15 jun 2010

Conferencia de Copenhague

La Conferencia de Copenhague sobre el Clima y la Declaración Interreligiosa sobre el Cambio Climático: un acercamiento a la aportación de las religiones a la crisis atmosférica (DT)
Santiago García Acuña
DT 18/2010 -
Instituto Real Elcano, 14/06/2010
Resumen
En la Convención de Copenhague sobre el Clima (COP 15) no ha existido la necesaria voluntad política para lograr un acuerdo internacional de alto alcance que afrontase con decisión y hondura, desde la responsabilidad propia de cada país, los graves problemas que amenazan la vida en la Tierra a causa del cambio climático. En los primeros pasos de este Documento de Trabajo se expone este hecho, que es analizado en la segunda parte del trabajo desde la perspectiva y el contenido de la Declaración Interreligiosa sobre el Cambio Climático (2009). Este análisis pone de relieve las carencias pre-políticas que padece la política en la actualidad, y la falta de esta base deja el quehacer político, cuya misión es promover todo bien común de la entera familia humana, bajo el dominio de intereses particulares y espurios. La tercera parte del Documento constituye un acercamiento a acciones concretas y puntos críticos de las tradiciones religiosas de la humanidad respecto del cuidado de la atmósfera y del medio ambiente como contexto de la vida. Las religiones tienen una gran relevancia humana y espiritual en el seno de la humanidad: desde sus creencias y desde su compromiso con los hombres, las tradiciones religiosas se hacen también responsables ante la crisis medioambiental que sufre el planeta como casa común. Para afrontar los efectos del cambio climático en un mundo global e interdependiente, se requiere el diálogo, la cooperación y la solidaridad entre todas las personas, instituciones, pueblos y cosmovisiones. Escuchar, examinar, discernir y aprender la sabiduría de las religiones respecto de la compleja problemática del medio ambiente es una exigencia para la recta razón que busca tanto el bien de todos y cada uno de los hombres como vivir en alianza con la naturaleza.


Gran parte de los grandes y urgentes problemas que padecemos actualmente los hombres tienen una dimensión global e internacional: afectan a la entera familia humana y reclaman la responsabilidad de todos los que formamos la comunidad mundial. “Así, el problema del equilibrio ecológico, de la protección del ambiente, de los recursos y del clima se han convertido en una preocupación impelente, que interpela a toda la humanidad y cuya solución trasciende ampliamente los ámbitos nacionales”.[1] Se trata de una cuestión en la que está implicada la supervivencia de la especie humana en la Tierra y la conservación de la biodiversidad del planeta. “Los ambientes rigurosos para la vida conservan organismos muy ajustados a sus condiciones”.[2] Por eso, “el calentamiento climático reaviva nuestro sentido de responsabilidad ante el planeta como tal y la especie humana en particular”.[3]


La toma de conciencia del alcance planetario de la crisis climática y de la responsabilidad ante ella ha puesto en marcha foros políticos de amplitud universal, que intentan determinar la raíz del problema, poner en marcha programas adecuados para su solución y comprometer a todas las naciones, según la responsabilidad de cada una de ellas, en el cumplimiento de las medidas y los objetivos propuestos para remediar ese mal ecológico. Sin duda alguna, las Conferencias sobre el Cambio Climático auspiciadas por la ONU se han convertido en el foro internacional con mayor resonancia ante el problema del calentamiento global de la Tierra. Muchas son las esperanzas que la comunidad humana ha depositado en estos encuentros mundiales para hacer frente a la degradación ecológica del planeta en conexión con el aumento de las temperaturas.


La Conferencia de Kioto, con sus luces y con sus sombras, ha sido la expresión concreta durante los últimos años de la asunción conjunta por parte de un número significativo de naciones, aunque aún insuficiente, de la responsabilidad común ante el cuidado y la salvaguardia del medio ambiente. La vigencia del Protocolo de Kiotosobre el cambio climático, que entró en vigor el 16 de febrero de 2005, expira en 2012. Para limitar el calentamiento global del Planeta, el Protocolo de la Convención de Kioto fija como objetivo fundamental la reducción global de las emisiones de gases de efecto invernadero en un 5,2% durante el período comprendido entre los años 2008 y 2012, teniendo como referencia las emisiones del año 1990.[4]


(1) Alcance y contenido del acuerdo de Copenhague sobre el clima


A priori, “La XV Convención de la ONU sobre Cambio Climático” (COP 15), en Copenhague, tenía como pretensión llegar a un acuerdo internacional para hacer frente al calentamiento global a partir de 2012, y reemplazar así el Protocolo de Kioto por un nuevo tratado vinculante con compromisos y objetivos concretos, conducente a revertir el aumento de la temperatura del Planeta. Sin embargo, de hecho, la Conferencia sobre el cambio climático de Copenhague, a pesar de todos los esfuerzos para llegar a la elaboración de un documento compartido por todas las naciones ha fracasado en el intento de crear un nuevo pacto internacional que tomase el relevo del Protocolo de Kioto. El malogrado resultado de la Cumbre de Copenhague ha llevado a Yvo de Boer, secretario ejecutivo de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático y máximo responsable internacional de las negociaciones entre los Estados en la COP 15, a dimitir de su cargo.


La cumbre de Copenhague no ha conseguido plasmar en su texto final más que un acuerdo de mínimos, que ha sido asumido por la mayoría de los países como mera declaración de intenciones.[5] El documento de Copenhague no ha sido adoptado como un plan vinculante de la ONU, sino como un texto que se limita meramente a constatar que se ha alcanzado un acuerdo sobre el tema del cambio climático, sin que en él se mencione tan siquiera los países que lo han suscrito. Ante este malogrado resultado, y en un intento último de salvar la imagen política de la Conferencia frente a la opinión pública mundial, los negociadores internacionales “se han encontrado en el embarazo de tener que recurrir al enésimo aplazamiento de los compromisos de reducción de las emisiones”, dejando el asunto pendiente, en el mejor de los escenarios, para la Conferencia sobre el Cambio Climático de México, en el año 2010 (COP 16).


La decepción de la Conferencia de Copenhague ha sido todavía mayor para los pueblos que son más vulnerables al deterioro medioambiental vinculado al cambio climático (desertificación, crisis hídrica y alimentaria, emigración por sequía, etc.), esto es, aquellos grupos humanos que viven en una pobreza extrema como verdaderos desheredados de la tierra; porque, con relación a ellos, las naciones ricas participantes en la Conferencia de Copenhague no han hecho más que expresar la vaga propuesta de proporcionarles recursos financieros y tecnología, concretando cantidades monetarias globales sólo respecto de la compensación con transferencias financieras a los países más depauperados por la deuda contraída con ellos por el uso excesivo de los recursos energéticos del Planeta, pero moviéndose también aquí en el plano no vinculante de las “buenas intenciones”. De ahí que países como Nicaragua, Bolivia, Sudán, Venezuela y Cuba, entre otras naciones, no hayan firmado el documento final de Copenhague.


Desde las ciencias empíricas se ha demostrado de forma clara y contrastada la interferencia perniciosa que genera en el clima la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera, pues constituye un factor que influye directamente en el aumento de la temperatura global del planeta. Y como los hombres somos responsables de la producción y emisión de una parte considerable de esos gases, es lógico que la Cumbre de Copenhague, siguiendo la estela del Protocolo de Kioto, haya establecido la necesidad de reducir drásticamente las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero y de promocionar estrategias ambientales para contrarrestar sus efectos peligrosos sobre la vida. Sin embargo, la Conferencia de Copenhague ha convertido las bajas emisiones y las estrategias paliativas en medios para un fin “estrella”: que no aumente la temperatura mundial por encima de los 2ºC (3,6ºF) con relación a la “época pre-industrial”. Se trata de una actitud prometeica, pues no hay medida o proporción entre el objetivo a alcanzar y los supuestos medios para ello; esto es, no existe un correlato determinado de causa y efecto entre las acciones humanas susceptibles de ser realizadas y el resultado esperado. En este sentido, ante el compromiso casi jactancioso de Copenhague de “mantener el calentamiento global por debajo de dos grados”, Franco Prodi, del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y del Clima del Consejo Nacional Italiano de Investigaciones, afirma que en la comunidad científica “a nadie, por el contrario, le ha asaltado la duda de que sea un objetivo que se puede alcanzar sin esfuerzo a través de la evolución natural de un sistema tan complejo, que no se conoce plenamente”.[6]


El hecho de que la Conferencia de Copenhague haya tomado derroteros prometeicos, unido esto a la falta de precisión en sus propuestas, ha supuesto una gran pérdida de credibilidad tanto desde la perspectiva de los círculos científicos de todo el mundo como de los grupos de estudios económicos para la planificación estratégica de prioridades planetarias, que buscan las mejores soluciones a los problemas globales con el menor coste posible.[7] La desconfianza sobre el acuerdo de la Cumbre de la capital danesa se ha difundido rápidamente a toda la sociedad internacional.


De los 194 países que constituyen la Convención Marco de la ONU sobre Cambio Climático, únicamente 55 naciones, contando los 27 países de la UE, han presentado en el plazo de tiempo acordado por la Cumbre de Copenhague, antes del 1 de febrero de 2010, las medidas voluntarias de mitigación de emisiones de gases de efecto invernadero. Algunos de esos compromisos nacionales son poco ambiciosos, así los presentados por países altamente industrializados como EEUU y las naciones de la UE, y otros planes de reducción que tienen mayor calado (ejemplo: los de Brasil y México) dependen para su ejecución efectiva del apoyo financiero y tecnológico de los países desarrollados, una ayuda que ha quedado muy en el aire y con bajo perfil en el acuerdo de Copenhague.


Por su parte, China y la India, que como miembros del llamado Grupo BASIC tuvieron gran influjo y peso en la redacción del acuerdo final de Copenhague, enviaron sus planes de mitigación de emisiones para 2020, pero no se adhirieron al Acuerdo. El 18 de enero de 2010, Yvo de Boer realizó un llamamiento a las Partes (países que forman parte de la Convención Marco) para que se asociasen explícitamente al acuerdo de la COP 15 antes del 31 de enero, explicando posteriormente que esta fecha no constituía un plazo perentorio sino que las Partes podrían seguir adhiriéndose al Acuerdo pasado ese día.[8] China y la India no se vincularon explícitamente al acuerdo de Copenhague en plazo indicado por el secretario ejecutivo de la UNFCCC. China se asoció al Acuerdo el 9 de marzo. La India lo hizo un día antes, pero exigiendo que constara en su inclusión en la lista de Partes asociadas la propia comprensión sobre el Acuerdo: El acuerdo de Copenhague es un documento político carente de toda fuerza legal obligatoria; su pretensión es facilitar la continuación de las negociaciones multilaterales bajo las Naciones Unidas en los dos caminos trazados, el del Grupo de Trabajo sobre Acción Cooperativa de Largo Plazo y el del Grupo de Trabajo sobre el Protocolo de Kioto, de acuerdo con los principios y las disposiciones de la UNFCCC, el Protocolo de Kioto y el Plan de Acción de Bali, de tal manera que el valor del acuerdo de Copenhague para la India depende de que ayude a las Partes a alcanzar los resultados acordados en los dos caminos de negociación multilateral, es decir, en cuanto constituya una entrada en estos, no pudiendo ser considerado en modo alguno como un nuevo camino de negociación ni como una plantilla para resultados.[9]


Con relación a la problemática humana y ambiental ligada al cambio climático, dentro del marco de la responsabilidad colectiva y singular de los hombres por el impacto que tienen sobre el ambiente su actividad industrial, la explotación de recursos naturales, la contaminación y degradación de los ecosistemas, etc., ¿qué es lo que ha imposibilitado que en la Conferencia de Copenhague se pudiera alcanzar un acuerdo global de contenido concreto, amplio, ambicioso, equilibrado y vinculante para tratar de evitar o minimizar los efectos negativos del cambio climático? ¿Se ha abordado en la Cumbre de Copenhague la cuestión ecológica del calentamiento global del planeta desde unos presupuestos adecuados y suficientes?


(2) Una mirada a la Conferencia de Copenhague desde la Declaración Interreligiosa sobre el Cambio Climático


La Declaración Interreligiosa sobre el Cambio Climático (Interfaith Declaration on Climate Change,2009),[10] cuyo promotor y director es Stuart Scott, avalada por representantes del cristianismo católico, ortodoxo, luterano y anglicano, del budismo, del islam, del hinduismo, del sijismo y de otras creencias religiosas, y aprobada, además, entre otras instituciones de carácter religioso, por el World Council of Religious Leaders, Interfaith Power and Light (promovida por la Regeneration Project) y Pax Christi International, fue entregada a Yvo de Boer, director de Clima de la ONU, en el marco de la celebración de la Conferencia de Copenhague, como aportación de las tradiciones religiosas al debate sobre el problema ecológico del calentamiento global de la Tierra. Desde las aportaciones de esta Declaración, puede dibujarse una respuesta a las preguntas arriba planteadas, porque nos ayudan a discernir cuál es el planteamiento sobre el que se edifica el acuerdo de Copenhague y a comprender sus límites.


Todas las religiones del mundo, desde una cierta percepción y conocimiento de aquella arcana virtud que está presente en el curso de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, o bien por el reconocimiento de la suma divinidad e incluso del Padre, comparten, como una doctrina central de sus propias cosmovisiones, y así lo señala la Declaración, “el cuidado de las criaturas y el respeto por la vida”. La convergencia en este principio fundamental crea un vínculo a priori entre las religiones en orden a proteger con diligencia la casa común de todos los vivientes, el planeta Tierra, como un bien de todos y para todos, es decir, en cuanto patrimonio de la entera humanidad, también perteneciente a las generaciones futuras, y de los demás seres vivos, y, consecuentemente, “a conservar las condiciones climáticas de las cuales depende la vida”. La sabiduría perenne que fluye de la reverencia por la vida y por el cultivo de la creación divina hace comprender a los hombres religiosos, en los que se conserva la apertura al sentido de lo sagrado en su manifestación en la naturaleza, “que el cambio climático no es meramente un problema económico o técnico, sino que en su núcleo es una cuestión moral, cultural y espiritual”.


La lucidez de esta última afirmación de la Declaración Interreligiosa sobre el Cambio Climático con ocasión de la Conferencia de Copenhague nos ayuda a clarificar la insuficiencia del planteamiento que ha abocado a ésta al fracaso. En la Conferencia de Copenhague (COP 15) se han encontrado los comisarios y representantes gubernamentales de los distintos países para abordar la cuestión del cambio climático, pero lo han hecho desde una perspectiva meramente política; más aún, a partir de una política encerrada en los intereses particulares de los Estados más influyentes, y guiada casi exclusivamente por criterios económicos, comerciales y de dominio. Una voluntad política así conformada carece de una verdadera responsabilidad política. La política sólo es realmente responsable cuando su base no está determinada por procedimientos políticos, sino que reside en una realidad pre-política. Dicho de otra manera, la responsabilidad se encuentra encarnada en la política si ésta se fundamenta en algo que ella no constituye desde sí misma ni se otorga a sí misma, o sea, en un don reconocido y recibido como tal. La responsabilidad es siempre respuesta a la interpelación de un don fundante e impelente que requiere de nosotros el asentimiento de nuestra libertad, una relación en justeza con él y también el despliegue de sus potencialidades. A todo compromiso político responsable le precede y motiva la llamada del don.


¿Cuál es el don pre-político constituyente de la política? Se trata de la realidad de que a todo humano “yo” –“ente que en su ser es interior-íntimo a su propio ser” y, por tanto, indeclinable– se contrapone un “tú”, como alter-ego, con el cual vive, por la comunaleza del ser-yo, en la unidad de un “nosotros”. El “nosotros”, la forma en la que vivenciamos el ser-uno de la pluralidad de personas, es el don fundante e impelente de la política. Todo “yo” y todo “tú” (alter-ego) son vida personal, esto es, “movimiento desde el propio interior-íntimo”,[11] y, a la vez, convivientes en la unión-común (unidad) del “nosotros”. La polis (en sentido amplio) se identifica con ese “nosotros”. La política, como actividad humana, tiene como principio fontal (arche) y como fin (telos) la vida convivida del “yo” y “tú” como “nosotros”. De ahí que la responsabilidad y la voluntad políticas existan en verdad cuando se reconoce y acoge el don del “nosotros”, juntamente con todo aquello que le es inherente o le pertenece como bien propio, es decir, como bien común de todo “yo” y de todo “tú”. El “nosotros” constituye la ley inmanente de la política.


El “nosotros” tiene como casa (oikos) donada el planeta Tierra. Éste es el hogar físico común de la vida convivida. Para que no se convierta “nuestro” planeta en un lugar inhóspito, los máximos representantes políticos de los pueblos, que tienen de modo preeminente en sus manos la acción política en favor de la humanidad, cuya excelencia o virtud es la salvaguardia y la promoción del “nosotros”, ante la amenaza real que supone para la vida de los convivientes los efectos del cambio climático, deberían tener, en calidad de imperativo ético que emana del don de la vida convivida del “yo” y “tú” como “nosotros”, la voluntad política de emprender un esfuerzo común decidido, equitativo y equilibrado que responda adecuadamente a la crisis climática global, que hiere de manera más intensa a los pobres. ¿Por qué no ha sucedido así en la Cumbre de Copenhague? ¿Cuál es la razón de que no haya existido la voluntad política de preservar la biosfera?


