Una bella vida
Gema se forzó a levantarse, pese al dolor. Se puso los cascos y activó la música. Y se movió
Rosa Montero
El País, 06 DIC 2025 -
Esta es la tercera vez que voy a dedicarle un artículo a Gema Marín Granados. Es algo que no me ha pasado con nadie más. En realidad lo considero un privilegio, porque me ha dado la oportunidad de observar los duros altibajos y el progreso emocionante de una vida épica. El primer texto se publicó en 2011 y el siguiente en 2013, ambos a raíz de dos cartas que Gema me envió. Resumiré su historia: en 2002, con tan sólo 28 años, esta guapa malagueña profesora de música enfermó de Parkinson. La gente suele creer que el Parkinson es una dolencia de gente muy mayor y que consiste en que te tiembla el cuerpo. Pero esta cruel enfermedad neurológica y degenerativa no sólo puede fulminar a personas tan jóvenes como Gema, sino que, además, lo más duro de sobrellevar no son los temblores, sino la rigidez. De repente tu cuerpo se desconecta, hasta el punto de que los enfermos lo denominan estar on o estar off. Y estar off es una muerte en vida, o aún peor que eso. Es “caer en un pozo negro, tanto psicológica como físicamente…, te quedas tiesa, como si fueras de madera”. A esto hay que añadir, además, los efectos secundarios de los fármacos, que, por otra parte, son imprescindibles. Es una lenta, implacable y constante tortura.
En aquellos dos artículos contaba cómo Gema, después de atravesar el primer vía crucis de aceptar la catástrofe que le había caído encima (ese obsesivo por qué a mí, por qué a mí que te martiriza cuando te golpea una desgracia así) se puso las pilas para no perder ni su joven existencia ni su alegría vital. Tuvo un hijo ya diagnosticada y siguió trabajando como profesora de música. Y descubrió que justamente la música, y forzarse a bailar cuando estaba off, la ayudaba muchísimo a sobrellevar su dolencia. Todo un hallazgo que además corroboró un estudio publicado por entonces en la revista Nature. Resulta que el Parkinson está originado por una insuficiencia de dopamina, un neurotransmisor relacionado con el placer. Y el estudio demostraba que escuchar música puede generar subidas de dopamina. En el artículo de 2013, en fin, conté que Gema colgaba en internet sus vídeos bailando (todos rodados mientras estaba en off) por si podían servirle de ayuda a alguien, y que la Universidad de Málaga le estaba haciendo pruebas neurológicas para investigar el proceso. Por entonces tenía 39 años y llevaba 11 padeciendo la enfermedad.
No volví a saber de ella. A menudo, cuando alguien mencionaba el Parkinson, me acordaba de su lucha luminosa y, con ese optimismo acomodaticio que nos caracteriza a los humanos, la imaginaba estupenda, es decir, todo lo estupenda que ella conseguía estar. Hace unos días he recibido una nueva carta suya y hemos hablado por teléfono. Y sí, está estupenda, pero qué dura, que indeciblemente dura es la vida real. Poco después de aquel segundo artículo, a Gema le pusieron una bomba para dispensarle de forma continuada las medicinas; lo malo es que conseguir atinar con la dosis exacta es dificilísimo. Los efectos secundarios de los fármacos son graves; altibajos de ánimo, síndromes adictivos… Por ejemplo, puedes convertirte en un ludópata que se arruina jugando. A Gema le dio por comprar cosas (“yo, que siempre había sido supercuidadosa con el dinero”). Su estado empeoraba; la apatía era enorme. Tuvo que dejar de dar clases y también abandonó sus redes. Hace cinco años terminó en una silla de ruedas, y se pasó un par de años atrapada ahí. Cualquier otra persona se habría rendido: ¿no dicen, y es verdad, que el Parkinson es una enfermedad degenerativa? Pues ya está, concluiría cualquiera; ha degenerado hasta clavarme en esta silla. Pero Gema no. Gema se negó. Se forzó a levantarse, pese al dolor. Se puso los cascos y activó la música. Y se movió.
Lleva dos años de nuevo en pie y operativa (es socia de un club de tenis de mesa y juega todos los martes). Ha afinado mejor la dosis de las medicinas y sigue utilizando el superpoder de la música. Siempre va con los cascos al cuello, y cuando advierte que va a entrar en off (algo que le sucede unas tres veces al día, cada vez con una duración de entre una y tres horas), se deja mecer, empapar, embriagar, relajar y mover por la cascada de notas. E intenta ser feliz y reír mucho. Todo eso salva. Todo eso conforma una vida, una bella vida. Tiene 51 años y ahora quiere escribir un libro contando todo esto. Por si le sirve a alguien. A todos nos sirve, diría yo. Es mi heroína.
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