MÓNICA L. FERRADO
Publicado en El País Semanal, 03/05/2009;
Cada año se realizan alrededor de 100.000 trasplantes en el mundo. Uno de cada diez, con órganos provenientes del comercio ilícito. Enfermos de países ricos viajan a Pakistán, India, China, Egipto o Colombia en busca de una solución rápida.
Tres días a la semana, durante cuatro horas, Xavier Martín tiene que conectarse a una máquina para limpiar su sangre. Sus riñones no pueden hacerlo. Tiene 54 años y lleva 26 sometido a diálisis. Ha pasado por dos trasplantes. Y por dos decepcionantes rechazos. A estas alturas, su sistema inmunitario se ha vuelto demasiado sabio. Ataca cualquier órgano intruso. Sólo se le podría engañar ingresando a Martín para anular todas sus defensas (plasmaféresis) y sincronizando el trasplante con un donante vivo compatible. Pero este barcelonés no tiene donante vivo. Más bien, no quiere jugársela. “Mis dos hermanos se han ofrecido, pero el riesgo de rechazo es tan grande que podrían quedarse sin riñón para nada. Y yo, la verdad, no podría soportarlo”. Ahí sigue, mientras la diálisis erosiona su cuerpo, con tumores periódicos, problemas de tiroides, artritis y mareos.
Martín había oído hablar del turismo de trasplantes. En Internet todo fue muy fácil. Inmediatamente, encontró la web de un hospital en Lahore (Pakistán): www.aadilhospital.com. Contactó con ellos por e-mail. Le respondieron rápidamente con toda la información: viaje en primera, recogida en el aeropuerto, intervención y posoperatorio, todo incluido. Precio total: 15.000 dólares. Un viaje organizado para salvar la vida. Para preparar la intervención y encontrarle un donante vivo compatible le pidieron que enviase su historial. Cuando lo solicitó a sus médicos del hospital Clínic de Barcelona, ellos le pidieron que no fuese. Y le convencieron: “Muchos pacientes vuelven con un riñón, ciertamente, pero también con otras enfermedades”.
De los 2.000 riñones que se trasplantan al año en Pakistán, dos terceras partes tienen destinatarios extranjeros. Provienen de campesinos que viven en condiciones de insalubridad y pobreza extremas. Ganan sueldos de miseria: una media de 15 dólares al mes. Se ven obligados a pedir anticipos a sus terratenientes. Acaban adquiriendo deudas de tal magnitud, que se heredan de padres a hijos. Son esclavos del siglo XXI. Su único capital es su fuerza de trabajo y su cuerpo. En algunos pueblos del Punjab, una región medio india, medio pakistaní, casi todos sus habitantes han vendido un riñón. A veces, incluso, presionados por sus deudores. Y lo más triste es que su situación no mejora. Lo que ganan, apenas les da para saldar su deuda. Y las secuelas merman su salud hasta el punto de que algunos se ven impedidos para trabajar. Ningún médico sigue su recuperación, como debería ocurrir con cualquier donante vivo en un país rico. Por un riñón reciben unos 1.700 dólares. De esa cantidad, los intermediarios les descuentan los gastos por viaje y su estancia en el hospital. Como máximo acaban recibiendo unos 1.300 dólares. La persona trasplantada con ese mismo riñón paga al hospital entre 10.000 y 15.000 dólares. Además de continuar sumidos en la pobreza, muchos de estos campesinos ya no pueden volver a trabajar como antes porque su salud ha quedado tocada.
el comercio de órganos y deseos se aprovecha del vacío legal en los países más pobres de África, Asia y América Latina, donde no es difícil encontrar a personas que han vendido su riñón por un puñado de dólares. En general, los órganos fluyen de Norte a Sur. Mientras que en los países ricos la donación se considera un gesto máximo de generosidad y altruismo necesario para el bienestar social, en los más pobres el tráfico la ha convertido en un acto desesperado. Vender una parte del cuerpo para sobrevivir. Nancy Scheper-Hughes, miembro de Organs Watch, un grupo de investigación independiente de la Universidad de Berkeley (California), explica en un artículo de The Lancet que en el mercado global se paga por un riñón indio o africano 1.000 dólares; en Filipinas, 1.300; en Moldavia o en Rumania, 2.700 dólares. Un riñón turco o peruano cuesta unos 10.000 dólares. En el hospital donde finalmente se realiza el trasplante, los pacientes-turistas de trasplantes acaban pagando entre 10 y 20 veces por encima de estos valores.
Una de las leyendas urbanas más populares es la de un conocido de un conocido que viaja a algún país lejano, conoce a una chica, o se va con unos desconocidos de juerga, y al día siguiente amanece sin un riñón. “Mentira, nunca se ha registrado ningún caso”, asegura Rafael Matesanz, presidente de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). ¿Para qué complicarse la vida raptando a un extranjero, del que además no se tiene un perfil de compatibilidad, cuando en los países donde se desarrolla la compraventa de órganos los traficantes (llamados brokers) consiguen personas que viven en la más absoluta miseria y forman parte de listados con perfiles de compatibilidad?
“éste es un negocio de intermediarios”, afirma Luc Noel, responsable de las cuestiones relativas a los trasplantes de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ellos, los intermediarios, cuentan con tentáculos por todo el mundo. Para los que necesitan vender, su existencia no es más que un secreto a voces. Se encuentran en cafés, escuelas, centros sociales. Han detenido a miembros de bandas que llevan a donantes de Brasil hasta hospitales de Suráfrica; de la República de Moldavia hasta centros de Turquía. En algunos países, se trata de una salida económica tan enquistada, que incluso aparecen anuncios en prensa o en televisión. Así ocurre en Egipto y en Perú. Se propone que vayan directamente al hospital a quienes quieran vender su riñón. Hospitales como el de Aadil, en Pakistán, cuentan con amplios catálogos con datos y perfiles de donantes para sus clientes ricos.
Los usuarios del turismo de trasplantes proceden de todo el mundo. “Mientras haya oferta habrá demanda”, lamenta Luc Noel. Desde su despacho de la OMS en Ginebra dirige los esfuerzos internacionales para erradicar el comercio de órganos. Muchas veces, el trasplante es la única alternativa a la vida. Además, las supervivencias ya alcanzan los 45 años para el de riñón, 38 para el de hígado y 29 el de corazón. Pero este éxito ha creado sus propios demonios: la diferencia entre las posibilidades teóricas y la escasa disponibilidad de órganos.
Comprar un órgano cuando en el propio país no llega es un pasaporte a la vida. No es extraño que los mejores clientes para el turismo de trasplantes sean pacientes que proceden de países con una mayor dificultad para encontrar donantes. Israel es, con diferencia, el principal cliente de este negocio oscuro y atroz. “Es un país con poder adquisitivo y sin donación de cadáver”, explica Rafael Matesanz, de la ONT. Algunos rabinos se oponen a la donación. Las agencias de seguros sufragan las operaciones en el extranjero.
En Europa, España tiene la tasa más alta de donaciones, con 34 por millón de habitantes. Aun así, unas 4.000 personas están en lista de espera para un riñón. Entre el 3% y el 5% mueren sin haber recibido el órgano esperado. “El tiempo medio de espera está entre dos y tres años. Los que tienen más dificultades para encontrar donante son quienes rondan los 40 años, sobre todo desde que fallecen menos personas en accidentes de tráfico. Son años en que la salud se altera, supone un desgaste. Ante un tiempo de espera largo y el deterioro, el paciente se inquieta mucho porque, además, se dificultan sus relaciones con la familia y su actividad laboral”, argumenta Luis Guirado, nefrólogo de la Fundación Puigvert, en Barcelona. Recientemente se han detectado anuncios en Internet de españoles que ofrecían riñones a cambio de dinero, entre 15.000 y 100.000 euros, en ciudades como Madrid, Castellón, Málaga o Sevilla. Desde la ONT, Matesanz insiste en que la legislación española prohíbe esta compraventa, e incluso la petición pública. “Y aunque ambas no están tipificadas en el Código Penal, interviene la Brigada de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil”.
llegar al cliente-paciente resulta cada vez más fácil. “Como consecuencia de la escasez mundial de órganos y las facilidades de Internet, el tráfico y el turismo de trasplantes se ha convertido en un problema global”, advierte un editorial de julio pasado en la revista The Lancet. En Internet se encuentra, por ejemplo, la web de James Cohan, un broker estadounidense. Al llamar al teléfono que consta en la página, responde él mismo. No se describe como broker, sino como coordinador internacional de trasplantes. Sin cortapisas, reconoce que desde su oficina de Los Ángeles organiza viajes para realizar estas operaciones en el extranjero con unos 15 países, sólo con grandes hospitales. “Tienen listas de donantes”, explica. Su web anuncia una única tarifa: un trasplante de riñón cuesta unos 125.000 dólares; el de pulmón, hígado o corazón, unos 250.000. Cohan no sabe de dónde proceden los donantes vivos. Dice que no es asunto suyo. ¿Cree que es inmoral un negocio basado en pobres que necesitan vender una parte de su cuerpo por dinero y gente rica dispuesta a pagar por ella? “Todos vendemos cada día parte de nuestras vidas trabajando durante horas. Quienes hacen las leyes en contra es porque no han tenido experiencias de primera mano con trasplantes”, responde Cohan.
Las redes internacionales son escurridizas. “En los años noventa, cuando los tratamientos antirrechazo mejoraron sustancialmente, empezaron a detectarse los primeros casos de turismo de trasplantes en la India”, ilustra el experto Rafael Matesanz. “Cuando la ley se endureció en la India, Irak pasó a ser el principal destino, sobre todo para pacientes que procedían de Israel. Pero desde la primera Guerra del Golfo, Pakistán se convirtió en el número uno”.
