Publicado en LA VANGUARDIA, 18/10/2007):
El balance que hacía Sergio Vila-Sanjuán sobre la participación catalana en la Feria del Libro de Frankfurt (La Vanguardia,14/ X/ 2007) parecía muy equilibrado a la vista de las noticias y opiniones que han ido llegando sobre tal acontecimiento. Además, Vila-Sanjuán habla con la autoridad de quien es el primer especialista en la historia del actual mundo editorial catalán y, precisamente, autor reciente de un libro sobre la feria de Frankfurt.
¿Cuál era este balance que consideramos equilibrado? Pues que la participación catalana ha tenido aspectos positivos y aspectos negativos. El principal aspecto positivo ha sido la promoción de la literatura en catalán como tal y, en concreto, la presentación a escala internacional de determinados escritores catalanes hasta ahora desconocidos fuera de Catalunya.
Obviamente, los frutos de esta promoción tendrán que comprobarse en el medio y largo plazo, pero por el momento los indicios tienden al optimismo. Además, se ha aprovechado también la presencia en la feria para presentar ámbitos de la cultura catalana distintos a la literatura, como son la música, la danza, el teatro, la pintura o el diseño. La gala inaugural fue una lección de buen gusto y el discurso anticonvencional de Quim Monzó una pieza memorable, casi tanto como su columna del pasado martes en estas páginas ofreciéndose como negro para los discursos de los políticos. Con todo ello, sin duda, se ha dado una visión desenfadada de la realidad catalana que, a efectos de propaganda, puede resultar indiscutiblemente positiva.
¿Exceso de actividades y, por tanto, exceso también de gasto, sobre todo en comparación con otros países de dimensiones como India, invitados en años anteriores? Seguro que sí. La sensación de nuevos ricos ha sido evidente. Pero ello tampoco debe extrañar en un gobierno nacionalista como el catalán que desde hace casi treinta años utiliza la cultura para hacer política. No se trata de disculparlos, todo lo contrario, sino de constatar simplemente que el Govern tripartito actual sigue el mismo camino que los anteriores porque su naturaleza sigue siendo la misma. Ninguna sorpresa, por tanto. Comprar escritores y gentes varias de la cultura siempre ha resultado barato en Catalunya, supongo que también en otros lugares.
Dicho todo ello, vayamos al aspecto negativo que señala Vila-Sanjuán y que ha ocasionado una conocida polémica, primero en Catalunya desde hace meses y ahora, sobre todo, en Alemania, con las naturales repercusiones en todo el mundo. Obviamente se trata de la no presencia de escritores catalanes en castellano y de la marginación por parte de la Generalitat de las editoriales que publican en esa lengua. Ahí lo que hemos mostrado es contraproducente desde el punto de vista propagandístico del que antes hablábamos, además de discriminatorio respecto de buena parte de los ciudadanos de Catalunya. Tres son los aspectos más criticables en este viejo y conocido embrollo.
En primer lugar, la imagen de la sociedad catalana que se ha dado en Frankfurt no se corresponde con nuestra realidad cultural. La invitada era la cultura catalana, no la literatura escrita en catalán. La Generalitat, por tanto, no ha cumplido con lo que se le pedía por parte de los organizadores, según aclaró el director de la feria en su discurso inaugural. Jorge Herralde, el conocido editor de Anagrama, lo resumió con precisión esta misma semana: “La singularidad de la cultura catalana es el mestizaje, el bilingüismo, y esto se ha marginado por motivos políticos”.
En segundo lugar, esta política no responde a las obligaciones que al Govern le impone el Estatut (art. 127.1d). En efecto, la Generalitat tiene competencia exclusiva en materia de cultura, lo cual excluye que la tenga el Estado. Por tanto, si el Govern protege únicamente a una parte de los ciudadanos y de las empresas - en este caso, especialmente, a los escritores y a las editoriales- deja desamparados del apoyo público y, por tanto, discriminados en sus derechos, al resto. Los titulares de los derechos no son las culturas ni las literaturas, sino las personas, sean físicas o jurídicas. La Generalitat, como todo poder público, debe actuar, en el ejercicio de sus competencias, conforme al principio de igualdad para no incurrir en discriminación. El Govern ha incumplido este principio.
