Se dice mucho sobre Epstein, pero hay una omisión flagrante: las víctimas/ Jennifer Weiner
The New York Times, viernes, 21/Nov/2025 J
Si has estado leyendo los correos electrónicos de Jeffrey Epstein o siguiendo las discusiones sobre ellos, hay nombres que probablemente estés viendo: Michael Wolff, Peter Thiel, Larry Summers, Noam Chomsky, el plebeyo antes conocido como príncipe Andrés, Peggy Siegal, Kathryn Ruemmler, Deepak Chopra. Políticos y celebridades, líderes empresariales y académicos, amigos y rivales: un elenco en negritas de famosos e infames que intercambiaron correos con el delincuente sexual convicto, asistieron a sus cenas o buscaron su consejo.
Hay otros nombres que quizá no veas en absoluto: Courtney Wild, Rachel Benavidez, Michelle Licata, Maria Farmer, Annie Farmer, Liz Stein, Jess Michaels, Marina Lacerda, Danielle Bensky, Anouska De Georgiou, Shawna Rivera. Éstas son algunas de las víctimas de Jeffrey Epstein, decenas de las cuales han denunciado y acusado a Epstein de haber abusado sexualmente de ellas.
Los nombres de las mujeres se han suprimido de las 20.000 páginas de documentos que el Congreso publicó la semana pasada. Pero a menudo no hacía falta editar nada, porque no había ningún nombre que encubrir. En el mundo de Epstein, y en su correspondencia chismosa, elíptica y frecuentemente mal escrita, las mujeres eran descritas por categorías: “hawain tropic girl” (“chica hawaiana tropical”), “mi novia de 20 años en el 93, que después de dos años le pasé a donald”, “chicas en bikini” o, simplemente, “las chicas”, como en: Trump “sabía lo de las chicas“. En sus memorias, Virginia Roberts Giuffre, la más conocida de las sobrevivientes de Epstein, escribió que a éste “le gustaba decir a sus amigos que las mujeres no eran más que “un sistema de soporte vital para una vagina”. Veinte años después de que Trump comentara con ligereza sobre agarrar a las mujeres por los genitales, los correos de Epstein llegan como un recordatorio incómodo de cómo algunos hombres poderosos piensan y hablan sobre las mujeres.
La base de Trump pasó más de un año exigiendo que el gobierno publicara los archivos de Epstein, en gran parte porque creían que revelarían información comprometedora sobre demócratas influyentes. Ahora son los demócratas quienes revisan el lote de archivos buscando algo comprometedor sobre Trump.
Pero mientras abundan los detalles sobre los agresores y los hombres que los rodeaban, hemos oído muy poco sobre —y de parte de— las víctimas.
Quizá los archivos Epstein proporcionen a los liberales una herramienta con la que apartar a los fieles del movimiento MAGA del presidente. Tal vez den al presidente una excusa para procesar a sus oponentes políticos. En cualquier caso, convertir los delitos de Epstein en una oportunidad política es un insulto para las innumerables jóvenes y niñas que él abusó. Ellas son las que deberían haber estado en el centro de todo esto, desde 2005, cuando sus depredaciones empezaron a salir a la luz, hasta el presente, cuando dominan la conversación nacional, y durante el resto de la, sin duda, larga vida de la historia.
El mundo nunca ha sido amable con las mujeres que acusan a hombres poderosos de delitos sexuales. A pesar de ello, las sobrevivientes de Epstein han demostrado una enorme valentía. Han concedido entrevistas y conferencias de prensa. Han aparecido en documentales y pódcast. Las memorias de Giuffre, Nobody’s Girl, están actualmente en las listas de los libros más vendidos. El domingo, un grupo de sobrevivientes divulgó un anuncio de servicio público instando a los espectadores a pedir a sus representantes en el Congreso que voten “sí” al proyecto de Ley de Transparencia de los Archivos Epstein, que se espera llegue al escritorio del presidente Trump en breve. En otro mundo, Giuffre podría haber aparecido en el video o en programas de entrevistas. Podría estar encabezando mítines, contando su historia, explicando por qué esto es más que un escándalo político. No vivió lo suficiente para tener esa oportunidad.
Es difícil desconectar el chisme y escuchar, en cambio, a las personas que pagaron el precio de la cruel depravación de Epstein. “Víctimas”, igual que “chicas”, es una categoría, mientras que los nombres en negrita en los correos son morbosos y específicos. “Chicas y mujeres dañadas por hombres poderosos” no es, tristemente, una historia nueva. Y poco puede competir con la visión repugnante de personas sofisticadas y poderosas adulando a un leproso moral.
Sobre todo, es difícil escuchar a las mujeres porque sus historias son desgarradoras. Y parten el alma.
Es más fácil reírse de una anécdota sobre Trump mirando con lascivia a jóvenes en una piscina, chocando contra una puerta de vidrio y dejando la marca de su nariz, que escuchar, por ejemplo, a Michelle Licata en la serie documental de Netflix, Jeffrey Epstein: asquerosamente rico, relatar los abusos de Epstein. “Me sentí tan usada”, dice. “Como si… yo fuera simplemente una persona sucia”.
Es más fácil sonreír con sorna ante Michael Wolff pidiéndole a Epstein el nombre de su “tipo de la colonoscopía”, o del entonces príncipe Andrés quejándose de su imagen pública empañada, que leer en las memorias de Giuffre: “Me prestaron a decenas de personas ricas y poderosas. Me usaban y humillaban habitualmente y, en algunos casos, me asfixiaban, golpeaban y dejaban ensangrentada”, o el pasaje en el que describe haber sido traficada a un hombre al que llama “un primer ministro conocido”, quien, dijo, la abusó tan brutalmente que “durante días, me dolía respirar y tragar”.
O leer el testimonio que Chauntae Davies ofreció en una audiencia tras la muerte de Epstein en la cárcel: “Cada día, cada semana que he pasado en el hospital desde entonces, yo he sufrido y él ha ganado. Cada oferta de trabajo que me han ofrecido y luego retirado por mi relación con este caso, yo he sufrido y él ha ganado. Cada humillación pública que he soportado, yo he sufrido y él ha ganado. Cada relación que he tenido que terminar debido al abuso que sufrí a manos de este hombre, yo he sufrido y él ha ganado”.
Leer a Epstein escribir que Trump es “loco” o “realmente estúpido” y que “yo soy quien puede destruirlo”” es sin duda más entretenido que leer el testimonio de Anouska De Georgiou, quien dijo al tribunal, en esa misma audiencia, que “la pérdida de inocencia, la confianza y la alegría no se recupera”. O Teala Davies, quien declaró: “Todavía soy una víctima porque tengo miedo por mis hijas y por las hijas de todos. Tengo miedo por su futuro en este mundo donde hay depredadores en el poder, un mundo donde la gente puede esquivar la justicia si sus bolsillos son lo suficientemente profundos”.
Estas mujeres no son famosas ni están bien conectadas, pero importan. Su dolor importa. Sus nombres importan. No deberíamos apropiarnos de su sufrimiento para nuestros propios fines. No debemos valorar más nuestro regodeo que su valentía.
Jennifer Weiner, novelista, escribe habitualmente sobre género y cultura.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario