18 may 2008

El Gatopardo

El poder de la Mafia/ALEXANDER STILLE
Publicado en el suplemento Babelia de El País, 17/05/2008;
Empecé a interesarme por Sicilia y la mafia a través de su literatura. Cuando fui a vivir a Italia en enero de 1980, era una época de intensa violencia. Había terrorismo de izquierdas, terrorismo de derechas, secuestros, atentados, asesinatos y una sangrienta guerra de mafiosos en Sicilia. Pocos días después de mi llegada fue asesinado el presidente de la región de Sicilia, el político siciliano de más alto rango muerto de esa forma. Hubo mucha especulación: ¿había sido la Mafia o acaso el grupo de terroristas de izquierdas, las Brigadas Rojas, había cruzado el estrecho de Messina? Los diarios estaban llenos de violencia de uno u otro tipo y conocí a gente con guardaespaldas y coches blindados, cuyos hermanos mayores habían desaparecido en el infierno de la lucha armada.
Si uno se limitaba a leer los periódicos, parecía que el país estaba viniéndose abajo; y, sin embargo, cuanto más vivía y trabajaba allí, más comprendía que el país no se venía abajo en absoluto. Al contrario, en el fondo, Italia parecía extraordinariamente estable, incluso inmóvil. El Gobierno cambiaba casi cada seis meses, pero siempre eran los mismos personajes los que entraban y salían, como en el juego infantil de la silla. Entender ese mundo de violencia y el aparente desorden de los acontecimientos externos con el orden interno esencial era un reto semiótico muy interesante y difícil. Descubrí que la literatura, sobre todo la literatura siciliana, me ayudaba a entender mucho mejor que los periódicos las extrañas contradicciones de la vida italiana.
Por ejemplo, El Gatopardo, de Giuseppe Lampedusa, que describía cómo la vieja Sicilia había absorbido y transformado las fuerzas de la reforma tras la unificación de Italia, explicaba muchas cosas. Su famosa frase: "Si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie" parecía definir lo que entonces se llamaba el "compromiso histórico", la alianza entre el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Comunista Italiano. También me ayudó a comprender el fenómeno terrorista. Aunque el país parecía estar cayendo en la anarquía y la revolución, en realidad, y como reacción, estaba avanzando hacia la derecha. Algunas personas del Gobierno italiano supieron ver que el terrorismo podía ser una poderosa fuerza en favor del conservadurismo, más que de la revolución.
Los autores sicilianos parecían comprender más que otros la extraña "duplicidad" de la vida italiana, en la que la apariencia y la realidad eran, muchas veces, difíciles de separar; viene a la mente la obra de Luigi Pirandello Cosi' e' se vi pare (Así es, si así os parece). El gran novelista siciliano Leonardo Sciascia publicó en esa época un libro titulado La Sicilia come metafora en el que afirmaba que en Sicilia se concentraban y llevaban al extremo muchos de los males que aquejaban a Italia, una especie de reductio ad absurdum que exponía la lógica esencial de las cosas. Italia es una sociedad en la que los vínculos locales, personales y familiares son mucho más importantes que la lealtad abstracta al Estado y la nación. En Sicilia, con el fenómeno de la Mafia, la fidelidad de clan alcanza su forma más extrema y letal.
Sciascia, a través de sus novelas, sus obras literarias de no ficción, sus ensayos y sus piezas periodísticas, me ayudó a leer la literatura y la realidad literaria de Italia de otra forma.
Su puñado de maravillosas novelas policiacas, como Il giorno della Civetta (El día de la lechuza), A ciascuno il suo (A cada cual lo suyo), Una storia semplice (Una historia sencilla), describían el fenómeno de la Mafia mucho mejor que las crónicas sangrientas de los periódicos, y me ayudaron a entender cómo condicionaba no sólo el mundo de los propios criminales sino la conducta de la gente corriente, el mundo de los jueces, los políticos y los sacerdotes.
Un ensayo de Sciascia que me causó una gran impresión fue la introducción que había escrito a la famosa novela del XIX I promessi sposi (Los novios), que en las escuelas italianas es una especie de Biblia y, por consiguiente, odiada por todos. Como Manzoni era un escritor devotamente religioso, Los novios suele interpretarse como una historia de redención católica y reducirse a una serie de preceptos morales. Sciascia, en cambio, veía el libro como una novela del poder, un diagnóstico despiadado de cómo actúa el poder en Italia y una descripción extraordinariamente profética del fenómeno de la Mafia antes de que existiera un fenómeno de la Mafia.
El relato, escrito durante la ocupación austriaca de Italia en el XIX, está situado, para evitar la censura, durante la ocupación española del norte del país en el XVII. El principal villano es Don Rodrigo, que posee su propio ejército privado de bravi con el que impone su voluntad. Al principio de la novela, Don Rodrigo se entera de que una guapa campesina, Lucía, va a casarse, e insiste en imponer su droit du seigneur y acostarse con ella antes que su marido. La pareja decide huir pero no encuentra quién le ayude. Su sacerdote local, el tímido Don Abbondio, se niega a casarlos por miedo a lo que le pueda hacer Don Rodrigo (Manzoni hace una bella descripción de Don Abbondio como "un frasco de barro que viaja entre dos frascos de hierro", con cuidado de no inclinarse demasiado en una dirección ni en otra). Luego está el abogado Azzeccagarbugli, que manipula con habilidad la ley para explicar por qué no puede ayudar a los jóvenes y da unas explicaciones largas y elaboradas, llenas de frases del código penal y citas en latín, todo perfectamente elocuente y perfectamente falso. Y, por supuesto, está el intrigante personaje llamado L'Innominato (El Innombrado), tan poderoso y temible que no puede revelarse su verdadera identidad.
En los últimos años, he pensado con frecuencia en el ensayo de Sciascia sobre Los novios como una novela del poder y parece describir a la perfección la Italia de hoy. Silvio Berlusconi es Don Rodrigo, que no se atiene a ninguna ley y se limita a coger lo que quiere, con su ejército de ejecutivos que sobornan a jueces e inspectores fiscales. Está la temerosa prensa italiana, el Don Abbondio de la situación, que tiene terror de la ira de Don Rodrigo y aspira a su patrocinio, por lo que, para no quedar al descubierto, tiene cuidado de no hacer su trabajo: contar las noticias independientemente de a quién ayuden o perjudiquen. En el Parlamento nos encontramos con muchos Azzeccagarbugli, incluidos los abogados personales de Berlusconi, que, al tiempo que continúan defendiéndole ante los tribunales, elaboran leyes que ayudan a quedar libre a su cliente e insisten en hacer largas declaraciones memorizadas en las que explican que sus acciones legislativas no tienen nada que ver con los procesos a Berlusconi. Y hay muchos, muchos Innominatos, personas y cosas sin nombre, funcionarios que han sobornado y sido sobornados, mafiosos captados mediante escuchas en conversaciones con miembros del Parlamento, políticos condenados por delitos graves que vuelven al Parlamento como si nada hubiera ocurrido.-
El sublime secreto de 'El Gatopardo'
El retrato brillante e incisivo de los orígenes de la Sicilia moderna de Giuseppe Tomasi di Lampedusa evoca un mundo perdido, pero no es sentimental ni nostálgico
PETER ROBB
Publicado en el suplemento Babelia de El País, 17/05/2008;
El libro que viene hoy inmediatamente a la cabeza cuando se piensa en Sicilia, una novela que todo el mundo adora, una obra que resucita la energía y la dimensión de Stendhal y Tolstói para mostrar un entretejido de vidas privadas y convulsiones históricas, es El Gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa, publicado hace 50 años -un año después de la muerte de su autor-, y ese hecho es, ya en sí, extraordinario.
