Israel debe negociar/ David Grossman
Cuanto más se complica la lucha con Hezbolá, se hace más evidente que en las últimas décadas en las que Israel se ha agotado en el conflicto con los palestinos su capacidad militar y su poder de disuasión se han vistos reducidos de forma considerable y grave.
Voy a insistir en algo que ya se ha dicho en más de una ocasión aunque suele olvidarse, algo que dada la situación actual no debemos ignorar por más tiempo: desde hace décadas Israel se ha desangrado en el conflicto con los palestinos; ha sido una sangría económica que también ha consumido sus mejores energías en lo que se refiere a su capacidad de pensamiento y debate interno.
Desde hace ya casi cuarenta años, el desarrollo israelí, como pueblo, sociedad y Estado, ha seguido una senda equivocada, estéril y que conduce a un callejón sin salida. Parte importante del debate interno en Israel lleva años girando en torno a la cuestión de la ocupación. Y por ello otras discusiones fundamentales relativas a los auténticos problemas de Israel y a los grandes peligros que realmente acechan al país han sido relegadas a un segundo plano.
Piensen sólo en lo mucho que agotó y debilitó a Israel el debate sobre la desconexión de Gaza hace apenas un año. Qué enormes sumas de dinero se derrocharon en ese proceso y en las indemnizaciones a los colonos (si nuestros líderes hubiesen tenido más coraje y sensatez política, esos colonos nunca habrían ido allí). Piensen en la infinidad de horas de entrenamiento que deberían haber estado destinadas a preparar al Ejército para responder, por ejemplo, al desafío de un enfrentamiento con Hezbolá y que se perdieron para entrenar a nuestros soldados para que aprendieran a evacuar con tacto pero con firmeza a jovencitas y escolares.
Como ciudadano israelí de a pie que no tiene más fuentes de información que los medios de comunicación, me pregunto: ¿Qué vamos a hacer el día en que nos tengamos que enfrentar a una amenaza de un alcance y complejidad desconocidos para nosotros y para la que no estamos preparados ya que el Ejército lleva décadas realizando principalmente labores de control policial en una situación de ocupación?
Y todo porque el Ejército de Israel se ha desgastado durante años en un enfrentamiento con población civil -palestinos y colonos- y en un sinnúmero de choques con grupos de combatientes palestinos y con organizaciones de poca monta que suponen una amenaza ridícula para la seguridad de Israel.
En un proceso lento e imperceptible, la situación de ocupación ha llevado a Israel a concentrar en ella una parte importante de su inversión en seguridad, además de una parte considerable de su energía vital. "Toda la sangre va a la herida", dijo en una ocasión Gershom Scholem, y en nuestro caso toda la sangre lleva muchos años fluyendo hacia la herida de la ocupación y sus problemas, sus quimeras. Una ocupación convertida en el mayor proyecto nacional y económico de Israel.
Debido a la desestabilización causada por el conflicto con Hezbolá, ahora resulta más urgente y vital que nunca lograr un acuerdo con los palestinos. Hay que acabar con la ocupación, y no sólo porque es la solución lógica a una situación insostenible para ambos pueblos, sino porque sólo así podrá Israel recuperar cuanto antes la normalidad política y militar tan necesaria en un país con unas circunstancias tan difíciles. Solamente de esa manera Israel tendrá suficiente energía y la mente despejada para prepararse convenientemente para enfrentarse a las amenazas que lo acechan y ponen en peligro su existencia.
Y no nos equivoquemos: el fin de la ocupación no hará que nos quieran más en Oriente Medio. Israel seguirá siendo una planta extraña para la mayor parte de los países árabes. Oriente Medio nunca mostrará buena voluntad hacia Israel y cuesta suponer que pronto se dé un vuelco en la conciencia de los países árabes aunque cese la ocupación. Pero si se alcanza un buen acuerdo con los palestinos se reducirán las llamas que arden bajo la mayoría de los focos del conflicto, se curarán fracturas internas en Israel y los israelíes recordarán por fin por lo que realmente conviene luchar.
Justo ahora a Israel le interesa promover un proceso de negociación con los palestinos, pese a sus divisiones y distintas facciones. Israel debe hacerles una propuesta seria que suponga para los palestinos un auténtico reto y los obligue a decidir si quieren la vida, el acuerdo y la paz o prefieren seguir siendo los rehenes de un Gobierno fanático y fundamentalista; si optan por adherirse a una postura extremista y pagar un alto precio -tal y como le está pasando ahora a Hezbolá- o deciden conformar de manera distinta su situación y su futuro al lado de Israel.
La acción combativa e innegociable de Hezbolá hace que muchos israelíes amalgamen los dos frentes ante los que se halla Israel y se cree así una sensación de amenaza existencial. Pero mientras que Hezbolá busca el exterminio del Estado de Israel, los palestinos, en su mayoría, han asumido ya -si bien sin mucho entusiasmo- la existencia de Israel y la necesidad de dividir la tierra en dos partes. La mayoría de los israelíes y los palestinos ya han comprendido que su destino está ligado de forma inevitable. A ambos pueblos les interesa claramente llegar a un acuerdo y renunciar para ello a algunas de sus exigencias. A fin de cuentas, unos y otros saben que la solución a este conflicto no puede alcanzarse por la vía de la fuerza.
El cruel machaque de la franja de Gaza ya hace tiempo que dejó de ser operativo. Según varios informes, los grupos extremistas palestinos están dispuestos ahora a decretar un alto el fuego. Por tanto, una propuesta sincera de Israel buscando retomar las negociaciones, y ello sin esperar a que acabe la lucha contra Hezbolá, mostrará a los palestinos y al mundo entero que Israel distingue entre ambos conflictos. Así se podrá mejorar la situación de Israel en ambos frentes.
Publicado en El País, 2/08/06, Traducción de Sonia Pedro.
David Grossman (Israel, 1954) es considerado el escritor más importante de la literatura israelí contemporánea, sus obras han sido traducidas a veintiséis idiomas. Es dueño de un lenguaje innovador y estructuralmente complejo, que ha sido comparado con escritores de la talla de Günter Grass y Gabriel García Márquez, por su magistral dominio y dosificación de la realidad y la fantasía.
Ha recibido entre otros los premios literarios, Grinzane-Cavour, Mondello, Valumbrosa y Sappir, además de ser distinguido con el Chevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres de Francia. Es autor, entre otras, de las obras, La sonrisa del cordero (1983), Véase: amor (1986), El viento amarillo (1987), El libro de la gramática interna (1991), Presencias ausentes (1992), Chico zigzag (1994), Entiendo con el cuerpo (2002) y La muerte como forma de vida (2003). Pero sobre todo destaca por dos de sus novelas, Llévame contigo (2000) y Tú serás mi cuchillo (2005).