El senador Alfredo García / Ivonne Melgar
Así le decíamos los reporteros de la fuente de Los Pinos al vocero de la Secretaría de Gobernación, quien falleció ayer en el helicóptero Puma.
Cuatro viernes atrás, el 14 de octubre, en el Castillo de Chapultepec, concluido el diálogo del presidente Felipe Calderón con familiares de víctimas de la violencia criminal, me despedí de Alfredo García Medina, el senador.
“Te tengo noticias”, soltó, “el homenaje va y lo haremos en el Auditorio Nacional, pronto les daré detalles”.
“Vientos, senador, porque en la música, siempre estaremos de acuerdo”, le respondí.
Y es que así le decíamos los reporteros de la fuente de Los Pinos a Alfredo García Medina, vocero de la Secretaría de Gobernación, fallecido ayer en el helicóptero Puma, y a quien aprendimos a querer cuando era responsable del trato con los medios nacionales en la Presidencia de la República.
Así lo llamó Laura Casillas, de Televisión Azteca, por esa forma tan polite con la que nos daba la vuelta en los momentos del forcejeo informativo cotidiano entre los funcionarios y los periodistas.
“Senador, senador”, le saludó alguna vez en un acto Cecilia Téllez, de La Crónica, quien de inmediato fue corregida por un legislador que escuchó su apelativo. “Señorita, está usted en un error, tengo que aclararle que ese señor no es senador”.
La anécdota se quedó entre nosotros, como una más de las innumerables vivencias, tensiones y situaciones inéditas que conforman la memoria de este sexenio y que ayer recorrían mis amigos y compañeros de Televisa, Juan Sebastián Solís, Israel Aldave de Radio Fórmula y Laura y Cecilia en un intento por sortear el duelo en la sala de prensa de Los Pinos.
Porque la tragedia de este 11 de noviembre cobró esa inevitable dimensión personal entre nosotros, una vez que se confirmó su nombre en la lista de los acompañantes del secretario José Francisco Blake Mora.
Y uno se quiebra cuando la muerte, siempre fatal, nos echa en cara la fragilidad de la vida, esa a la que tantas veces cantamos con el senador.
Lo habíamos pactamos de palabra: cuando la jornada termina y cada quien haya hecho su tarea, decíamos, con todo y nuestras inevitables diferencias, las que caracterizan la relación de la prensa con los representantes del poder, cultivemos la confianza.
Muchas horas dedicamos al tema. Y estaba orgulloso de ese valor entendido. Como operador de una política de comunicación gubernamental marcada por restricciones, decenas de veces escuchó nuestras quejas por la falta de insumos y convenimos entonces la clave de un mínimo de certidumbre. “Danos señales, senador, un sí, un no”.
Y asentía, no sin antes romper el hielo con alguna de sus frases que se volvieron código compartido.
“No te oigo, traes tenis”, reclamaba Alfredo García Medina si notaba una distancia que inhibiera la retroalimentación y, por lo tanto, el diálogo.
Intuitivo, nunca “nos clavó”, como se dice en el argot del gremio a quienes sueltan versiones equivocadas que los reporteros hacen suyas.
El senador en cambio traía el pulso de los entretelones y su agudeza en la interpretación de los hechos era garantía.
De manera que un “por favor, no te equivoques” era una señal de alerta de obligado registro.
Durante vuelos interminables en el avión presidencial, conocimos su versión, actuada, amena, ilustrativa de su admirado pintor Amadeo Modigliani.
Con una pasión por la alegría que terminaba por contagiarnos, el senador estaba orgulloso de su natal Tijuana, de su juventud panista, de la campaña electoral de Felipe Calderón, vivida por los suyos como una hazaña que remontó los peores pronósticos. Y de sus hijos, “los cuates”, de quienes hablaba con el desbordado amor de un hombre que había recibido a manos llenas la bendición de las emociones familiares, incluida la de haberle puesto José Alfredo porque ese era el compositor preferido de su padre.
Este mediodía, cuando la noticia de su despedida se nos atoró en el pecho, se impuso el eco festivo de una posada navideña hace dos años en la que el senador nos cantó una de sus preferidas, asombrado del desconocimiento que algunos teníamos de esa nobleza de Javier Solís: “No puede ser cobarde el que perdona a un amor que es malo y traicionero /El amor es dolor cuando es sincero/ vergüenza no es llorar, vergüenza no es llorar/porque te quiero”.
Qué sería de nosotros sin la música, senador, comentamos una madrugada de noviembre de 2009, procedentes de Singapur, un trayecto aéreo tan largo como un día.
Y así vamos a recordarlo, con esa serenata de José José que improvisamos entonces, como parte de la confianza que pretendíamos azuzar por el bien de la vida y la salud del alma.
Fue en esa ocasión que surgió la idea colectiva del homenaje al Príncipe de la canción. Y a eso se refería el viernes que nos despedimos en el Alcázar de Chapultepec.
Te tengo noticias, senador, el homenaje va y va por ti y ahora, por esa intensa alegría con la que supiste vivir.
1 comentario:
Ese era Alfredo Garcia, trabaje con el un tiempo en el Gobierno del Estado de Baja California, cuando aun no andaba en las altas esferas. Me dio mi primer trabajo y Gracias a eso termine la universidad, siempre le voy a estar agradecida por eso. Solos los dos en un pequenio cubiculo, donde apenas cabia un escritorio, una computadora y una pequenia silla donde me sentaba al lado de el, era obligada la platica, sus historias de vida y sus suenios y metas. Siempre se vio trabajando a lo grande, y asi se fue tambien! Hasta siempre Alfredo!
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