En primer lugar, es asombroso que se pudiera escribir un retrato tan brillante e incisivo de los orígenes de la Sicilia moderna y la decadencia y muerte de su aristocracia desde la agonía, y que lo hiciera el último de una noble estirpe. Giuseppe Maria Fabrizio Salvatore Stefano Tomasi, nacido en 1896 y príncipe de la diminuta isla de Lampedusa tras la muerte de su padre en 1934, fue un hombre cuya vida, vista desde fuera, exhibió todos los desajustes y dificultades terminales de la clase -ya superflua- a la que pertenecía. Fue un hombre que no hizo prácticamente nada en toda su vida más que producir una única obra maestra al final. Sus contemporáneos le consideraban tímido, letárgico y dominado sin remedio por su madre y su esposa, y se sorprendieron ante su fama póstuma.
Pocos años después del final de la Segunda Guerra Mundial, Lampedusa cumplía 50 años y la tambaleante aristocracia terrateniente siciliana, una clase endogámica y encerrada en sí misma desde hacía largo tiempo, se encontraba abatida por un siglo de derrotas históricas que habían empezado con el desembarco de Garibaldi en la isla en 1860, la derrota de la monarquía Borbón en el sur y la unificación de Italia. Después llegó la catástrofe del fascismo, luego la guerra, y el golpe definitivo y mortal fue la reforma agraria. Tras la guerra, los campesinos -que habían dejado de estar sometidos- y el Partido Comunista liberado forzaron el desmembramiento de los vastos latifundios sicilianos. Los aristócratas perdieron su base material de ingresos y su poder real sobre las vidas sicilianas en una sola catástrofe irreversible y terriblemente tardía.
Los aristócratas de Sicilia no han desaparecido por completo. Hoy se aferran a los jirones de lo que poseían en otro tiempo. Los más sagaces se dedican a los negocios. Varias dinastías famosas dan nombre a grandes vinos sicilianos y Palermo es, desde hace mucho tiempo, un lugar para hacer negocios, y no para acudir a bailes y burdeles. En una noche reciente como de ensueño, me llevaron a un oscuro palazzo en la vieja Palermo en el que entramos, por una puerta sin ningún tipo de señal, a un circolo en el que grupos de antiguos supervivientes, sentados en frágiles sillas doradas sobre alfombras raídas, degustaban pez espada a la parrilla, granita di limone y un fuerte café solo, todo ello servido por camareros de librea y guante blanco. Algunos aristócratas vendieron sus posesiones y partieron al exilio. Hace unos años, en Manhattan, cené con una noble siciliana en cuya casa había jugado Lampedusa de niño. La dama había pasado la mayor parte de su vida en París y Nueva York y se consideraba estadounidense.
Lampedusa era demasiado inteligente y de convicciones democráticas demasiado profundas para lamentar el final del único mundo que conocía, aunque seguramente no sintió haberse ahorrado la guerra fascista por ser un terrateniente, es decir, "cabeza de un establecimiento agrario". Las casas de su familia habían quedado arrasadas por las bombas aliadas y su esposa, una formidable baronesa que era pariente política suya, había perdido su castillo y sus terrenos en Lituania, confiscados por la Unión Soviética.
Su vida ya había sido un largo esfuerzo por comprender el mundo y su extraño sitio en él y, antes de la guerra, había viajado por toda Europa, especialmente a Inglaterra y a las tierras de su mujer en el Báltico. Leía sin cesar literatura europea, sobre todo las grandes novelas inglesas y francesas, y absorbía lo que luego iba a necesitar de Stendhal y Jane Austen. De los libros de esta última, decía: "No ocurre nada, gracias a Dios". ¿Era consciente de que necesitaba aprender de estos maestros, o cristalizaron algún oscuro anhelo que él ya sentía? Quién sabe.
