¿Pequeños países con suerte?/Ian Buruma, profesor de Derechos Humanos en el Bard College. Autor de Crimen en Amsterdam: El asesinato de Theo van Gogh y los límites de la tolerancia
Publicado en LA VANGUARDIA, 20/11/2007;
En su conjunto, las democracias pequeñas de Europa Occidental han sido excepcionalmente afortunadas. Más libres y ricos que cualquier otro lugar del mundo, países como Holanda, Bélgica y Suiza parecerían tener poco de qué preocuparse. Sin embargo, los tres han tenido presencia en los medios últimamente, y no por razones felices.
Hoy la fuerza política con más éxito de Suiza es el Partido del Pueblo Suizo, de Christoph Blocher. El material de propaganda del partido lo dice todo. Un cartel muestra tres ovejas blancas expulsando a una oveja negra de la bandera suiza.
E imágenes de drogadictos y mujeres musulmanas con pañuelos en la cabeza se contrastan en una película promocional con escenas idílicas de los Alpes y bancos que funcionan con eficiencia: la Suiza del Partido del Pueblo.
Vlaams Belang, el partido nacionalista flamenco, puede no ser el mayor partido de Bélgica, pero ha tenido buenos resultados en las elecciones locales. Igual que el Partido del Pueblo Suizo, Vlaams Belang se alimenta del resentimiento popular hacia los inmigrantes - especialmente los musulmanes- de la UE y, por supuesto, hacia los valones de habla francesa, de quienes los nacionalistas flamencos quisieran un divorcio. Este último sentimiento está convirtiéndose en una verdadera amenaza a la supervivencia de Bélgica.
Aunque el Gobierno holandés sigue manejado principalmente por democristianos tradicionales y predecibles, crece el populismo de derechas. El Partido de la Libertad, de Geert Wilders, quiere prohibir el Corán, detener la inmigración musulmana y quitar la ciudadanía holandesa a los delincuentes que vengan de un entorno inmigrante. El nuevo movimiento Orgullo de Ser Holandés, encabezado por Rita Verdonk, ex ministra de Integración, promueve una versión algo más respetable de esta línea dura.
Estos partidos y movimientos comparten la sensación de que los nativos han sido abandonados por las elites políticas liberales, que parecen incapaces o no dispuestas a limitar la marea de inmigración, criminalidad e islamismo, así como la erosión de la soberanía nacional por parte de la burocracia de la UE y el capitalismo global.
La elección de Nicolas Sarkozy en Francia tiene al menos algo que ver con sentimientos similares. Pero los temores de ser devorados por una marea de extranjeros y dominados por potencias externas son más agudos en los países más pequeños, donde las elites políticas parecen particularmente impotentes. El caso holandés es el más sorprendente, ya que, a diferencia de Bélgica, Holanda no tiene una tradición de populismo de derechas ni comparte la insularidad de Suiza.
El caso de Ayaan Hirsi Ali, nacida en Somalia y autora del éxito de ventas Infiel, ilustra muy bien los resentimientos populares y la relativa apertura de la sociedad holandesa. Los holandeses han recibido numerosas críticas, en algunos casos exageradas, por el trato que recibió de su país adoptivo. Ha recibido amenazas de muerte de extremistas islámicos desde que renunció a su fe musulmana - de hecho, desde que la denunció-, y se ha visto obligada a vivir como una virtual fugitiva, si bien bajo la protección del Estado holandés. Antes de mudarse a Estados Unidos, fue obligada a abandonar su apartamento en La Haya debido a las quejas de los vecinos, y casi se le retiró el pasaporte.
Los comentaristas de EE. UU. han acusado a los holandeses de “cobardía inaceptable”. Salman Rushdie la llamó “la primera refugiada de Europa Occidental desde el holocausto”. El modo en que el Gobierno holandés manejó el asunto no fue elegante. Pero no estoy seguro de cuántos gobiernos pagan por la protección de sus ciudadanos privados que viven en el extranjero. EE. UU. no paga por proteger a sus ciudadanos que están bajo amenaza, incluso dentro de su propio territorio.
Es difícil imaginar muchos países donde una joven africana pueda llegar a convertirse en miembro famosa del Parlamento apenas después de diez años de haber pedido asilo. Sin embargo, las razones de su ascenso no son completamente sanas. Sean cuales sean los méritos de sus argumentos contra el fanatismo islámico o las costumbres africanas, especialmente las referidas al trato hacia las mujeres, prestó respetabilidad a un fanatismo diferente: el resentimiento nativo hacia los extranjeros, en particular los musulmanes. De hecho, contrariamente a lo que han escrito ciertos comentaristas, no fueron los cobardes liberales quienes hicieron que Hirsi Ali dejara el país por sus opiniones políticamente incorrectas sobre el islam. Fue traicionada por su propia ex aliada, Rita Verdonk, y una variedad de xenófobos holandeses.
Pero la verdad en estos asuntos cuenta menos que las emociones. Y las emociones en este caso revelan un elemento de lo que los alemanes llaman Schadenfreude,o regocijo ante la desgracia ajena: miren cómo hasta los holandeses, que siempre se jactan de su liberalismo y tolerancia superiores, han respondido como cobardes cuando sus principios se han puesto a prueba.
Es verdad que los holandeses, orgullosos y cómodos dentro de sus estrechas fronteras, con frecuencia han mirado -igual que los suizos- al mundo exterior con ciertos aires de autosuficiencia. Y por eso hoy están siendo castigados. Ése es también el destino natural de ser un pequeño país con suerte en Europa Occidental.
Hoy la fuerza política con más éxito de Suiza es el Partido del Pueblo Suizo, de Christoph Blocher. El material de propaganda del partido lo dice todo. Un cartel muestra tres ovejas blancas expulsando a una oveja negra de la bandera suiza.
E imágenes de drogadictos y mujeres musulmanas con pañuelos en la cabeza se contrastan en una película promocional con escenas idílicas de los Alpes y bancos que funcionan con eficiencia: la Suiza del Partido del Pueblo.
Vlaams Belang, el partido nacionalista flamenco, puede no ser el mayor partido de Bélgica, pero ha tenido buenos resultados en las elecciones locales. Igual que el Partido del Pueblo Suizo, Vlaams Belang se alimenta del resentimiento popular hacia los inmigrantes - especialmente los musulmanes- de la UE y, por supuesto, hacia los valones de habla francesa, de quienes los nacionalistas flamencos quisieran un divorcio. Este último sentimiento está convirtiéndose en una verdadera amenaza a la supervivencia de Bélgica.
Aunque el Gobierno holandés sigue manejado principalmente por democristianos tradicionales y predecibles, crece el populismo de derechas. El Partido de la Libertad, de Geert Wilders, quiere prohibir el Corán, detener la inmigración musulmana y quitar la ciudadanía holandesa a los delincuentes que vengan de un entorno inmigrante. El nuevo movimiento Orgullo de Ser Holandés, encabezado por Rita Verdonk, ex ministra de Integración, promueve una versión algo más respetable de esta línea dura.
Estos partidos y movimientos comparten la sensación de que los nativos han sido abandonados por las elites políticas liberales, que parecen incapaces o no dispuestas a limitar la marea de inmigración, criminalidad e islamismo, así como la erosión de la soberanía nacional por parte de la burocracia de la UE y el capitalismo global.
La elección de Nicolas Sarkozy en Francia tiene al menos algo que ver con sentimientos similares. Pero los temores de ser devorados por una marea de extranjeros y dominados por potencias externas son más agudos en los países más pequeños, donde las elites políticas parecen particularmente impotentes. El caso holandés es el más sorprendente, ya que, a diferencia de Bélgica, Holanda no tiene una tradición de populismo de derechas ni comparte la insularidad de Suiza.
El caso de Ayaan Hirsi Ali, nacida en Somalia y autora del éxito de ventas Infiel, ilustra muy bien los resentimientos populares y la relativa apertura de la sociedad holandesa. Los holandeses han recibido numerosas críticas, en algunos casos exageradas, por el trato que recibió de su país adoptivo. Ha recibido amenazas de muerte de extremistas islámicos desde que renunció a su fe musulmana - de hecho, desde que la denunció-, y se ha visto obligada a vivir como una virtual fugitiva, si bien bajo la protección del Estado holandés. Antes de mudarse a Estados Unidos, fue obligada a abandonar su apartamento en La Haya debido a las quejas de los vecinos, y casi se le retiró el pasaporte.
