25 ago 2007

¡Por qué!?

¡Por qué! /Jaime Sánchez Susarrey
Reforma, 25/08/2007;
Por qué no tenemos una izquierda moderna y democrática. A diferencia de Chile o España, las corrientes zurdas son arcaicas o, cuando menos, no representan una alternativa viable en nuestro país. Han pasado 18 años desde la fundación del Partido de la Revolución Democrática y el cambio no llega. No sólo eso. Si López Obrador hubiese ganado la Presidencia de la República se habría producido un enorme retroceso. El PRD habría quedado bajo la férula de un priista de viejo corte y el país sometido a un liderazgo estilo Chávez. No ocurrió de milagro. Pero el peligro no ha pasado. AMLO no está muerto ni enterrado. Su sombra aún paraliza a los perredistas.
¿Dónde están los genes, o los resortes, de ese entrampamiento? Para responder esta pregunta hay que analizar las distintas corrientes y afluentes de lo que en México llamamos izquierda. Veamos.
La tradición priista, nacionalista-revolucionaria, que confluyó en la fundación del PRD, es eminentemente autoritaria. Los priistas nunca creyeron en el sufragio efectivo como fuente del poder y como principio legitimador. Se asumían como la vanguardia de un movimiento revolucionario. Salvaguardar la soberanía nacional y asegurar la prosperidad de los obreros, los campesinos y las clases medias eran su santo y seña. El poder se sometía formal, pero no realmente, al veredicto de las urnas.
La tradición socialista (marxista-leninista) en todas sus variantes era igualmente autoritaria. Las urnas, la democracia formal, burguesa, no eran un método revolucionario ni un valor en sí mismo. Marx y Lenin estaban convencidos de que la igualdad formal, la de los ciudadanos, era un engaño que debía ser sustituido por la organización revolucionaria al estilo de la Comuna de París o de los soviets en Rusia. Lenin y Trotsky fueron más allá. El Partido Comunista debía conducir al proletariado a la victoria y en la construcción del nuevo orden. Su liderazgo no debía jamás someterse a las urnas.
Los priistas de izquierda y los socialistas de corte marxista-leninista (en sus distintas versiones trotskysta, maoísta, guevarista et alii) coincidieron en 1989 en varias cuestiones: primero, la preeminencia del Estado sobre la sociedad y la economía. La Revolución Mexicana contenía avances que no había que echar por la borda. Notablemente: las empresas públicas, el sindicalismo, el movimiento agrario y el proteccionismo económico. Segundo, desconfiaban de la economía de mercado y del capitalismo. El individualismo económico era condenable. Tercero, "apostaban" por la democracia sin gran convicción. O en todo caso, se asumían como la encarnación histórica de la voluntad mayoritaria del pueblo.
Las corrientes radicales, las que siguen creyendo en la revolución violenta, en la vanguardia revolucionaria y en la dictadura del proletariado son una versión trasnochada de la izquierda de los años sesenta y setenta. En su calendario nunca cayó el Muro de Berlín ni desapareció la Unión Soviética ni se colapsó el régimen de Enver Hoxha en Albania. El marxismo-leninismo-stalinismo, etcétera, sigue siendo la doctrina revolucionaria que permitirá alcanzar el poder, aniquilar a la burguesía, y construir el nuevo orden socialista. ¡Revolución o muerte, Venceremos! Es la consigna del EPR y otros movimientos.
El EZLN pertenece a esa tradición. Por eso sus primeras proclamas llamaban a la toma del poder y a la destrucción del Estado y el Ejército burgueses. Pero con el paso del tiempo, muy rápido a decir verdad, cambiaron de piel. Los valores, los usos y las costumbres de las sociedades premodernas, indígenas, se constituyeron en su nueva identidad. Fue un paso atrás en doble sentido. Echaron por la borda las reflexiones de Marx sobre el capitalismo y la modernidad. Anclaron la crítica de la democracia formal y de la economía de mercado en el pasado. La revolución le cedió el paso y el bastón de mando a un movimiento restaurador. La comunidad sobre el individuo y los usos y costumbres sobre la razón.
En México no ha habido una tradición socialdemócrata.
¿Qué se entiende por socialdemocracia? La corriente socialista europea, ajena al marxismo-leninismo, al socialismo real, que reivindicó tres principios fundamentales: 1) la eficacia de la economía de mercado y el abandono de la planificación estatista; 2) la renuncia a la violencia y la adopción de la competencia electoral como la única vía legitima de acceso al poder; 3) la crítica de los sistemas totalitarios (socialismo real) y la defensa de la democracia y el Estado de derecho como valores en sí mismos. En suma, el abandono total y radical de las ideas de Marx y de Lenin.
En México, ya lo dije, esa tradición está ausente o es minoritaria. La reciente formación de Alternativa Socialdemócrata es innovadora. Pero ese pequeño embrión no acaba de tomar forma ni de nacer. Primero, porque los conflictos internos los consumen. Y segundo, porque están apostando a conquistar y ocupar un pequeño nicho de mercado (la defensa de los derechos de las minorías -muy respetable, por cierto), sin asumirse como un proyecto de largo alcance y aliento. Su comportamiento y su estrategia equivalen al reconocimiento de que la socialdemocracia nunca ha tenido ni tendrá la voz cantante en la izquierda mexicana.
Para acabar de documentar el pesimismo sobre el futuro de la izquierda en México hay que consignar un hecho adicional: los movimientos y las corrientes zurdas probaron las mieles del poder antes de emprender una reforma ideológica e intelectual. Esto derivó en un pragmatismo y oportunismo ramplones. Todos ellos saben que las curules, los gobiernos estatales y municipales se traducen en ingresos y emolumentos. Basta con referirse al presupuesto de la Ciudad de México, superior a los 80 mil millones de pesos. Amén de los salarios y las prebendas de los diputados y los senadores. ¿Qué ideología o principios pueden competir contra esos cálculos? Ninguno. Por eso AMLO sigue teniendo una enorme ascendencia: su imagen representa no la esperanza del cambio, sino la posibilidad de alcanzar el gran y jugoso hueso de la Presidencia de la República.
Por último, las izquierdas, todas ellas, con contadas excepciones, son alérgicas a la crítica y a la autocrítica. Sus herramientas conceptuales operan en sentido inverso. El pensamiento cerrado no duda ni se interroga, sospecha y denuncia. Amén de que los liderazgos autoritarios han encarecido la práctica: aquel que critica o alza la voz es inmolado en el altar de AMLO.
Vuelvo al principio y me corrijo: Con ese pasado y contexto, ¡por qué habríamos de tener una izquierda moderna y democrática!

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