En la primera Conferencia de Prensa internacional organizada para promover la Declaración Interreligiosa sobre el Cambio Climático, que se celebró en el Centro de Conferencias de las Naciones Unidas en Bangkok (Tailandia) el 30 de septiembre de 2009, significados líderes y representantes de las principales tradiciones religiosas del mundo instaron a los poderes políticos y empresariales, a los gobiernos y a cada persona singular, a renunciar a las ganancias a corto plazo y a la codicia, para revertir el calentamiento global como un imperativo moral con relación a la familia humana y su “casa” común, la Tierra. Esta exhortación pone el dedo en la llaga. Si la política abandona su legalidad pre-política inmanente, el «nosotros», como criterio de su propia actividad, y queda a merced de intereses particulares, ya nacionales ya privados, de la ambición o avaricia de algunos, se tergiversa y corrompe a sí misma. Las conferencias de política internacional sobre el cambio climático, como la Cumbre de Copenhague, no pueden llegar a fructificar si no se deja de anteponer las ventajas y los beneficios, tanto colectivos como particulares, al bien común de la entera familia humana, esto es, a la realidad del “nosotros”.


La humanidad posee resortes económicos, tecnológicos, científicos y sociales para proteger a las personas y al planeta de la crisis climática. La insuficiencia recae en el ámbito cultural, ético y espiritual. El “alma” de los países con más fuerza económica y de mayor poder industrial está profundamente dominada por la ideología mercantilista,[12] que considera al hombre y a la naturaleza como meras piezas del engranaje productivo, comercial y de consumo. Esta errada visión del hombre y de su relación con sus semejantes y con la naturaleza, cuyo criterio interno radica en una perversa lógica egoísta, impide, tanto en el plano individual como en el plano político, la asunción de compromisos de alto alcance para la salvaguardia del medio ambiente. La mentalidad mercantilista, que suplanta en la política la ley propia del “nosotros” por el egoísmo, imposibilita el logro de acuerdos internacionales sobre la crisis climática vinculantes, operativos y justos para todos los pueblos a fin de procurar y conservar una atmósfera saludable para la continuidad de la vida convivida en la Tierra.


Se requiere el “esfuerzo de toda la comunidad humana para superar las tendencias egoístas y sectarias, y desarrollar un planteamiento global de la “ecología de los valores”, sin la cual la vida humana corre el riesgo de perder la propia integridad y su sentido de responsabilidad por el bien de todos”.[13] En este sentido, la Declaración de las religiones sobre el cambio climático con motivo de la Conferencia de Copenhague pone de relieve la misión que las tradiciones religiosas tienen dentro de esa tarea “cultural, moral y espiritual” de renovación de las mentes, necesaria para afrontar un problema como el del cambio climático: “guiar e instruir a las personas que siguen la llamada de las creencias religiosas” (según estimaciones del año 2007 constituyen aproximadamente el 85% de la población mundial),[14] desde la reverencia por la vida y el respeto por todas las criaturas como principio fundamental, en “el cuidado de la Tierra, y la protección de los pobres y de los que sufren”.[15]


En el seminario de estudio “La creación y la crisis climática”, organizado en la Facultad de Teología de la Universidad de Copenhague[16] durante la COP 15, Olav Fykse Tveit, secretario general del CMI, indicó que las iglesias y los creyentes con relación a la crisis climática “estamos llamados a mostrar un signo de lo que significa ser la humanidad una, de lo que significa el hecho de que Dios ama al mundo entero”. “Ayudar a las comunidades y a las especies vulnerables a sobrevivir y adaptarse al cambio climático –afirma la Declaración interreligiosa sobre el clima– realiza nuestro llamamiento a la sabiduría, a la piedad y los más altos valores morales y éticos de la humanidad”. La “regla de oro” de la ética, expresión en el plano moral del “nosotros”, está presente, aun con formulaciones diferentes, en la mayoría de las tradiciones religiosas de la humanidad: “considera a los demás, esto es, a todo ‘tú’, como el propio ‘yo’, y respeta al prójimo como si se tratara de ti mismo”. Iluminadas por esta sabiduría y compasión, las religiones motivan a los creyentes a vivir de modo más sostenible, custodiando la “naturaleza” como casa común de la entera humanidad, educan la conciencia de jóvenes y mayores en la cuestión ecológica, interpelan la voluntad política de los dirigentes políticos en su responsabilidad respecto del “nosotros”, inspiran compromisos prácticos para la protección de las personas y del planeta ante la crisis climática, conducen a plantear el problema del clima en su raíz espiritual, y llaman a conservar las condiciones climáticas de las cuales depende la vida y el futuro de la humanidad en la Tierra.


(3) La acción de las religiones ante la crisis climática


La Declaración Interreligiosa sobre el Cambio Climático convoca a todos a ejercer acciones inmediatas en un urgente compromiso mundial con el medio ambiente y la familia humana; pero ¿qué iniciativas concretas están realizando en la actualidad las distintas religiones para ayudar a la humanidad a salir de la crisis climática? Es imposible detallar todos los planes de acción que las tradiciones religiosas promueven para salvar el planeta Tierra como hogar común. Por eso, sin pretensión de exhaustividad, se referirán únicamente algunos de los más destacados en el plano público. En noviembre de 2009, un mes antes de la Cumbre de Copenhague, la asociación ARC (Alliance of Religions and Conservation) organizó en Windsor un encuentro internacional de representantes de la mayoría de las comunidades religiosas del mundo. Instituciones de las distintas religiones presentaron proyectos concretos que ya están en marcha o que se van a llevar a cabo para cuidar del medio ambiente. Estos planes de acción diseñados por las diversas tradiciones religiosas forman parte de los “compromisos de Windsor”, que han sido asumidos por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y son apoyados por el Banco Mundial, el Worldwide Fund for Nature (WWF) y otras instituciones que promueven la ecología.


La religión musulmana encuentra en el Corán y en el conjunto de las enseñanzas de Mahoma –sunna– un código integral de conducta para la relaciones del hombre con el orden natural, que ha sido establecido por Dios (Corán 25:2; 10:5; 20:49); pues enseñan el valor de la naturaleza, a vivir la justicia y la equidad con todas las criaturas, y la responsabilidad del ser humano respecto de la creación (khalq), cuyo autor es Dios, por haberle sido donada por éste la vicerregencia de la Tierra. Fundada en ese código, la jurisprudencia islámica (sharia) contiene normas relativas a la conservación y la asignación de los recursos hídricos escasos; normas para la salvaguarda de la tierra de zonas especiales de uso controlado, con reglas propias para el establecimiento en ellas de pastizales, humedales, zonas verdes, y también para la protección y conservación de la fauna. El modo ecológico de vida en el islam, que busca apartarse de todo exceso y permanecer dentro de los límites del orden de la naturaleza, se basa en cuatro principios: (1) el principio de unidad (tawhid), porque la entera creación constituye un todo relacionado e integrado; (2) el principio de creación (fitrah), que implica todo lo creado en cuanto naturalmente sometido a la voluntad de Dios por su misma condición natural de criatura; (3) el principio de equilibrio (mizan), que supone una relación fraternal y armónica con lo creado; y (4) el principio de responsabilidad (khalifa), que incluye el fideicomiso (amana) y la rendición de cuentas a Dios (akhirah).[17] El aire, como todo lo creado, es propiedad de Dios, pero él nos lo da para que nosotros y los demás seres vivos podamos vivir. Corromper la atmósfera es violentar la creación y un ataque a la vida. Por eso deben reducirse las actividades contaminantes con resoluciones exigentes sobre reducción de emisiones de gases perjudiciales. La Agencia de Meteorología y Protección del Medio Ambiente de Arabia Saudí promueve la actividad ambiental según los principios islámicos de conservación. La Asociación Musulmana para el Cambio Climático (MACCA) canaliza los esfuerzos mundiales del islam para la ejecución de planes globales que, reflejando los principios y valores islámicos, cooperen tanto en la reducción de las emisiones de carbono a la atmósfera como en la gestión y reciclado de residuos. Así, por ejemplo, se ha anunciado un plan en Egipto para producir a gran escala ediciones ecológicas del Corán con papel procedente de cultivos sostenibles de madera. Los musulmanes británicos están desarrollando un bosque de la comunidad islámica como fuente de purificación del aire y convirtiendo sus construcciones (1.500 mezquitas y 115 escuelas islámicas) en edificios ecológicos.


La Ley judía (Torá) está llena del mandato de no destruir la naturaleza por ser creación de Dios (Deuteronomio, 20,19). Este precepto constituye el principio Tash bal-chit, que recuerda al hombre que es prestatario (sho'el) de la Tierra respecto de Dios, y, por tanto, que no debe desperdiciarla corrompiéndola o malgastándola, sino que tiene que salvaguardarla y cultivarla con diligencia. Nigel Savage, director de Hazon, la organización ambiental más grande en la comunidad judía americana, y uno de los fundadores de la Campaña Judía del Clima, liderada por Jessica Haller, ofrece al mundo desde el judaísmo la realización de un plan ante el cambio climático y la destrucción del medio ambiente que consiste en combinar pequeños pasos, acciones ecológicas en el ámbito personal y familiar de los creyentes, con grandes pasos (con objetivos a alcanzar antes de septiembre de 2015): aumentar la eficiencia y sostenibilidad energética de los edificios de las comunidades judías, reducir en un 50% el consumo de carne siguiendo las leyes dietéticas judías, fomentar el uso de la energía solar en Israel con el objetivo de alcanzar el 30% de energía producida por fuentes renovables para el año 2020. Para conectar los pasos pequeños con los grandes se prevé poner en marcha un plan educativo, apoyado por un Equipo Verde, de dos o más personas, en cada sinagoga, en cada colegio judío y en cada centro comunitario o grupo de jóvenes, que dinamice la conciencia y las acciones ecológicas. Es así como Hazon ha puesto en marcha desde 2004 la asociación de una granja ecológica local a cada sinagoga, fomentando de esta manera la agricultura sostenible y la ayuda a las personas necesitadas. En la actualidad, las más de cuarenta granjas ecológicas de las comunidades judías constituyen la mayor red de agricultura sostenible en EEUU. Están poniéndose en marcha varias granjas ecológicas asociadas a la vez a una sinagoga y a una iglesia cristiana, mezquita, gurdwara o templo de otra confesión religiosa. También promueve el uso de combustibles vegetales para la automoción y diversos planes para reducir las emisiones de carbono.


El hinduismo afirma que al hombre no le pertenece la autoridad sobre las criaturas del mundo, sino que corresponde únicamente a la causa eficiente, Brahman (Dios), y a la causa rectora, Dharma (Ley universal). Por eso el cosmos entero es sagrado. “Todo en este mundo pertenece a lo divino. Dios permea tanto lo que vive como lo que aparentemente no vive; por esta razón, uno debe tomar solamente la porción que le corresponde y dejar lo que sobra a lo divino” (Gandhi). En toda acción y comportamiento hay que buscar unirse a Brahman y seguir el orden del Dharma, y para ello es fundamental la doctrina de la no-violencia (ahimsa), de la generosidad (dhana), de la reciprocidad (yajna) y del autocontrol (tapas).Inspirado en la fe hindú, el proyecto Bhumi (palabra sánscrita que significa “Madre Tierra”) busca compartir con el resto del mundo la antigua y sabia visión ecológica inherente al hinduismo: la naturaleza está viva y llena de vida, de manera que los árboles, las montañas, los ríos, etc., deben ser venerados como fuentes y apoyos de la vida física y espiritual. El Rig-Veda (6:48:17) prohíbe cortar árboles, porque eliminan la contaminación; y el Yajur-Veda (5:43) exhorta a no corromper la atmósfera.[18] Acciones concretas del plan hindú Bhumi son, por ejemplo: la promoción de un estilo de vida no-violento (ahimsa), que lleva asociado el desarrollo de cría de animales (industrias ganaderas y lácteas) en las que se evita la crueldad con ellos; la ayuda a la restauración y conservación del río Ganges en la India; la puesta en marcha de paquetes de medidas de eficiencia energética para templos y hogares hindúes; y el desarrollo de cursos de formación para sacerdotes y devotos sobre cultura y práctica medioambientales, promoviendo también la investigación de la sabiduría ecológica del hinduismo. El movimiento ecológico hindú Chipko Andolan, nacido en los pueblos himalayos de Uttarkand (India) el año 1973 por la acción (karma) y devoción (bhakti) de Sunderlal Bahaguna, tiene una gran importancia para el cuidado de la atmósfera. Abrazándose en cadena humana a los árboles, sus seguidores han impedido la tala de bosques, y con el espíritu lleno de admiración y amor por los árboles tratan de recuperar la masa forestal repoblando las montañas devastadas en su masa verde. Un canto tradicional Chipko nos transmite el espíritu de su movimiento: “¿Qué nos brinda el bosque? ¡Suelo, agua y aire puro! ¡Suelo, agua y aire puro son la base de nuestras vidas!”. Muchas escuelas espirituales hindúes animan a la vida vegetariana; al ayuno; a valorar el descanso no como ocio sino como tiempo para reflexionar, meditar y ordenar el propio ser; a vivir de manera sencilla y modesta. Todo ello ayuda notablemente a conservar mejor el medio ambiente.


El budismo afronta la cuestión del sufrimiento –que es causado por la impermanencia del mundo, los apegos del deseo y la existencia condicionada– desde la perspectiva de un entrenamiento espiritual que siguiendo el camino luminoso de los eternos principios del Dharma (orden eterno y divino), cuya comprensión alcanzó el Buda debajo del árbol bodhi en Bodh Gaya, procura la liberación en lo incondicionado de lo ilusorio y de la insatisfacción. Partiendo del hecho de que todo está interconectado y en incesante flujo, la sabiduría budista desarrolla una conciencia profunda y clara de la responsabilidad humana respecto del medio ambiente, y de las consecuencias de las acciones antropogénicas en él, fomentando la compasión universal por todos los seres. Uno no puede vivir sólo para uno mismo, sino que debe procurar el bien de la entera realidad mediante las acciones hábiles o éticas (aquellas que siguen las leyes naturales: niyamas), haciendo germinar una sociedad dedicada a la paz y a la armonía. “Las vidas de la gente están siendo afectadas por la polución –señala el Dalai Lama–, […] es vital que actuemos ahora y desarrollemos una mayor actitud de cuidado y custodia hacia nuestro medio ambiente, y convertir esa actitud en un elemento central de nuestras vidas a través de la educación y la concienciación. […]. Los problemas medioambientales a lo largo del mundo son el problema de cada uno de nosotros”.[19] La fundación Terre et Humanisme, siguiendo el universo ético de la sabiduría budista, despliega proyectos de agricultura ecológica, trabajando por la defensa y protección del medio ambiente en ámbitos diferentes. Miembros de la tradición budista tibetana han establecido programas de desarrollo sostenible en la región del Himalaya y del Mekong, tratando de fomentar la agricultura ecológica en beneficio del medio ambiente y de las comunidades locales. Las distintas congregaciones budistas a través de sus creencias espirituales fomentan el cambio de actitudes predatorias hacia la naturaleza, que están ligadas a una mentalidad avara, materialista y de lucro, hacia modos de vida preocupados por el equilibrio con los ecosistemas, la coexistencia con relación a la naturaleza, el respeto hacia todas las otras formas de vida y la conservación de los espacios naturales. Valores como la sencillez, el sacrificio personal, la devoción, la contemplación, la generosidad, la bondad amorosa, la tranquilidad, la frugalidad, la moderación, la ecuanimidad, etc., ayudan a la humanidad a dar una respuesta adecuada a la emergencia climática, porque hacen comprender la naturaleza como maestra, como fuerza espiritual y como forma de vida. Es de justicia destacar el cuidado budista de los bosques y de la vida forestal. Para el devoto del budismo los árboles son como padre y madre: nos alimentan, nos nutren y nos dan todo, la fruta, las hojas, las ramas, el tronco. Nos dan comida y satisfacen muchas de nuestras necesidades.


