Lidiando con la realidad de Trump/ Angelo Panebianco es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Bolonia y editorialista del 'Corriere della Sera'.
Si se involucra además la facción de los puros de corazón, que advierte de que no debemos «ensuciarnos las manos» al tratar con el nuevo presidente, será difícil encontrar los medios para proteger al máximo nuestros intereses. Esta es la sopa que nos sirvieron los votantes estadounidenses. No podemos darnos el lujo de levantarnos de la mesa y salir dando un portazo. Por la sencilla razón de que no tenemos adónde ir.
Europa habría necesitado una victoria de Kamala Harris. A pesar de su evidente insuficiencia. Con Harris en la Casa Blanca, al menos se habría alargado algo el ya largo declive del orden internacional creado por Estados Unidos después de 1945 y gracias al cual Europa ha podido disfrutar de paz, bienestar y estabilidad democrática. La búsqueda de soluciones alternativas por parte de los europeos habría sido menos costosa y dramática.
Ucrania se habría beneficiado de una victoria de Harris, pero quienes creen que una Administración demócrata habría dado a Europa grandes descuentos se equivocan. Por el contrario, habría obligado a los europeos a asumir los costes de la reconstrucción de Ucrania, habría exigido a los Gobiernos de la UE (al igual que Trump) un mayor compromiso de recursos a disposición de la OTAN y no habría abandonado la política proteccionista de Joe Biden, que él, a su vez, heredó de la anterior Administración Trump. Estos son algunos de los efectos de la reducción del poder estadounidense y el consiguiente declive del orden internacional nacido después de la Segunda Guerra Mundial.
Independientemente de quién ocupe la Casa Blanca, demócrata o republicano, los tiempos de la benévola hegemonía estadounidense sobre Europa (con las ventajas que garantizaba a los europeos) han terminado. Entonces, ¿por qué la victoria de Trump es un problema para nosotros? Porque con él se acelerarán los procesos que ya llevan tiempo en marcha.
Sin duda, las relaciones entre Estados Unidos y Europa en la era Trump se verán influidas por lo que suceda con la democracia estadounidense. Las propensiones autoritarias del nuevo presidente son indudables. Pero las instituciones estadounidenses son fuertes y arraigadas. Antes de dar por sentado que la democracia liberal está condenada al fracaso es mejor esperar unos años. Veremos. Si tuviera que apostar, lo haría a que, a pesar de Trump, Estados Unidos no se convertirá en un régimen iliberal. La idea de que el magnate, debido a los obstáculos que encontrará, tendrá que abandonar su proyecto de cambios radicales y adaptarse a un mundo exterior muy complejo no parece inverosímil.
Evidentemente, la prueba de Ucrania será crucial, al menos para evaluar las consecuencias internacionales de la victoria de Trump. La situación de ese país y sus perspectivas para el futuro cuando las armas se callen dirán todo lo que hay que saber sobre la política del nuevo inquilino de la Casa Blanca. Sobre todo, si hay plena coherencia (por desgracia para los ucranianos) entre la propaganda electoral y la realidad del Gobierno.
La voz de la razón indica que los europeos se beneficiarían si se acelerara el proceso de integración. Empezando, como argumentó Mario Draghi, por el crucial sector de la defensa. Pero, siendo realistas, esto no es posible hoy en día. Al menos hasta que los dos países que históricamente han sido líderes de Europa, Alemania y Francia, superen su actual debilidad política. Por cierto, resulta paradójico que en este momento el Gobierno más fuerte y estable entre los países fundadores de la Unión Europea sea el de la democracia tradicionalmente más marcada por la inestabilidad y la debilidad de sus ejecutivos: Italia.
Ahora resulta difícil hacer algo más que intentar salvar lo que se puede salvar, evitar que prevalezcan fuerzas centrífugas en la Unión.
No hay grandes alternativas: los Gobiernos europeos tendrán que lidiar con la propensión de Trump a eludir a las instituciones europeas y a tratar con países individuales. Quizá, en esta situación, Gran Bretaña e Italia tengan a su disposición las mejores cartas. Gran Bretaña, debido a sus vínculos históricos con Estados Unidos; vínculos que ni siquiera alguien como Trump -a pesar de que el actual primer ministro británico es laborista- podrá ignorar fácilmente. E Italia, por la estabilidad del Gobierno, por el posicionamiento de Giorgia Meloni en Europa como puente entre conservadores, populares y soberanistas (Marine Le Pen y asociados), y quizá también por su relación privilegiada con Elon Musk.
Es de esperar que cada uno de los Gobiernos europeos, cuando llegue el momento de negociar con Trump (ya sea en materia de seguridad o de relaciones comerciales), no se limite a buscar sólo ventajas a corto plazo para su país, sino que también se preocupe, dada la estrecha interdependencia entre las sociedades europeas, de los efectos, de las consecuencias para Europa. Hemos entrado en un mundo nuevo. Pero las reglas de la política no cambian.
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