10 ene 2008

Pakistán

Pakistán, democracia militar/Pedro Baños Bajo
Publicado en EL CORREO DIGITAL, 08/01/2008;
La muerte violenta de Benazir Bhutto ha añadido combustible a un Pakistán ya altamente inflamable. Ninguna potencia puede sustraerse al juego geopolítico que en estos momentos se lleva a cabo en este complejo lugar del planeta, en el que al histórico cruce de caminos se añade ahora su posición privilegiada en el flujo de recursos energéticos. Pakistán es, además, cuna de un extremismo religioso cada vez más virulento, y con posibilidad de acceso a armamento nuclear, lo que hace que todos los ojos estén fijos en cada acontecimiento que allí sucede. Y para poder acertar en las decisiones que se adopten, hay que contar con un jugador de excepción: las Fuerzas Armadas paquistaníes.
Para unos, Pakistán constituye una pseudo democracia; para otros, una clara dictadura militar; y algunos lo consideran como una democracia tutelada (por el Ejército). Teóricamente, hay elecciones libres y un sistema de partidos, existe la separación de poderes, se ha procurado la diferenciación entre la jefatura del Estado y la del Gobierno, y el Parlamento bicameral es una realidad. Pero lo cierto es que los militares han ejercido, desde su independencia en 1947, una influencia capital en la política interna. La justificación pasa por la percepción de permanente amenaza que ha albergado Pakistán desde su nacimiento, especialmente proveniente de India pero también de Afganistán por su problemática frontera, que divide arbitrariamente tradicionales etnias y tribus.
La élite del estamento militar se ha ido haciendo con buena parte del control de la política y de la economía del país, hasta llegar a la situación actual, en la que ninguna decisión de calado ve la luz sin el visto bueno de los generales. Sin duda, las Fuerzas Armadas constituyen un imperio económico, ejerciendo una labor industrial-económica-financiera de gran magnitud. Se calcula que el valor de sus activos podría alcanzar más de 30.000 millones de euros. El entramado supone un tercio de la industria pesada del país, al tiempo que dispone de bancos, seguros, inmobiliarias, terrenos, empresas de transportes y hasta de una aerolínea.
La oligarquía militar atesora una educación que nada tiene que envidiar a la de los mejores ejércitos occidentales. Su perfeccionamiento en otros países, unido a su tradicional pertenencia a las clases más favorecidas (mayoritariamente punjabíes), hace que muestre una educación, cultura y estilo de épocas pasadas. Su formación impide, como norma, que el extremismo religioso cale entre sus filas. Y su principal intención es mantener su posición de privilegio en una sociedad que, en general, acepta su fortaleza como garante de la estabilidad y seguridad nacionales, y en cuyo seno se sienten cómodos por ser tan temidos como respetados. Lo que hará que se defiendan cual animal acosado ante cualquier intento de reducir su casi ilimitado poder.
La disyuntiva capital a la que se enfrenta el Ejército es verse forzado a combatir a extremistas religiosos, a los mismos que no hace tanto tiempo fueron entrenados, financiados y apoyados por los propios militares. La mayoría de la población paquistaní es musulmana suní (el 80%), influenciada por la escuela jurídica hanafita y que hasta hace treinta años se había manifestado como tolerante. Fue precisamente el apoyo a los extremistas contrarios a la presencia soviética en Afganistán lo que propició su radicalismo, con claras tendencias wahabíes de ascendencia saudí haciéndose cada vez más influyente y con acciones más virulentas; especialmente entre la comunidad pastún, formada por 41 millones de personas a ambos lados de la frontera paquistaní y afgana.
Es preciso comprender la estrategia con la que Pakistán se defendería de una hipotética invasión de su territorio por parte de India. Una vez descartado el empleo del arma nuclear, y ante la abrumadora superioridad del Ejército de India, Pakistán reaccionaría retirándose hacia la frontera con Afganistán e, incluso, entrando en su territorio. Desde ahí lanzaría una contraofensiva mediante el empleo de acciones asimétricas, en las que son verdaderos maestros, apoyados precisamente por extremistas religiosos, dispuestos a cualquier acción, también al suicidio activo, para expulsar al infiel invasor. Lo que causa un superior efecto de disuasión en India al del propio armamento nuclear.
Para la mayoría de musulmanes paquistaníes, los lazos religiosos priman sobre los políticos. Esto crea una situación delicada que pudiera tener graves repercusiones de seguir viéndose obligado el Ejército, como ha sucedido en fechas recientes, a enfrentarse a la población civil, lo que se podría volver en contra del propio Gobierno y propiciar la ascensión de otro militar al poder. Para prevenir esta hipotética situación, Musharraf traspasó la dirección de las Fuerzas Armadas al General Kiyani, cuya designación estuvo motivada por dos razones fundamentales: su teórica lealtad al presidente y su procedencia del todopoderoso servicio de inteligencia (ISI), del que fue director general.
Este bagaje garantiza la continuidad de la línea más tradicional del Ejército, firmemente respaldado por el omnipresente servicio secreto, con lo que Musharraf se podría considerar a salvo de imprevistos. Aunque tampoco se debe olvidar que no sería el primer presidente de Pakistán que fuera ‘dimitido’ de modo expeditivo. Todo depende de cómo afecte su política a los intereses militares. Para preservar su supremacía política, el Ejército también va a hacer valer sus cartas geoestratégicas. En principio, su preferencia parece decantarse hacia su tradicional aliado, Estados Unidos. Pero, de sentirse presionados con las exigencias de aceleración del proceso democratizador, no es desdeñable que tomaran muy en serio ofertas provenientes de otras potencias, e incluso de la propia Organización de Cooperación de Shangai (encabezada por China y Rusia), a la que muchos ya llaman la ‘anti-OTAN’. Potencias que estarían encantadas de ver mermadas las expectativas de EE UU en esta delicada zona del mundo.

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