En tercer lugar, si nuestros dirigentes tuvieran la suficiente cultura política, sabrían que en Europa y, sobre todo, en Alemania, la palabra nacionalismo evoca oscuros tiempos pasados y a todo el que exhiba una ideología de este tipo se le adscribirá inmediatamente a la extrema derecha. De ahí la sorpresa de buena parte de la prensa alemana e internacional, de ahí la carta que se está procediendo a firmar en estos momentos por escritores de todo el mundo. La metedura de pata ha sido fenomenal y los objetivos políticos que se pretendían se están volviendo en contra. Precisamente hace unos meses se ha publicado en Barcelona el libro de Rosa Sala Rose El misterioso caso alemán. Un intento de comprender Alemania a través de sus letras (Alba, Barcelona, 2007). Léanlo, por favor. Se encontrarán con un relato lúcido y apasionante que explica por qué a la sociedad alemana se la preparó durante dos siglos para aceptar, como algo natural, a Hitler. Nada es casualidad.
En Frankfurt, como era de prever, se ha hecho más política que cultura. O aún peor: se ha hecho, una vez más, política con la cultura.
- Los males de la cultur catalana/Xavier Marcé, ex director general de Industrias Culturales de la Generalitat
Publicado en EL MUNDO, 17/10/2007;
Sobre la presencia cultural de Cataluña en la Feria de Fráncfort siempre quedará la duda de cual fue el sujeto exacto de tal invitación: si la literatura o la cultura catalana. No se trata de una cuestión menor, dado que el resultado final, más cercano a un supermercado cultural que a una muestra argumentada, sólo puede entenderse desde la utilización interesada de esta confusión inicial.
Una notabilísima parte del arsenal cultural presentado en Alemania es desconocido por los ciudadanos catalanes y está ausente de los mercados locales donde se distribuye, exhibe y consume nuestra producción cultural. Quizá nos invitaron para organizar un cesto tan repleto y excelso o quizá convenía llenarlo para tapar todas las bocas. Al final, no deja de resultar curioso que el mismo criterio que se utiliza para elegir la comitiva de Fráncfort brille por su ausencia a la hora de promover las mismas propuestas en Cataluña.
Ha sido necesario que los propios catalanes llenen mayoritariamente los escenarios y las mesas redondas programadas por que, a falta de contexto cultural, resulta imposible interesar al público alemán sobre un argumentario artístico que en muchos casos sólo responde al eterno, y muy local, debate sobre las esencias profundas de la cultura producida en Catalunya en catalán o castellano. La elección de la representación literaria ha sido un tira y afloja que condena al ostracismo eterno a los pocos que no han ido, porque ya sabemos que esta es una guerra que se juega en casa y no en Alemania, lo que significa que la mirada que determina la selección es más política que cultural.
Alguien dirá que si ERC tuviera el monopolio de la gestión cultural en Cataluña esté problema no existiría, que los del PSC son unos vendidos al españolismo cultural y que CiU siempre ha manifestado un profundo desprecio (o si se prefiere una falta de aprecio) por la cultura. En cualquier caso, las políticas culturales municipales gestionadas por ERC tampoco hacen gala de una especial atención a estos artistas e intelectuales que nos representan en Fráncfort y a los que su propio país condena al olvido interior y al exhibicionismo exterior.
En Cataluña vivimos una situación anormal. La ausencia aparente de los socialistas en el debate cultural y el predominio institucional, programático y mediático del nacionalismo independentista supone un marco insólito para la vida cultural catalana. La política cultural en Cataluña, entendida en su globalidad, siempre ha sido elaborada desde los laboratorios de pensamiento socialista (salvo quizás la etapa previa al pacto cultural que protagonizó el consejero Rigol), hasta el punto que podríamos afirmar que los distintos gobiernos convergentes siempre actuaron a remolque de las ideas surgidas en la factoría socialista y puestas en práctica en el terreno del municipalismo cultural.
