Publicado en EL PAÍS, 06/10/2007;
Hace casi cincuenta años, la Revolución cubana se convirtió rápidamente en el referente idílico de la izquierda política e intelectual europea. Reunía todos los ingredientes míticos. Los jóvenes barbudos, la caída de la dictadura corrupta de Batista, el reto al imperialismo norteamericano, el apoyo masivo de los cubanos a la Revolución. Para el imaginario colectivo de la socialdemocracia europea, el autotitulado socialismo real del bloque soviético nunca fue un modelo, pero aunque parezca sorprendente aún conservaba entonces en algunos una aureola atractiva que compartiera poco después con la Revolución Cultural China. Pasarían años todavía hasta que con la evidencia abrumadora de los crímenes del estalinismo y del maoísmo borraran cualquier resquicio de comprensión o simpatía por ciertos sectores socialdemócratas.
En cualquier caso, se dijo, la Revolución cubana era distinta, era la auténtica, la que merece todos nuestros apoyos. La rápida evolución castrista hacia el marxismo-leninismo y su alineamiento con la URSS se justificaba con los avatares de la guerra fría. La pronta represión de intelectuales, artistas y homosexuales, seguida por la supresión de todo ejercicio libre de profesionales como médicos, abogados, arquitectos, el cierre de todos los comercios privados, hasta el último y modesto colmado… se justificaba con la expresión castiza “no se puede hacer una tortilla sin romper huevos”. A los primeros, decenas de miles, de exiliados se les calificaba sumariamente de “gusanos” contrarrevolucionarios. Cuando les tocó irse a revolucionarios de primera hora, a intelectuales y escritores prestigiosos, se siguió buscando justificaciones, se trataba de escritores burgueses, no soportan la vida austera de la Revolución, la han traicionado.
Pero mientras tanto, con el paso del tiempo y del cariz real que tomaba el régimen cubano, las cosas no iban sino a peor. La desaparición de la más mínima libertad de expresión y de creación artística, el cierre o la prohibición de cualquier centro o local cultural o social independiente, lo que incluye la inexistencia legal de organizaciones no gubernamentales de cualquier tipo, el aumento constante de mareas de exiliados, el encarcelamiento cada vez más frecuente de disidentes pacíficos y sobre todo el fracaso de la economía estatalizada, a pesar del ingente subsidio soviético, la permanencia de la cartilla de racionamiento y la escasez generalizada fue disminuyendo las simpatías europeas a la Revolución cubana. Con todo ello, el desenganche de la izquierda europea con Cuba se fue haciendo más evidente. La actitud firme y razonada contra la dictadura cubana de intelectuales reconocidos por la izquierda, como Mario Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Jorge Edwards y, por supuesto, de Cabrera Infante, entre otros, demostró a los que aún dudaban el fracaso de la Revolución y la imposibilidad de reformarla desde dentro.
Para cualquier observador avisado, la aparente adhesión de las masas cubanas (movilizaciones, concentraciones y demás campañas dirigistas) no es más que parte de la estrategia de supervivencia que los cubanos, por necesidad, han tenido que desarrollar, con un magistral uso del disimulo, para no tener problemas con la seguridad del Estado. La otra parte de dicha estrategia es el sinfín de imaginativos recursos que cotidianamente tienen que inventar (”resolver”) para poder alimentarse con tan escuálidos sueldos y tan magro abastecimiento de materias primas. Resulta dramáticamente paradójico que uno de los principales ingresos de divisas en Cuba, sin el que no podrían sobrevivir, sean las remesas que envían a sus familiares… los dos millones de cubanos exiliados.
Sin embargo, aún hoy se oyen voces de defensa de la dictadura cubana en la izquierda democrática europea y sobre todo es clamoroso el silencio de tantos. Es como si hubiera una resistencia subconsciente a renunciar a los sueños de la juventud, aunque esos sueños se hayan convertido en pesadilla. Los acontecimientos de la primavera de 2003 con el fusilamiento sumarísimo de dos jóvenes de color que intentaban secuestrar una lancha para huir de Cuba y la detención de 75 intelectuales y periodistas, de los que todavía quedan unos cincuenta en prisión, fue una nueva prueba para la izquierda, de la que destacó el premio Nobel José Saramago, que publicó un amargo artículo titulado Hasta aquí hemos llegado, en el que anunciaba su desvinculación con el régimen cubano.