El 10% de los trasplantes del mundo se practican con órganos procedentes del comercio ilegal, según datos de la OMS. Los países pobres como Pakistán, India, Filipinas, China, Egipto, Rumania, Moldavia, Perú, Ecuador y Colombia facilitan órganos a enfermos de países ricos. Presos políticos, personas que viven en la más extrema pobreza o refugiados políticos son explotados como la mayor fuente de órganos para pacientes-turistas. El riñón es el más vendido. También, porciones de hígado, corazones y pulmones en los países donde se comercia con órganos de cadáveres, como ocurre en China. “El mercado de órganos sólo beneficia a la gente rica”, afirma Luc Noel. En su agenda, una cita para mayo: la asamblea general de la OMS, que someterá a votación una resolución para regir la lucha global contra el turismo de trasplantes. “Necesitamos la colaboración de los profesionales, de los Gobiernos, de las sociedades científicas”.
durante la cumbre internacional sobre turismo de trasplantes y tráfico de órganos, convocada en 2008 por la Sociedad Internacional de Trasplantes y la Sociedad Internacional de Nefrología, 152 representantes de instituciones públicas y organismos médicos y científicos de 78 países consensuaron la Declaración de Estambul. Entre otros aspectos, considera que el tráfico de órganos y el turismo de trasplantes violan los principios de igualdad, justicia y respeto de la dignificad humana y deberían prohibirse, e insta a que cada Gobierno cree un marco legal acompañado de medidas penales para quienes participen en estas actividades y prohíba todo tipo de publicidad de solicitudes u ofertas de órganos.
Esta declaración también aborda la espinosa cuestión de las compensaciones en los trasplantes con donante vivo. Siempre bajo el principio de que un órgano no puede tener precio, admite que los donantes puedan ser compensados por los perjuicios que su decisión altruista les pueda reportar. En Estados Unidos existen partidarios de la compraventa de órganos bajo vigilancia, que permitiría, según ellos, aumentar las donaciones y desarticular el negocio ilegal. “Estoy en completo desacuerdo; éticamente, el cuerpo humano no puede ser objeto de comercialización bajo ningún concepto”, concluye Matesanz desde la ONT. “Los que argumentan en contra, consideran que en una sociedad moderna no se puede permitir que alguien en situación de pobreza tenga que vender un órgano. Los que argumentan a favor, dicen que debe regularlo el Estado. Uno de cada 3.500 donantes puede morir, es el mismo riesgo que tenemos todos de morir por accidente de coche”, explica Guirado, nefrólogo de la Fundación Puigvert de Barcelona.
Francis Delmonico, asesor de la Organización Mundial de la Salud y presidente de la Organ Transplantation Procurement Network, se ha reunido con los gobernantes de países como China o Filipinas con el objetivo de que resuelvan el vacío legal que hace posible este comercio. Y para ayudarles a establecer sus propios programas de donaciones. “El comercio de órganos amenaza con dinamitar la nobleza y el legado del trasplante”, afirma Delmonico. Explica que en China, por ejemplo, en el año 2006 se extrajeron órganos a unos 4.000 presos ejecutados, lo que hace un total de 8.000 riñones y 3.000 hígados, principalmente para pacientes extranjeros. El Gobierno chino aprobó en marzo de 2007 una orden sancionando esta práctica. Clausuró tres hospitales, pero no tienen control sobre todos. Y mucho menos sobre los centros militares de salud. Delmonico asegura que los pacientes siguen viajando a China.
En septiembre de 2007, el Gobierno paquistaní promulgó una ordenanza que prohíbe el comercio entre personas no relacionadas, sean locales o extranjeras. La actividad se desplazó entonces a Filipinas, aunque desde abril de 2008 su Gobierno también ha prohibido los trasplantes a turistas. “La sociedad filipina de Nefrología ha reportado que los pacientes extranjeros no tienen ya un acceso tan fácil a riñones”, asegura Delmonico.
así lo constata el testimonio del barcelonés Xavier Martín. Tras renunciar a su viaje a Pakistán por el consejo de sus médicos, entró en contacto con una clínica en Filipinas. Envió desde Barcelona todas sus analíticas y allí localizaron a cuatro candidatos compatibles. Al elegido le pagarían 15.000 euros. Martín adelantó 12.000 por correo. Todo el pack, que incluía operación, posoperatorio y otros gastos derivados del viaje le costaría 100.000 euros más. Sin embargo, su sueño se fue al traste justo un mes antes. “Me llamaron y me dijeron que se tenía que suspender todo porque la ley se había endurecido, y que por el momento iban a dejar de hacer trasplantes a extranjeros”. El dinero que adelantó le fue reembolsado.
