9 feb 2008

El expediente del Guero Castañeda

Columna Serpientes y Escaleras/Salvador García Soto
 El Universal, 9/02/2008;
La confrontación abierta y visceral, en términos políticos y diplomáticos, fue altamente costosa para el país, para la política exterior y para un presidente como Fox, que terminó exhibido y ridiculizado con una penosa llamada telefónica
Afinales del verano del año 2000, cuando Vicente Fox ya era presidente electo y su influyente asesor de campaña, Jorge Castañeda Gutman, se perfilaba como el canciller del llamado “gobierno del cambio”, en La Habana, Cuba, se prendían los foco rojos ante el ascenso político de un viejo conocido suyo. Habían pasado casi 20 años de las épocas en que el joven Castañeda mantuviera una estrecha relación con los activos servicios de inteligencia cubana y con altos funcionarios del régimen cubano como Manuel Piñeiro (alías Barbaroja), el hombre al que Fidel Castro confió la construcción del aparato de seguridad interna de su gobierno.

En una recepción que tuvo lugar en la residencia del embajador de México en La Habana, unas semanas antes de la toma de posesión de Fox, el entonces embajador cubano en México, Mario Rodríguez, se decía espantado con la posibilidad de que el nuevo canciller mexicano fuera Jorge Castañeda. “Tenemos un expediente así de gordo de Castañeda, que podríamos dar a conocer”, le oyeron decir al diplomático cubano en aquella reunión, donde el gobierno de la isla mostraba la animadversión que tenían hacia el mexicano que fuera años atrás tan cercano a ellos.
Para aquellas fechas, el gobierno de Fidel Castro ya estaba muy molesto con Castañeda a partir de la entonces reciente publicación de La vida en rojo, biografía del Che, en la que el autor mexicano dejaba traslucir que, antes de que el guerrillero argentino se fuera a Bolivia, había habido una entrevista ríspida entre él y Castro. Especulaba sobre el hecho de que el gobierno habanero no hubiera emprendido ninguna operación de rescate cuando la guerrilla estaba perdida. También, Castañeda señalaba la circunstancia de que Fidel hubiera dado a conocer la carta de despedida del Che en un discurso en la Plaza de la Revolución, con lo que le cancelaba toda posibilidad pública de regreso a Cuba, mientras éste combatía infructuosamente en el Congo.
Todas esas afirmaciones, producto de las investigaciones de Castañeda, en las que el gobierno castrista le abrió sus archivos y le facilitó documentos, habían incomodado a La Habana desde la salida del texto en 1997. En el libro también se señala que Mario Monge, líder del Partido Comunista Boliviano, le había negado apoyo a los guerrilleros, después de un viaje que hizo a la URSS con escala de regreso en La Habana; a ello añadía el retiro intempestivo del representante castrista en La Paz, con lo que Guevara quedó aislado.
El distanciamiento entre Castañeda y sus antiguos amigos castristas era total. Lejos habían quedado los años del sexenio de José López Portillo, cuando el joven hijo del canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa era bien recibido en La Habana, y contaba con la protección de Manuel Piñeiro, el legendario Barbarroja, que fue director del Departamento América del Partido Comunista Cubano, instancia que se dedicó a fomentar los movimientos guerrilleros en América Latina, tanto desde el PCC como desde el Minint (Ministerio del Interior) que también dirigió este personaje.
De hecho, en La utopía desarmada, un libro anterior a la biografía del Che, donde documentó la historia de las guerrillas latinoamericanas, el escritor Castañeda ya había dado muestras del nivel de información que llegó a tener por la cercana relación que mantuvo con la isla. En una parte del libro, el autor señala que el secuestro del empresario constructor Juan Diego Gutiérrez Cortina y algunos asaltos bancarios en México, ocurridos en 1989 —justo en los inicios del crítico “periodo especial” en la isla—, fueron orquestados y llevados a cabo por gente de Manuel Piñeiro, porque éste estaba desesperado por el recorte presupuestal que sufrió el Departamento América. 
Ante ello, el gobierno mexicano nunca protestó públicamente y nadie desmintió lo dicho por el acucioso investigador.
Pero fue hasta 1998 cuando sobrevino el rompimiento entre La Habana y Castañeda. Durante la Feria del Libro de La Habana de aquel año, que fue dedicada a México, la revista Proceso, en un texto de su corresponsal Homero Campa —amigo cercano del ex canciller—, documentó la resistencia y las maniobras del gobierno castrista para impedir la exhibición del libro del mexicano.
Por esas mismas fechas, un ex embajador de México en La Habana le escuchó al comandante Castro una clara expresión de la molestia que La vida en rojo había causado en la isla. “Ese compatriota suyo ha escrito un libro lleno de mentiras. Un día que tenga tiempo voy a sentarme a leerlo, y voy a exhibir una a una sus mentiras e imprecisiones”, dijo el presidente cubano al diplomático mexicano.
Pero fue hasta la llegada al poder de Castañeda, como parte del primer círculo del gobierno de Fox, cuando la distancia entre el canciller mexicano y sus antiguos amigos de La Habana se volvió odio, y una confrontación abierta y visceral que, en términos políticos y diplomáticos, fue altamente costosa para el país, para la política exterior, y para un presidente como Fox, que terminó exhibido y ridiculizado con aquella penosa llamada telefónica que confirmó la pequeñez del mandatario mexicano, la excesiva influencia que sobre él tenía su canciller y el conocido colmillo de Castro.
El expediente de La Habana
Aquella confidencia del embajador cubano en México sobre el expediente “así de gordo” que el régimen castrista tenía sobre Jorge Castañeda, era el aviso al gobierno de México de lo que podía pasar si su antiguo aliado y espía, según los documentos oficiales que esta semana publicó EL UNIVERSAL, desataba una ofensiva contra la isla desde la Cancillería mexicana.
La pregunta es por qué en los tres años que Castañeda estuvo al frente de la política exterior mexicana, y tras los tensos episodios y la rispidez que generó su accionar anticastrista desde Tlatelolco, nunca el gobierno de Cuba mostró lo que tenía en aquel expediente sobre el funcionario mexicano.
La realidad es que, si no lo hicieron entonces, es muy difícil que aun hoy en La Habana hagan público el contenido del “expediente Castañeda”. De hacerlo, el gobierno de Castro no sólo documentaría la relación tan cercana que llegó a tener con el joven mexicano que, a la postre, sería su enemigo; también probarían que los eficientes servicios de inteligencia cubana espiaron a su “amigo”, el gobierno mexicano.
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