Los comentaristas de EE. UU. han acusado a los holandeses de “cobardía inaceptable”. Salman Rushdie la llamó “la primera refugiada de Europa Occidental desde el holocausto”. El modo en que el Gobierno holandés manejó el asunto no fue elegante. Pero no estoy seguro de cuántos gobiernos pagan por la protección de sus ciudadanos privados que viven en el extranjero. EE. UU. no paga por proteger a sus ciudadanos que están bajo amenaza, incluso dentro de su propio territorio.
Es difícil imaginar muchos países donde una joven africana pueda llegar a convertirse en miembro famosa del Parlamento apenas después de diez años de haber pedido asilo. Sin embargo, las razones de su ascenso no son completamente sanas. Sean cuales sean los méritos de sus argumentos contra el fanatismo islámico o las costumbres africanas, especialmente las referidas al trato hacia las mujeres, prestó respetabilidad a un fanatismo diferente: el resentimiento nativo hacia los extranjeros, en particular los musulmanes. De hecho, contrariamente a lo que han escrito ciertos comentaristas, no fueron los cobardes liberales quienes hicieron que Hirsi Ali dejara el país por sus opiniones políticamente incorrectas sobre el islam. Fue traicionada por su propia ex aliada, Rita Verdonk, y una variedad de xenófobos holandeses.
Pero la verdad en estos asuntos cuenta menos que las emociones. Y las emociones en este caso revelan un elemento de lo que los alemanes llaman Schadenfreude,o regocijo ante la desgracia ajena: miren cómo hasta los holandeses, que siempre se jactan de su liberalismo y tolerancia superiores, han respondido como cobardes cuando sus principios se han puesto a prueba.
Es verdad que los holandeses, orgullosos y cómodos dentro de sus estrechas fronteras, con frecuencia han mirado -igual que los suizos- al mundo exterior con ciertos aires de autosuficiencia. Y por eso hoy están siendo castigados. Ése es también el destino natural de ser un pequeño país con suerte en Europa Occidental.
Las rebeliones de los justos/Ian Buruma
LA VANGUARDIA, 16/10/07;
En determinados círculos intelectuales, se ha puesto de moda considerar al ateísmo como un signo de educación superior, de una civilización mucho más evolucionada, de iluminismo. Éxitos editoriales recientes sugieren que la fe religiosa, en verdad, es un signo de retraso, la marca de primitivos atascados en el oscurantismo que todavía tienen que ponerse a tono con la razón científica. La religión, nos dicen, es responsable de la violencia, la opresión, la pobreza y muchos otros males.
No es difícil encontrar ejemplos que respalden estas aseveraciones. Ahora bien, ¿la religión también puede ser una fuerza para el bien? Por cierto, ¿existen casos en los que la fe religiosa salga al rescate incluso de aquellos que no la tienen?
Dado que yo nunca tuve ni los beneficios ni los infortunios de adhesión a alguna religión, podría ser un tanto hipócrita de mi parte defender a quienes sí los tuvieron. Pero al ver por televisión a los monjes birmanos desafiando a las fuerzas de seguridad de uno de los regímenes más opresivos del mundo, cuesta no ver cierto mérito en la creencia religiosa. Birmania es un país profundamente religioso, donde la mayoría de los hombres pasan algún tiempo como monjes budistas. Incluso el dictador birmano más secuaz debe dudar antes de desatar la fuerza mortal sobre hombres vestidos con las túnicas de color castaño y azafrán de su fe.
A los monjes birmanos, junto con monjas vestidas con túnicas rosas, se les sumaron estudiantes, actores y otros que quieren deshacerse de la junta militar. Pero fueron los monjes y las monjas los que dieron el primer paso; se atrevieron a protestar cuando otros prácticamente se habían dado por vencidos.