La religión católica reconoce el ambiente natural como un don de Dios para todos, que debemos cultivar y cuidar responsablemente como bien común de la entera humanidad. “La naturaleza es expresión de un proyecto de amor y de verdad. Ella nos precede y nos ha sido dada por Dios como ámbito de la vida”.[20] Desde esta cosmovisión católica, la Iglesia es consciente de que en un mundo globalizado “la protección del entorno, de los recursos y del clima requiere que todos los responsables internacionales actúen conjuntamente y demuestren prontitud para obrar de buena fe, en el respeto de la ley y la solidaridad con las regiones más débiles del planeta”.[21] Siguiendo estos criterios, La Coalición Católica sobre el Cambio Climático (CCCC) –una plataforma internacional que incluye 12 organizaciones católicas nacionales, entre ellas la Conferencia Episcopal de Obispos Católicos de EEUU, y cuyo director ejecutivo es Daniel Misleh– fomenta la protección de los pobres frente al cambio climático, a la vez que promueve iniciativas de desarrollo integral sostenible y acciones socialmente relevantes para la sensibilización y concienciación de las personas y de grupos humanos frente a la crisis del clima. Por su parte, La Agencia Católica para el Desarrollo (CAFOD) –institución que trabaja en colaboración con diócesis y organizaciones seculares de 60 países de África, Asia, América Latina y el Caribe, y es interactiva con Cáritas Internacional, la red global de la Iglesia Católica de ayuda humanitaria–, poniendo en marcha planes de desarrollo integral, ayuda a los grupos humanos más desfavorecidos a salir de la pobreza, con la conciencia de que la pobreza misma es un factor generador de contaminación y de degradación medioambiental al impedir a los hombres cultivar y cuidar con responsabilidad la naturaleza. En nuestro país, la organización no gubernamental de lucha contra el hambre Manos Unidas, asociación promovida por la Iglesia católica en España, ha puesto en marcha la campaña “Contra el hambre, protege la Tierra”, para concienciar del nexo que existe entre pobreza y corrupción ambiental.[22] Manos Unidas realiza proyectos de desarrollo en los países con menos recursos que ayudan a paliar y minimizar los efectos del cambio climático. Así, en colaboración con las instituciones católicas que organizaron el Congreso Internacional de Ecología “La cuestión ecológica. La vida del hombre en el mundo”[23] (Expo-Zaragoza 2008), Manos Unidas ha puesto en marcha un plan para dar acceso a agua potable a grandes poblaciones de la India que carecen de ella a causa de la destrucción causada en la tierra por los fenómenos atmosféricos.


“Operación Noé” (Operation Noah) –fundada en 2001 por Christian Link Ecologia (CEL) y dirigida por Ann Pettifor junto a Mark Dowd– es una organización no gubernamental ecuménica de inspiración cristiana (católicos, anglicanos y otras iglesias cristianas) que está centrada en la lucha contra la crisis climática. Pertenecen a ella 4.500 personas. “Operación Noé” está tratando de fomentar el recorte de emisiones de carbono en instalaciones y edificios dependientes de las distintas comunidades cristianas (escuelas, hospitales, centros de culto, casas de espiritualidad, etc.), además de un proyecto de educación, sobre todo dirigido a los jóvenes, para redescubrir el sentido fuerte de la vida comunitaria a través de una existencia austera (ayuno, reciclaje, no exceso de consumo, etc.), de intercambio de habilidades y de cultivo ecológico de alimentos, a fin de lograr una transformación de los modelos económicos y de los estilos de vida que lleven a proteger la creación del calentamiento global. Apoya al gobierno británico para reducir un 80% las emisiones de gases de efecto invernadero en el país. Como parte de su iniciativa, “Operación Noé” forma personas y grupos para que puedan ejercer el liderazgo en la protección del medio ambiente. El principio espiritual cristiano que inspira la acción ecológica de “Operación Noé” es el amor como vínculo de unidad que nos pone en relación con Dios y con el prójimo, conectándonos también con la tierra y todas las criaturas. La historia de Noé, custodio de la supervivencia de todas las especies de flora y fauna de la tierra, y la doctrina social católica[24] animan su acción frente a la crisis climática actual. En su proyecto es importante el desarrollo de la “arquitectura bioclimática”, con la conversión de las construcciones de las comunidades religiosas en edificios sostenibles que incorporen energías renovables, dispositivos de absorción de dióxido de carbono y producción de oxígeno, sistemas de recogida y reciclado de aguas, elementos que requieran menos consumo de energía y fuentes de autoabastecimiento energético.


La Iglesia evangélica luterana en Tanzania está llevando a cabo un plan de plantación de 8 millones y medio de árboles en la región del Kilimanjaro. La comunidad cristiana cuáquera tiene en marcha un programa de educación que profundiza sobre las dimensiones sociales, comunitarias, psicológicas y espirituales del cambio climático, a la vez que promueve estilos de vida sostenibles; en sus centros cuáqueros de reuniones se están implantando la utilización de energías renovables y alternativas, para no depender de las redes nacionales de electricidad. La Iglesia de Inglaterra trabaja en el compromiso de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero en todas sus instalaciones, educando a sus fieles en la necesidad de comportamientos ecológicos que cuiden el medio ambiente y mitiguen la crisis del clima. Está prevista la impresión de 75 millones de Biblias en papel respetuoso con el medio ambiente. La religión de los sijs,[25] implantada sobre todo en la India, lucha contra el cambio climático instalando fuentes de energía ecológicamente sostenible en los gurdwaras sijs, donde se prepara y reparte comida cada día a millones de personas pobres. La Asociación de Santuarios de Shinto, que agrupa a gran número de los santuarios sintoístas de Japón, está comprometida con la conservación forestal de los bosques sagrados. La Iglesia ortodoxa de Etiopía desarrolla en sus monasterios etíopes la enseñanza y la práctica de la agricultura ecológica. También la Iglesia ortodoxa rusa, la Iglesia maronita del Líbano, la Iglesia de Escocia, las comunidades bahaís[26] y otras instituciones religiosas de todo el mundo están desplegando planes medioambientales concretos que inciden sobre la minimización del calentamiento global, inspirados y motivados por los valores espirituales de sus creencias religiosas.[27]


A la Declaración interreligiosa sobre el Cambio Climático (2009) le falta una mirada crítica hacia modos de concebir o de vivir la religión que se constatan como fuentes de comportamientos no respetuosos con las personas y con el medio ambiente. La protección del clima se ve gravemente afectada por graves conflictos humanos provocados por actitudes religiosas que son verdaderas patologías de la religión. Es verdad que las tradiciones religiosas promueven mayormente en los hombres una conciencia y sensibilidad ecológicas que fortalece la alianza entre el ser humano y el medio ambiente. De ahí que las religiones tengan una gran importancia para el desarrollo de una comunidad humana preocupada y ocupada en salvaguardar la Tierra de los perjuicios que el cambio climático puede causar en la vida humana y en la vida de los demás vivientes. Pero también es cierto que hoy en día se alimentan formas de religión que dan lugar a enfrentamientos entre grupos humanos, causando graves daños, ya directamente ya en oblicuo, a los ecosistemas y a la atmósfera. Sin duda alguna, el fundamentalismo de trasfondo religioso está en la raíz de conflictos bélicos y de actividades terroristas muy hirientes para la humanidad y para el ambiente natural.


Cuando en una religión se da el fanatismo religioso, nacen de sus seguidores acciones inhumanas altamente peligrosas que distorsionan tanto convivencia entre las personas como la armonía de la naturaleza. Por eso es necesario una adecuada evaluación de las religiones a la luz de la recta razón, a fin de discernir en ellas lo que impide el encuentro pacífico entre las personas, el desarrollo integral de la familia humana, el respeto al valor inalienable que tiene todo hombre y todos los hombres por ser personas, y la alianza del ser humano con el medio ambiente. Las religiones deben dejarse sanar, regular y regenerar constantemente por la luz de la razón. Ahora bien, la razón, si en sus sueños no quiere engendrar monstruos y aberraciones, debe mantenerse lejos de la arrogancia de considerarse como instancia única, absoluta y omnipotente, esto es, tiene que reconocer sus límites;[28] eso le llevará a permanecer abierta a un diálogo sincero con la sabiduría perenne de las culturas y de las religiones, cuya claridad puede purificar a la razón de oscuridades y errores. Por tanto, hay que hablar de “una correlación necesaria de razón y fe, de razón y religión, que están llamadas a purificarse y regenerarse recíprocamente, que se necesitan la una a la otra y deben reconocerlo […], de modo que pueda crecer un proceso universal de purificación en el que al final puedan resplandecer de nuevo los valores y las normas que en cierto modo todos los hombres conocen o intuyen, y así pueda adquirir nueva fuerza efectiva entre los hombres lo que mantiene cohesionado el mundo”.[29]


