16 ago 2009

Silvia Raquenel

No venga... La quieren matar”
RICARDO RAVELO
Revista Proceso # 1711, 16 de agosto de 2009;
La penalista Silvia Raquenel Villanueva, victimada por sicarios el domingo 9 en Monterrey, solía decir: “Yo no defiendo narcotraficantes... Esos no necesitan abogados...tienen a sus generales y a sus coroneles”. Y sentenciaba: “Los presos que represento son la carne de cañón, la gente que les sirve, los empleados, los burreros...”
Por lo menos tres meses antes del asesinato de Silvia Raquenel Villanueva, un reo del penal de Topo Chico, ubicado en Monterrey, Nuevo León, le envió varios avisos para que reforzara su seguridad porque sabía que “un capo muy poderoso” pretendía liquidarla.
“No venga a Monterrey. Haga caso, licenciada, porque la quieren matar, le insistió el preso”, refiere a Proceso una fuente cercana a la litigante y quien pidió que su identidad se mantuviera en reserva.
Ante esas advertencias, la abogada inició gestiones para que le pusieran más guardaespaldas de los que le brindaban protección desde hacía varios años. Los escoltas le habían sido asignados por órdenes del extinto José Luis Santiago Vasconcelos, cuando era titular de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO). Este funcionario mantuvo estrechos vínculos con la litigante desde 1996, cuando el capo Juan García Ábrego fue capturado y extraditado. Según se pudo averiguar, oficialmente nunca hubo respuesta a la solicitud de que se reforzara la seguridad de Villanueva.
La penalista continuó con sus actividades habituales en medio del vértigo al que estaba acostumbrada. Incluso se reía de las amenazas que recibía: “A mí me cuida la maña”, decía con sorna, para luego soltar una andanada de críticas contra funcionarios de la SIEDO, a quienes calificaba de “mugrosos” por su reiterada práctica de “manipular a los testigos protegidos” para incriminar a personas que, según ella, eran inocentes.
Su trabajo abarcaba casi toda la república. Viajaba a Tamaulipas, territorio de Los Zetas. También se le veía en tribunales de Jalisco y Sinaloa, feudo de Joaquín El Chapo Guzmán. En el Distrito Federal defendía a policías y expolicías federales presuntamente implicados en casos de narcotráfico y secuestros.
Iba a Chiapas, y en los últimos siete meses, los más agitados por el trabajo y las presiones que enfrentaba, con frecuencia se trasladaba a Tepic, Nayarit, donde tenía a su cargo la defensa de Javier Herrera Valles, excoordinador Regional de la Policía Federal a quien la Procuraduría General de la República (PGR) acusa de recibir pagos del narco a cambio de protección.
Este caso le preocupaba mucho, comentó con uno de sus clientes, pues consideraba que era inminente la liberación de Herrera, lo cual podría acarrear represalias por parte del titular de la Secretaría de Seguridad Pública, Genaro García Luna, con quien Herrera se confrontó cuando le dijo que altos mandos policiacos estaban coludidos con el crimen organizado.
A pesar de que en cuatro ocasiones atentaron contra su vida, afirmaba que no tenía problemas con los narcotraficantes. Y decía: “Mis respetos para los narcos porque con ellos nunca he tenido broncas. Mis problemas han sido por la corrupción que impera en los altos niveles del gobierno federal, entre los funcionarios responsables de combatir el narcotráfico”.
Lo cierto es que le atraían los casos difíciles y polémicos, por lo que su entorno siempre se mantuvo en ebullición. En los últimos 18 meses representó a personas presuntamente ligadas con distintos cárteles. Entre sus defendidos estaban Rodolfo López Ibarra, El Nito, detenido el 19 de mayo junto con 13 integrantes de la banda comandada por Arturo Beltrán Leyva, El Barbas, uno de los jefes del narcotráfico en el Pacífico mexicano.
También se encargó de la defensa de una docena de individuos capturados por la Procuraduría General de la República (PGR) al instrumentarse la operación Aceite, que desmanteló una célula criminal presuntamente ligada al grupo armado Los Zetas, que se dedicaba al robo de combustible en los ductos de Pemex.
Abusos policiacos
Entre los clientes de Villanueva había una veintena de policías de Guadalupe, Nuevo León, a quienes se les vinculó con el cártel del Golfo y cuyas labores –según la acusación de la PGR– consistían en operar como halcones para informar a sus jefes acerca de los movimientos de la policía federal y del Ejército y alertarlos sobre la presencia de grupos rivales.
También defendía a 12 policías federales acusados por la PGR de filtrar información para que Jerónimo Gámez, El Primo, pariente y operador financiero de Arturo Beltrán, fuera rescatado por sus cómplices al ser trasladado del aeropuerto de Tepic, Nayarit, a la cárcel de mediana seguridad de esa ciudad.
El ejercicio de su profesión llevó a Raquenel al entorno de Ismael El Mayo Zambada –cabecilla del cártel de Sinaloa– cuando la señora Altagracia Espinoza Aguilar y su novio, el colombiano Ever Villafañe Martínez, fueron secuestrados por un comando al que en la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/256/2008 se alude como “La policía del Calendario”, presuntamente el grupo armado de Zambada que está conformado por algunos agentes federales.
