El miedo es más contagioso que el virus
Tras el terrorismo y la crisis económica, un problema sanitario propaga el temor ciudadano -
La alerta está justificada; la alarma, no - La inquietud de la población es manipunable políticamente
M. ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO 09/05/2009
El miedo es libre, pero también contagioso. Y si hay algo más veloz que un virus en fase de expansión, es la propagación del pánico, como acaba de demostrar la reciente alerta de pandemia por virus gripal H1N1.
El miedo es libre, pero también contagioso. Y si hay algo más veloz que un virus en fase de expansión, es la propagación del pánico, como acaba de demostrar la reciente alerta de pandemia por virus gripal H1N1. Aspectos tales como la demanda de Tamiflu en las farmacias por parte de población sana, los sacrificios masivos de cerdos, el veto de Rusia al porcino español o el punto de xenofobia con que se contempla a los mexicanos en algunos lugares de EE UU -hechos todos ellos que no responden a razones objetivas- no son daños colaterales de la enfermedad, sino diversas variantes del miedo como fenómeno de masas, esa epidemia de alarma social que corre en paralelo a la real. Porque, mientras la incidencia del virus parece de momento controlada, en Internet -auténtica incubadora de alarmas- y en la calle no decae el miedo a la pandemia. Pero, ¿a qué obedece? ¿Hay algún mecanismo social que siembre y difunda el temor?
En una década marcada por el terrorismo internacional primero y por la aguda crisis económica después, sólo hacía falta otra crisis sanitaria. La respuesta de la población ante la gripe producida por el virus H1N1 oscila entre la aprensión y el terror, entre la lógica preocupación y la hipocondria más desatada. Antes habían suscitado parecida reacción la encefalopatía espongiforme bovina (o enfermedad de las vacas locas), el síndrome respiratorio agudo severo (SARS, en sus siglas en inglés), o la gripe aviar, por no citar la amenaza bioterrorista del ántrax en 2001 o los atentados del 11-S y el 11-M. Fenómenos que no se pueden controlar, contingencias -hechos que pueden o no darse, como el contagio de un virus-, o sucesos con patrón de repetición disparan la alarma. Pero cuando, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y los sistemas de salud de los países afectados, la situación parece estar bajo control, ¿de dónde surge el miedo?
"Del contagio de la incertidumbre", apunta el sociólogo Jesús Gutiérrez Brito. "Es como un juego de espejos. Y la especularidad en cadena que se produce en la gente es una reacción casi instintiva, como cuando en una discoteca alguien grita fuego y todos huyen aunque no hayan visto llamas ni humo. Más que la gripe en sí, a mí me produce preocupación la preocupación del vecino, y así sucesivamente. Eso es más angustioso y moviliza más que la propia enfermedad. Hay que verlo también en términos de espectáculo: dar una bofetada a alguien en la calle no es un espectáculo; contemplarlo, sí".
Este profesor de Técnicas de Investigación Social de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) considera que se están dando "dos epidemias en paralelo, como una metástasis social del espectáculo". Los nuevos medios de comunicación informales (foros, chats, etcétera) aparecen en la diana de algunos analistas cuando se trata de buscar un origen o un altavoz a este contagio aprensivo. No son los únicos medios de comunicación puestos bajo la lupa. También lo están muchos de los tradicionales. "Los medios de comunicación saturan, aburren o divierten, y eso vale tanto para la pandemia como para la crisis financiera global o cualquier otro asunto. También sofocan una información; al principio la información sobre la epidemia era mucho más terrible que ahora, hoy está remansándose", dice Gutiérrez Brito.
La sociedad del espectáculo que describe el sociólogo es también una cibersociedad que tamiza sus venturas, sus expectativas y sus dudas por la Red, así que la alerta de pandemia por el H1N1 no podía sustraerse al crisol de Internet. Bloggers, redes sociales y medios online han vehiculado las expectativas de la población, con todo lo que de bueno y de malo ofrece tal posibilidad.
Jesús Flores, profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Observatorio de Periodismo en Internet, constata que, al contrario de lo sucedido con algunas catástrofes naturales -como el huracán Katrina en 2005-, en las que la Red resulta una herramienta muy útil de localización y apoyo, en la epidemia de la llamada gripe porcina "la información que prolifera en Internet tiene un efecto más bien adverso". "Desde el primer día he recibido información procedente de colegas mexicanos, indicándome que algunos foros exageraban, no se ajustaban a la realidad".
Un caudal de información desbocado, que se sustancia en contenidos colocados en plataformas fáciles de crear y a las que resulta aún más sencillo acceder, implica por fuerza -o por las prisas- no separar el grano de la paja. Así pues, junto a "información contrastada y veraz", dice Flores, en la Red se multiplican también "simples habladurías o tergiversaciones" de información fidedigna, cuando no supercherías que ven en la epidemia una conspiración debida a intereses nada oscuros (de las compañías farmacéuticas, de los Gobiernos para aparcar el problema de la crisis, etcétera). Las teorías de la conspiración, por cierto, echan chispas en la Red. "Hay 80 millones o 100 millones de usuarios de redes sociales. A la inmensa mayoría les habrá llegado durante estas dos semanas algún link de información relacionada con la llamada gripe porcina. Pero el impacto de este alud de información no podremos valorarlo hasta que se diluya el estado de emergencia. Mientras tanto, es la credibilidad de los medios, sobre todo de los digitales, lo que está en juego", advierte Flores.
El comportamiento de un individuo sometido a ciertas dosis de estrés puede acabar contagiando, como advertía el sociólogo Gutiérrez Brito, al vecino. Y eso, entre otros motivos, porque "las emociones negativas son más impactantes que las positivas", dice el psicoterapeuta y psicólogo social Luis Muiño, autor del libro Perder el miedo al miedo (Espasa). "Por razones adaptativas uno necesita saber qué va mal, por eso el miedo es la emoción más creída. Las emociones positivas tienen menos impacto, porque son más difusas, más tibias. Es lo que se llama ley de asimetría hedónica. Lo negativo te lleva a la alerta".
El papel de la información en la generación de la alarma también tiene mucho que ver, según Muiño. "La emoción vende; los datos, no. Y el miedo vende más que la tranquilidad. Tan difícil como desmentir un rumor resulta infundir confianza en una situación de pánico; de hecho, estas historias no se resuelven, se disuelven. Dentro de dos meses nadie se acordará de esto, como hoy nadie se acuerda de la amenaza del ántrax". También hay una manipulación política del mecanismo del miedo, como bien podría ser el caso de decisiones precipitadas como la suspensión de vuelos con México o el veto a productos porcinos españoles en Rusia.
"La existencia de las armas de destrucción masiva en Irak fue el último ejemplo al respecto", recuerda Muiño. Pero el miedo a su vez también funciona como mecanismo de manipulación, "en la política e incluso en la pareja; esto es algo que existe desde siempre".
La ciudadanía revive atavismos, y se cree cercada por una peste de resonancias medievales. La aprensión llueve además sobre mojado: con o sin gripe, el miedo es el sentimiento humano más extendido, según un estudio del centro italiano de investigaciones sociológicas Censis. Dicha encuesta, realizada en las diez mayores ciudades del mundo, revela entre el 80% y el 90% de los habitantes de las mismas siente miedo; que éste es intenso en el 40% o 50% de las personas, y que llega a condicionar la conducta habitual del 10%. Uno de cada cuatro urbanitas considera su sensación vital como "de incertidumbre"; el miedo acucia más a las mujeres, a los más desfavorecidos, a los mayores y a los menos instruidos, según este informe. Pero, ¿justifican todas estas variables la epidemia de miedo que ha brotado de la mano del virus H1N1?
"El miedo es libre, pero en este caso conviene distinguir la lógica preocupación de la alarma, que es algo muy distinto de la alerta. Las autoridades sanitarias han activado la alerta y han dado respuesta a la amenaza, pero la alarma no está justificada", afirma Andreu Segura, director del Área de Salud Pública del Instituto de Estudios de la Salud catalán y profesor asociado de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona.
La alerta, pues, es positiva; la alarma, injustificada e improcedente, porque la respuesta a esta crisis ha pillado a autoridades sanitarias y políticas con los deberes hechos. "El modelo de actuación que se ha adoptado se basa en el utilizado contra el virus de tipo H5N1
[el de la gripe aviar], así que ya había mucho trabajo hecho y eso ha resultado muy útil. Tanto la OMS como los países afectados ya habían tomado medidas", afirma Segura, quien valora especialmente el papel de los medios de comunicación tradicionales: "Los medios de comunicación españoles han dado notoriedad a la crisis, pero con mesura en los comentarios, espacio para opiniones heterodoxas y menos testimonios costumbristas que en crisis anteriores, como la de la gripe aviar".
