Sin publicar
Señora Directora (Carmen Lira de La Jornada):
Le solicito publicar mi respuesta a Luis Hernández:1. Escribe Luis Hernández que, “descubierto en mi trampa”, invento pretextos para justificarme, etc. Puede ser, pero, ¿de qué trampa está hablando? Aquí el único tramposo es él, que cita fuentes apócrifas o impresentables. Suponiendo sin conceder que Enrique González Ruiz reivindique en realidad la autoría del libelo (cosa que no se ha visto), habría que preguntar, primero, ¿quién es Enrique González Ruiz? Sí, ¿de qué títulos goza para mentir y calumniar? No olvidemos que el propósito original del libelo, cuya autoría supuestamente reclama, era el de denigrar a Sergio Aguayo.
2. Por el artículo de Mauricio Laguna en Contralínea, que él mismo citó como fuente, pasa Hernández como sobre ascuas, y señala en cambio que todas las pruebas de mi “traición” están en archivos de la DFS, que omite citar textualmente, ¿para qué? Pero ¿no era este el eje de su argumentación? ¿Qué yo era un policía infiltrado en la Liga bla bla bla? Lo que yo quise establecer en cambio, desde un principio, es que Luis Hernández era mentiroso e inescrupuloso intelectualmente, porque así se le da y porque cree que mentir y calumniar es correcto si se hace en defensa de causas “justas y nobles”.
3. Pasados remotos: no sé dónde estaba Luis Hernández en los años 70, pero yo estaba en la cárcel iniciando la rectificación de la lucha armada, que desembocó posteriormente en la amnistía a los guerrilleros presos, prófugos y exiliados, lo que propició la reincorporación de éstos a la lucha política legal y que, junto con la reforma política de Reyes Heroles, fue la primera fisura del régimen autoritario después del 68. Por cierto, ¿no fue Carmen Lira la joven reportera que acudió al penal de Topochico, allá por 1977, a expresarle su solidaridad a este “ex guerrillero arrepentido”?
4. ¿De dónde saca Hernández tanto valor para tratar a los ex guerrilleros de los 70 como “perros muertos”? ¿Cree que la autoridad moral se adquiere por contagio? Cuando denuncia, exudando desprecio, a Manuel Anzaldo como “delator”, uno piensa enseguida que él, Hernández, debió ser el vivo paradigma de cómo comportarse bajo la tortura y de cómo sobrellevar largos años de cárcel con dignidad. No hay nada de eso: es un farsante de lengua larga y cara dura, nada más.
5. Señala el acólito de la “dulce violencia” que yo oculto mi chamba en la PGR y en la Secretaría de Gobernación en 1994, pero ¿quién me preguntó? En la PGR estuve un mes, como Director General de Ubicación y Erradicación de Cultivos Ilícitos; en Gobernación 11 meses, como asesor del secretario; en ambos casos, con mucho orgullo, a las órdenes de Jorge Carpizo. Lo de “funciones policiales” es solo una mentira más, incomprobable como las otras. 6. Se “acomoda” las citas textuales. Dice que yo escribí que los paramilitares son “un mito”, pero juzgue el lector: “Todo dentro del mito creado por los departamentos oficiosos de propaganda del EZLN, la Diócesis de San Cristóbal y sus correas de transmisión, en el sentido de que en varias partes de Chiapas se desarrolla una guerra de baja intensidad, orquestada desde ‘los más altos niveles del Estado’ contra las comunidades que son simpatizantes o bases de apoyo zapatistas”. Queda claro que lo que califico de mito no son los paramilitares, sino la susodicha “guerra de baja intensidad” (artículo del 19/12/97, El Nacional).
7. En la verdad legal, no hay nada que apuntale la tesis de un “crimen de Estado” en Acteal. Todas las declaraciones de los detenidos, así como de los agraviados, aluden a un conflicto que se fue agravando por la negligencia y parcialidad de diversas autoridades, sí, pero sobre todo por la acción de los incontrolados de ambos bandos, que precipitaron un crimen horrendo. En el mito, en cambio, todos “saben” que tal crimen fue “de Estado”, pero no lo pueden probar. Cita Hernández a alguien tan imparcial como Gonzalo Ituarte (¿es acaso el mismo Gonzalo Ituarte que denunció en falso la toma de “La Realidad” por el ejército mexicano, en enero de 1998?), quien prefiere el libro de Isabel Arvide sobre el mío, dado que fue escrito “con amor”. Sea, cada quien sus gustos.
8. Emilio Chauyffet y Ruiz Ferro salieron de sus cargos, hasta donde se pudo saber, no por lo que hicieron, sino por lo que no hicieron para prevenir el trágico desenlace. Chauyffet estaba además muy desgastado por su pleito con las oposiciones en la Cámara de Diputados.
8. Finalmente: fui asesor de la Delegación Gubernamental a las pláticas de paz en Chiapas, y luego del presidente, no para supuestas funciones de “contrainsurgencia”, sino para apoyar una salida pacífica y negociada a la crisis chiapaneca; segundo, para contribuir a elaborar los temas y posiciones (reformas) que empujaran en esa dirección; tercero, para alertar del desarrollo de conductas y posiciones que lesionaran la tregua alcanzada, incidieran en una mayor descomposición social o afectaran la soberanía del Estado; cuarto, para coadyuvar a mantener la integridad territorial y la estabilidad política, y quinto, para impulsar las reformas democráticas y el apoyo internacional al gobierno republicano de Ernesto Zedillo. Todo claro en la medida de mis modestas posibilidades.
Gustavo Hirales Morán
2. Por el artículo de Mauricio Laguna en Contralínea, que él mismo citó como fuente, pasa Hernández como sobre ascuas, y señala en cambio que todas las pruebas de mi “traición” están en archivos de la DFS, que omite citar textualmente, ¿para qué? Pero ¿no era este el eje de su argumentación? ¿Qué yo era un policía infiltrado en la Liga bla bla bla? Lo que yo quise establecer en cambio, desde un principio, es que Luis Hernández era mentiroso e inescrupuloso intelectualmente, porque así se le da y porque cree que mentir y calumniar es correcto si se hace en defensa de causas “justas y nobles”.
3. Pasados remotos: no sé dónde estaba Luis Hernández en los años 70, pero yo estaba en la cárcel iniciando la rectificación de la lucha armada, que desembocó posteriormente en la amnistía a los guerrilleros presos, prófugos y exiliados, lo que propició la reincorporación de éstos a la lucha política legal y que, junto con la reforma política de Reyes Heroles, fue la primera fisura del régimen autoritario después del 68. Por cierto, ¿no fue Carmen Lira la joven reportera que acudió al penal de Topochico, allá por 1977, a expresarle su solidaridad a este “ex guerrillero arrepentido”?
4. ¿De dónde saca Hernández tanto valor para tratar a los ex guerrilleros de los 70 como “perros muertos”? ¿Cree que la autoridad moral se adquiere por contagio? Cuando denuncia, exudando desprecio, a Manuel Anzaldo como “delator”, uno piensa enseguida que él, Hernández, debió ser el vivo paradigma de cómo comportarse bajo la tortura y de cómo sobrellevar largos años de cárcel con dignidad. No hay nada de eso: es un farsante de lengua larga y cara dura, nada más.
5. Señala el acólito de la “dulce violencia” que yo oculto mi chamba en la PGR y en la Secretaría de Gobernación en 1994, pero ¿quién me preguntó? En la PGR estuve un mes, como Director General de Ubicación y Erradicación de Cultivos Ilícitos; en Gobernación 11 meses, como asesor del secretario; en ambos casos, con mucho orgullo, a las órdenes de Jorge Carpizo. Lo de “funciones policiales” es solo una mentira más, incomprobable como las otras. 6. Se “acomoda” las citas textuales. Dice que yo escribí que los paramilitares son “un mito”, pero juzgue el lector: “Todo dentro del mito creado por los departamentos oficiosos de propaganda del EZLN, la Diócesis de San Cristóbal y sus correas de transmisión, en el sentido de que en varias partes de Chiapas se desarrolla una guerra de baja intensidad, orquestada desde ‘los más altos niveles del Estado’ contra las comunidades que son simpatizantes o bases de apoyo zapatistas”. Queda claro que lo que califico de mito no son los paramilitares, sino la susodicha “guerra de baja intensidad” (artículo del 19/12/97, El Nacional).
7. En la verdad legal, no hay nada que apuntale la tesis de un “crimen de Estado” en Acteal. Todas las declaraciones de los detenidos, así como de los agraviados, aluden a un conflicto que se fue agravando por la negligencia y parcialidad de diversas autoridades, sí, pero sobre todo por la acción de los incontrolados de ambos bandos, que precipitaron un crimen horrendo. En el mito, en cambio, todos “saben” que tal crimen fue “de Estado”, pero no lo pueden probar. Cita Hernández a alguien tan imparcial como Gonzalo Ituarte (¿es acaso el mismo Gonzalo Ituarte que denunció en falso la toma de “La Realidad” por el ejército mexicano, en enero de 1998?), quien prefiere el libro de Isabel Arvide sobre el mío, dado que fue escrito “con amor”. Sea, cada quien sus gustos.
8. Emilio Chauyffet y Ruiz Ferro salieron de sus cargos, hasta donde se pudo saber, no por lo que hicieron, sino por lo que no hicieron para prevenir el trágico desenlace. Chauyffet estaba además muy desgastado por su pleito con las oposiciones en la Cámara de Diputados.
8. Finalmente: fui asesor de la Delegación Gubernamental a las pláticas de paz en Chiapas, y luego del presidente, no para supuestas funciones de “contrainsurgencia”, sino para apoyar una salida pacífica y negociada a la crisis chiapaneca; segundo, para contribuir a elaborar los temas y posiciones (reformas) que empujaran en esa dirección; tercero, para alertar del desarrollo de conductas y posiciones que lesionaran la tregua alcanzada, incidieran en una mayor descomposición social o afectaran la soberanía del Estado; cuarto, para coadyuvar a mantener la integridad territorial y la estabilidad política, y quinto, para impulsar las reformas democráticas y el apoyo internacional al gobierno republicano de Ernesto Zedillo. Todo claro en la medida de mis modestas posibilidades.
Gustavo Hirales Morán
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