(4) A modo de conclusión: una reflexión retrospectiva


A la luz de la Declaración Interreligiosa sobre Cambio Climático (2009), se han puesto de manifiesto algunos elementos que desactivan y minan las condiciones de posibilidad para que se dé la voluntad política global capaz de llegar a un acuerdo internacional amplio, con alcance, profundo y de altos vuelos sobre el clima. La cumbre de Copenhague (COP 15) es buena muestra de ello. Las religiones aportan a la cuestión ecológica la sabiduría perenne contenida en sus creencias, hondos principios y valores para el compromiso de salvaguardar el medio ambiente, una conciencia ecológica estimulada a la acción por un fuerte dinamismo espiritual. Por distintos caminos, las tradiciones religiosas nos enseñan con relación a la crisis climática que una ecología centrada solamente en promocionar acciones técnicas, como por ejemplo la implantación de energías renovables, la gestión de los desechos, la explotación sostenible de los recursos naturales, el uso de procesos industriales menos contaminantes, la producción de artefactos reciclables, las innovaciones científicas de orden ambiental, etc., y, vinculado a todo ello, estrategias económicas y disposiciones legislativas que apoyen y den campo a la actividad tecnológica, se revela parcial e insuficiente. Para frenar la degradación del medio ambiente por parte de la humanidad se requiere ciertamente de esos proyectos; pero los planes técnicos tienen que ir acompañados además por una educación ecológica que privilegie la transmisión y el reconocimiento de bienes espirituales, que abra al ser humano a la búsqueda de la verdad, a la admiración por la belleza, a la afirmación del bien, a la vocación al amor, a la comunión interpersonal, a la solidaridad entre los pueblos, al altruismo en las relaciones humanas, al reconocimiento y cuidado de los dones recibidos. Estos valores del espíritu ayudan a asumir de modo permanente un estilo de vida sostenible, comprometida con el cultivo del medio ambiente, motivando constantemente a los hombres singulares y a las comunidades humanas a vivir siempre en comunión, armonía y paz tanto con el prójimo como con la naturaleza. La restauración de una correcta relación entre el hombre y el medio ambiente constituye una aspiración que se fortalece con el retorno de la humanidad a los “valores ecológicos”, que en las tradiciones religiosas permanecen vivos por la reverencia ante el misterio insondable de la divinidad y por la gratitud de haber recibido el don de la vida en un hogar de todos y para todos: la Tierra. Una ecología sin alma no perdura.


Desde sus propias convicciones religiosas, las religiones están llamadas a ofrecer un liderazgo creativo en la defensa del clima y del medio ambiente, cooperando junto con instituciones y organismos sociales de otra índole en la salvaguardia de planeta como casa común de la entera familia humana. El cuidado de la salud de la atmósfera exige preguntarse permanentemente por los factores que la perturban y dañan, por aquellos que impiden contrarrestar con eficacia los elementos que le son nocivos. ¿Dónde se encuentra la clave de la incapacidad de la familia humana para enfrentarse con decisión a los problemas medioambientales que padece la Tierra como casa común de todos los vivientes? ¿Cuál es la raíz antropológica de la situación límite a la que están sometidos muchos de los ecosistemas de la naturaleza? ¿Qué es necesario transformar en el corazón de los hombres y en el espíritu de los pueblos para que miren la naturaleza como un verdadero regalo en bien de todos y nazca en ellos el anhelo de relacionarse con el medio ambiente según la verdad en el amor? Por lo general, las religiones, desde los tesoros de sabiduría que contienen, descubren a sus seguidores y a quienes entran en diálogo con ellas lo siguiente, también destacado por la razón humana: “Que nosotros vivamos en nuestro respectivo mundo circundante, al cual están dirigidas nuestras preocupaciones y esfuerzos, señala un hecho que sucede puramente en lo espiritual”.[30] Las tradiciones religiosas, en la medida en que permanezcan libres de patologías que las vuelvan destructivas, estimulan a los hombres y a los pueblos a buscar y a mantener vivos los bienes del espíritu que nos permiten ver la naturaleza en todo su valor, sin reducirla a pura materia o simple res extensa, que motivan en todos nosotros el deseo de custodiar la Tierra como entorno de la vida y que nos mueven a procurar un desarrollo sostenible e integral en armonía con el medio ambiente. De ahí que sea conveniente no desatender las aportaciones teóricas y prácticas de las grandes tradiciones religiosas de la humanidad a la hora de analizar la crisis climática y señalar caminos de solución.


Santiago García Acuña
Profesor de Fenomenología de la Religión, Facultad de Filosofía San Dámaso, Madrid




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[1] Comisión Teológica Internacional (2009), A la búsqueda de una ética universal: una nueva mirada sobre la ley natural, p. 1.
[2] F. García Nervo (2010), “Expansión y regresión de la biodiversidad”, en Presidencia de la Generalitat Valenciana, Biodiversidad, Valencia, p. 28.


[3] Comisión Teológica Internacional (2009), op. cit., p. 49.


[4] Encontrándonos en el ecuador del tiempo previsto para llevar a cabo esa reducción de los gases ligados al calentamiento del clima, es un hecho que el objetivo propuesto está lejos de conseguirse. EEUU, uno de los mayores emisores de gases contaminantes, no ratificó el acuerdo. Muchos de los países que se obligaron con el Protocolo de Kioto no cumplen los propios porcentajes de disminución (o de limitaciones en el aumento) de emisiones requeridos para lograr reducir globalmente un 5% la emisión de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Así, por ejemplo, España, que se obligó a no aumentar sus emisiones por encima del 15%, en el año 2008 incrementó sus emisiones en un 42,7%.


[5] EEUU y China son los países que más abiertamente se oponen a que el derecho internacional pueda establecer restricciones a las naciones soberanas en cuestión de emisión de gases de efecto invernadero. En la Cumbre de Copenhague, los gobiernos de los principales países contaminantes –EEUU, China, Brasil, Sudáfrica y la India–, cuyas delegaciones pusieron muchos obstáculos en el proceso negociador, fueron las naciones que pactaron entre ellas y con la UE, in extremis, para proyectar una apariencia de éxito y de consenso internacional sobre la Conferencia, el acuerdo de mínimos en las postrimerías de la jornada final de la Cumbre del Clima, que presentaron a última hora a los demás países para que se sumaran a él. El acuerdo salió adelante como mera “nota informativa” y sin compromisos cerrados, quedando cada país libre de adoptar o no el acuerdo sobre objetivos de protección del clima.


[6] “Una clave de lectura para la cumbre sobre el clima. Un mensaje del Papa para Copenhague”, L’Osservatore Romano, edición en lengua española, nº 52, viernes 25/XII/2009, p. 8.


[7] R. Fernández Rubio (2009), “El agua, un bien de todos y en bien de todos. El problema de la explotación, distribución y aprovechamiento del agua”, en Nunciatura Apostólica de Madrid, La cuestión ecológica. La vida del hombre en el mundo; BAC, Madrid, pp. 298-299. Fernández Rubio, premio Jaime I a la conservación del medio ambiente, señala en este artículo “que autorizados institutos científicos, entre ellos el prestigioso Observatorio Astronómico Pulkovo, el más importante de Rusia, han reiterado que la amenaza climática que se cierne sobre el planeta es el inicio de una nueva glaciación: ‘A mediados del siglo XXI, en la Tierra comenzará un nuevo período glaciar, porque la energía proveniente del Sol, que comenzó a disminuir a partir de los años 90, alcanzará su punto de descenso máximo hacia el año 2041’” (pp. 299-300). En relación con esta cuestión relativa a la transformación del clima, Jasper Kirby, director del proyecto CLOUD, del Centro Europeo de Investigación Nuclear (CERN), que constituye el laboratorio de física de partículas más preeminente del mundo, investiga el Sol como posible causa principal de los cambios climáticos que padecemos en nuestro planeta, intentando determinar los mecanismos de su influjo en las variaciones térmicas terrestres. Colaboran en el proyecto de investigación CLOUD una veintena de universidades y organismos científicos europeos de reconocido prestigio. Desde la perspectiva de las ciencias empíricas, la naturaleza del cambio climático –el conocimiento de las leyes y de los factores que lo determinan, la interacción entre ellos y su grado de influencia en él– guarda todavía muchas incógnitas, demasiadas oscuridades e incertidumbres que hay que tratar de disipar. El clima es de suyo una realidad fluyente y dinámica. En nuestros días, resulta indeterminable, por la complejidad y el número de los elementos que interactúan en la variación del clima, el grado exacto de influjo que puedan tener las acciones antropogénicas tanto sobre el calentamiento global del planeta como respecto de la disminución de la temperatura de la Tierra. En un supuesto parcial e irreal (por abstracto), que sólo considere el aumento del efecto invernadero en la atmósfera producido por gases generados por la actividad humana en nuestra época, y que suponga la radiación solar entrante en el planeta como constante, de una temperatura media de la superficie de la Tierra de 15ºC, que sin el efecto invernadero de los gases producidos naturalmente rondaría los -18ºC, se estima que el incremento de la temperatura en la superficie y en la baja atmósfera sería entre 1,25ºC y 2,5ºC debido a la mayor radiación infrarroja saliente que quedaría retenida en el invernadero atmosférico del planeta. Son cálculos aproximativos y con factores de incertidumbre, pues, por ejemplo, se sabe que el complejo sistema del clima responde, controla y desactiva de alguna manera la acción del aumento del dióxido de carbono en la atmósfera, pero no se conoce bien cómo acontece ese proceso que contrarresta en cierta medida el crecimiento del efecto invernadero. Tampoco se tiene conocimiento claro y cierto acerca del influjo de la circulación de los océanos y de la evolución de las nubes en el cambio climático por la variación de la temperatura global.


