Un manuel para las elecciones francesas/Dominique Moisi, fundador y asesor especial del Instituto Francés de Relaciones Internacionales, y catedrático del College of Europe, en Natolín, Varsovia
Tomado de EL PAÍS, 14/10/2006
El ya fallecido primer ministro británico Harold Wilson solía decir sarcásticamente que “una semana es mucho tiempo en política”. Por tanto, en las 30 semanas que faltan, más o menos, para las próximas elecciones presidenciales francesas, cualquier predicción hecha hoy podría invertirse una y otra vez antes de la votación. No obstante, dos candidatos emergen como claros y constantes favoritos en los sondeos de opinión: Nicolas Sarkozy, en la derecha, y Ségolène Royal, en la izquierda. Tienen más en común de lo que pueda parecer, ya que ambos hablan de una ruptura con el pasado a la vez que encarnan una forma de continuidad.
Para Sarkozy, la “ruptura” refleja unas opciones tanto mundanamente tácticas como profundamente personales. Los 12 años de mandato de Jacques Chirac, junto con la tradición francesa de alternancia en el poder, apuntan a una victoria de la izquierda. El posicionarse como el candidato que plantea una marcada ruptura con la impopular política actual es el único modo de eludir ese destino. Esto se refleja en la postura abiertamente pro estadounidense de Sarkozy, un acto de valentía política en una Francia en la que el antiamericanismo alcanza cotas elevadas. El mensaje de Sarkozy es que Chirac y Villepin tenían básicamente razón al oponerse a la aventura militar de EE UU en Irak, pero que su estilo fue desastrosamente erróneo. Por tanto, aunque su profunda admiración por los “valores estadounidenses” es sincera, no implica que acepte al presidente George W. Bush. Eso tranquiliza también a la comunidad empresarial francesa, que quedó conmocionada por la rimbombante oposición de Dominique de Villepin a Estados Unidos cuando era ministro de Asuntos Exteriores de Chirac.
En Francia, Sarkozy ha dirigido su mensaje principalmente a los jóvenes, haciendo un llamamiento patriótico a los valores del trabajo y la disciplina, una revolución contrarrevolucionaria. La revolución que debe superarse es la de mayo de 1968, cuyos líderes y partidarios, según Sarkozy, tal vez perdieran políticamente ante de Gaulle, pero debilitaron profundamente a Francia a lo largo de las décadas posteriores con su énfasis en “valores falsos”. Por el contrario, el rebelarse contra la generación de los padres y redescubrir posiciones morales tradicionales salvará a Francia, un mensaje que es perfectamente válido para cuestiones como la educación y la inmigración, que posiblemente dominen la campaña electoral.
En el caso de Royal, el significado de “ruptura” es más evidente y manifiesto. Pretende ser la primera presidenta de la República Francesa. Para alcanzar esa meta, prefiere hacer hincapié en su “esencia”, para contrarrestar así la insistencia de Sarkozy en su historial como hombre “emprendedor”. Su llamamiento al electorado es sencillo: “Soy mujer, y nunca habéis probado con una mujer, así que sed modernos y hacedlo ahora”. Ocultándose tras la originalidad (en la política presidencial francesa) de su sexo, Royal ha evitado concretar un programa detallado. Cuando se ve presionada por periodistas inquisitivos que le exigen una mayor precisión sobre su programa político, su línea de defensa, muy eficaz (hasta el momento) ha sido: “¡No se atrevería a hacerme esa pregunta si no fuera una mujer!”. Por tanto, el programa de Royal es su popularidad. En política exterior, sólo podemos hacer conjeturas sobre cuáles serían sus prioridades. En lo que concierne a Europa, parece tan “agnóstica” como Sarkozy, quien, al igual que ella, personifica a una nueva generación de líderes “poseuropeos”. En materia de valores, Royal también parece representar una ruptura con mayo de 1968, con su insistencia en la disciplina y la familia.
Según las encuestas de opinión ciudadana, Royal es la clara favorita de la izquierda, y el único candidato capaz de derrotar a Sarkozy. Goza de un apoyo especialmente fuerte entre el electorado femenino. Para el Partido Socialista, que está ansioso por volver al poder pero que todavía no se ha recuperado de la humillante derrota de Lionel Jospin en la primera ronda de las elecciones presidenciales de 2002, la cuestión es si puede permitirse resistir la oleada de opinión ciudadana favorable que Royal tiene detrás.
En opinión de los numerosos adversarios que Royal tiene entre los líderes y militantes socialistas, la dominación de los medios de comunicación en el proceso político está conduciendo a la mediocridad: las cualidades necesarias para salir elegido se están volviendo prácticamente incompatibles con las necesarias para gobernar. Según los detractores socialistas de Royal, la hollywoodización de la política de la que Royal se beneficia conlleva un nuevo planteamiento en el que los líderes siguen y los seguidores lideran. Pero pueden verterse las mismas críticas contra Sarkozy.
Además, ambos candidatos personifican la continuidad -con el lado gaullista de Chirac en el caso de Sarkozy y con François Mitterrand en el de Royal- y la ruptura a partes iguales. Royal reivindica abiertamente el legado de Mitterrand mientras busca la legitimidad, y el rechazo de Sarkozy al legado de Chirac guarda más relación con la forma que con la esencia. Hasta cierto punto, se puede ver a Sarkozy como un Chirac con más, mientras que Royal es claramente una Mitterrand con menos. Cuando los electores decidan en la primavera de 2007, tal vez su elección dependa más de consideraciones negativas que positivas, como ocurrió en 2002, cuando Chirac hizo frente al odioso nacionalista Jean-Marie Le Pen en la segunda ronda. Igual que en 2002, el ganador el año que viene será aquel que menos disguste o atemorice al electorado. Pero, sea como fuere, la personalidad prevalecerá sobre los programas.
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