11 dic 2017

“Esto leía el Papa Luciani cuando murió”

“Esto leía el Papa Luciani cuando murió”
Sor Margherita Marin, la religiosa que encontró sin vida a Juan Pablo I: «Eran tres hojas, recuerdo una cita evangélica»
Sor Margherita Marin
Vatican Insider, Pubblicato il 11/12/2017
ANDREA TORNIELLI

ENVIADO A BELLUNO
El Papa Luciani, en su lecho de muerte, «estrechaba entre las manos tres hojas dactiloscritas. De esas páginas recuerdo una cita, el pasaje evangélico en el que se habla de glotones y borrachos…». La monja Margherita Marin tiene 76 años, pertenece a las monjas de la Niña María y es la única sobreviviente del grupo de cuatro monjas (las otras eran Elena Maggi, Vincenza Taffarel y Cecilia Tomaselli) que cuidaron a Juan Pablo I en el aposento pontificio en el Vaticano durante 32 días, de finales de agosto a finales de septiembre de 1978. Nadie tenía noticias suyas desde que tenía 37 años (cuando fue elegido Luciani), sino hasta ahora que se ha publicado el libro de Stefania Falasca “El Papa Luciani. Crónica de una muerte”, que por primera vez reconstruye con base en los documentos inéditos de la causa de beatificación los últimos días del Pontífice véneto. Sor Margherita, el domingo 10 de diciembre participó en la presentación del libro de Falasca en el seminario de Belluno, en compañía del obispo Renato Marangoni y Davide Fiocco, que se ha encargado de la causa. Estas son las respuestas de la religiosa a las preguntas que le hicimos. 