El balance de la OMS sobre la incidencia de la gripe provocada por el virus H1N1 era ayer de 2.500 infectados y 44 muertos, según la OMS. Los afectados se distribuyen en 25 países, principalmente México y Estados Unidos. A juzgar por este cómputo, estaríamos por tanto ante una crisis bien delimitada y de relativa intensidad... en comparación, por ejemplo, con los 12 millones de afectados -1,5 millones de nuevos casos al año- de leishmaniasis, una de las llamadas enfermedades olvidadas o desatendidas que asuelan el Tercer Mundo, como el dengue, el mal de Chagas, el cólera o la mortífera malaria. La desproporción en atención y recursos confronta por fuerza ambas realidades, pero los expertos en salud consultados subrayan la conveniencia de no oponer, ni enfrentar, casos por completo incomparables. "Justifico la situación de alerta
[en el caso del virus H1N1] porque es aguda, pero pediría que se haga también ese esfuerzo en el caso de las enfermedades olvidadas, que afectan a poblaciones olvidadas. Debería ser como cuando tienes un hijo con diarrea y otro con fiebre: por atender a uno no tienes por qué descuidar al otro", señala Pilar Aparicio, experta en enfermedades tropicales del Instituto de Salud Carlos III de Madrid. "Un niño afectado por la forma visceral de leishmaniasis en Etiopía también puede morir a consecuencia de la enfermedad, pero la respuesta que necesitamos para la leishmaniasis no es una medida urgente [como las del virus H1N1], sino más investigación y más herramientas de control. A esto se dedican muy pocos fondos, y habría que destinar más", concluye Aparicio.
Su colega en la OMS Jorge Alvar, distingue entre las enfermedades emergentes -como la presente epidemia-, "que crean alarma social", y las enfermedades desatendidas, como las citadas. "Es correcto tomar medidas para su control, y eso no implica que se detraigan o desvíen fondos que corresponderían a las enfermedades olvidadas. Esto no lo veo como un problema, es mucho más preocupante la crisis financiera global. España es el primer donante del departamento de enfermedades tropicales desatendidas de la OMS, y ese compromiso no va a decaer", asegura Alvar. "Como individuo, no me gustaría contraer una enfermedad emergente, pero considero oportunas y necesarias las medidas adoptadas para hacerle frente. La gripe aviar provocó pocos casos, pero si no hubiéramos adoptado medidas entonces hoy no podríamos encarar con éxito el virus de la gripe H1N1. Eso sí, las enfermedades emergentes crean una indudable zozobra social, es evidente", dice. Entre otros motivos, porque se producen aquí al lado, en el mundo desarrollado o en países emergentes; es decir, en nuestro mundo.
Mientras los especialistas echan un pulso a los virus -los que se dedican a enfermedades emergentes son "velocistas"; los que investigan enfermedades olvidadas, "corredores de fondo", bromea Jorge Alvar-, la puesta en escena de la crisis bien podría ser otro factor coadyuvante del miedo. Mascarillas, escafandras, gafas, trajes blancos, guantes; figuras que parecen sacadas de una guerra biológica -ésta es también una guerra contra un virus-, infunden un temor irracional en la ciudadanía.
Pese a su apariencia futurista, en esta enfermedad planetaria que es la gripe de origen porcino resuenan lejanos ecos de una plaga bíblica, de la peste negra medieval; de la epidemia a que hace frente el doctor Rieux en La peste, la novela de Albert Camus. Como partera de esta aprensión puede aparecer también la ciencia, que, según la investigación de Censis, provoca miedo al 13% de los ciudadanos "por temor a sus consecuencias", mientras que el 41% la considera "un mal necesario". Por no hablar de la tecnología, que asusta a un 54,3% de los ciudadanos, según la encuesta de Censis. No obstante, "la tecnología es potencialmente buena", recuerda el profesor Jesús Flores.
Tan buena, que algunos, y no sólo los fabricantes de mascarillas, se frotan las manos ante el negocio. Los detectores de enfermos de la nueva gripe -sensores que supuestamente localizan alrededor del interesado personas infectadas, para evitarlas- se venden en Internet por cantidades escandalosas. Y una aplicación informática denominada rastreador de gripe detecta casos confirmados o probables, lo que, en el segundo caso, añade aún más desazón al agobio. Porque, como recuerda el psicólogo Luis Muiño, "lo peor es tenerle miedo al miedo".
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Ego sum qui sum; analista político, un soñador enamorado de la vida y aficionado a la poesía.
9 may 2009
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