La pérdida de la realidad física de su primer mundo personal, por bombas, terremotos, litigios dinásticos, decadencia física y ventas forzosas, pareció desencadenar un aluvión de recuerdos liberador. La memoria era todo lo que le quedaba y lo que le ayudó a dar vida a sus prolongados esfuerzos por comprender Sicilia, el pasado y a sí mismo. La desaparición de los amados palazzi y los terrenos de su niñez desembocó en la crisis creativa que, en sus últimos años, produjo una breve novela sobre otro periodo anterior de crisis y otro miembro de su propia familia.
El ambiente de 1860 en el que vive el príncipe en la novela permanecía prácticamente intacto una generación más tarde, cuando Lampedusa era niño, antes de la Primera Guerra Mundial. El sublime secreto de El Gatopardo es que resulta afectuoso, humorístico y sensual en su evocación de ese mundo perdido, pero nunca sentimental ni nostálgico. El cariñoso retrato en palabras de los jardines, los salones y las salas de baile, las capillas privadas, las bibliotecas, las cocinas y las carrozas sirve para explicar a las personas que los habitaban. Los recuerdos sensuales de la comida, el vino, el incienso y los rituales reproducidos de la caza, el baile, los servicios religiosos y las cenas están mitigados por una interpretación muy mordaz de los intereses personales, las relaciones de clase y el papel histórico de todo el mundo. Hay mucha estupidez presente. El Gatopardo es intensamente ambivalente pero nunca fatalista.
Cuando empecé a escribir sobre Sicilia, unos años después de la crisis criminal y política de 1992, mis recuerdos juveniles de El Gatopardo estaban desdibujados por el tiempo y muy supeditados al recuerdo ligeramente posterior de la versión glamourosa y tremendamente popular realizada por Luchino Visconti para el cine en 1963, cinco años después de la publicación de la novela. Cuando releí el libro vi que las imágenes en tecnicolor de Visconti y los rostros hermosos e inertes de Burt Lancaster, Claudia Cardinale y Alain Delon habían hecho flaco favor a la novela, al eliminar su sutileza. El Gatopardo vive con extraordinaria intensidad la vida diaria corriente con sus aspectos de comedia, e incluso el baile, el clímax romántico de la buena vida en la película de Visconti, es una escena vagamente tediosa y opresiva en el libro.
Releí la novela por curiosidad y me asombraron su inteligencia y su lucidez. La espléndida novela era además un ensayo incisivo e irónico sobre el cambio y la inmovilidad en la sociedad siciliana. Era una brillante reflexión, a su manera oblicua y discreta, sobre el poder de la Iglesia y el ascenso de la Mafia. Mostraba en acción los sistemas interconectados de intereses que controlaban la sociedad siciliana en 1860 y 1950 y que siguen controlándola hoy. La agudeza política de Lampedusa sobre la adaptación de Sicilia a las nuevas realidades proporcionó una frase que, desde entonces, ningún comentarista ha dejado de citar: "Si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie".
El otro aspecto notable de El Gatopardo es el mero hecho de que se publicara. En los años cincuenta, las tensiones de la guerra fría habían empujado la cultura italiana hacia unos polos profundamente enfrentados. La iniciativa cultural estaba en manos de los neorrealistas, relacionados con los comunistas, y para ellos era inconcebible que ese superviviente tardío de una casta decadente pudiera tener nada valioso que decir a mediados del siglo XX. Uno de los más influyentes neorrealistas literarios era otro siciliano, Elio Vittorini, que fue uno de los árbitros que se ocuparon de que los grandes editores italianos rechazaran el libro.