La grave enfermedad de un Fidel Castro ya anciano y la cesión de sus poderes a su hermano Raúl, de 75 años, junto con un pequeño grupo de dirigentes, ha abierto expectativas de cambio. Lo que nadie sabe es en qué sentido. La posición oficial es que a Fidel Castro lo sucederá el Partido Comunista de Cuba. Lo que sí se impone es estar preparado para los acontecimientos desde dentro y desde fuera de Cuba. Es evidente que el protagonismo de lo que debe ser Cuba después de Castro deben decidirlo los cubanos mismos. Pero no es menos cierto que desde fuera deberíamos ayudar a una transición pacífica y ordenada hacia la democrática que permita a los cubanos estabilidad, libertad, prosperidad y esperanza en el futuro. El Gobierno de EE UU no parece por ahora dispuesto a levantar el embargo que mantiene, aunque con muchos agujeros, desde hace cuarenta y tantos años, y que ha demostrado ser un rotundo fracaso que sólo ha contribuido al fortalecimiento de los duros de dentro y de fuera. La América Latina de hoy, con mayoría de Gobiernos de izquierda de distinto signo, debería jugar un papel importante para integrar la Cuba del futuro en su seno. Y la Unión Europea debe seguir lo iniciado por el Gobierno español de mantener un diálogo crítico, franco y sin condiciones con Cuba, que le permita estar presente a la hora de los hipotéticos cambios.
Pero, ¿cuál debe ser el papel del socialismo democrático europeo en esta coyuntura? De entrada, fortalecer la comunicación y la colaboración con aquellos que en Cuba se reclaman de nuestra misma corriente ideológica. Ésa es la orientación del Partido Socialista Europeo y de sus miembros. De ahí que socialistas italianos, belgas, suecos, alemanes, franceses, cubanos y españoles hayamos constituido una asociación “Cuba-Europa en Progreso”, junto con la Corriente Socialista Democrática y el Arco Progresista que dirige Manuel Cuesta Morúa, uno de los mejores exponentes de la izquierda democrática cubana, quien en medio de mil dificultades, acosos, actos de repudio, confiscaciones y periódicas detenciones mantiene firmes sus ideas y sus iniciativas por conseguir una Cuba democrática con el instrumento del diálogo y la tolerancia.
Puesto que nuestros principios y valores éticos son universales, la izquierda europea puede y debe colaborar para que pronto los cubanos, y quienes viven privaciones similares o peores, disfruten de los derechos y libertades del Estado de bienestar que en Europa disfrutamos y a los que no estamos dispuestos a renunciar.
En cualquier caso, se dijo, la Revolución cubana era distinta, era la auténtica, la que merece todos nuestros apoyos. La rápida evolución castrista hacia el marxismo-leninismo y su alineamiento con la URSS se justificaba con los avatares de la guerra fría. La pronta represión de intelectuales, artistas y homosexuales, seguida por la supresión de todo ejercicio libre de profesionales como médicos, abogados, arquitectos, el cierre de todos los comercios privados, hasta el último y modesto colmado… se justificaba con la expresión castiza “no se puede hacer una tortilla sin romper huevos”. A los primeros, decenas de miles, de exiliados se les calificaba sumariamente de “gusanos” contrarrevolucionarios. Cuando les tocó irse a revolucionarios de primera hora, a intelectuales y escritores prestigiosos, se siguió buscando justificaciones, se trataba de escritores burgueses, no soportan la vida austera de la Revolución, la han traicionado.
Pero mientras tanto, con el paso del tiempo y del cariz real que tomaba el régimen cubano, las cosas no iban sino a peor. La desaparición de la más mínima libertad de expresión y de creación artística, el cierre o la prohibición de cualquier centro o local cultural o social independiente, lo que incluye la inexistencia legal de organizaciones no gubernamentales de cualquier tipo, el aumento constante de mareas de exiliados, el encarcelamiento cada vez más frecuente de disidentes pacíficos y sobre todo el fracaso de la economía estatalizada, a pesar del ingente subsidio soviético, la permanencia de la cartilla de racionamiento y la escasez generalizada fue disminuyendo las simpatías europeas a la Revolución cubana. Con todo ello, el desenganche de la izquierda europea con Cuba se fue haciendo más evidente. La actitud firme y razonada contra la dictadura cubana de intelectuales reconocidos por la izquierda, como Mario Vargas Llosa, Juan Goytisolo, Carlos Fuentes, Jorge Edwards y, por supuesto, de Cabrera Infante, entre otros, demostró a los que aún dudaban el fracaso de la Revolución y la imposibilidad de reformarla desde dentro.
Para cualquier observador avisado, la aparente adhesión de las masas cubanas (movilizaciones, concentraciones y demás campañas dirigistas) no es más que parte de la estrategia de supervivencia que los cubanos, por necesidad, han tenido que desarrollar, con un magistral uso del disimulo, para no tener problemas con la seguridad del Estado. La otra parte de dicha estrategia es el sinfín de imaginativos recursos que cotidianamente tienen que inventar (”resolver”) para poder alimentarse con tan escuálidos sueldos y tan magro abastecimiento de materias primas. Resulta dramáticamente paradójico que uno de los principales ingresos de divisas en Cuba, sin el que no podrían sobrevivir, sean las remesas que envían a sus familiares… los dos millones de cubanos exiliados.
Sin embargo, aún hoy se oyen voces de defensa de la dictadura cubana en la izquierda democrática europea y sobre todo es clamoroso el silencio de tantos. Es como si hubiera una resistencia subconsciente a renunciar a los sueños de la juventud, aunque esos sueños se hayan convertido en pesadilla. Los acontecimientos de la primavera de 2003 con el fusilamiento sumarísimo de dos jóvenes de color que intentaban secuestrar una lancha para huir de Cuba y la detención de 75 intelectuales y periodistas, de los que todavía quedan unos cincuenta en prisión, fue una nueva prueba para la izquierda, de la que destacó el premio Nobel José Saramago, que publicó un amargo artículo titulado Hasta aquí hemos llegado, en el que anunciaba su desvinculación con el régimen cubano.
La grave enfermedad de un Fidel Castro ya anciano y la cesión de sus poderes a su hermano Raúl, de 75 años, junto con un pequeño grupo de dirigentes, ha abierto expectativas de cambio. Lo que nadie sabe es en qué sentido. La posición oficial es que a Fidel Castro lo sucederá el Partido Comunista de Cuba. Lo que sí se impone es estar preparado para los acontecimientos desde dentro y desde fuera de Cuba. Es evidente que el protagonismo de lo que debe ser Cuba después de Castro deben decidirlo los cubanos mismos. Pero no es menos cierto que desde fuera deberíamos ayudar a una transición pacífica y ordenada hacia la democrática que permita a los cubanos estabilidad, libertad, prosperidad y esperanza en el futuro. El Gobierno de EE UU no parece por ahora dispuesto a levantar el embargo que mantiene, aunque con muchos agujeros, desde hace cuarenta y tantos años, y que ha demostrado ser un rotundo fracaso que sólo ha contribuido al fortalecimiento de los duros de dentro y de fuera. La América Latina de hoy, con mayoría de Gobiernos de izquierda de distinto signo, debería jugar un papel importante para integrar la Cuba del futuro en su seno. Y la Unión Europea debe seguir lo iniciado por el Gobierno español de mantener un diálogo crítico, franco y sin condiciones con Cuba, que le permita estar presente a la hora de los hipotéticos cambios.
Pero, ¿cuál debe ser el papel del socialismo democrático europeo en esta coyuntura? De entrada, fortalecer la comunicación y la colaboración con aquellos que en Cuba se reclaman de nuestra misma corriente ideológica. Ésa es la orientación del Partido Socialista Europeo y de sus miembros. De ahí que socialistas italianos, belgas, suecos, alemanes, franceses, cubanos y españoles hayamos constituido una asociación “Cuba-Europa en Progreso”, junto con la Corriente Socialista Democrática y el Arco Progresista que dirige Manuel Cuesta Morúa, uno de los mejores exponentes de la izquierda democrática cubana, quien en medio de mil dificultades, acosos, actos de repudio, confiscaciones y periódicas detenciones mantiene firmes sus ideas y sus iniciativas por conseguir una Cuba democrática con el instrumento del diálogo y la tolerancia.
Puesto que nuestros principios y valores éticos son universales, la izquierda europea puede y debe colaborar para que pronto los cubanos, y quienes viven privaciones similares o peores, disfruten de los derechos y libertades del Estado de bienestar que en Europa disfrutamos y a los que no estamos dispuestos a renunciar.
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