¿Estamos ante un cese total de la actividad o es que los traficantes prefieren no remover las aguas mientras sus Gobiernos y la OMS intentan establecer medidas de control? Las redes han demostrado que son escurridizas. “Desde los cambios en China y en Filipinas, los pacientes de países del Golfo van al Cairo. Estimamos que cada año se llevan a cabo en Egipto 1.000 trasplantes de riñón”, afirma Francis Delmonico.
En los últimos años, el turismo de trasplantes también ha encontrado su lugar en América Latina. Desde la Fundación Puigvert siguen a dos pacientes que decidieron por su cuenta ir a trasplantarse a Perú. Nada ha tenido que ver en ello el centro catalán, pero sí que controlan su salud desde la vuelta. “Llevo 22 años en el hospital y sólo he visto estos dos casos”, confirma Luis Guirado, nefrólogo del centro. “En Perú, el intermediario es la Iglesia. Los curas hacen de coordinadores de trasplantes”. Buscan a personas con pocos medios y les ponen en contacto con el hospital de Lima donde realizan los trasplantes. Sus enfermos tienen entre 60 y 70 años. Los donantes, alrededor de 30. “La verdad es que en este caso hay que reconocer que la intervención es impecable, y los cuidados que reciben, también”, asegura Guirado.
Pedro Méndez Chacón (Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima), Miguel Camacho (coordinador de trasplantes de órganos y tejidos) y Armando Vidalón (ex gerente de trasplantes de órganos y tejidos de EsSalud) constatan en un artículo que en Perú se trasplanta a extranjeros: “Todo apunta a que se trata de una actividad creciente y de muy difícil control. No obstante, un ex miembro de la organización informó públicamente en el Parlamento Nacional de que se efectuaron 64 trasplantes privados en los últimos tres años (abril 2002). Y una comisión del Colegio Médico recabó un informe de 30 intervenciones que se realizaron en algunas clínicas privadas”.
Colombia también se está convirtiendo en uno de los destinos preferidos para israelíes y japoneses. En estos casos, el órgano procede de cadáveres. “Pasando por delante de los nacionales”, apunta Rafael Matesanz. El Instituto Nacional de Salud de Colombia trabaja para mejorar la coordinación de trasplantes, dar mejor servicio a sus ciudadanos y controlar las operaciones a extranjeros. Si en 2005 un 12 % de los destinatarios fueron extranjeros, en 2007 disminuyeron a la mitad. La mayoría vienen de Israel. También de Japón. Y de países vecinos, como Venezuela, República Dominicana, El Salvador, Ecuador, Panamá y Bahamas. Los extranjeros pueden acogerse a tutela si demuestran la necesidad urgente de trasplante. No deberían tener prioridad, pero las compañías que les organizan todo el viaje agilizan los trámites y pagan el triple que los nacionales. Los jueces fallan a favor de los pacientes foráneos, alegando violación de su derecho a la vida.
luis caicedo, presidente de la Sociedad Colombiana de Trasplantes, trabaja en uno de los cuatro únicos hospitales donde se llevan a cabo estas operaciones en Colombia. Explica que desde diciembre de 2008, “sin estar prohibidos los trasplantes a extranjeros, el Gobierno ha decidido suspenderlos porque se va a modificar la ley. Queremos convenios para regular la situación y que se nos permita dar servicio a países vecinos que no tienen programas establecidos”.
La ONT está ayudando desde España a construir en América Latina una red iberoamericana. “El objetivo es ir arrinconando estas redes y ayudar a que estos países desarrollen un sistema de donación adecuado”, explica Matesanz. Para Luc Noel, de la OMS, “la solución difícil es involucrar a la sociedad”. Lo cierto es que el comercio de órganos hace tambalear uno de los principios de la donación: el altruismo. “Si se puede vender, ¿quién va a convencer a la gente de que donar es un acto altruista? Si se permite, todo el sistema de trasplantes se cae”, concluye Matesanz.
Más difícil va a ser combatir el tráfico clandestino. Repartidos por Europa del Este, traficantes de órganos localizados en países como Estonia, Bulgaria, Turquía, Georgia, Moldavia, Rusia y Ucrania ponen en jaque la Unión Europea.
“La pobreza extrema de la república de Moldavia es terreno abonado para los traficantes”, reconoce Viorel Ciobanu, del departamento del Gobierno de Moldavia para combatir el tráfico de seres humanos, en una entrevista para el documental Riñón en hielo. Esta cinta danesa, dirigida por Anja Dalhoff y Alina Radú con apoyo de la UE, narra, entre otras historias, la de Mihail. Un moldavo que a los 26 años entró en contacto con una red de traficantes de riñones que le ofreció 3.000 euros. “Pensé que al menos no iba a morir”, justifica con pesar. Le embarcaron en un avión hacia Turquía. Le extrajeron un riñón en un hospital de Estambul. Regresó solo, retorciéndose de dolor, sin calmantes e indocumentado. El dinero apenas le dio para pagar deudas y sobrevivir unos meses. Ahora no tiene dinero, le falta un riñón y energía para trabajar porque enseguida se cansa.
