Seguramente muchas voces sensatas compartirán la tesis de que es un grave desatino social –de la llamada opinión pública –, colocar a los periodistas en el pedestal de divinidades.
Y es que los profesionales del periodismo son –somos –, o debieran ser, mortales como cualquiera otro ciudadano; con virtudes y defectos, pero sobre todo sometidos a las mismas reglas y responsabilidades que el resto de los de a pie.
Lo periodistas no pueden –podemos —, despegar los pies del suelo;  alejarse de la realidad a riesgo de perder las capacidades básicas para el ejercicio de la profesión. ¿Cuáles capacidades?.
Las de asombro, indignación, coraje, rabia, desencanto, crítica y, claro, amor por la vida; entre muchas otras.

Pero resulta lamentable cuando un periodista o una periodista pierden el piso, y cuando su cabeza se asoma por arriba de las nubes, cuando creen alcanzar la perfección, ser infalibles, únicos e insustituibles y, en general, cuando creen que hablan con Dios.
En esos casos se puede decir que la sociedad perdió a un profesional del periodismo y, claro, ganó una divinidad.
Pasadas las 11:00 horas de hoy –hace cinco horas —, vimos un ejemplo triste de lo último.
Es decir, tres días después de que fue despedida de MVS –y luego que con su silencio estimuló la especulación y su carácter de divinidad –,  la señora Aristegui apareció en una convocatoria a medios, para leer y dictar la verdad de su despido –claro, su verdad —, para ratificar que es infalible y para dejar con un palmo de narices a los periodistas que querían hacer lo que hacen los periodistas; lanzar preguntas, en espera de respuestas.
En pocas palabras, resulta que la periodista que siempre cuestiona las verdades absolutas, dictó su verdad absoluta, sin más fuente de veracidad que su dicho y su visión de las cosas.
Resulta que quien desde un micrófono exigió a la casa presidencial “dar una respuesta clara, nítida y formal al respecto”, no aceptó preguntas y no aclaró nada de nada –además de su verdad, claro —, sobre un escándalo que lastimosamente se ha convertido en un espectáculo de circo, feria de egos robustos y competencia de popularidades, que pululan lejanos, a años luz, de un debate serio sobre libertades fundamentales, como la de expresión; sobre la relación de los medios y los periodistas, los medios y el gobierno, los periodistas y el gobierno…
Pero igual o más lamentable resultó escuchar la carga político partidista que imprimió la periodista a su discurso –propio de un activista juvenil —, al acusar de todas las perversidades ocultas e imaginables del Estado mexicano, en un inconfesable empeño de silenciar la voz única, infalible, intocable, invaluable, insustituible… de la periodista.
¿Alguien escuchó por ahí alguna autocrítica?. Claro que no.
Eso sí, muchas mentiras. Ni una sola prueba de un largo rosario de acusaciones generales, sin ton ni son.
¿De verdad, es creíble que el Estado, el presidente, las instituciones, y todos los poderes formales no tienen otra cosa que estar pensando en callar una periodista exitosa?.
Las divinidades ven de las nubes para arriba. Los periodistas deben ver, escuchar, olfatear, tocar, preguntar, confirmar… para no acusar a la ligera.
Y en el supuesto de que sea cierta toda esa telaraña de intereses malsanos entre MVS y los malvados poderes formales y fácticos, ¿por qué la exitosa periodista aceptó trabajar en ese lugar, por qué no los denunció cuando tenía micrófono?.
Si son ciertas las verdades de la periodista, ¿por qué y para qué propone regresar a la cueva de los canallas?.
En efecto, mucho tiene que decirse, criticarse, cambiarse de la relación entre medios, periodistas y gobierno e instituciones, pero las divinidades poco aportan para ese cambio, y menos los espectáculos de martirologio.
Lo cierto es que se cerró el ciclo.
Se confirmó –mediante el reporteo, claro –, que sí existe el código de ética al que apela MVS; que sí se configuró la difamación y la calumnia, que la señora Aristegui dio por buena una versión calumniosa proveniente de una fuente de nula confiabilidad –porque en  lugar de preguntar al acusador sobre la veracidad de su denuncia, preguntó al acusado, lo que dio validez a la acusación –, y porque en su estricto derecho, la empresa despidió a la conductora por así convenir a sus intereses.
No se sabe, y es probable que nunca se pueda probar, que la casa presidencial ordenó el despido.
Pero también existe la hipótesis nada descabellada y bastante creíble –por la versión misma de la conductora –, que los concesionarios de MVS hayan decidido “poner el curita antes de cortarse”, sobre todo porque no es ningún secreto que los dueños de medios, editores y concesionarios suelen ser más calderonistas que el propio Calderón.
Por lo pronto, la señora Aristegui confirmó su creencia de ser una divinidad, que gusta de acusar sin pruebas, y que no le importa y menos le interesa “dar una respuesta clara, nítida y formal”, sobre el circo en que se ha convertido un debate que debiera ser serio, entre periodistas, especialistas del tema y autoridades, para tener un mejor ejercicio periodístico y mejores periodistas.
Y por eso vale citar al maestro José Carreño Carlón, uno de los periodistas y conocedores del tema más respetados y reconocidos –y con el que hemos disentido y polemizado con severidad –, quien resume con tino y conocimiento el llamado caso Aristegui.
Dijo en su colaboración para El Universal: “Probablemente estamos ante una estrategia aplicada en circunstancias similares anteriores, de alentar las voces victimadas de sus simpatizantes y las respuestas de sus contrarios para colocar el tema en el centro del debate público y desde allí lograr en su momento el mayor impacto en su reaparición en escena”.
“Es una estrategia eficaz y válida de la comunicación política, pero muy debatible desde la perspectiva del periodismo, en cuanto a que se está ocultando así la información y la posición de una de las partes con tal de alentar el clima de confusión del que medra la causa política”.
Conocedor como pocos de la cosa mediática, Carreño Carlón escribió lo anterior muchas horas antes de que Carmen Aristegui exhibiera su calidad de divinidad mediática.
Y en efecto, la nueva divinidad juega al martirologio, rentable para la farándula y la política, no para el periodismo.
Por cierto, a las 16:20 Presidencia respondió negando cualquier presión hacia MVS noticias en lo referente a la salida de Carmen Aristegui.  Aquí el texto.