14 ene 2012

Se precisa árabe corriente/ Said K. Aburish

 Se precisa árabe corriente/ Said K. Aburish, escritor y biógrafo de Sadam Husein, autor de ‘Nasser, el último árabe’.
Publicado en LA VANGUARDIA, 13/01/12;
Traducción: José María Puig de la Bellacasa
Lo que se necesita en Oriente Medio es un árabe corriente. Todos los dirigentes que gobiernan los países de esta parte del mundo desde hace medio siglo poseen un denominador común con el ciudadano medio, lo que yo llamo el árabe corriente. Incluso después de la calificada como primavera árabe, lo que precisa el liderazgo de cualquier país árabe es un árabe corriente dotado de la fuerza instintiva y el entramado psicológico de uno de ellos.

En Túnez, Ben Ali gobernó el país durante veinte años porque pertenecía a las fuerzas armadas y gozaba de predicamento entre los mandos de alto rango. En Egipto, el presidente Hosni Mubarak gobernó el país durante más de treinta años mientras sus hijos ganaban enormes sumas de dinero en concepto de comisiones cada vez que su país concluía un acuerdo comercial. En Yemen las cosas revelaban tal confusión que ya no podían distinguirse las actuaciones correctas de las incorrectas. Todo el mundo parecía tener un maldito contacto con el joven funcionario que interesaba. Incluso resulta imposible decir quién está de qué lado en Yemen. El país tiene una de las rentas per cápita más bajas del mundo. La mayoría de los ingresos de los yemeníes proceden del extranjero, de Gran Bretaña o de Arabia Saudí. De hecho, la población importa tan poco que durante la primera crisis del Golfo Arabia Saudí deportó a 900.000 yemeníes sin que nadie se quejara de ello. Para ser exactos, las actividades económicas casi llegaron a paralizarse por completo pues los propios saudíes rechazaban trabajar en tareas de ínfima categoría y los yemeníes no estaban allí para hacérselas.
En honor a la verdad, los yemeníes trabajan duro y con empeño. A ello se debe que su país se convirtiera en un parque infantil a disposición de los servicios de inteligencia que operaban en la península Arábiga y el Cuerno de África. No les importa trabajar duro y hacerlo a bastante distancia de su país, pero no aguantan a los estúpidos y poseen un notable amor propio.
Cabe esperar cambios, por otra parte, en países de desigual distribución de la riqueza: Somalia, el territorio palestino, Argelia y Túnez. No vislumbran fuente alguna de alivio. Tienen escasas o nulas perspectivas de producción de petróleo y están expuestos a maniobras de anexión u ocupación por sus vecinos sin que se produzca una gran agitación social. Caso curioso, recibieron buena parte de ayuda de Iraq en vida de Sadam Husein. Por razones desconocidas, este se dedicó a rodearse de un electorado en beneficio propio. Se relacionó, sobre todo, con árabes de buena formación. Cada vez que un árabe se titulaba por alguna universidad recibía un obsequio de Sadam Husein. Lo propio puede decirse de las familias de la población que murió por su causa, al igual que los palestinos que lanzan bombas contra los israelíes y otros elementos nacionalistas huidos de las garras de sus regímenes conservadores.
Sadam, por tanto, forjó un auténtico electorado favorable a su figura en todo el mundo árabe. No hay, pues, ninguna familia o tribu que no recibiera algún tipo de recompensa por su buen rendimiento en la escuela o por algún panegírico sobre el nacionalismo árabe y la unidad del mundo árabe. Además, se encargó de que las personas que podían recibir una buena formación la recibieran a costa del mismo Sadam. Otros igualmente necesitados podían dirigirse a Iraq y unirse allí a las filas de las fuerzas armadas o de seguridad de forma inmediata. A ojos de Sadam, todo árabe era ciudadano iraquí y tenía los mismos derechos que un ciudadano iraquí. Cuando estalló la guerra con Irán, tres millones de árabes trabajaban para el régimen de Sadam.
Evidentemente, hay una fuente de ingresos que la gente no menciona cuando habla de Sadam en la actualidad. Las remesas económicas de trabajadores egipcios o tunecinos y de otros países africanos, así como de inmigrantes –llamados hijos de Sadam– ayudaban materialmente con sus ingresos a familias pobres del Oriente Medio árabe, que siguen estando orgullosas de aquel apelativo. La preocupación de este sector conocido como los hijos de Sadam se cifraba en llenar el estómago de sus familias y no en convertirse, por ejemplo, en figuras del estamento académico.
Lo contrario de lo que Sadam hizo por sus hijos es la forma en que Arabia Saudí trata a los inmigrantes que trabajan en este país. No se les permite llevar pasaporte propio ni entrar y salir del país con regularidad. De hecho, reciben un trato de ciudadanos de segunda o tercera clase.
Por todo lo dicho, constato que los árabes necesitan un líder que represente a los desposeídos de los países carentes de petróleo. Mi búsqueda en pos de un árabe corriente es sincera y auténtica, un propósito real y verdadero. Toda la energía de la primavera árabe debe canalizarse para aprovechar el talento de este grupo desconocido que se mantiene fiel a Sadam. Hasta entonces, no es probable que un líder que surja en Oriente Medio dure mucho tiempo o sea popular. Y, como los líderes en ciernes no son fácilmente reconocibles, no sabemos dónde está ni dónde vive ese árabe corriente que tanto necesitamos ni cuáles son sus aspiraciones. Todo lo que sabemos es que los árabes creen en el genio y el brillo personal, de forma que confían en que aparezca otro Sadam.
 

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