Tres días a la semana, durante cuatro horas, Xavier Martín tiene que conectarse a una máquina para limpiar su sangre. Sus riñones no pueden hacerlo. Tiene 54 años y lleva 26 sometido a diálisis. Ha pasado por dos trasplantes. Y por dos decepcionantes rechazos. A estas alturas, su sistema inmunitario se ha vuelto demasiado sabio. Ataca cualquier órgano intruso. Sólo se le podría engañar ingresando a Martín para anular todas sus defensas (plasmaféresis) y sincronizando el trasplante con un donante vivo compatible. Pero este barcelonés no tiene donante vivo. Más bien, no quiere jugársela. “Mis dos hermanos se han ofrecido, pero el riesgo de rechazo es tan grande que podrían quedarse sin riñón para nada. Y yo, la verdad, no podría soportarlo”. Ahí sigue, mientras la diálisis erosiona su cuerpo, con tumores periódicos, problemas de tiroides, artritis y mareos.
Martín había oído hablar del turismo de trasplantes. En Internet todo fue muy fácil. Inmediatamente, encontró la web de un hospital en Lahore (Pakistán): www.aadilhospital.com. Contactó con ellos por e-mail. Le respondieron rápidamente con toda la información: viaje en primera, recogida en el aeropuerto, intervención y posoperatorio, todo incluido. Precio total: 15.000 dólares. Un viaje organizado para salvar la vida. Para preparar la intervención y encontrarle un donante vivo compatible le pidieron que enviase su historial. Cuando lo solicitó a sus médicos del hospital Clínic de Barcelona, ellos le pidieron que no fuese. Y le convencieron: “Muchos pacientes vuelven con un riñón, ciertamente, pero también con otras enfermedades”.
De los 2.000 riñones que se trasplantan al año en Pakistán, dos terceras partes tienen destinatarios extranjeros. Provienen de campesinos que viven en condiciones de insalubridad y pobreza extremas. Ganan sueldos de miseria: una media de 15 dólares al mes. Se ven obligados a pedir anticipos a sus terratenientes. Acaban adquiriendo deudas de tal magnitud, que se heredan de padres a hijos. Son esclavos del siglo XXI. Su único capital es su fuerza de trabajo y su cuerpo. En algunos pueblos del Punjab, una región medio india, medio pakistaní, casi todos sus habitantes han vendido un riñón. A veces, incluso, presionados por sus deudores. Y lo más triste es que su situación no mejora. Lo que ganan, apenas les da para saldar su deuda. Y las secuelas merman su salud hasta el punto de que algunos se ven impedidos para trabajar. Ningún médico sigue su recuperación, como debería ocurrir con cualquier donante vivo en un país rico. Por un riñón reciben unos 1.700 dólares. De esa cantidad, los intermediarios les descuentan los gastos por viaje y su estancia en el hospital. Como máximo acaban recibiendo unos 1.300 dólares. La persona trasplantada con ese mismo riñón paga al hospital entre 10.000 y 15.000 dólares. Además de continuar sumidos en la pobreza, muchos de estos campesinos ya no pueden volver a trabajar como antes porque su salud ha quedado tocada.
el comercio de órganos y deseos se aprovecha del vacío legal en los países más pobres de África, Asia y América Latina, donde no es difícil encontrar a personas que han vendido su riñón por un puñado de dólares. En general, los órganos fluyen de Norte a Sur. Mientras que en los países ricos la donación se considera un gesto máximo de generosidad y altruismo necesario para el bienestar social, en los más pobres el tráfico la ha convertido en un acto desesperado. Vender una parte del cuerpo para sobrevivir. Nancy Scheper-Hughes, miembro de Organs Watch, un grupo de investigación independiente de la Universidad de Berkeley (California), explica en un artículo de The Lancet que en el mercado global se paga por un riñón indio o africano 1.000 dólares; en Filipinas, 1.300; en Moldavia o en Rumania, 2.700 dólares. Un riñón turco o peruano cuesta unos 10.000 dólares. En el hospital donde finalmente se realiza el trasplante, los pacientes-turistas de trasplantes acaban pagando entre 10 y 20 veces por encima de estos valores.
Una de las leyendas urbanas más populares es la de un conocido de un conocido que viaja a algún país lejano, conoce a una chica, o se va con unos desconocidos de juerga, y al día siguiente amanece sin un riñón. “Mentira, nunca se ha registrado ningún caso”, asegura Rafael Matesanz, presidente de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). ¿Para qué complicarse la vida raptando a un extranjero, del que además no se tiene un perfil de compatibilidad, cuando en los países donde se desarrolla la compraventa de órganos los traficantes (llamados brokers) consiguen personas que viven en la más absoluta miseria y forman parte de listados con perfiles de compatibilidad?
“éste es un negocio de intermediarios”, afirma Luc Noel, responsable de las cuestiones relativas a los trasplantes de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ellos, los intermediarios, cuentan con tentáculos por todo el mundo. Para los que necesitan vender, su existencia no es más que un secreto a voces. Se encuentran en cafés, escuelas, centros sociales. Han detenido a miembros de bandas que llevan a donantes de Brasil hasta hospitales de Suráfrica; de la República de Moldavia hasta centros de Turquía. En algunos países, se trata de una salida económica tan enquistada, que incluso aparecen anuncios en prensa o en televisión. Así ocurre en Egipto y en Perú. Se propone que vayan directamente al hospital a quienes quieran vender su riñón. Hospitales como el de Aadil, en Pakistán, cuentan con amplios catálogos con datos y perfiles de donantes para sus clientes ricos.
Los usuarios del turismo de trasplantes proceden de todo el mundo. “Mientras haya oferta habrá demanda”, lamenta Luc Noel. Desde su despacho de la OMS en Ginebra dirige los esfuerzos internacionales para erradicar el comercio de órganos. Muchas veces, el trasplante es la única alternativa a la vida. Además, las supervivencias ya alcanzan los 45 años para el de riñón, 38 para el de hígado y 29 el de corazón. Pero este éxito ha creado sus propios demonios: la diferencia entre las posibilidades teóricas y la escasa disponibilidad de órganos.
Comprar un órgano cuando en el propio país no llega es un pasaporte a la vida. No es extraño que los mejores clientes para el turismo de trasplantes sean pacientes que proceden de países con una mayor dificultad para encontrar donantes. Israel es, con diferencia, el principal cliente de este negocio oscuro y atroz. “Es un país con poder adquisitivo y sin donación de cadáver”, explica Rafael Matesanz, de la ONT. Algunos rabinos se oponen a la donación. Las agencias de seguros sufragan las operaciones en el extranjero.
En Europa, España tiene la tasa más alta de donaciones, con 34 por millón de habitantes. Aun así, unas 4.000 personas están en lista de espera para un riñón. Entre el 3% y el 5% mueren sin haber recibido el órgano esperado. “El tiempo medio de espera está entre dos y tres años. Los que tienen más dificultades para encontrar donante son quienes rondan los 40 años, sobre todo desde que fallecen menos personas en accidentes de tráfico. Son años en que la salud se altera, supone un desgaste. Ante un tiempo de espera largo y el deterioro, el paciente se inquieta mucho porque, además, se dificultan sus relaciones con la familia y su actividad laboral”, argumenta Luis Guirado, nefrólogo de la Fundación Puigvert, en Barcelona. Recientemente se han detectado anuncios en Internet de españoles que ofrecían riñones a cambio de dinero, entre 15.000 y 100.000 euros, en ciudades como Madrid, Castellón, Málaga o Sevilla. Desde la ONT, Matesanz insiste en que la legislación española prohíbe esta compraventa, e incluso la petición pública. “Y aunque ambas no están tipificadas en el Código Penal, interviene la Brigada de Delitos Telemáticos de la Guardia Civil”.
llegar al cliente-paciente resulta cada vez más fácil. “Como consecuencia de la escasez mundial de órganos y las facilidades de Internet, el tráfico y el turismo de trasplantes se ha convertido en un problema global”, advierte un editorial de julio pasado en la revista The Lancet. En Internet se encuentra, por ejemplo, la web de James Cohan, un broker estadounidense. Al llamar al teléfono que consta en la página, responde él mismo. No se describe como broker, sino como coordinador internacional de trasplantes. Sin cortapisas, reconoce que desde su oficina de Los Ángeles organiza viajes para realizar estas operaciones en el extranjero con unos 15 países, sólo con grandes hospitales. “Tienen listas de donantes”, explica. Su web anuncia una única tarifa: un trasplante de riñón cuesta unos 125.000 dólares; el de pulmón, hígado o corazón, unos 250.000. Cohan no sabe de dónde proceden los donantes vivos. Dice que no es asunto suyo. ¿Cree que es inmoral un negocio basado en pobres que necesitan vender una parte de su cuerpo por dinero y gente rica dispuesta a pagar por ella? “Todos vendemos cada día parte de nuestras vidas trabajando durante horas. Quienes hacen las leyes en contra es porque no han tenido experiencias de primera mano con trasplantes”, responde Cohan.
Las redes internacionales son escurridizas. “En los años noventa, cuando los tratamientos antirrechazo mejoraron sustancialmente, empezaron a detectarse los primeros casos de turismo de trasplantes en la India”, ilustra el experto Rafael Matesanz. “Cuando la ley se endureció en la India, Irak pasó a ser el principal destino, sobre todo para pacientes que procedían de Israel. Pero desde la primera Guerra del Golfo, Pakistán se convirtió en el número uno”.