[8] El llamado Grupo Basic lo forman la India, China, Brasil y Sudáfrica. El acuerdo de Copenhague nació en el seno de este grupo de países. Con la presencia de los jefes de Estado de dichas naciones, a los que se agregó a última hora el presidente de EEUU Barack Obama, el Grupo Basic y EEUU fijaron un texto con sus planteamientos y propuestas, que presentaron horas después al Plenario de la Convención de Copenhague como “acuerdo” para la COP 15. Antes de que el texto fuera recibido por el Plenario, Barack Obama anunció el “acuerdo” públicamente en conferencia de prensa, proporcionándole al texto del Grupo Basic y de EEUU un empuje mediático de alcance mundial. Ganado el apoyo de la UE, esto resultó crucial para que el texto se abriese camino en las postrimerías de la Cumbre de Copenhague y se precipitase como resultado conclusivo de ella. Este modo de hacer y las divergencias respecto del contenido del texto condujeron a que muchas de las Partes presentes en el Plenario rechazasen frontalmente el “acuerdo”. El hecho de que la India y China, dos de los países redactores del “acuerdo”, no se adhiriesen al texto en el que habían intervenido de modo sobresaliente, constituyó una enorme pérdida de credibilidad política para Yvo de Boer como secretario ejecutivo de la Convención de Naciones Unidas sobre Cambio Climático. El 24 de enero de 2010, una semana después de que Yvo de Boer llamara a las Partes a asociarse explícitamente al acuerdo de Copenhague, el Grupo Basic se reunió en la India y marcó su posición respecto del Acuerdo, o sea, con relación a su propia “criatura”: el Acuerdo tiene su relevancia, pero las negociaciones multilaterales deberán seguir en las “dos vías” trazadas por la ONU, a saber, el camino conducente a lograr un documento vinculante que requiera a todos los países en el trabajo por mitigar los factores que influyen en el calentamiento global y el camino que lleva a dar continuidad al Protocolo de Kioto como plan de acción de los países desarrollados respecto del cambio climático. Esta postura del Grupo BASIC hacia el acuerdo de Copenhague complica el planteamiento interno de éste, pues el Acuerdo une en un mismo texto los compromisos de todas las Partes vinculadas, también de aquellas que no se encuentran bajo las exigencias del Protocolo de Kioto. Este modo de entender el acuerdo de Copenhague lo han reflejado, aunque de distinta manera, tanto China como India a la hora de su explícita vinculación al Acuerdo.


[9] Una concepción del acuerdo de Copenhague muy semejante a la de India es la expresada por el primer ministro del gobierno de la República Popular China, Wen Jiabao, en la carta dirigida a Ban Ki-moon, secretario general de la ONU, y al primer ministro de Dinamarca, Lars Lokke Rasmussen, con fecha del 1 de febrero de 2010 (se trata de un texto oficial que ha precedido en el tiempo a la asociación explícita de China al acuerdo de la COP 15, de modo que puede ser considerado como el marco interpretativo de la adhesión del país). En la carta se apunta a la COP 16 en México como horizonte en el que se deben concluir las negociaciones multilaterales de las Partes, dentro de los dos caminos abiertos por la ONU para el tema del cambio climático, con acuerdos con peso legal en relación con la reducción de emisiones, con la provisión de financiación y de tecnología para los países en vías de desarrollo por parte los países desarrollados, y con la identificación de las acciones de mitigación emprendidas por los países en vías de desarrollo en el marco del desarrollo sostenible y sobre la base del apoyo de financiación, tecnología y fomento de capacidades por parte de los países desarrollados.


[10] Véase http//www.interfaithdeclaration.org. Esta declaración no es el primer texto interreligioso que se presenta en el contexto de las Conferencias organizadas por la ONU para abordar en el ámbito internacional el problema del clima. De entre ellas, cabe resaltar por la importancia de su contenido la “Declaración Espiritual sobre Cambio Climático” elaborada durante la COP 11 (Montreal).


[11] Los últimos entrecomillados son textos de E. Stein (1986), Endliches und ewiges Sein. Versuch eines Aufstiegs zum Sinn des Seins, en Edith Steins Werke, vol. II, Herder, Freiburg-Basel-Wien, pp. 318, 323 y 325, respectivamente.


[12] El mercado es una institución fundamental de la economía en cuanto actividad humana. El mercado tiene su razón de ser en la comunicación que establecen las personas, bajo ciertas normas y reglas, para realizar el intercambio de bienes y servicios de consumo en orden a satisfacer necesidades y deseos humanos. Dentro de la economía, el mercado constituye un instrumento para el despliegue de relaciones entre los hombres que debe ser valorado positivamente cuando se rige y configura desde los principios de la justicia conmutativa, que salvaguarda la igualdad en la relación entre las partes, y desde la solidaridad de la justicia distributiva y social, que tiene en cuenta los desequilibrios, las situaciones de subdesarrollo y de pobreza para producir un valor económico que promueva no sólo el beneficio (profit) sino, a la vez, el bien común y fines sociales. La ideología mercantilista tergiversa el significado del mercado como medio de encuentro y de ayuda entre las personas, convirtiéndolo en pernicioso. En efecto, proyectando sobre el mercado la lógica egoísta del mero beneficio como criterio y objetivo absolutos de las transacciones económicas, la ideología mercantilista crea relaciones radicalmente inhumanas y antisociales en el ámbito de la economía, porque conduce necesariamente a que unos hombres exploten a otros para provecho propio y por intereses particulares. Se atenta así contra la justicia, contra los derechos fundamentales de las personas y contra el “nosotros” de la familia humana. En un contexto de globalización económica, se requiere el establecimiento de un orden económico y productivo que sea socialmente responsable –también en relación con el medio ambiente–, y que respete la dignidad de todos y cada uno de los hombres.


[13] Comisión Teológica Internacional (2009), op. cit., p.10.


[14] Ese porcentaje supone un total de 6.700 millones de personas: 2.200 millones de cristianos; 1.550 millones de musulmanes; más de 950 millones de hindúes; 395 millones de seguidores de la religión tradicional china; 300 millones de religiones indígenas y ancestrales; 375 millones de budistas; 100 millones de seguidores de religiones afroamericanas; entre 50 y 70 millones de taoístas; 24 millones de sijs; 13 millones de judíos; 7.5 millones de bahaíes; 7 millones de confucionistas; 4 millones de sintoístas; 4.5 millones de jainistas; 3 millones de creyentes en el zoroastrismo; y varios millones de personas que profesan otras religiones.


[15] Los representantes del Consejo Nacional de Iglesias de EEUU, de la Conferencia Episcopal de Obispos Católicos de EEUU, de la Iglesia Ortodoxa de América y de la Union for Reform Judaism firmaron en 2007 la Declaración sobre Cambio Climático y Pobreza, que presentaron al Congreso de EEUU. En ese documento, desde principios bíblicos, se formularon cuatro conclusiones para ser tenidas en cuenta en cualquier legislación a aprobar por el Congreso en materia de clima: (1) existe un consenso científico suficiente sobre los peligros del cambio climático mundial y el principio moral de la prudencia obliga a actuar desde ahora para proteger el bien común que es la Tierra; (2) las consecuencias del cambio climático se dejarán de manera desproporcionada en las personas más vulnerables del mundo, la inacción sólo empeorará su sufrimiento; (3) las políticas encaminadas a abordar el cambio climático mundial deben tratar siempre de mejorar la situación económica de las personas pobres; y (4) las políticas deben procurar ayudar los grupos humanos más vulnerables a adaptarse al impacto del cambio climático y a participar activamente en los esfuerzos para abordar la crisis del clima. Estos principios han sido asumidos en el acuerdo de Copenhague, encontrándose presentes en el documento final de la Cumbre.


[16] El congreso fue copatrocinado por el Consejo Nacional de Iglesias de Dinamarca y contó con la colaboración del Consejo Mundial de Iglesias (CMI).


[17] Véase F.M. Khalid (2002), “Islam and the Environment”, en T. Munn (ed.), Encyclopedia of Global Environmental Change, V. 5, Social and economic dimensions of global environmental change, John Wiley & Sons, Chichester, pp. 332-339. Fazlun M. Khalid es el director fundador de la Fundación Islámica para la Ecología y Ciencias Medioambientales (IFFES) con sede en Birminghan (Reino Unido), que edita la revista EcoIslam. Su fundación ha promovido la plantación de 1.000 árboles en Indonesia, colabora en planes de lucha contra la deforestación, en proyectos de conservación del agua en Yemen e Indonesia, realiza una permanente labor de educación medioambiental con la publicación de guías islámicas para el cuidado de la naturaleza, exhorta a comer y beber sin exceso tal como enseña el Corán (20:81) y organiza actividades para incentivar la reducción de las emisiones de carbono a la atmósfera.


[18] El Corpus Veda constituye el primer cuerpo de Escrituras sagradas del hinduismo, y está formado por los cuatro Vedas: el Rig-Veda (libro del saber regio), el Sama-Veda (libro de los cantos de alabanza a los dioses), el Yajur-Veda (libro de los ritos sacrificiales) y el Atharva-Veda (libro de los ritos mágicos para la salud y el bienestar). Todos ellos son textos Shruti (“lo que se oye”), pues contienen lo que escucharon los rishis (personas sabias o videntes) revelado directamente por lo divino. Los hindúes consideran que el cuerpo de escrituras Shruti no es producto de la creatividad humana, sino textos divinos recogidos por intermediarios humanos. De ahí que sean valorados como libros universales y eternos.


[19] Palabras del Dalai Lama en su introducción a W. Mark (ed.) (1996), Greenpeace Witness: Twenty-five years on the Environmental Front Line, André Deutsch, Londres. Para un acercamiento más extenso al posicionamiento budista respecto del cambio climático puede verse J. Stanley, D.-R. Loy y G. Dorje (eds.) (2009), A Buddhist Response to the Climate Emergency, Wisdom Publications, Boston.


[20] Benedicto XVI (2009), Carta encíclica Caritas in veritate, nº 48.


[21] Ibidem, nº 50.


[22] En países depauperados, la pobreza es origen de una gran parte de los problemas ambientales de efecto local. Sin embargo, algunos de esos problemas locales repercuten también de manera importante en el plano global. Así, por ejemplo, la sobreexplotación de los recursos forestales que realizan industrias madereras en naciones pobres, que venden la riqueza arbórea de sus bosques a multinacionales para obtener divisas y poder hacer frente a sus necesidades en el mercado internacional, está destruyendo algunos de los grandes pulmones de la Tierra; la falta de capacidad económica de los países pobres para acceder a la tecnología de reciclaje, de energías alternativas y renovables, de gestión de residuos, de industrias eficientes, etc., hace que no tengan más remedio que recurrir a medios que producen elevadas emisiones de CO2, aunque en números globales sus emisiones queden eclipsadas por los gases contaminantes producidos por las naciones desarrolladas; en no pocas ocasiones la pobreza de pueblos enteros se encuentra ligada a conflictos bélicos que degradan directa o indirectamente los ecosistemas en medidas difíciles de cuantificar, tampoco respecto de sus efectos medioambientales a nivel planetario (desde la industria armamentista hasta la destrucción de la naturaleza causada por el uso de todo tipo de armas). Ciertamente, en las emisiones de efecto invernadero tiene un enorme influjo el crecimiento económico derivado de los procesos industriales y de la “búsqueda” de bienes materiales como signo de estatus social. El crecimiento de las naciones en términos de PIB todavía se está acoplado a las emisiones de gases de efecto invernadero. En economía esta relación se estudia a través de la curva ambiental de Kuznets; el Real Instituto Elcano tiene previsto publicar a finales de este año 2010 un documento sobre el tema.


[23] Nunciatura Apostólica de Madrid (2009), La cuestión ecológica. La vida del hombre en el mundo. Actas, BAC, Madrid. En este libro el lector puede profundizar en la inspiración cristiana del cuidado de la naturaleza y, a la vez, ahondar en la aportación de las grandes tradiciones religiosas de la humanidad a la cuestión ecológica (hinduismo, budismo e islam). La obra posee un apéndice documental que recopila la enseñanza de los Papas y de la Iglesia católica en relación con la ecología.


[24] Una exposición sistemática de la doctrina social de la Iglesia católica sobre el cuidado del medio ambiente puede encontrarse en el capítulo décimo de la siguiente obra Pontificio Consejo Justicia y Paz (2005), Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, BAC, Madrid.


[25] El sijismo es una mezcla del hinduismo y el islam. Es una religión fundada por el Guru Nanak entre los años 1466 y 1539. El libro Adi Grandt es la escritura sagrada de los sijs, cuyo texto se conserva en el Templo Dorado de Amritsar en Pandshab. A partir del siglo VII comenzaron a llegar los musulmanes a la India, primero procedentes de Arabia y después de Afganistán. Gengis Kan (1206-1277) fundo el imperio Mogol, dinastía musulmana en la India. Fue reconstruido por Tamerlán (1370-1405) y llegó a su apogeo con Aureng-Zeib (1659-1707). Este imperio fundó su fuerza en la religión islámica, pero tomando muchos elementos de la cultura hindú y de su tradición religiosa. De esta combinación nació el sijismo. En el Siglo XVII, como los sijs del imperio mogol constituían una amenaza para el islam en la India, las autoridades musulmanas los reprimieron violentamente. Durante muchas generaciones los sijs se refugiaron en las faldas el Himalaya. Después, bajo el liderazgo de Ranjit Singh, conquistaron el Pandshab y lo convirtieron en el reino Sij. En nuestros días este reino es un estado hindú con cierta autonomía.


[26] El bahaísmo, creencia religiosa fundada por Bahā’n llāh desde el babismo (doctrina propuesta en Persia en el siglo XIX por Mirza Alí Mohamed, quien interpretó de modo alegórico los dogmas y los ritos musulmanes, buscando crear una sociedad fundada en la fraternidad universal y el feminismo) que propugna una religión y una sociedad universal. Los bahaís creen en un solo Dios, creador del universo, que tiene un único plan para la humanidad. Afirman, pues, la unidad de Dios, la unidad de la religión y la unidad de la humanidad. La comunidad bahaí ha emprendido una serie de programas destinados a hacer frente a los problemas del subdesarrollo y degradación medioambiental. En todo el mundo está llevando a cabo cerca de 1.300 proyectos de desarrollo local, que van desde la creación de centros de alfabetización, a campañas de reforestación, hasta la instalación de dispensarios médicos y centros de investigación medioambiental. En Bolivia, por ejemplo, los bahaís patrocinan el Centro de Estudios Medioambientales Dorothy Baker. En África han puesto en marcha una red rural sanitaria de cuidados primarios. Los esfuerzos bahaís por el medio ambiente van acompañados siempre con el trabajo de revitalizar el espíritu humano en hombres y mujeres para crear una colaboración armoniosa entre todos.


[27] Pueden conocerse más acciones que han llevado a cabo las tradiciones religiosas en defensa de la naturaleza consultando M. Palmer y V. Finlay (2003), Faith in Conservation. New Approaches to Religions and the Environment, The World Bank, Washington DC.


[28] Una razón dominante se hunde en el “irracionalismo”. Cuando la lógica racional está conformada por el dominio, “la Ilustración se relaciona con las cosas como el dictador con los hombres” (M. Horkheimer y TH.W. Adorno, 2004, Dialéctica de la Ilustración. Fragmentos filosóficos, Trotta, Madrid, p. 64). El “tradicional axioma prometeico que sostiene que el dominio de Dios sobre la raza humana supone la negación de la dignidad del hombre, es un juicio de valor que está más lejos de ser obvio que el contrario. Hegel dice (en la Filosofía de la Historia) que el hombre sólo puede respetarse a sí mismo si tiene conciencia de un Ser superior, mientras que la promoción del hombre por él mismo a la posición más elevada entraña una falta de respeto de sí” (L. Kolakowski, 1985, Si Dios no existe... Sobre Dios, el diablo, el pecado y otras preocupaciones de la llamada filosofía de la religión, Tecnos, Madrid, p. 214).


[29] J. Ratzinger (2006), Lo que cohesiona el mundo. Las bases morales y prepolíticas del Estado”, en J. Ratzinger y J. Habermas, Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión, Encuentro, Madrid, pp. 67-68.


[30] E. Husserl (2007), “La filosofía en la crisis de la humanidad europea”, en La filosofía como ciencia estricta, Terramar, La Plata, p. 94.

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