Traducción: Esteban Flamini.
Project
Syndicate, Jueves, 29/Sep/2016
Mucha
gente en todo el mundo se preguntará por qué Hillary Clinton todavía no puede
cantar victoria en la elección presidencial estadounidense, a pesar de que
obviamente está mucho mejor preparada y es más apta para el cargo que su
oponente, Donald Trump. Muchos estadounidenses están igual de desconcertados.
Es
muy probable que las encuestas nacionales de opinión sigan fluctuando hasta el
8 de noviembre, día de la elección. Pero estas últimas semanas, Trump se acercó
a Clinton, hasta el punto de amenazar con ponérsele a la par en la votación del
colegio electoral, donde el control demócrata de algunos de los estados más
poblados (Nueva York y California) da a Clinton una ventaja. ¿Cuál es el
motivo?
Para
empezar, si bien Trump no sabe casi nada de administración o política pública,
logró reunir detrás de él a la mayoría de los republicanos. Un motivo es el
viejo odio que estos le tienen a Clinton. Otro es la Suprema Corte, donde hay
una vacante a la espera de que el próximo ejecutivo designe reemplazante, y es
probable que en los próximos cuatro años se abran más.
Trump
también supo aprovechar las ansiedades económicas de muchos estadounidenses,
valiéndose de la misma rabia contra los inmigrantes y las élites que hoy se
extiende por toda Europa. Pero el apoyo de los varones blancos sin título
universitario no le garantiza la victoria. Por eso ha tratado de insinuar,
torpemente, que los afroamericanos y los hispanos también le preocupan; no por
el recurso de hablarles a esos votantes, sino de describirlos con estereotipos
exagerados ante auditorios blancos. Previsiblemente, sus comentarios resultaron
insensibles y despectivos para afros e hispanos, y tampoco han logrado
convencer a las mujeres blancas (sus verdaderas destinatarias).
Por
su parte, Clinton tiene problemas para reconstruir la coalición de mujeres,
afroamericanos, hispanos y millennials que dio la victoria al presidente Barack
Obama. Muchos jóvenes que apoyaron apasionadamente al contrincante de Clinton
en las primarias, el senador Bernie Sanders, desestimaron los pedidos del mismo
Sanders de apoyar a Clinton, y dicen que votarán por candidatos de partidos
menores, lo que ayudaría a Trump.
Desde
las convenciones de los dos partidos nacionales principales celebradas en
julio, ambos candidatos han estado en el subibaja. Este mes, justo cuando Trump
subía en las encuestas, intentó distanciarse del movimiento racista “birther”,
que alega falsamente que el lugar de nacimiento de Obama (primer presidente
negro del país) no fue Estados Unidos y que por ende no estaba habilitado para
ejercer la presidencia.
Los
comentarios de Trump, escuetos y desganados, recordaron a todos que él mismo
fue uno de los miembros más vocingleros del movimiento. El intento de
distanciamiento le salió todavía peor, porque afirmó falsamente que el rumor
que dio lugar al movimiento birther había sido iniciado por Clinton y su equipo
de campaña en la elección presidencial de 2008. Como resultado, muchos medios
de prensa hablaron por primera vez de “mentiras” en relación con Trump, a quien
se le habían perdonado muchas de sus patrañas pasadas.
Los
últimos avances de Trump en las encuestas hablan menos de su mejora como
candidato que de las debilidades e infortunios de Clinton. Fuera de su base de
partidarios más leales, Clinton siempre tuvo problemas para despertar el
entusiasmo de los votantes. Muchos la ven como una sabelotodo demasiado formal
(la chica brillante que en la escuela rechaza a todos los varones). Y se
enfrenta a una buena cuota de sexismo, incluso entre sus partidarios. (Hace
poco un exgobernador demócrata dijo que Clinton debería sonreír más. ¿Hubiera
dicho lo mismo de un hombre?)