El 10% de los trasplantes del mundo se practican con órganos procedentes del comercio ilegal, según datos de la OMS. Los países pobres como Pakistán, India, Filipinas, China, Egipto, Rumania, Moldavia, Perú, Ecuador y Colombia facilitan órganos a enfermos de países ricos. Presos políticos, personas que viven en la más extrema pobreza o refugiados políticos son explotados como la mayor fuente de órganos para pacientes-turistas. El riñón es el más vendido. También, porciones de hígado, corazones y pulmones en los países donde se comercia con órganos de cadáveres, como ocurre en China. “El mercado de órganos sólo beneficia a la gente rica”, afirma Luc Noel. En su agenda, una cita para mayo: la asamblea general de la OMS, que someterá a votación una resolución para regir la lucha global contra el turismo de trasplantes. “Necesitamos la colaboración de los profesionales, de los Gobiernos, de las sociedades científicas”.
durante la cumbre internacional sobre turismo de trasplantes y tráfico de órganos, convocada en 2008 por la Sociedad Internacional de Trasplantes y la Sociedad Internacional de Nefrología, 152 representantes de instituciones públicas y organismos médicos y científicos de 78 países consensuaron la Declaración de Estambul. Entre otros aspectos, considera que el tráfico de órganos y el turismo de trasplantes violan los principios de igualdad, justicia y respeto de la dignificad humana y deberían prohibirse, e insta a que cada Gobierno cree un marco legal acompañado de medidas penales para quienes participen en estas actividades y prohíba todo tipo de publicidad de solicitudes u ofertas de órganos.
Esta declaración también aborda la espinosa cuestión de las compensaciones en los trasplantes con donante vivo. Siempre bajo el principio de que un órgano no puede tener precio, admite que los donantes puedan ser compensados por los perjuicios que su decisión altruista les pueda reportar. En Estados Unidos existen partidarios de la compraventa de órganos bajo vigilancia, que permitiría, según ellos, aumentar las donaciones y desarticular el negocio ilegal. “Estoy en completo desacuerdo; éticamente, el cuerpo humano no puede ser objeto de comercialización bajo ningún concepto”, concluye Matesanz desde la ONT. “Los que argumentan en contra, consideran que en una sociedad moderna no se puede permitir que alguien en situación de pobreza tenga que vender un órgano. Los que argumentan a favor, dicen que debe regularlo el Estado. Uno de cada 3.500 donantes puede morir, es el mismo riesgo que tenemos todos de morir por accidente de coche”, explica Guirado, nefrólogo de la Fundación Puigvert de Barcelona.
Francis Delmonico, asesor de la Organización Mundial de la Salud y presidente de la Organ Transplantation Procurement Network, se ha reunido con los gobernantes de países como China o Filipinas con el objetivo de que resuelvan el vacío legal que hace posible este comercio. Y para ayudarles a establecer sus propios programas de donaciones. “El comercio de órganos amenaza con dinamitar la nobleza y el legado del trasplante”, afirma Delmonico. Explica que en China, por ejemplo, en el año 2006 se extrajeron órganos a unos 4.000 presos ejecutados, lo que hace un total de 8.000 riñones y 3.000 hígados, principalmente para pacientes extranjeros. El Gobierno chino aprobó en marzo de 2007 una orden sancionando esta práctica. Clausuró tres hospitales, pero no tienen control sobre todos. Y mucho menos sobre los centros militares de salud. Delmonico asegura que los pacientes siguen viajando a China.
En septiembre de 2007, el Gobierno paquistaní promulgó una ordenanza que prohíbe el comercio entre personas no relacionadas, sean locales o extranjeras. La actividad se desplazó entonces a Filipinas, aunque desde abril de 2008 su Gobierno también ha prohibido los trasplantes a turistas. “La sociedad filipina de Nefrología ha reportado que los pacientes extranjeros no tienen ya un acceso tan fácil a riñones”, asegura Delmonico.
así lo constata el testimonio del barcelonés Xavier Martín. Tras renunciar a su viaje a Pakistán por el consejo de sus médicos, entró en contacto con una clínica en Filipinas. Envió desde Barcelona todas sus analíticas y allí localizaron a cuatro candidatos compatibles. Al elegido le pagarían 15.000 euros. Martín adelantó 12.000 por correo. Todo el pack, que incluía operación, posoperatorio y otros gastos derivados del viaje le costaría 100.000 euros más. Sin embargo, su sueño se fue al traste justo un mes antes. “Me llamaron y me dijeron que se tenía que suspender todo porque la ley se había endurecido, y que por el momento iban a dejar de hacer trasplantes a extranjeros”. El dinero que adelantó le fue reembolsado.
¿Estamos ante un cese total de la actividad o es que los traficantes prefieren no remover las aguas mientras sus Gobiernos y la OMS intentan establecer medidas de control? Las redes han demostrado que son escurridizas. “Desde los cambios en China y en Filipinas, los pacientes de países del Golfo van al Cairo. Estimamos que cada año se llevan a cabo en Egipto 1.000 trasplantes de riñón”, afirma Francis Delmonico.
