Croupier o líder/Roberto Zamarripa
Reforma, 18 octubre 2010.- "Sé mucho como para retirarme de la política", declaró Patricia Flores, la ex jefa de la Oficina de la Presidencia a la revista Gente, de editorial Televisa.
De la expulsión a la persecución. A Patricia Flores le siguen sus pasos muchos de los enemigos que acumuló durante su estancia en Los Pinos y que no necesariamente son los contrincantes partidistas sino los empresarios que sintieron afectación en varios de los negocios emprendidos. Pero en su fuga hacia adelante, Flores también sabe que juega con un factor adicional: la sucesión de César Nava, quien dejó de ser su aliado. De ahí que su dicho haya sonado a amago.
Patricia es el ejemplo de uno más de los factores de poder que ha crecido en un partido ayuno de liderazgos y que se apresta a renovar su dirigencia nacional.
El pasado miércoles 13, en un salón del Hotel Camino Real, aledaño al Aeropuerto Internacional "Benito Juárez" de la Ciudad de México, una veintena de consejeros nacionales del PAN, con Jorge Manzanera al frente -un chihuahuense que ha acompañado al grupo calderonista en las buenas y en las malas y que ahora reclama reconocimiento a sus méritos en campaña- se reunió para definir su estrategia rumbo a la sucesión interna de los panistas.
No asistió Patricia Flores pero aquello ocurrió como si ella estuviera ya que justamente es una lideresa del grupo. Los consejeros deliberaron en torno a la necesidad de reconocer el peso específico de las realidades locales ignoradas por el centralismo partidista y a garantizar una representatividad en el nuevo Comité Ejecutivo Nacional que surja tras la elección del nuevo presidente partidista el próximo 4 de diciembre.
El grupo Manzanera-Flores dice representar a 210 consejeros nacionales aunque cifras prudentes hablan de que representan a 150 o 160 consejeros. Si su piso es de 150, son suficientes como para entrampar o definir una elección interna que obliga a quien quiera ganar a obtener dos terceras partes de los votos (254) de los 381 consejeros para elegir nuevo presidente nacional en el Consejo del 4 de diciembre.
El hecho es que el PAN, inmerso en una crisis de identidad, fracturado en corrientes y capillas al estilo perredista, está de cara a una contienda de renovación de líder nacional donde acuden más por inercia que con ánimos.
Un Gustavo Madero opaco; un Francisco Ramírez Acuña desconfiable para los sectores ultras o una Cecilia Romero incapaz de asumir que su figura política fue sepultada con 72 cuerpos de migrantes, suponen una contienda para elegir al menos mediocre en busca una silla desvencijada.
De ahí que los factores de poder internos aspiren a tener a un dirigente nacional como rehén antes que como líder. La perspectiva de la sucesión presidencial del 2012 lo potencia. Los precandidatos no quieren dados cargados por lo que buscan un "tallador" con quien entenderse. Ernesto Cordero, Javier Lozano, Heriberto Félix, Josefina Vázquez, Alonso Lujambio y Santiago Creel hacen lo suyo para condicionar y atar al nuevo presidente partidista.
La inminente postulación de Roberto Gil Zuarth ha provocado el reacomodo de las preferencias panistas. Alumno de Felipe Calderón en el ITAM, ahijado político de Germán Martínez, ex colaborador de Alonso Lujambio en el IFE, mano derecha de Josefina Vázquez Mota en la Cámara de Diputados, bombero de Fernando Gómez Mont en Gobernación, Gil resultó el candidato idóneo, también, de sectores ultraconservadores que ven en Ramírez Acuña a un chivo en cristalería y a Cecilia Romero una candidata sin futuro.
Tras la muerte de Juan Camilo Mouriño, la operación y liderazgo del bloque calderonista ha quedado huérfano. Ni Germán Martínez, quien dimitió tras el fracaso electoral del 2009, ni César Nava pudieron rearticular al calderonismo para los fines de operación interna. Menos en función de una operación homogénea de gobierno.
A los 33 años de edad, Gil es, inequívocamente, un candidato del calderonismo. Pero eso no le asegura ni la victoria en la contienda interna ni la dirigencia unificadora. Que alguien de su perfil surja como opción refleja evidentemente la carencia de liderazgos experimentados y confiables dentro del panismo aunque, paradójicamente, les brinda una inusual oportunidad de renovación de imagen y de horizonte político.
El problema del PAN, empero, es su crisis de identidad. De ello deriva la anemia de liderazgos.
Las capillas y los precandidatos aspiran a un presidente partidista manipulable y domesticado. Un rehén y no un líder. Las capillas juegan sus vencidas para debilitarse y hacer crujir más la estructura de su partido.
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