El Gatopardo fue rechazado varias veces y sólo se vio salvado del olvido gracias a la inteligencia de Giorgio Bassani, a su vez un gran novelista y autor de El jardín de los Finzi-Contini, la otra obra maestra de la Italia de posguerra y otro libro sobre convulsiones, pérdidas y recuerdos en la Italia moderna. Bassani fue el único intelectual italiano que supo ver que Tomasi di Lampedusa sí tenía algo importante que decir y lo decía, y fue quien se encargó de que publicara El Gatopardo en 1958 Giangiacomo Feltrinelli, un recién llegado que el año anterior había publicado la primera edición mundial de Doctor Zhivago, de Borís Pasternak. Para entonces, Lampedusa llevaba muerto un año. Su único libro adquirió inmediatamente una popularidad internacional superior a la de cualquier otra obra italiana en todo un siglo -fue el Cien años de soledad de su tiempo- no ha disminuido desde entonces.
REPORTAJE: EN PORTADA - Historia
El poder de la Mafia
ALEXANDER STILLE 17/05/2008
Empecé a interesarme por Sicilia y la mafia a través de su literatura. Cuando fui a vivir a Italia en enero de 1980, era una época de intensa violencia. Había terrorismo de izquierdas, terrorismo de derechas, secuestros, atentados, asesinatos y una sangrienta guerra de mafiosos en Sicilia. Pocos días después de mi llegada fue asesinado el presidente de la región de Sicilia, el político siciliano de más alto rango muerto de esa forma. Hubo mucha especulación: ¿había sido la Mafia o acaso el grupo de terroristas de izquierdas, las Brigadas Rojas, había cruzado el estrecho de Messina? Los diarios estaban llenos de violencia de uno u otro tipo y conocí a gente con guardaespaldas y coches blindados, cuyos hermanos mayores habían desaparecido en el infierno de la lucha armada.
Si uno se limitaba a leer los periódicos, parecía que el país estaba viniéndose abajo; y, sin embargo, cuanto más vivía y trabajaba allí, más comprendía que el país no se venía abajo en absoluto. Al contrario, en el fondo, Italia parecía extraordinariamente estable, incluso inmóvil. El Gobierno cambiaba casi cada seis meses, pero siempre eran los mismos personajes los que entraban y salían, como en el juego infantil de la silla. Entender ese mundo de violencia y el aparente desorden de los acontecimientos externos con el orden interno esencial era un reto semiótico muy interesante y difícil. Descubrí que la literatura, sobre todo la literatura siciliana, me ayudaba a entender mucho mejor que los periódicos las extrañas contradicciones de la vida italiana.
Por ejemplo, El Gatopardo, de Giuseppe Lampedusa, que describía cómo la vieja Sicilia había absorbido y transformado las fuerzas de la reforma tras la unificación de Italia, explicaba muchas cosas. Su famosa frase: "Si queremos que todo siga como está es preciso que todo cambie" parecía definir lo que entonces se llamaba el "compromiso histórico", la alianza entre el Partido Demócrata Cristiano y el Partido Comunista Italiano. También me ayudó a comprender el fenómeno terrorista. Aunque el país parecía estar cayendo en la anarquía y la revolución, en realidad, y como reacción, estaba avanzando hacia la derecha. Algunas personas del Gobierno italiano supieron ver que el terrorismo podía ser una poderosa fuerza en favor del conservadurismo, más que de la revolución.
Los autores sicilianos parecían comprender más que otros la extraña "duplicidad" de la vida italiana, en la que la apariencia y la realidad eran, muchas veces, difíciles de separar; viene a la mente la obra de Luigi Pirandello Cosi' e' se vi pare (Así es, si así os parece). El gran novelista siciliano Leonardo Sciascia publicó en esa época un libro titulado La Sicilia come metafora en el que afirmaba que en Sicilia se concentraban y llevaban al extremo muchos de los males que aquejaban a Italia, una especie de reductio ad absurdum que exponía la lógica esencial de las cosas. Italia es una sociedad en la que los vínculos locales, personales y familiares son mucho más importantes que la lealtad abstracta al Estado y la nación. En Sicilia, con el fenómeno de la Mafia, la fidelidad de clan alcanza su forma más extrema y letal.