Pero
algunos de los problemas de Clinton son creación propia. El desliz de usar un
servidor de e‑mail
privado para enviar mensajes siendo secretaria de Estado (con riesgo de que se
filtraran materiales confidenciales) se convirtirá en el karma de su campaña.
Ella misma agravó el problema al afirmar falsamente que sus antecesores también
lo hacían, y que funcionarios de seguridad del Departamento de Estado lo habían
autorizado. Y a diferencia de Trump, la prensa no le tuvo piedad con este
asunto.
La
saga de los e‑mails
vino a sumarse a las viejas dudas de los votantes sobre la honestidad y
fiabilidad de Clinton, y la expuso a los ataques de sus adversarios de derecha.
El grupo activista ultraconservador Judicial Watch insistió en el asunto y
obligó a Clinton a revelar mensajes que no había entregado al Departamento de
Estado; el FBI encontró en el servidor de Clinton casi 15 000 de esos e‑mails no
entregados, y es posible que antes de la elección aparezcan muchos más, con
potencial de perjudicar a Clinton.
Si
bien el director del FBI, James Comey, desestimó pedir acciones legales contra
la candidata, sus comentarios respecto de que había sido “extremadamente
descuidada” no colaboran con la campaña de Clinton. En cualquier caso, la
decisión de Comey provocó una andanada de críticas de comentaristas
republicanos y conservadores por presunto trato preferencial del gobierno
demócrata. Las encuestas mostraron un 56% de opiniones a favor de que se la
procesara.
A
Clinton le apareció otro problema en agosto, cuando Associated Press informó
que en tiempos en que la candidata era secretaria de Estado, numerosos donantes
de la Fundación Clinton recibieron trato especial del Departamento de Estado
(básicamente, facilidades para reunirse con ella). Pero muchas de esas personas
hubieran conseguido una cita en cualquier caso, y no hay pruebas de cambios a
las políticas del Departamento de Estado como consecuencia de ello.
Entretanto,
el Washington Post comenzó a informar sobre gastos cuestionables (posiblemente
ilegales) de la fundación benéfica de Trump; este, que no donaba a su fundación
desde 2008, usó los fondos para la compra de artículos personales (entre ellos
un retrato suyo de casi dos metros de altura) y el pago de acuerdos legales. Ya
antes hubo revelaciones de que la Fundación Trump fue usada para colaborar con
las campañas para la elección de fiscales en Florida y Texas (lo que también
sería ilegal).
Por
último, Clinton tuvo la mala suerte de enfermarse y que alguien con un celular
la grabara casi desfalleciente yéndose antes de lo previsto de una ceremonia en
Nueva York en conmemoración de los atentados terroristas del 11 de septiembre
de 2001. Esto impulsó más especulaciones de medios de derecha respecto de la
salud de Clinton, a lo que Trump añadió la acusación sexista de que su rival
carece de “vigor” para ser presidenta.
Los
medios que cubren la campaña de Clinton se enfurecieron al enterarse de que
esta había ocultado un diagnóstico de neumonía recibido dos días antes. Pero
las elecciones presidenciales estadounidenses son maratones brutales, y es
comprensible que Clinton no haya querido cancelar actos ya agendados. Una
encuesta posterior reveló que la mayoría de la opinión pública está de acuerdo.
Los
cuatro días de convalecencia le llegaron a Clinton cuando se preparaba para
exponer ante la opinión pública las razones para votarla a ella (en vez de las
razones para no votar a Trump). Justo cuando retomaba la campaña, hubo
atentados en Nueva York y Nueva Jersey, y otros dos casos de afroamericanos
desarmados abatidos por la policía, lo que provocó manifestaciones en Carolina
del Norte, un estado decisivo. Los incidentes pronto ocuparon el centro del
debate; como siempre, Trump agitó las divisiones raciales y culpó a Obama y
Clinton.
En
este contexto comienzan los debates entre los candidatos presidenciales, que
suelen tener gran influencia (incluso demasiada) en la definición de las
elecciones en Estados Unidos. No sería prudente decir que la elección está
decidida cuando todavía no lo está.
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