Los románticos podrían decir que el budismo es diferente de otras religiones - de hecho, que es una filosofía más que una fe-. Pero el budismo ha sido una religión en diferentes partes de Asia durante muchos siglos y, al igual que cualquier otra fe, se puede utilizar para justificar acciones violentas. Basta con analizar el caso de Sri Lanka, donde el budismo está ligado al chauvinismo étnico en la guerra civil de lenta evolución entre los singaleses budistas y los tamiles hindúes. De la misma manera que los budistas arriesgaron sus vidas para defender la democracia en Birmania, los cristianos hicieron lo propio en otros países.
El régimen de Marcos en las Filipinas se vio condenado a la ruina a mediados de los ochenta desde el preciso momento en que lo enfrentó la Iglesia católica. Miles de ciudadanos comunes desafiaron a los tanques cuando Marcos amenazó con aplastar el “poder del pueblo” por la fuerza, pero la presencia de curas y monjas le dio a la rebelión su autoridad moral.
Muchos disidentes políticos en Corea del Sur se inspiraron en sus creencias cristianas y lo mismo es válido en China. Y nadie puede negar la autoridad religiosa del Papa Juan Pablo II como incitador de la rebelión de Polonia contra la dictadura comunista en los años 1980.
Los verdaderos creyentes no dudarían en ver la mano de Dios en estos acontecimientos conmovedores. La principal oponente de Ferdinand Marcos, Cory Aquino, en realidad hacía alarde de tener una comunicación directa con el Señor. Pero el poder moral de la fe religiosa no necesita una explicación sobrenatural. Su fuerza es la creencia misma - la creencia en un orden moral que desafía a los dictadores seculares o, incluso, religiosos-. Quienes se oponían activamente a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial muchas veces eran devotos cristianos. Algunos daban refugio a judíos - a pesar de sus propios prejuicios- simplemente porque creían que era su deber religioso hacerlo. Tampoco la fe tiene que estar depositada en un ser sobrenatural. Los hombres y mujeres que encontraron fuerza en su creencia en el comunismo resistieron a los nazis con igual tenacidad.
Pese a la terrible violencia de los fanáticos islamistas, no debería olvidarse que la mezquita también puede ser una base legítima de resistencia contra las dictaduras principalmente seculares de Oriente Medio hoy. En un mundo de opresión política y corrupción moral, los valores religiosos ofrecen un universo moral alternativo. Sin embargo, el peligro de todos los dogmas, religiosos o seculares, es que conducen a diferentes formas de opresión. La rebelión contra el dominio soviético en Afganistán fue encabezada por guerreros santos que luego impusieron su propia forma de desgobierno.
Es más, el liderazgo carismático puede ser problemático incluso cuando adopta una forma benigna. La condición estilo Madonna de Cory Aquino en las Filipinas resultó inspiradora en los días impetuosos del “poder del pueblo”, pero poco hizo para apuntalar las instituciones de una democracia secular. En Polonia, tras ganar la batalla contra el comunismo, el movimiento Solidarnosc pronto se vio cercenado por conflictos entre demócratas y creyentes seculares que recurrieron a la Iglesia en busca de una guía.
La fe tiene un papel especialmente importante que desempeñar en la política en circunstancias en que a los liberales seculares termina ganándoles la impotencia. El momento en que más se necesita a los liberales es cuando hay que hacer acuerdos, pero no son tan útiles frente a la fuerza bruta. Es ahí cuando los visionarios, los románticos y los verdaderos creyentes se sienten motivados por su fe para correr riesgos que la mayoría de nosotros consideraría aventurados. En general, no es beneficioso estar gobernado por estos héroes, pero es bueno tener héroes alrededor cuando se los necesita
No es difícil encontrar ejemplos que respalden estas aseveraciones. Ahora bien, ¿la religión también puede ser una fuerza para el bien? Por cierto, ¿existen casos en los que la fe religiosa salga al rescate incluso de aquellos que no la tienen?
Dado que yo nunca tuve ni los beneficios ni los infortunios de adhesión a alguna religión, podría ser un tanto hipócrita de mi parte defender a quienes sí los tuvieron. Pero al ver por televisión a los monjes birmanos desafiando a las fuerzas de seguridad de uno de los regímenes más opresivos del mundo, cuesta no ver cierto mérito en la creencia religiosa. Birmania es un país profundamente religioso, donde la mayoría de los hombres pasan algún tiempo como monjes budistas. Incluso el dictador birmano más secuaz debe dudar antes de desatar la fuerza mortal sobre hombres vestidos con las túnicas de color castaño y azafrán de su fe.