Sciascia, a través de sus novelas, sus obras literarias de no ficción, sus ensayos y sus piezas periodísticas, me ayudó a leer la literatura y la realidad literaria de Italia de otra forma.
Su puñado de maravillosas novelas policiacas, como Il giorno della Civetta (El día de la lechuza), A ciascuno il suo (A cada cual lo suyo), Una storia semplice (Una historia sencilla), describían el fenómeno de la Mafia mucho mejor que las crónicas sangrientas de los periódicos, y me ayudaron a entender cómo condicionaba no sólo el mundo de los propios criminales sino la conducta de la gente corriente, el mundo de los jueces, los políticos y los sacerdotes.
Un ensayo de Sciascia que me causó una gran impresión fue la introducción que había escrito a la famosa novela del XIX I promessi sposi (Los novios), que en las escuelas italianas es una especie de Biblia y, por consiguiente, odiada por todos. Como Manzoni era un escritor devotamente religioso, Los novios suele interpretarse como una historia de redención católica y reducirse a una serie de preceptos morales. Sciascia, en cambio, veía el libro como una novela del poder, un diagnóstico despiadado de cómo actúa el poder en Italia y una descripción extraordinariamente profética del fenómeno de la Mafia antes de que existiera un fenómeno de la Mafia.
El relato, escrito durante la ocupación austriaca de Italia en el XIX, está situado, para evitar la censura, durante la ocupación española del norte del país en el XVII. El principal villano es Don Rodrigo, que posee su propio ejército privado de bravi con el que impone su voluntad. Al principio de la novela, Don Rodrigo se entera de que una guapa campesina, Lucía, va a casarse, e insiste en imponer su droit du seigneur y acostarse con ella antes que su marido. La pareja decide huir pero no encuentra quién le ayude. Su sacerdote local, el tímido Don Abbondio, se niega a casarlos por miedo a lo que le pueda hacer Don Rodrigo (Manzoni hace una bella descripción de Don Abbondio como "un frasco de barro que viaja entre dos frascos de hierro", con cuidado de no inclinarse demasiado en una dirección ni en otra). Luego está el abogado Azzeccagarbugli, que manipula con habilidad la ley para explicar por qué no puede ayudar a los jóvenes y da unas explicaciones largas y elaboradas, llenas de frases del código penal y citas en latín, todo perfectamente elocuente y perfectamente falso. Y, por supuesto, está el intrigante personaje llamado L'Innominato (El Innombrado), tan poderoso y temible que no puede revelarse su verdadera identidad.
En los últimos años, he pensado con frecuencia en el ensayo de Sciascia sobre Los novios como una novela del poder y parece describir a la perfección la Italia de hoy. Silvio Berlusconi es Don Rodrigo, que no se atiene a ninguna ley y se limita a coger lo que quiere, con su ejército de ejecutivos que sobornan a jueces e inspectores fiscales. Está la temerosa prensa italiana, el Don Abbondio de la situación, que tiene terror de la ira de Don Rodrigo y aspira a su patrocinio, por lo que, para no quedar al descubierto, tiene cuidado de no hacer su trabajo: contar las noticias independientemente de a quién ayuden o perjudiquen. En el Parlamento nos encontramos con muchos Azzeccagarbugli, incluidos los abogados personales de Berlusconi, que, al tiempo que continúan defendiéndole ante los tribunales, elaboran leyes que ayudan a quedar libre a su cliente e insisten en hacer largas declaraciones memorizadas en las que explican que sus acciones legislativas no tienen nada que ver con los procesos a Berlusconi. Y hay muchos, muchos Innominatos, personas y cosas sin nombre, funcionarios que han sobornado y sido sobornados, mafiosos captados mediante escuchas en conversaciones con miembros del Parlamento, políticos condenados por delitos graves que vuelven al Parlamento como si nada hubiera ocurrido.

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