendo de lo que EE. UU. tarde en salir de Iraq. Pero en el caso de Irán la operación comportaría un coste tres o cuatro veces superior al iraquí. A fin de amparar a la sociedad estadounidense de los efectos negativos de la guerra de Iraq, la Administración de George W. Bush se ha embarcado en préstamos por valor de la cifra de vértigo de 540.000 millones de dólares durante el año fiscal 2004. Como buena parte de este dinero procede de China - país contrario al ataque contra Irán y que sufriría además las consecuencias económicas-, podría suceder que no quepa disponer de este cojín financiero en el año fiscal 2007. El experto financiero Felix Rohatyn ha señalado que el coste en cuestión resultaría insoportable.Pero hablar de dinero no zanja el tema de los costes de la operación.
Aun cuando el ataque sea un éxito en un principio, las bajas podrían ser elevadas. El conflicto de Iraq ha ocasionado hasta ahora unas 2.600 víctimas mortales estadounidenses y los heridos oscilan en torno a 20.000, la mitad de los aquejados de incapacidad permanente. Unos 50.000 padecen graves problemas de pérdida de visión, confusión mental y daños neurológicos de por vida. Un número similar precisará de atención psiquiátrica. Un número desconocido puede verse aquejado de los efectos derivados de las bombas de uranio emprobrecido y desarrollar algún tipo de cáncer.
Por último, podría suceder que esta guerra no pueda ganarse y se convierta en indefinida. Podría sumir al mundo en un torbellino. Se calcula que el coste de la guerra larga en la que los neoconservadores se han empeñado podría alcanzar la cifra de unos 15 billones de dólares. Pero, atención, ésa sería sólo la ganga de la guerra: el coste de verdad consistiría en la destrucción del mundo en que vivimos y la sustitución de nuestra buena vida en términos cívicos, culturales y materiales por algo parecido a la pesadilla vaticinada por George Orwell en su novela 1984.
En mi próximo artículo expondré un plan para evitar esta pesadilla.
Polk es miembro del Consejo de Planificación Política del Departamento de Estado en la presidencia de John F. Kennedy.
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Tomado de LA VANGUARDIA, 29/10/2006):
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