¿Qué hacer en Gaza?/Editorial
Casi trescientos palestinos muertos; docenas de edificios presuntamente vinculados al movimiento terrorista Hamás, reducidos a escombros; el puerto y, según Israel, túneles secretos que sirven para el contrabando de armas entre Egipto y Gaza, pulverizados por la aviación como represalia por el lanzamiento de cohetes -de casi nula efectividad- sobre territorio israelí, es lo que ha cosechado la que ya es la operación más luctuosa desde la guerra de 1967, y que amenaza con proseguir con raids terrestres sobre la franja.
¿Qué hace y qué puede hacer la comunidad internacional ante la locura suicida de Hamás y la respuesta que parte de la opinión, y con ella España, considera desproporcionada del Estado sionista?
Lo que hace ya lo sabemos. Condenar la violencia de ambas partes, en unos casos, cargando el acento contra el agresor de mayor capacidad mortal, Israel, y en otros, buscando una remota equivalencia entre los actos de ambos contendientes. Y hoy ya resuena todo ello con el eco de la inutilidad más absoluta. El Consejo de Seguridad, por su parte, se preocupa, exhorta al fin de la violencia, y en ocasiones condena, pero sin ignorar que de buenas intenciones está empedrado el infierno.
Sólo una acción directa de la comunidad internacional tiene posibilidades de influir en los actores de este espeso e incesante drama. El mundo árabe, primero, debería presionar a Hamás, cegando recursos, aislando a sus dirigentes, para que dejaran la violencia. Y los Estados Unidos de Barack Obama, a tres semanas de su inauguración presidencial, y la UE, en lugar de contemplar los toros desde la barrera y, en el caso de Washington, asentir a todo lo que haga Israel, podrían restringir el comercio normal -político y económico- entre potencias democráticas en sus tratos con el Estado judío, hasta que muestre una seria voluntad negociadora. Bush padre negó a Israel el aval de un fuerte crédito e Israel se avino a participar en la conferencia de Madrid en 1991.
Pero lo cierto es que sólo las partes pueden llegar a un acuerdo de paz pasablemente justo. Israel, por ejemplo, puede responder con algo más que un comentario de pasada, y encima como de quien no sabía nada del asunto, a la oferta del mundo árabe formulada en la cumbre de Beirut de 2002 y reiterada recientemente, por la que todos los miembros de la Liga Árabe reconocerían sin limitaciones a Israel a cambio de la retirada de todos los territorios conquistados en aquella guerra que duró seis días. Y el mundo árabe debe garantizar la viabilidad de la oferta haciéndosela tragar a todos los terrorismos que se alcen contra ella, así como invitar a los países que mayor confianza le inspiren a Israel, Estados Unidos, quizá Holanda, a mandar fuerzas de vigilancia, control e interposición entre dos entidades políticas, Palestina e Israel, con las fronteras de 1967.
Pero nadie espera que eso ocurra. Israel quiere paz más territorios, y Hamás, con o sin paz, la revancha.
¿Qué hace y qué puede hacer la comunidad internacional ante la locura suicida de Hamás y la respuesta que parte de la opinión, y con ella España, considera desproporcionada del Estado sionista?
Lo que hace ya lo sabemos. Condenar la violencia de ambas partes, en unos casos, cargando el acento contra el agresor de mayor capacidad mortal, Israel, y en otros, buscando una remota equivalencia entre los actos de ambos contendientes. Y hoy ya resuena todo ello con el eco de la inutilidad más absoluta. El Consejo de Seguridad, por su parte, se preocupa, exhorta al fin de la violencia, y en ocasiones condena, pero sin ignorar que de buenas intenciones está empedrado el infierno.
Sólo una acción directa de la comunidad internacional tiene posibilidades de influir en los actores de este espeso e incesante drama. El mundo árabe, primero, debería presionar a Hamás, cegando recursos, aislando a sus dirigentes, para que dejaran la violencia. Y los Estados Unidos de Barack Obama, a tres semanas de su inauguración presidencial, y la UE, en lugar de contemplar los toros desde la barrera y, en el caso de Washington, asentir a todo lo que haga Israel, podrían restringir el comercio normal -político y económico- entre potencias democráticas en sus tratos con el Estado judío, hasta que muestre una seria voluntad negociadora. Bush padre negó a Israel el aval de un fuerte crédito e Israel se avino a participar en la conferencia de Madrid en 1991.
Pero lo cierto es que sólo las partes pueden llegar a un acuerdo de paz pasablemente justo. Israel, por ejemplo, puede responder con algo más que un comentario de pasada, y encima como de quien no sabía nada del asunto, a la oferta del mundo árabe formulada en la cumbre de Beirut de 2002 y reiterada recientemente, por la que todos los miembros de la Liga Árabe reconocerían sin limitaciones a Israel a cambio de la retirada de todos los territorios conquistados en aquella guerra que duró seis días. Y el mundo árabe debe garantizar la viabilidad de la oferta haciéndosela tragar a todos los terrorismos que se alcen contra ella, así como invitar a los países que mayor confianza le inspiren a Israel, Estados Unidos, quizá Holanda, a mandar fuerzas de vigilancia, control e interposición entre dos entidades políticas, Palestina e Israel, con las fronteras de 1967.
Pero nadie espera que eso ocurra. Israel quiere paz más territorios, y Hamás, con o sin paz, la revancha.
Foto tomada del periodico The News York Times
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