A los monjes birmanos, junto con monjas vestidas con túnicas rosas, se les sumaron estudiantes, actores y otros que quieren deshacerse de la junta militar. Pero fueron los monjes y las monjas los que dieron el primer paso; se atrevieron a protestar cuando otros prácticamente se habían dado por vencidos.
Los románticos podrían decir que el budismo es diferente de otras religiones - de hecho, que es una filosofía más que una fe-. Pero el budismo ha sido una religión en diferentes partes de Asia durante muchos siglos y, al igual que cualquier otra fe, se puede utilizar para justificar acciones violentas. Basta con analizar el caso de Sri Lanka, donde el budismo está ligado al chauvinismo étnico en la guerra civil de lenta evolución entre los singaleses budistas y los tamiles hindúes. De la misma manera que los budistas arriesgaron sus vidas para defender la democracia en Birmania, los cristianos hicieron lo propio en otros países.
El régimen de Marcos en las Filipinas se vio condenado a la ruina a mediados de los ochenta desde el preciso momento en que lo enfrentó la Iglesia católica. Miles de ciudadanos comunes desafiaron a los tanques cuando Marcos amenazó con aplastar el “poder del pueblo” por la fuerza, pero la presencia de curas y monjas le dio a la rebelión su autoridad moral.
Muchos disidentes políticos en Corea del Sur se inspiraron en sus creencias cristianas y lo mismo es válido en China. Y nadie puede negar la autoridad religiosa del Papa Juan Pablo II como incitador de la rebelión de Polonia contra la dictadura comunista en los años 1980.
Los verdaderos creyentes no dudarían en ver la mano de Dios en estos acontecimientos conmovedores. La principal oponente de Ferdinand Marcos, Cory Aquino, en realidad hacía alarde de tener una comunicación directa con el Señor. Pero el poder moral de la fe religiosa no necesita una explicación sobrenatural. Su fuerza es la creencia misma - la creencia en un orden moral que desafía a los dictadores seculares o, incluso, religiosos-. Quienes se oponían activamente a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial muchas veces eran devotos cristianos. Algunos daban refugio a judíos - a pesar de sus propios prejuicios- simplemente porque creían que era su deber religioso hacerlo. Tampoco la fe tiene que estar depositada en un ser sobrenatural. Los hombres y mujeres que encontraron fuerza en su creencia en el comunismo resistieron a los nazis con igual tenacidad.
Pese a la terrible violencia de los fanáticos islamistas, no debería olvidarse que la mezquita también puede ser una base legítima de resistencia contra las dictaduras principalmente seculares de Oriente Medio hoy. En un mundo de opresión política y corrupción moral, los valores religiosos ofrecen un universo moral alternativo. Sin embargo, el peligro de todos los dogmas, religiosos o seculares, es que conducen a diferentes formas de opresión. La rebelión contra el dominio soviético en Afganistán fue encabezada por guerreros santos que luego impusieron su propia forma de desgobierno.
Es más, el liderazgo carismático puede ser problemático incluso cuando adopta una forma benigna. La condición estilo Madonna de Cory Aquino en las Filipinas resultó inspiradora en los días impetuosos del “poder del pueblo”, pero poco hizo para apuntalar las instituciones de una democracia secular. En Polonia, tras ganar la batalla contra el comunismo, el movimiento Solidarnosc pronto se vio cercenado por conflictos entre demócratas y creyentes seculares que recurrieron a la Iglesia en busca de una guía.
La fe tiene un papel especialmente importante que desempeñar en la política en circunstancias en que a los liberales seculares termina ganándoles la impotencia. El momento en que más se necesita a los liberales es cuando hay que hacer acuerdos, pero no son tan útiles frente a la fuerza bruta. Es ahí cuando los visionarios, los románticos y los verdaderos creyentes se sienten motivados por su fe para correr riesgos que la mayoría de nosotros consideraría aventurados. En general, no es beneficioso estar gobernado por estos héroes, pero es bueno tener héroes alrededor cuando se los necesita