Espinoza Aguilar fue arraigada y contrató los servicios de Villanueva, quien se enteró de que Villafañe trabajaba para Arturo Beltrán. En la averiguación citada, Espinoza declara que cuando fue detenida varios policías federales la violaron y que le preguntaban a su novio dónde estaba Arturo Beltrán. Al parecer, los agentes trabajaban para Zambada García, quien rompió relaciones con Beltrán.
Otro caso que llevó a Raquenel a una confrontación más (el primero fue la defensa de Herrera Valles) con la Secretaría de Seguridad Pública ocurrió cuando Ángela María Quintero Martínez (de origen colombiano), también solicitó sus servicios tras ser arraigada por sus presuntos vínculos con el crimen organizado.
Ella fue detenida el 15 de octubre de 2008 junto con un grupo de presuntos narcos colombianos proveedores de varios cárteles mexicanos en una fastuosa residencia ubicada en el Desierto de Los Leones, donde los agentes Édgar Bayardo y Francisco Navarro cercanos al titular de la SSP, Genaro García Luna irrumpieron con otro grupo de policías en una fiesta de narcos que se realizaba en la mansión.
Según la acusación de Quintero Martínez, consignada en la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/347/2008, durante el operativo los agentes despojaron de sus joyas a varias mujeres. Durante su declaración la clienta de Raquenel declaró: “Entregué (a los policías) unos aretes de diamantes de un kilate cada uno, un reloj Cartier y una pulsera de oro de 14 kilates…”.
Entre los clientes de Villanueva también figuró el presunto narco Jaime Valdés Martínez, exagente federal –su compadre y amigo de la infancia–, quien se confrontó con los hermanos Beltrán Leyva supuestamente por el robo de un cargamento de drogas. Antes de ser defensora de Valdés Martínez, la abogada declaró que con frecuencia lo veía en la discoteca La Fe Music Hall, de Monterrey, Nuevo León, en compañía de Fernando Bribiesca Sahagún, hijo de Marta Sahagún (Proceso 1517).
El asesinato
“Tengo fe”, decía Villanueva tras haber sobrevivido al cuarto atentado, en el año 2000, cuando una lluvia de balas le cayó al salir de un tribunal en su natal Monterrey. Y tras haber salvado la vida La abogada de hierro, como le llamaban sus amigos, creyó que la suya era una misión dictada por “un poder superior”, pues a menudo se refería a Dios como su “protector y guía”.
–¿Siente usted miedo de ser abogada de narcotraficantes? –se le preguntaba con frecuencia ante los espinosos casos (secuestro, narcotráfico, entre otros) que solía litigar.
–Yo no defiendo narcotraficantes. Todavía no me ha tocado un capo de peso completo. Esos no necesitan abogados para que los defiendan, para eso tienen a sus generales y a sus coroneles. A un narco de verdad nunca lo veremos en la cárcel. Los presos que represento son la carne de cañón, la gente que les sirve, los empleados, los burreros.
Pero el domingo 9 su buena estrella se apagó. Aquella mañana, después de desayunar con su familia, acudió al mercado La Pulga Río, localizado cerca del Consulado americano, de un cuartel de la Policía Federal y de las oficinas de la Procuraduría del Estado de Nuevo León.
Iba en compañía de su hija, María de los Ángeles Cuéllar Villanueva, de 19 años. Llegaron en una camioneta Cherokee, y a escasos metros de este vehículo, estaban sus tres escoltas a bordo de una Suburban.
Los guardaespaldas permanecieron afuera, mientras Raquenel y su hija recorrían el mercado en medio del bullicio dominical en busca de un puesto de café. Se afirma que sus escoltas fueron bloqueados, pues de pronto se escuchó una ráfaga de cuerno de chivo que espantó a la gente y abrió sitio para que unos cuatro sicarios encapuchados entraran al mercado y se dirigieran hasta el pasillo H, donde uno de los gatilleros le disparó al menos cuatro tiros con una pistola .9 milímetros, aunque otra versión refiere que la abogada recibió 11 balazos.
Herida, la litigante aún alcanzó a correr para evadir a sus agresores, pero otras balas le penetraron por la espalda y cayó. Minutos después murió. Su hija y varias personas que vieron la ejecución sufrieron un ataque de pánico. Uno de los locatarios que se encontraba a escasos metros dijo: “Yo llegué a cerrar el local y a la señora (Villanueva) le estaba saliendo sangre por la cabeza”, señal de que recibió el llamado tiro de gracia.
Los atentados
Raquenel Villanueva se hubiera quedado como secretaria de una oficina gubernamental de Monterrey, Nuevo León, de no decidirse a estudiar leyes. Se recibió en 1983 y por su mente, según refirió en diversas entrevistas, nunca pasó la idea de dedicarse al litigio de casos federales, y menos los relacionados con el narcotráfico.
Durante sus prácticas profesionales tuvo dos maestros: Leopoldo del Real y Agapito Garza Treviño. Ambos fueron ejecutados presuntamente por el crimen organizado. Cuando fue asesinado Garza Treviño, Raquenel trabajaba en su despacho y ella se hizo cargo de todos los casos que dejó pendientes su mentor. Algunos tenían que ver con personas ligadas al narcotráfico y otros delitos federales. Fue así que comenzó a defender a narcos y se metió en el agitado mundo de la mafia.
Uno de los primeros escándalos en que se vio envuelta fue el caso de Carlos Resendez Bertolucci, considerado en 1996 el cerebro financiero del cártel del Golfo, entonces encabezado por Juan García Ábrego. Raquenel lo defendió y tendió puentes –con el respaldo de la PGR– para que Berolucci se acogiera al programa de testigos protegidos en Estados Unidos. Allá declaró lo que sabía sobre su socio y, en enero de 1996, el llamado “capo del Golfo” fue detenido en Nuevo León y se le extraditó a Estados Unidos.
Este caso tuvo consecuencias. La tarde del 13 de mayo de 1998 colocaron un artefacto explosivo en el despacho de la penalista. Era el primer aviso. La persona que puso la bomba falló: el proyectil detonado por la explosión se estrelló en una cruz de fierro que la defensora tenía en su oficina.
El 23 de marzo de 2000 asumió la defensa de Cuauhtémoc Herrera Suástegui, un oscuro funcionario de la PGR a quien se le relacionó con el cártel de Juárez. Acordaron una cita en el hotel Imperial de la avenida Reforma de la Ciudad de México.
Cuando cruzaban el vestíbulo la abogada fue alcanzada por una ráfaga. Logró salvar la vida, “aunque quedé como coladera –dijo entonces– porque las balas me penetraron un pulmón, un riñón y una nalga. Yo llevaba un maletín con todo el expediente de García Ábrego y se lo robaron los policías”, dijo después, aunque oficialmente nada se informó sobre ese asunto.
Cinco meses después, apenas repuesta de ese atentado, sufrió otro. El 31 de agosto de 2000, un sicario del cártel del Golfo conocido como El Tigre Bustamante –hermano de Guadalupe Herrera Bustamante, exprocurador de Tamaulipas– entró a la oficina de Villanueva y le disparó casi a quemarropa. La litigante cayó al piso y el gatillero le quiso dar el tiro de gracia, pero la bala apenas tocó su cabeza.
Y el 14 de noviembre de 2001, cuando salía de las instalaciones del Poder Judicial de Monterrey, Nuevo León, sufrió un cuarto atentado. Sus escoltas repelieron la agresión. Los sicarios volvieron a fallar.
Bragada y temperamental, Villanueva nunca pudo zafarse de su turbulento entorno. El 10 de septiembre de 2006, la SIEDO solicitó un arraigo en su contra por 30 días, junto con César Alejandro Ortiz Plata, exjefe regional de la extinta AFI en Guerrero. Se le relacionó con el secuestro del agente del Ministerio Público guerrerense Martín Gerardo Saldaña Sixtos.
No se le comprobó nada y luego la misma Raquenel difundió lo que le dijo Santiago Vasconcelos sobre su retención: que en realidad el arraigo fue para protegerla porque la querían asesinar.
–¿Usted le creyó? –se le preguntó a Villanueva al abandonar la casa de arraigo.
–Dudé. Yo quise conocer la verdad, pero nunca me recibió.
Durante su etapa de arraigo, Raquenel escribió un diario. Es un escrito de 30 páginas en el que narra lo que vio, lo que sintió y el suplicio que –según su escrito– vivió durante sus días de encierro “y de vigilia”.
Algunos extractos:
El 14 de octubre de 2006, por ejemplo, Raquenel Villanueva escribió: …En cuanto al teléfono, nos dejan hacer tres llamadas por día de tres minutos, yo hago tres cada vez que tomo el teléfono ya que los señores de Tijuana me enseñaron a que, sin sacar la tarjeta, pueda hacer varias llamadas. En esa semana me di cuenta que el teléfono público está intervenido.
El 17 de octubre: …Tienen revueltas a todas las personas, es decir, que en el interior (de la casa de arraigo) es fácil darse cuenta quienes pertenecen a las bandas organizadas y a los cárteles, pero eso no les importa, ya que en el primer piso están revueltos secuestradores y sicarios de todos los cárteles y pese a que se les detuvo in fraganti aquí los tienen, según ellos, para investigarlos, pero yo creo que es para negociar con ellos o para fabricarles algunas cosas y resolver así asuntos inconclusos.
23 de octubre: Hoy es un día tan difícil, Verónica ya se va y está muy nerviosa, anoche le pinté la uñas y el cabello, pues a escondidas nos traen las cosas… Su frase favorita es “muerta antes que sencilla”. Estábamos rezando cuando la llamaron, le ejecutaron cargo por delincuencia organizada y encubrimiento… Nos despedimos con un abrazo de hermanas que ya somos, así como con Paulina. Le pedí que no llorara y no se doblara, que no bajara la cabeza ante nadie y que recordara que las regias nos morimos de pie…

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