En los últimos años, el turismo de trasplantes también ha encontrado su lugar en América Latina. Desde la Fundación Puigvert siguen a dos pacientes que decidieron por su cuenta ir a trasplantarse a Perú. Nada ha tenido que ver en ello el centro catalán, pero sí que controlan su salud desde la vuelta. “Llevo 22 años en el hospital y sólo he visto estos dos casos”, confirma Luis Guirado, nefrólogo del centro. “En Perú, el intermediario es la Iglesia. Los curas hacen de coordinadores de trasplantes”. Buscan a personas con pocos medios y les ponen en contacto con el hospital de Lima donde realizan los trasplantes. Sus enfermos tienen entre 60 y 70 años. Los donantes, alrededor de 30. “La verdad es que en este caso hay que reconocer que la intervención es impecable, y los cuidados que reciben, también”, asegura Guirado.
Pedro Méndez Chacón (Universidad Nacional Mayor de San Marcos en Lima), Miguel Camacho (coordinador de trasplantes de órganos y tejidos) y Armando Vidalón (ex gerente de trasplantes de órganos y tejidos de EsSalud) constatan en un artículo que en Perú se trasplanta a extranjeros: “Todo apunta a que se trata de una actividad creciente y de muy difícil control. No obstante, un ex miembro de la organización informó públicamente en el Parlamento Nacional de que se efectuaron 64 trasplantes privados en los últimos tres años (abril 2002). Y una comisión del Colegio Médico recabó un informe de 30 intervenciones que se realizaron en algunas clínicas privadas”.
Colombia también se está convirtiendo en uno de los destinos preferidos para israelíes y japoneses. En estos casos, el órgano procede de cadáveres. “Pasando por delante de los nacionales”, apunta Rafael Matesanz. El Instituto Nacional de Salud de Colombia trabaja para mejorar la coordinación de trasplantes, dar mejor servicio a sus ciudadanos y controlar las operaciones a extranjeros. Si en 2005 un 12 % de los destinatarios fueron extranjeros, en 2007 disminuyeron a la mitad. La mayoría vienen de Israel. También de Japón. Y de países vecinos, como Venezuela, República Dominicana, El Salvador, Ecuador, Panamá y Bahamas. Los extranjeros pueden acogerse a tutela si demuestran la necesidad urgente de trasplante. No deberían tener prioridad, pero las compañías que les organizan todo el viaje agilizan los trámites y pagan el triple que los nacionales. Los jueces fallan a favor de los pacientes foráneos, alegando violación de su derecho a la vida.
luis caicedo, presidente de la Sociedad Colombiana de Trasplantes, trabaja en uno de los cuatro únicos hospitales donde se llevan a cabo estas operaciones en Colombia. Explica que desde diciembre de 2008, “sin estar prohibidos los trasplantes a extranjeros, el Gobierno ha decidido suspenderlos porque se va a modificar la ley. Queremos convenios para regular la situación y que se nos permita dar servicio a países vecinos que no tienen programas establecidos”.
La ONT está ayudando desde España a construir en América Latina una red iberoamericana. “El objetivo es ir arrinconando estas redes y ayudar a que estos países desarrollen un sistema de donación adecuado”, explica Matesanz. Para Luc Noel, de la OMS, “la solución difícil es involucrar a la sociedad”. Lo cierto es que el comercio de órganos hace tambalear uno de los principios de la donación: el altruismo. “Si se puede vender, ¿quién va a convencer a la gente de que donar es un acto altruista? Si se permite, todo el sistema de trasplantes se cae”, concluye Matesanz.
Más difícil va a ser combatir el tráfico clandestino. Repartidos por Europa del Este, traficantes de órganos localizados en países como Estonia, Bulgaria, Turquía, Georgia, Moldavia, Rusia y Ucrania ponen en jaque la Unión Europea.
“La pobreza extrema de la república de Moldavia es terreno abonado para los traficantes”, reconoce Viorel Ciobanu, del departamento del Gobierno de Moldavia para combatir el tráfico de seres humanos, en una entrevista para el documental Riñón en hielo. Esta cinta danesa, dirigida por Anja Dalhoff y Alina Radú con apoyo de la UE, narra, entre otras historias, la de Mihail. Un moldavo que a los 26 años entró en contacto con una red de traficantes de riñones que le ofreció 3.000 euros. “Pensé que al menos no iba a morir”, justifica con pesar. Le embarcaron en un avión hacia Turquía. Le extrajeron un riñón en un hospital de Estambul. Regresó solo, retorciéndose de dolor, sin calmantes e indocumentado. El dinero apenas le dio para pagar deudas y sobrevivir unos meses. Ahora no tiene dinero, le falta un riñón y energía para trabajar porque enseguida se cansa.
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