-¿Ya había conocido a Luciani? ¿De qué se ocupaba en el aposento pontificio?  
No, nunca antes lo había visto. Dos días antes de su elección entramos a formar parte de su “familia”. Yo me ocupaba en particular del guardarropa y de la sacristía: preparaba la capilla del apartamento para la celebración de la misa de la mañana. También hacía otras cosas, cuando se necesitaba. Sor Cecilia era la cocinera, sor Vincenza era enfermera, mientras sor Elena coordinaba nuestro trabajo, era la encargada. Sor Vincenza Taffarel, que también era enfermera, era la más anciana, conocía al Papa y llevaba asistiéndolo varios años. 
-¿Puede decirnos cómo estaba el Papa Luciani? ¿Es cierto, como se ha escrito, que se veía preocupado e incluso aplastado por el peso del Pontificado?  
 No estaba para nada preocupado, se había metido bien en la nueva tarea que se le encomendó. Repito, ninguna preocupación. Trabajaba mucho, caminaba por el apartamento, lo veíamos muy ocupado con sus asuntos, pero no preocupado. No estaba aplastado, para nada, por la responsabilidad recibida. Tenía mucha confianza. Nos decía: “¡Hermanas, recen! Recen porque el Señor me ha dado una tarea grande, necesito las oraciones de todos, y también las de ustedes. Juntas, gracias a estas oraciones, saco adelante la tarea que me ha dado el Señor”. 
 Hay algunos que creen que la preocupación, frente a los escándalos financieros que halló en el Vaticano, fue el motivo de su muerte natural…  
 Solamente puedo atestiguar lo que vi y repetir: ni preocupado ni aplastado por la responsabilidad. 
 Vayamos al último día de vida del Pontífice, el 28 de septiembre de 1978. ¿Qué recuerda de aquel día?  
 Fue un día normal. Por la mañana, en la capilla, la misa fue a las siete. Después el Papa ojeó los periódicos y al final se retiró a su estudio, porque tenía que escribir un documento para los obispos. Pasó el resto de la mañana trabajando en su escritorio. Después fue el almuerzo… 
 Interrumpo. ¿Puede decirnos si Juan Pablo I tenía una dieta especial?  
 -Para nada. Comía lo que comíamos los demás y lo que preparaba sor Cecilia para todos nosotros con la compra que llevaban al apartamento mediante el ascensor a las 5.30 de la mañana. No tenía dietas particulares. 
 -¿Qué más recuerda sobre ese 28 de septiembre?  
 -Después del almuerzo, como siempre, hubo un momento de reposo. Después, durante la tardecita, el Papa siguió trabajando y caminando por el aposento. Lo sé porque yo estaba en la habitación del guardarropa planchando. Lo veía ir y venir, llevaba un libro y estaba leyendo. Después, en determinado momento, se detuvo y se apoyó en mi mesa para escribir algo. Siempre fue muy afable con nosotras las monjas. Me dijo: “Hermana, las hago trabajar mucho. Hace mucho calor y yo sudo… No pierda demasiado tiempo planchando las camisas, es suficiente nada más el cuello y los puños, porque lo demás ni se ve”. 
 -¿Le hablaba en italiano o en el dialecto véneto?  
 -En véneto, lo dijo en dialecto. Después, por la tarde recitó las vísperas en la capillita con los secretarios. Lo hacía en inglés, para practicar la lengua. Por la tarde cenó. Y, como siempre, después de la cena, iba a desearnos las buenas noches a la cocina. A mí me preguntó cuál misa había había preparado para la mañana siguiente. Dije que el día siguiente, el 29 de septiembre, era día de los santos ángeles. Y él: “Bien, así, mañana en la mañana, si el Señor quiere, celebramos juntos”. Estaba sereno, tranquilo, no se veía para nada fatigado. Comenzó a irse pero se detuvo en la puerta y de despidió otra vez. Esa noche, antes de retirarse, habló por teléfono con el cardenal Giovanni Colombo, arzobispo de Milán. La llamada duró una media horita. 
 -¿Qué sucedió la mañana siguiente? ¿Puede contárnoslo?  
 Nosotras las monjas nos levantábamos a las 5, a las 5.15 ya estábamos listas. Sor Vincenza preparaba le preparaba el café al Papa, yo esperaba que llegara la compra con el ascensor a las 5.30. A esa hora el Santo Padre iba a tomarse el café a la sacristía de la capillita y después se detenía en oración hasta las 7, cuando comenzaba la misa. Ese día el Papa no había salido. Sor Vincenza vio que el café seguía allí y que nadie lo había tocado. Recuerdo que estábamos las dos en el corredor del apartamento y me dijo: “Ven, vamos a tocar la puerta, el Santo Padre todavía no sale”. Ella fue por delante y tocó. Nadie respondía… 
 -¿Qué hora era?  
 Habrán sido las 5.30. Ella me dijo que me acercara. Me dijo: “Ven, ven…”. Tal vez tenía algún presentimiento. No lo sé. Sor Vincenza entró primero, y escuché que dijo: “Santidad, usted no debería hacerme estas bromas”. Me llamó y yo también entré. Y vi también que estaba muerto, inmóbil, acostado en la cama, con las manos apoyadas sobre el pecho, como le pasa a los que se duermen cuando están leyendo. La luz estaba prendida y el Papa tenía los lentes puestos. Tenía tres hojas dactiloscritas en la mano. No se veía sufrimiento en su cara, estaba relajado, con una ligera sonrisa, parecía dormido. Murió sin darse cuenta, no había ningún signo; debe haber sido algo fulminante. 
 -¿Pudo ver el contenido de las hojas que el Papa tenía en la mano? Durante décadas se han hecho especulaciones de todo tipo…  
 Solo recuerdo esto: en las hojas dactiloscritas pude ver un par de líneas. Era el pasaje evangélico en el que se citan las palabras “glotón” y “borracho”.  
 ¿Se refiere a Mateo 11, 18-19? ¿Ese que cita estas palabras de Jesús: «Porque llegó Juan, que no come ni bebe, y ustedes dicen: “¡Ha perdido la cabeza!”. Llegó el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen: “Es un glotón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores”. Pero la Sabiduría ha quedado justificada por sus obras»?  
 Sí, es de lo que me acuerdo. Creo que estaba leyendo para prepararse al Ángelus del domingo siguiente o para la audiencia de los miércoles. 




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