Después de que el PSC cediese la Consejería de Cultura a ERC tras las últimas elecciones autonómicas, Cataluña ha perdido los referentes de una política cultural largamente pensada, escrita y experimentada desde muchas instancias de gobierno. La manera de enfocar el aterrizaje catalán en Fráncfort, incluida la renuncia de la propia Consejería de Cultura, en favor del Institut Ramón Llull, a participar en la elaboración del programa de actos; y la ruptura de una línea de consenso clara y diáfana con los editores, son una buena muestra de ello. Por primera vez en la historia de la más importante feria editorial del mundo, la propia dirección del evento manifiesta no comprender la posición del país invitado y se muestra confusa ante su despliegue literario. Malo es utilizar la cultura para defender posiciones políticas, lo cual demuestra que Fráncfort es la chispa que enciende de nuevo un fuego mal apagado.
Hay dos maneras de gestionar las acciones públicas para la promoción de la cultura. La primera crea estructuras, da libertad a lo creadores y en un marco de competencia imperfecta, corrige aquellas tendencias del mercado (que no son todas) que esconden a aquellos productos de gran calidad que, por sus circunstancias de producción o por su lenguaje complejo, son minoritarias. La Administración les reporta visibilidad, pero en ningún caso les confiere el estatus de producto subvencionado ad eternum.
Esta manera de mirar la cultura desde la política acepta (aunque a veces salten sarpullidos) su autonomía y su libertad de pensamiento, creación y desarrollo, sin olvidar que, en alguna medida, deberá contrastarse con la ciudadanía, es decir con el mercado.
La segunda, en cambio, utiliza la cultura para conseguir el éxito de ciertos diseños políticos. Primero se define el país que queremos y después se construyen los símbolos que lo dotaran de un imaginario virtual (que no necesariamente real) donde la falacia de un país querido aunque inexistente, se convierta en la razón final de una acción política justa y necesaria. Esta manera de mirar la cultura, por cierto con grandes predicamentos en la actualidad, utiliza el arte y la creación para sus objetivos, con independencia de su interés cualitativo y social.
En Cataluña, estábamos acostumbrados a un nacionalismo rancio y simbólico, a la expresión más cercana del tradicionalismo folklórico. Esta etapa no se ha acabado del todo, porque una parte del nacionalismo más moderno sigue pendiente de un debate asambleario en el que sus principales protagonistas son militantes del activismo tradicionalista. Pero es cierto que progresivamente el discurso racional que convoca a la tradición para hablarle de innovación va ganando terreno y se convierte en el eje de una notable renovación en los lenguajes del folklore catalán. Pero es un proceso lento del que los propios renovadores son prisioneros, por eso reviven permanentemente episodios tan parciales y manipuladores como la elección anual de una ciudad como capital de la cultura catalana o los periódicos rebrotes de un catalanismo lingüístico exclusivo y excluyente.
En tal contexto la figura auténticamente peligrosa es la del independentista no nacionalista. Consciente de los peligros y el escaso gancho del tradicionalismo decimonónico, se basta con finiquitarlo mediáticamente y dedicar su atención a construir industrias culturales de la nada para crear los entornos simbólicos e ideológicos que necesita un Estado-Nación a imagen y semejanza de aquéllos que se fundaron hace 250 años. Es decir; como si tal planteamiento mimético tuviera todavía algún sentido en la Europa actual.
El independentismo no nacionalista (en términos de tradición se entiende), no tiene mas remedio que utilizar la cultura y los medios de comunicación a su favor, manipulándolos si es necesario, porque sin su concurso el discurso moriría de inanición política. Con pocos votos y escasa repercusión mediática el independentismo se convierte en un producto de coyuntura que sólo interesa al estudiante joven o al eterno convencido de la superioridad étnica de la raza catalana. Con cobertura cultural y bien ubicado en los medios, sus posibilidades se amplían hasta el punto de convertirse en una fuerza combativa e influyente.
La cultura catalana vive un momento complejo, por eso a Fráncfort (donde la literatura en catalán debía ser la indiscutible protagonista), no han ido los mejores sino todos y por eso el debate cultural huye de su propio país para instalarse en Alemania donde todos los catalanes nos sentimos cómplices y solidarios de la siempre triste, maltratada y ahogada Cataluña. Es curioso cómo puede malbaratarse el mejor patrimonio histórico de la vida cultural catalana; convertirse en la casa común, la acogedora placenta de todos los creadores con independencia de su habla, de su filiación política y de la sumisión a una idea prefijada de patria.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario